EL BIEN PENSAO

Siempre había tenido una especial admiración por los mexicanos, especialmente desde que había advertido lo mucho que ellos se preocupaban y esforzaban por darle a él y su familia la mejor calidad de vida posible.
Desde muy joven supo que su madre hubiera posiblemente muerto, o sufrido graves trastornos, si no hubiera sido por la tecnología de la salud -que aun en ese pueblo de las afueras- conseguía evitar día con día que se formaran malignos quistes en sus mamas. Ya sentía a los mexicanos como su gente.
Todo había pasado muy rápido. El desarraigo, el éxodo. las afueras del Distrito Federal y el que lo hubieran llevado –ahora- a la gran ciudad tan subrepticiamente, tan de repente, sin siquiera haber podido despedirse de sus amigos, de su mamá, lo confundía un poco, pero de todas formas no tenia –realmente- de qué quejarse, allí, casi de recién llegado conoció a Joselito.
Encontrar a Joselito fue confirmar que existía el amor a primera vista, y agradeció cada segundo de ese viaje, por extraño que fuera.
Una mañana, no supo bien por qué, su instinto animal le anticipó que algo, algo muy malo les ocurriría. Supo que ese amor estaría de alguna forma signado por la desgracia.
Cuando los muchachos del hotel, amables como siempre, le abrieron las puertas de doble hoja, de pesada madera, que daban al patio de la plaza, solo pudo ver una cosa, un color, odioso, horrible, mortifero… el rojo monstruo fantasmal de sangre, aquel mitológico ente inmortal del que hablaban, en el campo, sus mayores… y estaba en ese preciso instante mordiendo la mano de su amigo. Había atrapado y, por como se movía, estaba seguramente intentando engullir a su alma gemela, al hermoso galán que horas atrás lo había mirado a los ojos como nunca nadie, de ser a ser, y había palmeado su trompa con sublime amor.
Asi las cosas, y desde enormes caballos escudados, otros Joselitos trataban –evidentemente- de salvar al primero, pero con tan poco tino que varias veces lo picaban a él.
Furioso, sin importarle estar poniendo su propia vida en riesgo, corrió enérgico, iracundo, con todas sus fuerzas, a defender a su Joselito de la temible fiera del inframundo.
Joselito, erguido como un verdadero hombre afrontaba con toda dignidad esa muerte segura. Solo daba unos pasitos cortitos y unos grititos que bien evidenciaban su angustia mortal. Pero él trataría de salvarlo a toda costa.
Corneó una y otra vez al maligno espíritu rojo, pero este era como un rayo, demasiado veloz, y una y otra vez lo burlaba, desvaneciéndose en el aire y reapareciendo frente a él sin ningún rasguño y sin largar la mano de su indefensa presa. No obstante, para su gran sorpresa, en un momento dado, justo cuando iba a rendirse extenuado a las fauces del enemigo, se dio cuenta que lo había logrado, que el fantasma escarlata se había alejado al fin de su amigo.
Corrió aliviado hacia su inmaculado Joselito, para besarlo y hacerlo suyo a lengüetazos.
En carrera, un metro y algo antes de llegarle a tiro, Joselito saltó a su encuentro con algún tipo de obsequio largo en la mano. No eran flores, pues resplandecía como el acero. Sin duda se trataba de algún tipo de condecoración para agradecerle el brutal esfuerzo hecho en nombre del más puro amor; pero nunca llegó a ver suficientemente de cerca de qué se trataba. Algo frio, de súbito, se incrustó en su grupa, atravesó su alma y razgó su corazón… un coletazo –pensó- del aterciopelado demonio que, vencido, no quiso largarse con las manos vacías.
Sus rodillas delanteras golpearon y se clavaron al unísono la compacta arena, cargando con todo su peso. Ya casi no sentía dolor. La quijada se deslizó suave al suelo, y mientras expiraba pudo sentir el aplauso que le regalaban miles de mexicanos y Joselitos sentados alrededor, que habían -de alguna forma- podido presenciar el enorme heroísmo demostrado al salvar a su amigo a costa de su propia vida.
Aún vivía cuando su apuesto varón, en ajustado, excitante y viril atavío lentejuelado rosa y oro, con su bultito marcado al frente y el culito en pompa bien apretadito, le extrajo la oreja derecha de un solo corte. Su corazón se hinchó de alegría y orgullo… se estaba quedando con algo de él, algo para recordarlo por siempre jamás…

EL ESCULTOR

Ya se estaba acostumbrando a los crujidos que hacía la vieja escalera cada noche entre eso de las tres y las cuatro de la madrugada. No lo sobresaltaba escuchar -de tanto en tanto- esas risitas siniestras y los murmullos apagados que sentía, al entrarse el sol, provenientes del altillo, Tampoco los tan marcados pasos acercándose unas veces y alejándose otras, por esos laberínticos pasillos. Ni siquiera lo estremecían ya las campanadas que cada noche daban las doce desde el reloj que -sin marcha- colgaba en el corroído living de vieja casona.
No, definitivamente no lo atemorizaban más los ruidos por más extraños que le hubieran parecido al mudarse. ¡El alquiler era único! Se consideraba realmente afortunado del techo que había conseguido con tan pingues recursos; esta era -sin dudarlo- la panacea para un bolsillo de artista como el suyo: ¡mucho espacio, inspirador misterio y… minúscula renta!. Se trataba de una casa de esas que señalaban las otrora épocas de glorioso progreso. Una propiedad de gran envergadura, rodeada por una tupida y añosa arboleda, con más de diez habitaciones y hasta unas hermosas gárgolas que –casi enteras- vigilaban atentas desde el techo. Por si ello fuera poco, se hallaba emplazada en la zona céntrica del distrito norte del Gran Buenos Aires y el milagro de su supervivencia –según se lo había explicado el agente inmobiliario que hizo el contrato de arriendo- se debía a que, tras años de litigios, no habían logrado autorización para demolerla y reemplazarla por las habituales torres de lujo, por unas infrecuentes disposiciones del legado.
Pero toda esta misteriosa atmósfera que hubiera hecho huir a más de uno, a él le había servido como un refugio para reencontrar a las musas que, desde hacía tiempo, había sentido pasar de sí. Era un artista plástico, los sentidos exacerbados y el terror a flor de piel, potenciaban su creatividad toda.
Con casi un mes de sobresaltos ininterrumpidos, con veladas de horror absoluto que le habían vuelto cano de repente, con tantos amaneceres que lo encontraron rendido con los ojos enrojecidos por el esfuerzo de no cerrarse en toda la noche, mientras su espalda apoyaba contra la cajonera de la cómoda colocada -vez tras vez- como barrera entre él y la puerta del cuarto que temblaba –en ocasiones- cual hoja de papel por los golpes propinados por alguna endemoniada entidad.
Cada día, al volver la claridad, aprovechaba él todos esos estados de ánimo experimentados para volcarlos a su arte… nunca había hecho tantas esculturas de barro, pintado tantos cuadros, incluso –incursionando en nuevas áreas, había llegado a escribir muy interesantes cuentos… obviamente… de terror. La reciente tranquilidad a la que había arribado llegó de la mano del razonamiento de que él nada les había hecho a esos seres, así pues –pensó- “¿por qué habrían de querer hacerle daño?”. Por muy disgustados que estuvieran, él nunca sería objeto de su venganza… de modo que solo restaba aprender a convivir con ellos.
Lo único que lo preocupaba de este logrado acostumbramiento, y si bien se había asombrado del contenido oscuro y sombrío de sus más recientes producciones, era que nada –ahora- le ocasionaba el espanto inicial. Lo perturbaba el hecho de que si comenzaban a venderse sus obras como el esperaba, pronto disminuiría el stock habido y no estaba seguro de poder evocar nuevamente la virulencia, el desquiciamiento horroroso vivido durante esos primeros días que lo habían llevado a ese torbellino caudaloso de la generación artística.
Esa noche se reencontraría con su novia que venía de las afueras de la ciudad, de donde él era oriundo hasta hacía tan solo treinta días; treinta días que hoy parecían una vida entera…. vendría su novia, la mujer de su vida, quería mostrarle todo, quería que viera que se estaba convirtiendo en todo aquello en lo que ella había apostado, en lo que ella había creído, aun cuando todos lo veían con los ojos chatos, de pueblo; Quería que ella pudiera -al fin- apreciar al hombre bajo el cascarón introvertido que era, que había sido antes de llegar… a la casa.
Cuando la vio trasponer el umbral de entrada se dio cuenta. Nunca había invitado a nadie desde la mudanza, a nadie había mostrado su obra… ella sería su primer jurado.
Prácticamente desde el marco mismo de la puerta, se arrojó al tan esperado abrazo de su amante. Enamorada, recordó en el acto la pasión que la había traído desde tan lejos, siguiendo los pasos de ese soñador y bohemio que le había escrito una carta por día desde hacía más de un mes; cartas cuya temática pendular oscilaba de modo dramático entre el amor y el miedo. Sintió como casi se salía de sí ante la fuerza con la que su hombre la tomaba entre sus brazos. El tan emotivo reencuentro había llegado… él no la soltaba… por lo que -sin querer frenar tal gesto espontáneo de haberla extrañado tal vez más de lo que ella lo había hecho, decidió no hacer ademán de hallarse satisfecha. Entonces, en vez de intentar soltarse, redobló la apuesta y posó –cándida- sus labios en su hombro, convirtiendo ese abrazo en romántica danza.
Luego de los primeros instantes de ensoñación, ella abrió los ojos y no pudo evitar notar a su alrededor un living de enormes proporciones, cubierto con alfombras y tapices de un escarlata intenso, pesado. Desde el piso los observaban un centenar de estatuas de barro de no más de un metro de altura. Todas idénticas. Todas representaban niños; niños con una expresión satánica en el rostro; Todos dispuestas de igual manera, como mirándolos a ellos, todos con un cuchillo en la mano derecha y con una media sonrisa en los labios… quiso separarse, no pudo.
Detrás de los amantes, un óleo profético los retrataba fielmente, en la misma posición en la que estaban, incluso llegaba a parecer un reflejo... ella llegó a divisar en el cuadro, claramente, un cuchillo en la mano derecha de su novio, y nada más vio…
Lo último que le escuchó decir susurrante, amoroso, mientras su mente se nublaba definitivamente fue: “Necesito nuevos fantasmas vagando por aquí, fantasmas que, ahora, me odien a mi”.

 

 

 

 

EL LECTOR

Había leído todo sobre Da Vinci, el Priorato de Sión, Templarios, caballeros de Saint John, los viajes de las doce tribus perdidas, Agartha, túneles que unián la Antártida, la Cordillera y Asia; gracias a von Daniken había estudiado con detalle cada mapa que refiriera sobre la cueva de los Tayos de Ecuador donde -decían- se emplazaba la Biblioteca de Oro de los Atlantes; no había dejado pasar sin leer libro que tuviera cualquier dato de interés sobre conspiraciones gubernamentales, sectas extrafalarias, Opus Dei, grupos de la doctrina secreta, sociedades teosóficas, hermandades de orden más sutil o de naturaleza supuestamente espiritual; había profundizado la pingüe data accesible sobre las misteriosas reuniones anuales en las que el Grupo de Bilderberg define qué será de los próximos treinta o cincuenta años de la humanidad; leyó sobre logias actuales y pasadas: cráneos y huesos, iluminatis, rosacruces, masones e incluso llegó a ser un sabedor de todo lo vinculado con ovnis, seres intra y extraterrestres, etc.. Devorador de series como X Files, Millenium, Fenómenos y hasta Star Treck, sobre las que podía invocar cada detalle mejor que sus propios autores y directores. Visualizador estudioso de cada documental sobre ufología, sociedades de magnates, empresas y desarrollos transnacionales y política y ecología a nivel planetario.
Lo sabía todo sobre "ellos", solo que "ellos" nunca eran seres concretos, alcanzables, "ellos" no eran "alguien" de su mundo real...
Hacia estas entelequias acerca de las cuales todo lo sabía, ya no sentía ningún temor reverencial, ni siquiera el respeto inicial por la magnitud de sus designios; ese primer sentimiento de fragilidad era historia, esa sensación de estar solo y desvalido ante ellas no era más que un recuerdo borroneado por la nueva certeza de que se había tratado tan solo de algún retazo de adolescencia tardíamente procesado. Era como si todo lo que alguna vez había creído que era: "la atrapante trama oculta del universo", se hubiera desvanecido y convertido instantáneamente en una especie de ficción barata, burda, una especie de novelón que algún idiota delirante había logrado hacer germinar subrepticiamente en el imaginario colectivo como algo posible, como realmente existente.
¡Cuantas horas y días, cuantos meses y años de tiempo libre, de descanso, sacrificados, perdidos en urdir relaciones, en establecer presuntos patrones entre la información habida por diversos canales: en los libros y periódicos, en la teve y la radio!
¡Cuantas relaciones rotas, postergadas, y cuantas que ni siquiera habían llegado a serlo por culpa exclusiva de esa obsesión por archivar diarios, revistas, agendas, por convertir todo en un depósito de... basura! (pensó).
Esta vez no sería como antes. Estaba decidido a comenzar a vivir. Había aceptado que nada ganaría castigándose más con estos reproches. Podía dejar de ser un fantasma, una sombra. Podía liberar al ratón de biblioteca de esas investigaciones que sólo él reseñaba para sus adentros como "ultra secretas" y que, lejos de inspirar respeto, provocaban cómplices y risueñas miradas entre sus compañeros de estudio... podía empezar a vislumbrar la idea de culminar su carrera, ponerse de novio y -con el tiempo- hasta formar una familia.
La vida había logrado imponerse a esa pesadumbre de soledad y hastío, a ese nunca acabadamente descubierto vínculo entre poderes... ¡viviría!
Comenzaría a hacer lo que antes, cuando se sentía el último gran buscador de verdades, consideraba el opio de los pueblos... miraría shows televisivos, concursos de danza, discutiría (luego de ponerse al tanto sobre las reglas y esas cosas) de fútbol, saldría a bailar, tomaría cerveza en exceso cada fin de semana y leería revistas de trivialidades con el único afán de enterarse de las trivialidades, sin intentar encontrar nodos comunicacionales, ni claves, ni mensajes subliminales; sin querer desenmascarar -como antes- a supuestos agentes de formación de opinión de masas que trabajaran para oscuros intereses; sin sentirse perseguido, ni cuidarse las espaldas: ¿Quién -francamente- iba a estar perdiendo tiempo en él?
Ella le había sonreído "a él". Mientras ante sus escasos y crípticos comentarios todos -como siempre- se reían entre ellos y "de él"; ella, la nueva de la clase, se había acercado cuando nadie miraba y le había dado conversación, justo "a él", a quien todos consideraban "el bicho raro", "el paranoico", "el mono sabio".
Ella era muy hermosa, aunque los demás pudieran no percatarse de su presencia o no prestarle atención por los simples detalles de tener el pelo recogido, brackets y lentes gruesos... ciertos clichés que tradicionalmente espantan al estudiantado medio; En verdad, estos sortilegios operaban en él de modo exactamente opuesto. Podía sentir su lejano magnetismo animal asomando tímido tras cada miradita que "la niña" le hacía desde ese primer cruce de palabras.
Esta semana, luego de casi un mes de meditada inseguridad se había animado a invitarla a salir. Sabía que esa noche una de las genuinas grandes verdades de la vida podría revelarse ante sí. Esa podría ser la noche que marcara su existencia para siempre.
Se perfumó, se puso esos pantalones oxford negros y la camisa a cuadros que tanto le gustaba, prendida -como acostumbraba- hasta el último botón, un suéter con escote en v y marchó a la cita.
Ella había sugerido hicieran un picnic en la poco vigilada biblioteca, lugar donde por primera vez se había fijado en él. Para cumplir con tan sugestivo deseo, él dejó esa tarde un estratégico pestillo sin pasar en una ventana lateral del edificio que les garantizaría un ingreso prolijo y anónimo.
Cuando llegó a la entrada acordada recibió un mensaje de texto: "Estoy dentro. Si me encontrás soy tuya!".
Recorrió cada sección sin dar con su chica, hasta llegar al segundo piso. Estaba excitado por la adrenalina que le inyectaba a su sangre todo este juego entre sensual y riesgoso (ya que no dejaba de percatarse que estaban allanando claramente un lugar público).
Sobre la baranda central una nota pegada decía: "Mirá para abajo, mi amor".
Entre la oscuridad natural del sitio, las palpitaciones previas, y lo sorpresivo de la situación, no pudo siquiera llegar a interpretar la razón de ser del lazo que pasó veloz ante sus ojos para descansar en su cuello, ni pudo reparar a tiempo sobre esas manos que tomándolo firmes de los tobillos lo balancearon tan fácilmente hacia el vacío.
"Está hecho..." dijo áspera ella al subirse al vehículo: "...justo antes de que sean un problema. Es la orden".

 

GRADUADO (versión corta)

“Se libre. Te amo” decía la tarjeta, que junto a media copa de champagne esperaba al recién graduado. Leyó la nota y bebió de un solo sorbo a su entera salud. Vio con sorpresa, en el piso, ese retrato de su niñez.
Ella se sentía tan feliz, tan orgullosa, como angustiada. Sabía lo que esa última materia representaba… se iría el hombre de su vida, su hijito; ”y… biólogo marino -pensó acongojada- siempre estaría lejos".
Supo que él la perdonaría. Escribió la nota, bebió lo que pudo de la copa con cianuro y se mantuvo estoicamente erguida mientras acariciaba la foto de Eduardito, hasta que sus rodillas se aflojaron y se desplomó por fin, rodando bajo la mesa.
Increíblemente, a pesar del largo mantel que la escondía, fue encontrada por el cuerpo inerte de su hijo que, también rodando, terminó por quedar recostado –como siempre- en su regazo.



CRIMEN Y CASTIGO

“Donde hubo fuego, cenizas quedan”, pensó aturdido, mientras terminaba de incinerar el cadáver de su ex novia; de aquella que lo había traicionado poniéndose a salir, descaradamente, con su mejor amigo.
Y cenizas quedaron nomás, ya que si no hubiera sido por las partículas halladas en la campera y pantalón, jamás podrían haber capturado y encarcelado al responsable de tal horrendo crimen.
Por suerte, “al que madruga, Dios lo ayuda”, reflexionó irónico, mientras recordaba cómo había podido llevar puesta la ropa de su mejor ex amigo para cometer el homicidio, y volverla a colocar en su sitio antes de que éste se despertara siquiera.
Y quién más responsable del hecho, que aquel que había tenido el coraje de arrebatarle a plena luz del día, lo que era suyo.
“En fin -terminó justificándose- ladrón que roba a ladrón…”

SI PAPÁ NOEL SUPIERA DE SANTA CLAUS

Si de verdad supiera Papá Noel que en el hemisferio norte le han puesto nombre de mujer, habría que tener por seguro que no andaría llevándoles más regalos a los que le escriban cartitas a la tal “Santa”.
Diferente sería el caso si él mismo hubiera propiciado el error por vestir faldas, como la de los escoceses, por ejemplo… claro que de ser así, dichas prendas deberían ser rojas… y algo me hace pensar que si Papá Noel llevara una falda roja, botas rojas y una bolsa roja en una noche en la que todos andan medio bebidos… de todas formas… no sería ninguna Santa.

 

EL ACUSADO

Jamás podría ser un abominable genocida, como a mansalva lo informaban tan irresponsablemente los medios de difusión masiva. De ningún modo podrían juzgarlo, justamente a él, por los horrendos crímenes de lesa humanidad cometidos durante tan terrible dictadura.
Cómo era posible que le imputaran tan increíbles atrocidades sin siquiera conocerlo, sin haber nunca visto a su adorable esposa, prestigiosa dama honoraria de la caridad. Lo bien que ella podría haberles explicado lo incapaz que él era de matar, siquiera a una mosca.
Cómo iban a juzgarlo sin antes ver a sus hijos, ambos profesionales, uno del derecho, otro de la salud; o incluso sin antes haber visto a sus nietos Julio o Marcos, increíbles, hermosos…todos, todos… bueno, salvo Néstor, ese si que no merecía ser de la familia… a ese habría que haberlo matado de chiquito, por zurdo.

 

Corazón de madera


Nelfi, regresó del pueblo con un reloj. Lo encontró tirado, roto. El sabía que Sulfo, lo repararía… él podía hacer llover.
El viejo lo abrió y minúsculos engranajes, fierritos y resortes saltaron a su callosa mano y al piso. Pasó días en su ranchito de chapa, intentando interpretar su encastre y funcionamiento.
Al fin, Sulfo llamó a Nelfi. Puso sobre la mano del infante aborigen, el objeto. Con parca emoción dijo solemne: “No marcará las horas como los del hombre blanco, que vive apurado, pero su corazón de sauce, hinchará o encogerá revelándote el frio o calor de la jornada, la manecilla de algarrobo te dirá de la humedad por su rojo, la clorofila si es día o noche, y su aguja marcará el norte. El símbolo grabado, es tu nombre en la lengua de los antiguos.”.
Jamás nadie vio niño tan feliz con su estación meteorológica de precisión guaraní.

 

 

Budismo Zen


Luego de años de limpiar meticulosamente los baños del doyo, con un cepillito no más grande que uno de dientes, grito eufórico el discípulo:”¡Al fin me iluminé, la concha del pato!”. El maestro, en silencio, dudó.

 

Barrabás


“Asumiré todos tus pecados y pagaré tus culpas”, le dijo el Inri en el calabozo. Cuando lo liberaron, no podía creer su suerte. Ël libre, el hijo de Dios, colgado. Meditó un instante a los pies de la cruz y se fue a jugar a los dados. Increíblemente también ganó allí una fortuna en denarios. Lo hallaron con el cabello totalmente blanco y casi sin voz, al margen de un arroyo. Juró y perjuró que al tercer día de ganar sin parar a todo, se le apareció Jesús, el Cristo, a reclamarle su colaboración para la causa.

 

 

El grito

Desgarrador, profundo, casi siniestro, sonó el grito de Agalus, al serle arrebatadas -de un solo corte- las alas. Eligió la forma humana, y perdió su condición en el mismo instante en que el deseo de sí mismo fue más fuerte que el de adorar a Dios. Ya con los pies en la tierra, con sangre en la espalda, con hambre y frio, desnudo, comenzó a desear fuertemente ser un angel… pero a los humanos no nos pasa lo mismo con los deseos.

 

 

General

¿Cómo iban a pensar que él había sido un abominable genocida? Evidentemente lo juzgaban sin saber, por prejuicio. No lo conocían, ni a su hermosa familia. No sabían de Jorge, el mayor, abogado prestigioso; De su esposa Elena, dama honoraria de la caridad. Nadie se había tomado el trabajo de investigar acerca de sus nietos, el médico y el sacerdote. Y de Néstor, bah, de él mejor no hablar. A él habría que haberlo matado de chiquito, por zurdo.

 

 

Saber

La sacó del pozo. La tomó y la limpió con delicadeza, de pelos y tierra. Miró la fotito impresa en la chapa oval y pensó para sí, “¡que bella eras, Anita!”. Y durante los seis años que siguieron, Anita, lo acompañó insomne en sus largos días y noches de estudio. Un día, al fin, ya doctor, la volvió –sin remordimiento alguno- al pozo. Ella se quedó, sin chillar, a la espera del próximo.

 

TODO LLEGA
Y justo que comenzaba a aceptar el matrimonio gay, comenzaron los zoofilistas a decir que se sienten muy discriminados por no poder casarse con sus mascotas…

TODO PASA
Justo cuando llegué a mi primer millón vino a llegar el maldito dos mil doce con su muy mentado y apocalíptico “fin del mundo”… y otra vez al trueque.

DESEMPLEO
De mesita de noche, un lavarropas roto que ocupaba el lugar que antes fuera del motor de su antiguo automóvil. En donde habían habido un volante y dos asientos, ahora, un pobretón catre reposaba, y en el sitio del amplio baúl, un perchero. Parecía mentira que el lugar en que antes se estacionaba tan cómodo el rodado, ahora apenas entrara él, con sus petates.

CRISIS
No era una oportunidad de cambio. No era una etapa negra aprovechable como aprendizaje sobre los errores cometidos. No se trataba, como otras veces, de un cimbronazo del cual extraer ventajas o capitalizar a futuro. Era un maldito, fucking, puto, problema irresoluble…

VIDA
De repente se halló solo, corriendo por su vida. Nadie lo había entrenado especialmente, pero intuitivamente estaba cierto sobre que detenerse era morir. Cuando ya casi no tuvo más energía, vislumbró un islote, allá a lo lejos. “Si llegara hasta allá, pensó”. El afán de supervivencia hizo que lo lograra, pero igualmente debió morir a sus veintitrés, para convertirse en alguien de cuarenta y seis… cromosomas.

ANGUSTIA ORAL
De tanto comer a lo bestia, había olvidado el particular sabor de la comida. Había perdido el disfrute de los aromas, el placer de la anticipación, eso que dispara la saliva como a raudales. De tanto comer perdió la dimensión del hambre, y un día en que se demoró cinco minutos el delívery murió de tristeza, sin saber porque moría.

Navidades
Si Papá Noel supiera que en U.S.A. le han puesto nombre de mujer, estoy seguro que no llevaría más regalos a los que le escriben cartitas a la tal “Santa”. Sería distinto si él mismo hubiera propiciado el error por vestir –por ejemplo- faldas rojas… claro que algo me hace sospechar que si Papá Noel llevara unas faldas, unas botas y una bolsa roja en una noche en la que todos andan medio bebidos… de todas formas… no sería ninguna Santa.

Maldito honor
Estaba de vuelta en casa, y las últimas operaciones en Irak, le habían dejado el amargo sabor de la victoria. A un mercenario de ley, como él era, debían haberlo matado una bala enemiga, un hombre bomba, y no este asqueroso cáncer de próstata.

El plan del tonto
Si hubiera habido un solo indicio de lo que iba a suceder jamás habría intentado aquel robo al camión blindado, ni arrastrado a la muerte a tantos amigos. ¿Quién iba a suponer que se desataría tremenda balacera estando todo ese dinero transportado debidamente asegurado?

Zeus
Al caer la tarde, pudo agarrarla a tiempo, justo antes de que se rompa… sólo para demostrar sus divinos reflejos.

Zorra
En el cajón de la mesita de noche, su siliconado amigo a baterías. En la cómoda, su ropa íntima más caliente. Y mientras folla con su marido, como siempre, su fantaseado y renegrido amante bajo la cama.

No es culpa de Dios
Fuera de toda duda razonable, Dios ha querido hacerme el mejor y lo soy. Claro que Él ha dejado al hombre su libre albedrío. La libertad nunca es total, porque uno es un ser limitado. Pero siempre se puede elegir entre opciones y entregarse así a realizar deliberadamente la voluntad divina. Por ejemplo, si a ti te toca ser jurado, elegirme como el mejor.


TRANSGRESOR
Es tan difícil pensar en las bases. Cuatrocientos ochenta caracteres con nombre incluido. Con espacios. Con puntos… hasta con puntos suspensivos y comas. ¿Cómo voy a hacer para contar algo en tan poco espacio?. Huy ahora, encima, me parece que me pasé… ahh menos mal, todavía voy por los trescientos veintisiete y… oh, me temo que ya pasé los trescientos ochenta y pico y todavía no empecé con el relato… ¿y si me paso por uno y no llego a decir lo Sebastián Guerra


Vanguardia
Había comprado ese vehículo cohete para poder viajar al espacio cuando él quisiera, no cuando se lo impusiera la moda. “Qué espanto esto de la falta de libertad con la que todos viven. Todos dependiendo del qué dirán, de cómo los verán y juzgarán los demás… -y pensó con bronca- ¿por qué no habré nacido en el siglo XX?”

BRUTALIDAD
El muy salvaje había crecido como el hombre de Aveyrón, solo, vagando por los bosques hasta que fortuitamente lo encontraron; y a pesar de que se le daba tan mal para el lenguaje, se le daba –curiosamente- muy bien para la televisión…

Manaos, adentro, adentro
“El que sabe leer tiene muchas ventajas en la vida”, le dijo el maestro rural al niño indio del último confin del amazonas, y dicho esto remarcó: “Ahora que sabe ya las letras, léale estos papeles a su tata y que le ponga la mancha del dedo aquí debajo con esta tinta que le doy, y para mañana, ehh”. Claro, dijo el infante mientras recitaba difícilmente: “ccccessssiooonnnnn grrrratuiiita dddddeee dereeecchhhhhos poosseeeesooorios”.

PUMA
Jamás habría llegado a advertir la presencia del felino, si este no hubiera gruñido de modo tan distintivo al mismo tiempo que tomaba su cabeza. Sólo gracias a ese detalle pudo su cerebro interpretar, en tan brevísimo instante, que era posible lo que a primera vista le hubiera parecido una alucinación. El tambaleándose en una dirección y su torso y piernas quedando allá tendidos a varios metros.

 

 

INSTANTE

De súbito todo se detuvo. El chino del supermercado, los clientes, los dos chorros y él mismo quedaron paralizados. Las dos bolsas de papas fritas que acababan de caer del mostrador, estaban allí, suspendidas en el aire, sin llegar al piso… todo detenido. A treinta centímetros de su propia cabeza, y en línea directa con su frente, flotaba milagrosamente inerte la bala recién disparada. Pero su cuerpo pétreo como todo lo que lo rodeaba no podía escapar. Luego de intentar correrse, esquivar, saltar, moverse, quedaba claro que lo que le restaba de vida podría durar horas, días y meses de este estado mental, pero sólo correspondería -en el plano físico- al inexorable avance de esos treinta centímetros por parte del plomo servido. La etapa de negación había concluido. Iba a morir. Al terminar de comprender esto pudo percibir que el metálico proyectil avanzaba un milímetro de su recorrido. No era que todo se hubiera detenido, era que su mente volaba para aprovechar ese último instante. Entonces comenzaron a aparecer imágenes de la familia, el recuerdo nítido, tangible, de las peleas, los humores, los nacimientos de los hijos y sobrinos, su crecimiento, sus progresos, las alegrías y tristezas, los grandes éxitos y fracasos de la vida… y la bala avanzó otro milímetro, la etapa de reconciliación con los demás había concluido… entonces comenzaron a aparecer los cuestionamientos, los reclamos, lo que no había hecho, lo propuesto, lo que podría haber hecho si no hubiera estado haciendo otras pavadas, y la bala pasó otro milímetro, había logrado reconciliarse con su propia imagen… entonces le llegó el turno a la culpa y el miedo. Le permitió al fin a la consciencia, el que aflorara todo aquello que había hecho en la vida a sabiendas, con la certeza, o aun con una duda razonable de haber estado obrando mal, y todo lo que había hecho y dejado de hacer por temor a la vida… pasó un largo rato entre cavilaciones de este tipo… tal vez fue equivalente a meses… y al fin se perdonó en lo más íntimo, y la bala avanzó otro paso.

¡Qué afortunado soy!, pensó tras lo que pudieron ser años de quietud y silencio al haber terminado sus asuntos con la vida cotidiana, con la sociedad, la cultura y sus exigencias. Aun me quedan estos inmensos 29,6 centímetros de vida, y ya no tengo sino que contemplar las maravillas de la creación!.

La mente se desvaneció y se fundió con el todo. La bala atravesó inmediatamente su cráneo. El chino se consternó. Los ladrones huyeron.

 

 

PAPIA

Sos el primer átomo , el primer electrón y protón,
Sos la primer mota de polvo
Sos el primer planeta, el primer sol, la primera luna,
Sos el primer germen, la primera bacteria, el primer organismo,
Sos el primer liquen, la primera gota salada del mar,
Sos el primer animal, el primer mamífero, el primer hombre,
Sos mi padre que murió ayer.
Sos Hitler, y el primero y último de los muertos por su orden,
Sos Gandhi, el pacifista, sos Atila el Huno,
Sos el último hombre, el último mamífero, el último animal,
El último liquen, germen y bacteria,
El último sol, la última luna que existan,
El último átomo, protón o electrón,
Sos el Uno, el Dios, el Creador,
Sos mi papá que murió ayer.

 

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Artículo en progreso

 

EL ENCUADRE EN LA ATENCIÓN JURIDICA

Al hablar de encuadre nos referimos a las normas explicitadas del mismo relativas a la organización espacio-temporal de la atención y de los servicios contratados; tanto como a los honorarios que -con variantes- cada abogado debería enunciar de manera clara y cristalina, y acordar siempre con sus clientes en ocasión de serle contratados dichos servicios.
El encuadre es un límite, un continente, un marco que alberga un contenido: el proceso jurídico, sea este judicial o extrajudicial.
Por lo tanto es un pre-proceso propuesto por el abogado, que nace a instancias de éste, pero que se conforma como lugar común, ya que será recubierto también por los clientes y sus fantasías.
Podemos decir que hay dos encuadres: uno, el que propone y sostiene el abogado y que será aceptado prima facie de forma consciente por los clientes; y otro, el del "mundo de la fantasía", que dará lugar a un encuadre fantaseado.
En las fantasías hallarán lugar representaciones inconscientes o preconcientes que el cliente tiene sobre personas con aspecto similar al del letrado que tiene enfrente, entrecruzamientos de una corriente emotiva irracional derivada de las historias que conoce sobre abogados, del rol arquetípico que les adjudica de forma no consciente, la confianza o desconfianza de su núcleo familiar y de crianza hacia el rol específico, etc.; todos estos elementos crearán ciertas disposiciones que estarán plenamente activas por debajo y detrás del discurso explícito, y por eso habrá que atender por sobre lo que se diga, al timbre y tono de voz, a la mirada, a los movimientos oculares, a lo postural y lo gestual, que son elementos reveladores de la vivencia emocional subyacente.
El dispositivo espacio-ambiental del Estudio Jurídico es formal y estructurado proporcionando un esquema jerárquico del saber, enfrentado al no saber. Esto no debe ser tomado como regla iure et de iure, a veces, conviene replanteárnoslo, por ejemplo ante casos de clientes o consultantes que se ponen ellos mismos en el lugar del saber (porque estudiaron dos años de derecho, porque un hijo o sobrino o conocido es abogado, o porque un vecino lo asesoró en la cola del almacén) El abogado aquí puede reafirmar su lugar discutiendo o midiendo “la largura” de su saber frente a “la pequeñez” del saber del cliente, o bien intentar un desplazamiento espacial, sentarse junto al cliente, a la par de él, para lograr un acercamiento físico y simbólico que atenúe el impacto por la real distancia entre conocimiento y entendimiento de la situación jurídica que atraviesa el planteo traído a consulta.
En la mayoría de los casos el ambiente estructurado proporciona también una atenuación de las intensas ansiedades generadas por el conflicto jurídico, por eso suele revestir importancia la atención espacial en una oficina y no en un café, o en un hall tribunalicio, al menos inicialmente. El orden o desorden visual de los papeles, carpetas y documentación influirá en este mismo propósito estructurante, como la forma en la que se reciba y conteste uno o varios llamados telefónicos durante la consulta del cliente, ya que producirá identificaciones y será disparador de ansiedades presentes o futuras, si bien todo ello dependerá siempre de la personalidad y percepción de cada cliente. Si el entrevistado percibe que al hablar por teléfono informamos cotejando información en ordenadores o con carpetas o haciendo evidente gestualidad de invocar la memoria, si sonreímos al saludar o al despedirnos y mantenemos la sonrisa como auténtica salutación y no como mueca o simple costumbre, si al cortar no se evidencia falsedad, el cliente sentirá confianza luego al llamarnos por teléfono a nosotros, caso contrario hay ansiedades persecutorias que tal vez se disparen en dicha ocasión. Una llamada telefónica agresiva debe tratarse, frente al cliente presente, como una llamada habitual y corriente, sin exteriorizarse cólera, enojo, ni dramatismo alguno (ya que el presente cliente o consultante no quiere una explicación de la particular situación de discusión –si esta se diera- porque ello sería análogo a aceptar que su propio caso pueda luego ser contado a alguien más ante una llamada disconforme).
Aquí es crucial comprender que las personas se identifican entre sí, tanto al presenciar la respuesta a un llamado como al cruzarse en la sala de espera. Por esto –también- hay que tratar de no juntar contrapartes en salas de espera o manejar atención de no clientes consultantes y clientes, con partes contrarias (que pueden venir a pagar o a discutir) en horarios diferentes –o si hay posibilidad espacial- emplazarlos en diferentes salas de espera. Lo mismo si se trata de clientes que hubieran manifestado algún grado de disconformidad con el tratamiento de su caso y que fuera posible hicieran algún tipo de descarga emocional pública. En este caso conviene asignar horarios especiales o –ante presentación espontánea- atenderlo prioritariamente fuera del orden de llegada o citas, para evitar que su exaltación provoque malestar futuro o pronta degradación en la confianza de los involuntarios espectadores presentes en el ámbito.
Las instalaciones de la oficina, el despacho, el escritorio y las sillas, la postura de atención e incluso el atuendo, conforman un dispositivo que induce, convoca y evoca determinadas representaciones fantaseadas relativas a esos objetos y sus relaciones.
El estar frente a frente, mediados por un escritorio, bien puede favorecer la confianza ante la posición de saber de quien se halla respaldado por cantidad de títulos y diplomas que suelen colgar alrededor, bien puede generar o propiciar que el consultante llegue a sentir una corriente interna pacificadora que tranquilice la ansiedad previa, como también colaborar con las fantasías persecutorias, y articulación de estrategias defensivas absolutamente innecesarias a la cuestión como el responsabilizar a otros por los propios hechos, o atajarse ante las preguntas en lugar de responderlas clara y directamente, etc..
Muchas veces en Estudios Jurídicos emplazados en zonas barriales de clase media-media y media-baja, el saco y corbata conviene dejarlos para las audiencias, porque pueden ser leídos por muchas personas como una señal de que la contratación está fuera de su alcance económico, o bien porque -por falta de cercanía con su vida diaria y con el atavío de la gente con la que se vincula- le generan simple desconfianza los “cuellos blancos”.
En todo escenario hay, siempre, un lenguaje de acción (a través de lo gestual y de los movimientos corporales) en el que puede leerse una determinada significación. Este subtexto es crucial si queremos tener un dominio más o menos entero de las expectativas que el consultante/cliente tiene sobre el trabajo a llevarse a cabo a su favor.
El profesional debe –a medida que gana experiencia en la atención- modificar gradualmente su escucha para recibir una pluralidad de incentivos que emite el cliente, que inicialmente son difíciles de procesar en forma simultánea (ya que el abogado novel rinde durante sus primeros años examen permanente ante sus clientes, por lo que su mente -ante la consulta- gira en torno a recordar materias, textos, leyes, etc; mira más hacia adentro que hacia afuera ante la consulta).
Lograr esta escucha por varios canales simultáneos obliga a permanecer con una atención seleccionadora de estímulos generando un tipo de pensamiento permanentemente reflexivo. Este permite –a la vez- que el discurso del cliente sea orientado oportunamente mediante un correcto corte de las ramas por las que el cliente puede llegar a desviarse de su motivo de consulta. Pensar mientras se escucha o antes de responder a la consulta: ¿Qué quiere esta persona que tengo enfrente? Ya escuché lo que “dice que quiere” pero: ¿qué quiere?, ¿busca revancha?, ¿necesita ir al psicólogo en lugar de al abogado? ¿necesita otro tipo de contención? ¿está en riesgo o poniendo en riesgo a otros?, ¿está jurídicamente en lo correcto o está equivocada?.
Es crucial aprender a distinguir el motivo aparente de consulta (lo identificado, exteriorizado y explicitado –digamos- oficial y conscientemente) del motivo real de consulta (que puede ser jurídico o solo tener fachada de tal).
Gracias a esta distinción podrá el letrado preguntarse: ¿algo de lo que yo haga solucionará en algo la problemática de esta persona? ¿En qué?; Y este “¿en qué?” deberá aclarase como parte del encuadre del trabajo que viene si el consultante se transforma en cliente.
Por fin, pero tan importante como esto último habrá que preguntarse: ¿Cómo debo adecuar la respuesta jurídica para que la comprenda esta persona lo más acabadamente posible, en su lenguaje, con su experiencia, con su nivel socio cultural?. Muchas veces para explicar una situación jurídica al consultante/cliente es necesario esforzarse por metaforizarla o reemplazarla por ejemplificaciones relacionadas con lo que la persona hace como medio de vida o en su vida diaria.
Para esto nos va a servir también el seguir el hilo discursivo del consultante sin perder detalle útil, procurando la mayor empatía para lograr una distensión eficaz que haga que se centre en narrar su caso del modo más directo e irrestricto, y ello sin permitir tampoco que la consulta se torne un ámbito de descarga emotiva, ni de iras, ni de amores, más del terreno de las psicoterapias. Para esto conviene dejar claro en el encuadre que con nuestra labor buscaremos ser un elemento ordenador y no un arma de destrucción masiva a su servicio, y que el alcance de nuestras herramientas se ciñe a lo jurídico.
Cuando a un cliente se le dan alas para ofender a su contraparte o la actividad –o presunta, o aun segura, inactividad- de otros colegas, él nos convertirá aunque no lo enuncie -y aunque no lo percibamos- en sus cómplices y secuaces, y no en sus aliados. La diferencia en este punto es total si uno ejerce como abogado en lugar de como mercenario del derecho. Es clave mantener una distancia óptima con el cliente, con su problemática. Ponerlo en la mejor situación posible implica poder ver desde fuera del problema, para ser parte de la solución del mismo.
Esta distancia óptima implica no ser tan distantes como para generar desconfianza, falta de empatía o ignorancia sobre el quehacer que se desarrollará atendiendo a solucionar o paliar el aspecto jurídico del motivo de consulta; ni tan próxima y amalgamada como para ser nosotros mismos los problematizados, los que claman justicia por encima de los designios y los hechos del caso o –incluso- por encima de la propia jurisdicción del Poder Judicial del que somos auxiliares.
Un determinado encuadre va a producir determinados fenómenos; van a resonar determinados aspectos del conciente y del inconciente del cliente (tanto como del abogado). Por eso es que es tan importante que sea claro y oportuno. En caso de detectar el propio rechazo -o antipatía- por la dinámica del caso o por el consultante lo ideal es la derivación pronta antes de convertirlo en cliente.
La derivación o renuncia tardía traerá aparejados –habitualmente- conflictos y responsabilidades de orden más grave que si estamos atentos y actuamos de modo reflejo. Es inmensa la cantidad de veces que con tal de no ver más al cliente se termina renunciando fácticamente a los honorarios que se devengaron o devengarán por las tareas realizadas en su beneficio, o sea, se perdió tiempo y dinero por no reconocer a temporáneamente que debía derivarse la consulta.
La delimitación temporal proporciona una estructura más definida a la atención. Delinear claramente que el celular –si es que se le da al cliente- no es para llamadas antojadizas o ansiosas ante eventuales dudas jurídicas que surjan a las dos de la mañana, o para llamar porque se está angustiado, colocando al profesional del derecho en un lugar de terapeuta o en el rol de amigo (ya que no es ninguna de las dos cosas). Por esto, también en lo que respecta al encuadre temporal, conviene definir cada cuanto tiempo y/o en qué oportunidades será citado para ponerle al tanto del avance de su asunto, o bien cada cuanto debería concurrir y/o llamar al profesional a fin de tomar dicho conocimiento. Conviene –asimismo- dejar claros los días y horarios de atención; si se darán turnos, si será atendido por orden de llegada, etc..
Mientras alguna circunstancia externa o interna no lo altere y el encuadre se mantenga invariable, vale decir en condiciones ideales, parecerá inexistente; será totalmente mudo. Sólo se manifiesta si falla, si cambia, si se rompe o si amenaza romperse.
Por ejemplo, ante un cliente con el cual se ha tomado el compromiso verbal de informarle novedades “periódicamente”, si este comienza a llamar a diario convendrá aclararle aún más el encuadre temporal porque el término contractual resultó ambiguo pues profesional y cliente le dan al vocablo “periódico” diferentes alcances.
El abogado puede suponer que la solución consiste en una simple aclaración de que las novedades serán comunicadas mensual o bimestralmente. Sin embargo debe darse lugar a que este aspecto pueda implicar para el cliente algo esencial por lo cual contrató (por ejemplo por razones de ansiedad sobre el avance, y más allá de toda explicación posterior sobre los tiempos jurídicos de estas cuestiones) y por lo cual puede necesitar frecuentes precisiones sobre el avance y –eventualmente- obligar que se reestructure el encuentre original con alguna/s modificación al respecto (que puede ser -por ejemplo- el nuevo entendimiento de los tiempos jurídicos bajando así la expectativa inicial generada por el término ambiguo o bien permitir una cantidad libre o ilimitada de llamadas por tal motivo pero estableciendo valor pecuniario a las mismas que rija por fuera del honorario establecido para el caso).
El honorario suele ser un mecanismo eficaz de regulación de expectativas cuando estas no se ciñen a los comunes denominadores, a lo determinado por los usos y costumbres sociales imperantes. Vale decir, el cliente excéntrico en cuanto a sus requerimientos seguramente encontrará un abogado capaz de proveerle ajuste a un encuadre también excéntrico a cambio de honorarios excéntricos. El cliente con imposibilidad económica de pagar honorarios excéntricos generalmente desciende de su demanda de atención excéntrica, en aras a mantener a su abogado de confianza.
Recién abordado, el honorario constituye un tema clave para el buen desempeño del profesional, que debe tener lo más claro posible y poner a su cliente al tanto a fondo -y desde el primer momento- acerca de cual es el costo de la consulta inicial en la que se produce este acercamiento al tema y el eventual encuadre del que venimos hablando, y sobre todo, presupuestar el trabajo que se le encomendará en razón de la consulta previo a que este sea puesto en sus manos.
De esta forma el contrato, el encuadre, el caso, y el trabajo de fondo solo comenzarán a regir, sólo comenzarán a estar en cabeza y responsabilidad del letrado, cuando el presupuesto de honorarios y gastos proyectados para el caso en cuestión sea hecho por el profesional y, con o sin negociación previa, resulte aceptado plenamente por el cliente.
Con este mecanismo se evita la negociación tardía que llevará a sorpresas generalmente desagradables para el que tiene que pagar tanto como la aceptación de sumas inferiores -aun a las escalas legales- por parte del profesional que ya hizo su labor y arriesga no cobrar ni aun el dinero puesto de su bolsillo en beneficio de su cliente.
Es crucial que se diferencien honorarios, gastos, peritos, tasas, etc. en los valores cuya aceptación se pide al cliente y que se haga un poco de “iuris pedagogía” al cliente para que sepa que pagará, cuando lo pagará y cómo lo pagará. Incluso diferenciando el caso de ganar y el de perder el proceso encomendado.
Es esencial que el continente recorte el contenido obligacional. El encuadre, en este punto, debe ser muy detallado respecto de qué incluirá el trabajo a desarrollar, cuales son las probabilidades de esta obligación de medios asumida en cuanto a los diferentes posibles resultados. Si es un juicio deberá decirse qué juicio será y cuales pueden dispararse a raíz de él y si las defensas o iniciaciones estarán o no incluidas en el presupuesto, si las incidencias tendrán o no un costo adicional, si se desarrollará en todas las instancias judiciales posibles o no, qué pasará de llegarse a soluciones entre partes en el curso del proceso, etc. etc..
Debemos adquirir en beneficio de la profesión y –en definitiva- de la sociedad toda, la certeza de que recién con un encuadre ajustado en lo jurídico acompañado por la seguridad de que la persona lo haya entendido de forma suficiente (vale decir que haya comprendido –al menos- su situación legal actual y su pronóstico tentativo), con un encuadre claro sobre la modalidad de atención propuesta para el caso y con un encuadre indubitadamente aceptado en cuanto a los honorarios y las litisexpensas generales será posible, de forma razonable y mutuamente útil, convertir a un consultante en un cliente.