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PERCIBIRNOS SIN TIEMPO (Enero 2007)
EL PROBLEMA Y LA SOLUCIÓN (Febrero 2007)
VIOLENCIA NO SOLO ES CLAVAR A ALGUIEN EN UN MADERO (Abril 2007)
CUESTIÓN DE TAMAÑO (Mayo 2007)
SE ME PASÓ LA VIDA (Agosto 2007)
VOLVER AL SER (Septiembre 2007)
PEQUEÑAS REFLEXIONES ELECCIONARIAS (Octubre 2007)
MUCHOS OBJETIVOS, POCOS PROYECTOS (Noviembre 2007)
AÑO NUEVO, HOMBRE VIEJO (Diciembre 2007)
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En términos generales solemos presumir que a aquel a quien en todo le va bien, alguna vez le irá mal, o que a aquel a quien le va bien en algunas cosas le va mal en otras, e incluso que a quién le va mal continuamente, alguna vez comenzará a irle mejor, sin embargo, en el juego de vivir, es bastante común que –a pesar de nuestras suposiciones apriorísticas- si uno ha tenido una vida medianamente afortunada no serán pocos los días en que podrá alcanzar un cierto estado de plenitud, de sensación de deber cumplido y –gracias a ello- irá adquiriendo –además- un cierto grado de confianza en que el futuro le deparará una continuidad, un mañana igual o mejor al día de hoy; mientras -por el contrario- cuando uno ha tenido una vida rodeada de altibajos, de pérdidas o de sucesos negativos, de afectos truncados y de metas irrealizadas, la autoestima tenderá a percibirse en descenso, la visión de futuro será empobrecida paulatinamente y se proyectará mentalmente una vida cada vez peor, más desdichada, más desesperanzada.
Por otra parte, no es infrecuente que quien “tiene algo” o –más- quien “tiene mucho” en la vida, en lugar de ser plenamente conciente y agradecido por ello, se compare con otros que tienen más, y llegue –inclusive- a envidiarlos (en mayor o menor medida) … mientras que –contra toda lógica- es muy frecuente que a quien “nada tiene” parezca resultarle mucho más fácil aceptar su carencia con una resignación casi estoica… es más, conforme crece la brecha entre clases sociales, el marginado parece ir adquiriendo una cierta certeza acerca de su imposibilidad de ascenso, y ello es –probablemente- lo que hace que se borre velozmente cualquier tendencia que pudiera aparecerle en ese sentido.
Los peldaños del tener son infinitos como la cinta de moebius, siempre habrá alguien con más (sea dinero, belleza, habilidades, destrezas, fama, experiencia, saber…), nadie reúne en sí mismo “todo lo más”, de modo que si uno dedica su vida a compararse con otros, a querer lo que otro tiene, morirá mucho antes de lograr su objetivo… siempre querrá algo más, de alguien más, alcance lo que alcance, logre tener lo que sea que logre.
Cuando de lo que se trata es del tener, jamás será suficiente…
El fin de año, con todo lo que tiene de comercial, de superficial, de tonta algarabía, siempre invita –por otra parte- a una reunión con el mundo de lo afectivo (muchas veces distanciado durante el año) y a la reflexión personal, a la vuelta sobre uno mismo, a un balance sobre lo que se ha hecho y lo que no, un análisis más o menos pormenorizado de aquellas cosas que han quedado inacabadas, o las que advertimos que han seguido siendo postergadas por otro año más, y –aún- a la confección del inventario de lo que proyectaremos hacer en este ciclo que recién va a iniciar.
La cuestión es que entre juicios sobre aciertos y desaciertos, hallándonos frustrados o de buen animo, buscamos –en el fondo- seguir escapando a una realidad que se nos acerca a todos: NOS VAMOS YENDO. Cada año nuevo es un año menos. Cada año nuevo, sea que nos encuentre entre champagne y vitel toné, entre sidra y pan dulce, o entre soda y pan con chicharrón, nos trae el mismo recordatorio -no querido, ni buscado- de la propia finitud… no se muere el año viejo, nos morimos nosotros un poco más.
La buena noticia es que ¡no muere el que ya está muerto!. Si realmente nuestra existencia se centra en “tener”, en padecer o compadecernos por no tener, en querer tener más, en tener lo del otro, aún en tener lo que sería esperable, –entonces- no estamos inmersos en el “ser”, no hemos bebido del agua dulce de la fuente de vida, todavía no entendimos nada, no nacimos siquiera… así que la propia finitud será tan solo un motivo de angustia –de una angustia que está presente pero inentendida, que es profunda, permanente, subyacente a todo lo que hacemos y que se reedita día con día, instante a instante- a la que –sigilosamente- intentaremos escaparle esta vez tras algún corcho, algún obsequio, algún lagrimón sensiblero o alguna risotada histérica… así como durante el año lo hicimos a través del trabajo en exceso, del frenesí de las deudas y las compras, del correr atrás del mango, y de la exigencia y autoexigencias continuas, etc. etc..
Por el contrario, si vivimos en el Ser, la muerte no será maldicha, ni nos desesperará, como tampoco lo hace un estornudo, o el propio respirar. No hay razón alguna por la que pelearse con lo que ES, carece de sentido.
¡Somos maravillosos mortales! ¡Nuestro existir grita el nombre de lo innombrable, busca expresarse en todo y todos! ¡Somos eternos y somos inmortales! ¡Somos todo eso! ¡Cada uno de nosotros subsume todo lo que hay! ¡Cada uno de nosotros tiene en sí al Dios!
¡La buena noticia es que no hay muerte para aquel que realmente está vivo!
¿Nos ha pasado un nuevo año sin ocuparnos del espíritu?… entonces nos ha pasado otro inútil año de trivialidades, de mezquindades, de imbecilidades, de superficie...
Si cuando vemos hacia fuera no vemos lo mismo que percibimos al observarnos hacia dentro de nosotros, no somos más que una criatura desfasada, una cáscara insípida y hueca buscando llenarse de objetos (fueren reales como simbólicos), cuando deberíamos experimentarnos como UNO CON EL.
El Ser no muere porque existe en acto y por esencia. Comenzar el año tomando contacto con la única realidad que importa no es un mal comienzo, aunque –francamente- da igual cuando sea que lo haga.
Lo que importa es que caiga -al fin- en la cuenta de que de nada importará este tránsito si Ud. fue y vino desde el parto hasta su último aliento, sin enterarse que no es un conjunto de células aglomeradas que se copian a sí mismas unas a otras hasta que comienzan a copiarse mal y entonces Ud. envejece hasta morir… qué sentido tendrá haber llegado al final del camino sin advertir su naturaleza divina, sin contactarse con su espiritualidad, con su ser trascendente.
Vivir el presente no es dilapidar ya y sin espera todo lo que tenemos, ni dejar a su mujer de cuarenta años por dos de veinte. Vivir el presente es haber logrado percibirse sin tiempo.
Nada
que podamos tener o poseer, ninguna calidad, ninguna propiedad, importan porque
no tienen entidad, nada de eso existe más allá de la ilusión.
La muerte no nos alcanza porque aquí estamos, vivos, ahora… no
hay –porque no existen- ni pasado, ni futuro. Este instante en el que
Ud. termina de leer esta línea es lo único que hay, lo único
que existe… y AQUÍ ESTA UD., solo Ud., Ud. solo, todo lo que ES,
el universo, la creación, el espacio, la materia, TODO EN UD., AHORA,
YA ! ¡DESPIERTE!
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Dicen que cuando uno no forma parte de la solución, forma parte del problema. En algunas psicoterapias se teoriza que las soluciones intentadas a un problema “x”, si no ayudan a hallarle respuesta, ayudan a perpetuarlo o profundizarlo.
En el arte de la guerra se suele afirmar: estás conmigo o contra mi.
De alguna manera todas estas máximas apuntan a lo mismo: AL OBSTACULO HAY QUE ENFRENTARLO Y RESOLVERLO… o, como decían nuestros abuelos: “no se puede pactar con las dificultades, o las vencemos o nos vencen”.
Sin embargo, parece haber sucesos que se acercan más a ser una adversidad que una dificultad, y –aún así- en lugar de aceptarlos y seguir adelante, hay una bárbara resistencia a aceptar las cosas como son. Las adversidades son hechos consumados o imposibles de evitar que se consumen, solo pueden ser aceptados, es inútil resistirse a ellos. Son hechos cuya ocurrencia no se desea, pero respecto de los cuales es frecuente que en lugar de aprender a sobrellevar su ocurrencia, más bien se pretende negarles existencia o desmentirlos.
Una de las máximas del pensamiento mágico, que muchas veces se convierte en guía ciego de nuestras existencias, afirma algo como: “ENTIENDO que esto o aquello es así, pero –igualmente-. CREO que es de otra manera”… ¿a quién no le ha pasado esto?… es casi la conclusión habitual de cualquier discusión acalorada entre dos o más personas que afirman cosas diferentes… aquel que prueba su punto al otro no deja otra alternativa más que que ese otro acepte su derrota o su equivocación, sin embargo ¿Cuántas veces las personas se resisten diciendo: “podrá ser así, pero PARA MI no es así”?, pues bien, eso es realismo mágico, es abrir en la realidad una ventanita ficticia por la que huir de aquello que no nos gusta en lugar de enfrentarlo.
Por definición, los problemas SIEMPRE TIENEN SOLUCIÓN, o dicho de otra manera: si un problema no tiene solución no es un problema sino un hecho, y –como tal- sólo resta resignarse ante él.
Si bien es sencillo ver esto en su faz teórica, lo cierto es que vivimos atormentándonos por este tipo de disquisiciones, cargando y retroalimentando permanentemente nuestra vida con un sinnúmero de falsas problemáticas, ocupando una cantidad obscena de horas, días, meses y años abocados a solucionar aquello que no tiene solución, por ser simplemente un lamentable hecho. Según entiendo, sería magnífico poder discernir así de fácil cuando algo que se nos presenta representa un genuino problema o un simple hecho, no obstante sabemos que se requiere muchas veces pie de plomo frente a algunas cuestiones.
La vida a menudo nos sacude con innumerable cantidad de situaciones de compleja constitución, frente a las cuales no poseemos siquiera una vaga idea de si son o no resolubles, y -por tanto- si debemos luchar aguerridamente contra ellas o solo aceptar los designios de la naturaleza de las cosas, o –para los que creen en él- del destino...
Cuando un fenómeno no deseado ocurre, sobre todo si sentimos que es de tal naturaleza que no podremos volver a ser felices si confirmáramos que constituye un dato de la realidad y no una simple probabilidad evitable, debemos ser conscientes de una cuestión trascendental: la base, la plataforma sobre la que se asienta todo el sufrimiento humano se aloja precisamente en el rechazo a aceptar aquello que ES doloroso.
El dolor fuera físico o moral, es –en cierta forma- inevitable, inherente a nuestra humanidad, mas el sufrimiento es el regodeo en el dolor; sufrir no es sino aferrarse a ese dolor, y no dejarlo ir… muchas veces porque ese dolor es lo último que nos queda de algo o de alguien cuya ausencia o pérdida nos resulta –a simple vista- insuperable o intolerable…
Por otra parte, tampoco debemos olvidar que quien se resigna ante un problema sin buscarle solución asumiéndolo como hecho está tan en yerro como aquel que obra a la inversa. Es más, si este comportamiento se universalizara, no existiría civilización, ni ciencia, ni posibilidad de progreso de ninguna índole.
Existe –entonces- una sola forma de aplicar todo esto a la vida diaria. Nadie puede decirle a Ud. si aquello que lo aqueja es un problema irresuelto o una cuestión de facto, sólo Ud. podrá discernirlo y descubrir cómo operan en ud. cada una de las cosas que le suceden; sólo Ud. podrá llegar a determinar cuanto quiere o necesita sufrir y –en su caso- cuánto necesitará esforzarse para encontrar una solución. No obstante, no deje nunca de aprovechar toda crisis existencial por la que transite, todo suceso que lo sacuda en su fuero íntimo, para averiguar más acerca de Ud. mismo, utilícela -como los chinos dicen- como oportunidad !!
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La risa fue durante -buena cantidad de tiempo- relacionada con la estupidez, la idiotez y la locura; de hecho, a tal punto fue mal vista que el evitarla resultó la causa criminal en el argumento de la célebre novela de Humberto Eco, “El nombre de la rosa”.
Sin embargo, ¿no es acaso la risa, la exteriorización más auténtica, más genuina, del sentido del humor?, y ¿no es el sentido del humor aquello que hace que podamos aceptar, sobrellevar y relativizar –aún- los sucesos más terribles?
Es cierto que cuando uno escucha algunos tipos de carcajada advierte casi al unísono el grado de histeria que detenta el portador, o la ansiedad e incluso temor que le subyace; pero ello no puede ser óbice para desconocer el carácter evidentemente salutógeno de una descontracturante chanza, de una buena broma o de un chiste bien contado.
Infinidad de artículos fueron escritos desde la década del ’90, en relación a los programas televisivos de cámaras ocultas y malas pasadas, abordando la interrogante: “¿De qué nos reímos los argentinos?”, de modo que no vamos a introducirnos en ese análisis por considerarlo suficientemente desarrollado. Ello, sin dejar pasar –de todas formas- la oportunidad de observar que si bien en la vida diaria no parece haber modificaciones al respecto, el sentido del humor general ha ido cambiando de modo mayúsculo a lo largo de los años. Las personas parecen haber ido perdiendo cierta ingenuidad que las hacía explotar de alegría ante un cuento de Landriscina, o reírse con un Minguito Tinguitela, personajes que ahora parecen tan inocentes, como insípidos al humor popular.
Entonces pues, resultaría interesante aprovechar este encuentro para centrarnos en el análisis de los resortes que toca un chiste en nosotros, para averiguar por qué es que él puede resultarnos saludable.
Una primera aproximación que viene a mi mente es que el relato de un chiste nos cuenta una historia, respecto de la cual (en base a nuestra forma común de vida, nuestras experiencias sociales, nuestras vidas familiares imbuidas de significados culturales afines o próximos) vamos a tender a predecir mentalmente un final, el que va a ser desplazado repentinamente por otro que guarda una relación exacta con la narrativa, pero que jamás hubiéramos podido proyectar. Ese desfasaje entre la realidad que proyectamos y la que finalmente resultó ser, es lo que ocasiona que nuestro cuerpo se convulsione, nos den espasmos musculares y nos salga el aire desenfrenadamente de los pulmones y –a veces- lágrimas de los ojos.
Ningún chiste que no nos muestre el abismo existente entre una realidad y otra, es capaz de provocarnos risa. Si la brecha entre una realidad y otra es demasiado grande como para advertirla y comparar ambas, tampoco nos causará gracia alguna.
Qué implica entonces el sentido del humor sino la capacidad de relativizar nuestra realidad y de compararla con otras versiones de ella misma, con otros mundos, creencias, previsiones, prejuicios, etc..
La persona que no ha aprendido a reírse suficientemente de sí misma y de sus circunstancias, en definitiva está asentada en un lugar de verdad absoluta, en la que percibe que sólo lo que a ella le ocurre, o lo que ocurre en su interior, es lo cierto; que aquello que ve o siente como verdad es La Verdad de las cosas; es incapaz de verse desde el lugar del otro, es incapaz de comprender su realidad como una construcción de su mente e incapaz de cuestionarla.
A la luz de lo expuesto, podríamos concluir que el reír es -generalmente- el resultado esperable de una cierta comprensión, una evidencia de que se ha captado una discordancia entre universos que se esperaban afines o una semejanza entre lo considerado previamente como rotundamente diverso. La risa, tiende un puente entre el uno y el otro, y –también- entre polos opuestos de nosotros mismos al revelarnos nuestras propias contradicciones internas.
La risa señala que aún existe la posibilidad, el potencial, la flexibilidad suficiente para deconstruir y reconstruir aquello que se cree saber.
Lejos queda el idiota, el estúpido o el loco risueños como agentes exclusivos de la carcajada, aunque es de notarse que ellos probablemente rían porque sus respectivos mundos, tan endeble y fragmentariamente construidos, caen demolidos y se reconstruyen en una –de seguro agotadora- danza sin fin, sin querencia, sin la más mínima estabilidad.
Nosotros -todos nosotros- edificamos, creamos, estructuramos nuestras respectivas cosmovisiones; nos escindimos de la totalidad abriendo el campo para un yo-noyo, para un adentro y un afuera; recortamos de ese “allá afuera” una serie de elementos a los que les otorgamos existencia al denominarlos, a los que clasificamos y otorgamos valor. Nos relacionamos con “otros” a los que también ponemos nombre, categorizamos y valoramos. Elaboramos –en base a todo esto- distintas hipótesis sobre quienes somos, quienes son esos otros y cómo es La Realidad.
Con los años nuestras teorías van siendo unas retenidas y otras desechadas. Poco a poco, nuestro mundo, nuestra realidad, el universo que hemos ido organizando alrededor de nuestra experiencia vital, de lo aprehendido e incorporado a título de tentativas de sentido o búsquedas de explicación, ganan el lugar de verdad.
Las viejas teorías o hipótesis van socavado el sitio de la incertidumbre del ser, y ocupado su lugar. Nos convertimos en detentadores del saber, en conocedores de cómo son las cosas, lo cual no sería tan grave si no fuera porque desde ese mismo instante dejamos de ser buscadores !
Cuando nos convertimos en personificaciones del cliché del “si te digo que va a llover, abrí el paraguas” y “si te digo que es carnaval, apretá el pomo”, corremos el riesgo de solidificar nuestra existencia, de cristalizar nuestra posibilidad de aprender y dudar de nuestro conocimiento, nos encerramos sin advertirlo en nuestras propias posturas hacia las cosas, nos entrampamos en una vida innecesaria y tristemente rígida, en la que difícilmente podamos ver algo que no seamos nosotros mismos.
Si no somos capaces de reírnos, de flexibilizar de nuestras certezas, tal vez es hora de preguntarnos cuán lejos estamos de volver a ser como niños, cuán lejos estamos de la falta de prejuicios e inocencia original y cuán lejos estamos de percatarnos del hecho de que vivimos en un universo hermoso, misterioso, inconmensurable e incognoscible.
La formalidad ritual y seriedad inconmovibles que detentan aquellos que creen saberlo todo, el hecho de ser incapaces de cambiar, de mejorar, de aprender, de cuestionar, no revela sino un intento por replicar la idea del nene que haciendo un pocito al lado de la orilla, creía que podría pasar el océano allí con su baldecito…
Tal vez lo ideal es jugar con nuestro baldecito, divertirnos con las olas, sentir el fresco que traen las ventiscas, hacer unas montañitas de arena al frente del pozo para que lo resguarden, y –luego- cuando nuestro pocito comienza a sufrir derrumbe tras derrumbe por no tolerar tanta agua junta, y vuelve a quedar al nivel del piso, aprender a reírnos de nuestra empresa, agradeciendo el hermoso día que hemos pasado !
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VIOLENCIA NO SOLO ES CLAVAR A ALGUIEN EN UN MADERO
La conducta violenta, tiene que ver con el ejercicio de un poder de subyugación. Quien ejerce violencia sobre algo o alguien, en definitiva lo que busca es el predominio, la supremacía, sea moral, intelectual o material (física).
La agresividad –tan vinculada a la violencia- se distingue de ésta –en el campo teórico- por sus fines. El objetivo motivador y final de la agresión es causar daño, dañar.
Por estos días, cercanas las pascuas, podríamos llegar a pensar: “¡Cuanta violencia se ejerció sobre éste pobre Cristo!”, y, sin desmerecerla, estaríamos dejando de lado que dos mil años más tarde, todos seguimos dándole al martillo de alguna manera.
Ni aún el más evidente de signo de bestialidad ha cesado… la humanidad aún celebra, admite como necesaria, o permite -sin consentir expresamente-, las guerras, las matanzas, las mutilaciones, las vejaciones y subyugaciones de un Estado a otro. Aún siguen existiendo hambrunas populares multitudinarias conviviendo con destrucción de alimentos para evitar que su costo baje en el mercado. Aún llegan los medicamentos buenos a los países ricos y las aguas azucaradas –o cancerígenas- a los pobres. Aún existe la esclavitud; en muchos casos “de grillete, pico y pala”, pero también disfrazada de empleo, subempleo e –incluso- de ayuda solidaria…
Si, definitivamente, deberíamos ampliar la acusación que dirigimos contra las jerarquías y los soldados romanos, ahora hacia los países que hoy siguen pregonando la estupidez supina y maliciosa de que “la paz solo puede venir de la mano de la guerra y la masacre”, o el que “las armas son herramientas de la paz”. ¿Por qué no ampliar la condena también hacia las jerarquías religiosas? ¿acaso no han convalidado de un modo u otro todas las intervenciones, cruzadas, y presiones económicas, explotaciones y tolerado todas las corruptelas imperantes sin denunciarlas? ¿Acaso no se han bendecido una y otra vez armas y ejércitos?
Por último, ¿por qué no llevamos la vara de la justicia a nuestra propia “viga” personal? No hace falta remontarse en los tiempos, y tampoco la violencia y la agresión son patrimonio de las macro instituciones gubernamentales o extra gubernamentales.
La violencia doméstica, el abuso de menores y el abuso a los ancianos, son de tal magnitud que –realmente- asombra enterarse de las estadísticas. Se estima que –aproximadamente- entre un cuarto y un tercio de las personas, aquí y ahora, sufren algún tipo de violencia o abuso familiar. Los perpetradores no son de otro país, ni extraterrestres, ni robots de ciencia ficción; son vecinos, parientes y amigos nuestros. Y todo esto no ocurre a nuestras espaldas, sino que –muy a menudo- nos choca a la vista, y somos nosotros los que nos damos la vuelta al grito de “cada familia es un mundo!”, “que ellos se arreglen” o –el algo más remoto- “algo habrá hecho para que él la trate así”, etc, etc.
Lamentablemente, la violencia de la que hablamos no viene asociada –en general- a una patología psiquiátrica (los golpeadores, los padres opresivos y extorsionadores, los explotadores de personas, no son ni “loquitos”, ni “enfermitos”… como si puede serlo un pedófilo o un sociópata), estamos hablando de comportamientos aprendidos, susceptibles de ser re-aprendidos, en tanto y en cuanto exista una toma de conciencia comunitaria y personal acerca de qué es aquello que puede y que no puede hacerse en el tratamiento de las dificultades y conflictos entre dos o más personas, en el desarrollo de una concepción diferenciada que permita distinguir qué es una familia y qué un batallón al mando de un general con la suma del poder público.
A su vez, debemos advertir que vivimos en una sociedad que debe comenzar a integrarse a la familia de un modo activo, sinérgico y exogámico, si no quiere terminar desintegrándose en pequeñísimos feudos en los que el interés común sea equivalente al del cabecilla de cada clan, y la Nación pase a ser la reunión de unos cuantos jefes de clan que hayan reunido el suficiente poder como para someter al resto a sus designios (cosa que les debe sonar familiar a algunos de nuestros provincianos ¿verdad?).
La violencia y la agresividad, tienen una sola vía de extinción: la asunción de responsabilidad por los propios actos y la toma de conciencia de que no es con violencia que se soluciona la violencia. Esta concientización y ejercicio de la libertad responsable, deben incluir tanto a los que ejercen activamente actos de violencia y agresión, como a TODOS aquellos que dejamos, permitimos u omitimos acción, ante su ocurrencia.
No se puede -ni debe- permitir el menosprecio de los semejantes, no se puede obrar imponiéndose a los demás sea por medio de la violencia física, la moral o la psicológica. TODOS debemos aprender a escucharnos, a respetarnos en las diferencias (pues es muy fácil aceptarnos en las similitudes), todos debemos respetar la vida del otro como un ser que no debe pretender, ni subyugarnos, ni subyugar a otro/s, ni puede -ni debe- ser subyugado por nosotros, ni por nadie más.
La defensa es entre todos. Debemos mejorar nosotros en el uso de la escucha y de la comunicación, debemos aprender a resolver nuestras disputas cada día mejor, ampliar nuestros horizontes y abrir nuestra mente hacia TODO LO BUENO QUE LAS DIFERENCIAS PUEDEN APORTAR A NUESTRA VIDA.
No ser kamikaces, no lamernos solos como bueyes, ni “cortarnos” solos; sino aprender a transformar la sociedad en comunidad; en una comunidad de interés, en la que busquemos un bien común, y convivamos sin miedo y temor –al menos- hacia nuestros propios maridos, esposas, parejas, padres e hijos.
No existe masoquismo en quien se queda al lado de un golpeador o de un humillador compulsivo, existe algo que se llama “indefensión aprendida”, a la persona le ha sido enseñado que no debe, no puede y no sabrá cómo defenderse, que lo que le pasa le sucede porque se lo merece, y ha sido tan bien adoctrinada y sistemáticamente herida a lo largo del tiempo que: SE LO CREE. Este cóctel se completa con el salvavidas de plomo que arroja ante estos casos la familia de origen, amigos y sociedad, que en general le aporta brutalmente alguna de estas reflexiones y mitos: que “son cosas que una buena esposa tiene que tolerar”, o que “no puede irse y abandonar a sus hijos”, o que “no sabe cómo mantenerse, no tiene profesión, no sabe hacer nada, etc… por lo que debe quedarse al amparo de ese marido”, y cuando no –para mezclar peras con limones- “que él no es malo, sino que lo hace por amor”, etc. etc..
A su vez, algo muy parecido ocurre con la falta de respeto por la dignidad, junto con la descalificación como ser humano, respecto de todo saber personal o vivencial, que hacemos como cuerpo social hacia los niños y los ancianos. Les escuchamos con suerte dos palabras seguidas, hacemos algún gesto de falso aprecio y miramos al resto de la audiencia con cara de “NO SABE NADA, NO ENTIENDE NADA”. Pensamos en la educación de los hijos en términos de que “que no me hagan ir a la escuela, porque te reviento…” o haciéndoles ver que “tengo cosas mejores o más importantes que hacer” , o bien pedimos que expulsen y despidan al docente que se atreva a efectuar cualquier crítica hacia nuestro hijito (en tanto ella es una herida narcisista para nuestro ego paterno, y no –en verdad- pensando en el acierto posible del maestro, ni en el bien real de nuestro hijo).
Finalmente, pienso que podríamos aprovechar los feriados laborales próximos –más allá de disfrutarlos como tales-, para pensar y hacer una revisión íntima sobre NUESTRA VIOLENCIA, sobre nuestro/s comportamiento/s abusivo/s y violento/s hacia los demás, a nuestros mecanismos de resolución de disputas, preguntarnos sobre la suficiencia y eficiencia de nuestros modos de afrontamiento de las dificultades; incluso podríamos tratar de visualizar los modos en cómo nos agredimos -muchas veces- a nosotros mismos mediante comportamientos y rutinas autodestructivas y –en definitiva- ir ganando con estas reflexiones la esperanza -a través del aprendizaje- de que a nosotros también nos es dado resucitar.
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Imaginemos por unos instantes el tamaño de nuestras células; pensemos que en un sector milimétrico de nuestro cuerpo habitan miles de ellas, formadas –a su vez- por miles de átomos. En cada una de ellas existe una memoria no más química que la que identificamos como la “propia memoria”. Cada célula pasa su vida reuniendo información del medio en el que habita interconectada con otras demás células. Cada una con una especificidad funcional, con una capacidad particular de interacción, y creciendo, alimentándose y multiplicándose antes de morir. En cada célula de nuestro cuerpo, se halla contenida la información genética de todo lo que uno a uno de nosotros físicamente somos; un ADN completo en cada núcleo celular, una hoja de ruta, un mapa total de nosotros…
Cada célula de nuestro cuerpo es –entonces- un microcosmos. Cada uno de estos organismos vive por sí, absorbe los alimentos que le llegan y los descompone en energía que le permite seguir viviendo, cada uno respira y se oxigena, y -a la vez- interactúa con otras células para que esa vida -que es también conjunta- se prolongue aún más. El hombre entero visto de este modo no es sino un conglomerado sincrónico y sintónico de miles de millones de microorganismos celulares que “danzan” a la perfección la sinfonía de la existencia biológica… y todo ello ocurre a nuestras espaldas, o –al menos- sin que nuestras conciencias tengan la más mínima participación o injerencia…
Transcurrimos nuestra existencia ignorando que somos, en cada una de nuestras células, tan nosotros mismos como en la reunión de todas ellas.
Durante el tiempo que dure la vida celular, la célula se juntará con otras y se diferenciarán en sus funciones respecto de otras. Habrá algunas que serán neuronas, otras serán músculos, piel, unas formarán órganos internos, otras los sensitivos, otras conformarán los diferentes sectores del cerebro, las células madres, enseñarán a sus células hijas a ocupar su lugar, etc, etc, pero… ¿dónde sentimos que estamos nosotros en medio de este acontecer extraordinario y milagroso llamado vida?
A veces, tal como culturalmente podemos llegar a asumir que “vale” más ser rico que pobre, o que “vale” más ser inteligente que ser tonto, creemos que más nos vale que nuestro ser habite en nuestro cerebro que nuestro común y vulgar dedo gordo del pie. Suponemos que el solo hecho de que pudiéramos sobrellevar la amputación de un “miembro menor” sin despersonalizarnos hace que esa parte de nosotros no sea considerada tan nosotros como alguna otra (en especial: la cabeza, el cerebro).
Hay una identificación –que en lo personal considero bastante malsana- con lo encefálico y lo cerebral, y que se funda generalmente en falsas certezas y saberes erróneos… nos sentimos mucho más nuestro cerebro que nuestro corazón o pulmones… siendo todos absolutamente necesarios para vivir.
Sabemos que a pesar de que no podemos decidir yoicamente dejar de respirar hasta morir, ni hacer que deje de latir el corazón o de fluir la sangre por nuestras venas -aún así- nuestros rincones biológicos más recónditos hacen lo que tienen que hacer para que estemos bien, para que la supervivencia de nuestro organismo global se perpetúe mucho más allá de lo que diga o decida nuestra sobreestimada voluntad.
Adjudicamos a la funcionalidad y a las abstracciones que logramos efectuar gracias al órgano cerebral la creación de una voluntad, generando –de algún modo- la existencia de una especie de “tire y afloje” entre lo instintivo/animal/físico y lo voluntario/lo mental/ lo metafisico. Sentimos poseer una esencia incorpórea y la enemistamos de la materialidad, rechazamos lo corporal poniéndonos por encima de ello, pero simultáneamente nos comportamos hacia ese presunto vehículo como lo haría un pésimo propietario: lo llenamos de humo y smog, lo maltratamos de todas las formas posibles, lo alimentamos mal, no lo ejercitamos, lo sobre exigimos, no le damos el debido descanso, etc. etc.
Creo que no es casual que una neurona se haya especializado -como lo hizo- en transmitir impulsos electroquímicos y dejando que otro tipo de células se encargaran de proveerle sustento (alimentación u oxigenación); ello ocurrió porque las neuronas no se identifican con nosotros, “son nosotros”… y saben que las células del estomago y pulmones, como las células de la neuroglia, harán lo que les toque para que todas puedan seguir gozando de vida. Pero este ejercicio natural de la existencia, no convierte la vida en una abstracción o en un concepto, no tiene ninguna necesidad de definirla; nuestras células solo experimentan la vida, TODAS Y CADA UNA DE NUESTRAS CELULAS SABEN QUE LAS DEMAS CELULAS TAMBIEN SON “NOSOTROS”.
A poco que nos armonizamos con nuestro ser más íntimo, es muy probable que nuestro cuerpo deje de parecernos una herramienta ajena o un objeto del cual quejarnos. Lo más posible es que en la medida en que nos sintamos menos un “yo-separado” y más un conjunto con miles de millones de células, formadas por miles de millones de átomos podamos comenzar a ver a la sociedad como una cantidad de individuos que tienen por objetivo el especializarse, crecer y multiplicarse y cuya función final es lograr la perpetuación del grupo… del “ser” de ese grupo.
Nos manejamos a diario como individualidades aisladas, nos peleamos, nos matamos, tiramos bombas, todo parece un caos, nada parece responder a un orden y, sin embargo, el grupo humano se perpetúa, sobrevive a pesar del desmoronamiento de civilizaciones enteras. Sucumben imperios pero el hombre que un día apareció sobre la faz de la tierra ya envía naves tripuladas al espacio con el objetivo de buscar nuevos lugares donde sobrevivir –como especie- incluso si el día de mañana desapareciera la tierra.
Nuestro planeta entero se comporta como un organismo, y los hombres no somos sino células del mismo. Pudiera desaparecer el hombre y la vida seguiría animando al mundo. La música de la creación ha hecho danzar la vida desde mucho antes de que existiera ningún cerebro por muy adaptativo y superior que éste nos parezca. El hombre no pudo haber existido sin un mundo que le sirviera de cuna, de caldo de cultivo, y no somos sino uno de las muchas combinaciones posibles en que la vida florece aquí. El mundo todo es un organismo vivo, donde quiera que uno mire, por profundo que cave o por alto que uno ascienda, hay vida por doquier, y toda ella interactúa, crece, se adapta para perpetuarse globalmente…
Si en algún momento nos convirtiéramos en un peligro para la vida del planeta total, que no quepa ninguna duda que la misma Gaia nos regularía tanto como especie como en cantidad de individuos, a través de sus propios mecanismos (terremotos, explosiones volcánicas, tsunamis, calentamiento o enfriamiento globales, huracanes, etc..), no por fruto de un razonamiento como lo entendemos nosotros, ni mucho menos por venganza, sino como defensa natural de un organismo vivo hacia un organismo invasor o un virus… tanto así como la sociedad excluye a los delincuentes y a los locos (que son las células consideradas dañinas para la perpetuación del organismo social)… y tanto como nosotros mismos nos extirpamos un tumor al hallarlo en nuestro cuerpo…
Somos tan parte de esta tierra que estamos hechos de ella hasta nuestro último átomo, y volveremos a ser parte de ese “barro vital” el día de mañana, sin que nada podamos hacer para evitarlo.
Hemos estado casi desde siempre aquí. Hemos sido tierra, agua, aire, fuego… ¡qué tontera parece que -en este periodo de trivial cientificismo- nos sintamos tan cercanos al cerebro y tan lejanos de todo el resto! ¡Qué tonteras deberían parecernos una gripe, una hipoteca, un juicio, una relación frustrada, un deseo incumplido, o –aún- una muerte!
Todavía nos falta una parte más de este fotograma; nos queda por visualizar que este mundo, todo lo que conocemos desde que nacimos, todo lo que hemos visto y percibido, todo aquello que hemos aprendido y ansiado, que no es sino un microgránulo de polvillo en un universo inimaginablemente enorme.
Una de nuestras células podría dar la vuelta al mundo miles de veces antes de que fuera proporcionalmente cercana esa distancia a lo que nosotros representamos en relación al tamaño del universo… es más, no existe para el cosmos diferencia alguna estimable entre nosotros mismos y una de nuestras células… es más… nosotros, una célula nuestra o uno de los átomos que la componen somos prácticamente del mismo tamaño en relación al universo… Somos un átomo vivo, en una sociedad viva, en un mundo vivo, en un universo también vivo, eso sí padecemos –a menudo- de un leve delirio de grandeza que nos impide darnos cuenta que Dios no atiende nuestros mezquinos pedidos con más prisa, ni con más cuidado o ahinco, de aquellos utilizados para prever dónde caerá cada una de las gotas de agua de una cascada perdida en lo profundo del mato grosso, o el itinerario y devenir de cada partícula de polvo interestelar que flote en el espacio exterior.
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A
veces, de tanto buscar o de tanto esperar la llegada de un descubrimiento interior
que se ajuste nuestras expectativas, anhelos y deseos preestablecidos, nos pasa
aquello que le pasaba a la “Penélope” de Serrat; nos olvidamos
qué era aquello que tanto queríamos encontrar… o reencontrar,
y –por lo tanto- nos cegamos.
En la búsqueda espiritual o en el camino de la búsqueda interior,
uno transita –casi necesariamente- por infinidad de autores, prácticas,
libros y gurúes… y uno –con el tiempo- corre el riesgo de
confundir -o perder de vista- el “qué” estaba buscando, la
inquietud original y genuina que lo llevó a encarar ese sendero, y podemos
cometer la torpeza de convertirnos en “recitadores profesionales”
de ideas o vivencias de otros.
Creo que es parte del recorrido el ir eliminando aquello que se nos vaya revelando
como falso o no verdadero, pero también lo es el ir descargando de nuestro
equipaje aquellas cosas que -aunque fueran verdaderas- que nos son ajenas. Es
parte de la desprogramación de la que siempre hablamos, el que nos permitamos
desprendernos de lo que dijo, afirmó y/o vivenció fulano o mengano,
por mucho que hayan significado para nosotros esas enseñanzas en algún
momento, tanto fuera por el aprendizaje mismo, como fuera por el hecho mismo
de que tales afirmaciones pudieran haber confirmado nuestras propias hipótesis
existenciales, y –por ello- ser confirmatorias de nosotros mismos en tanto
“sujetos” y en tanto “existentes”.
Ahora bien, como desprogramarnos implica –de algún modo- perder
de forma progresiva –más que abruptamente- todo punto de apoyo,
toda aquella concepción, concepto, juicio valorativo, pauta social de
comportamiento, toda creencia fundada en verdades relativas, no para trocarlas
por otras nuevas sino para poder vaciarnos de sentido y acercarnos así
a la Realidad; no podemos desconocer que todo saber que se nos transmita, todo
saber que viene de la otredad, solo podrá ser válido –en
el mejor de los casos- para una parte del camino interior.
Vale decir, tanto como el jardín de infantes fue útil –aunque
no necesario- para el posterior ingreso a la educación primaria, pasamos
por muchas etapas dentro de una vida de búsqueda, y en más de
una de ellas hay personas, instituciones, organizaciones, que funcionan como
si fueran ”otros” a nuestro respecto y que nos sirven genuinamente
de faros, de guías, de indicadores, para evitarnos el ir a tientas; pero
resulta crucial que advirtamos (de ser posible más temprano que tarde)
que cada uno debe transitar su propio camino, en sus propios tiempos, con su
única y exclusiva manera de experimentarlo… y esto es de tantísima
importancia porque hay quien por encontrarse, se pierde a sí mismo.
Lo único que existe, el Ser, no se manifiesta a través de representantes.
La Verdad, no puede ser dicha. Toda forma de comunicación y –en
particular- las palabras, solo representan, nunca son aquello que refieren,
por lo tanto solo rodean, circundan La Realidad, La Verdad, El Ser… nunca
poden más que ser referencias.
Todo pensamiento que involucre representaciones, está –por lo dicho-
imposibilitado de acceder a La Verdad, y por ello es que cuando se habla de
“iluminación” o “experiencia mística”
se habla de un momento sin pensamiento y sin tiempo, no hay desarrollo de pensamiento
representacional allí, hay una experiencia en acto, en –si se quiere-
presente absoluto.
Uno puede aprender, aprehender, escuchar y tener experiencias de diversos tipos
con diferentes mensajeros y maestros. Uno puede percibir y comprender cosas
y sucesos tanto como signos y comunicaciones, pero nada de eso será una
experiencia de El Ser.
El Ser es UNO con todo, todo el tiempo, sin tiempo, siempre, con UNO…
no hay excepciones, todos somos partícipes de La Verdad, todos tenemos
la inherente sabiduría del universo en cada uno de nosotros, porque somos
UNO con él; TODOS-SOMOS-UNO-CON-EL.
Podemos compartir de modo medianamente aceptable ciertas “cercanías”:
conocimientos generales y pericias, pero la experiencia vital es intransmisible.
Que yo le cuente como me duele el dedo después del martillazo solo hará
que ud. pueda recordar como le dolíó a Ud. su dedo después
de algún martillazo, pero jamás podrá tener la más
mínima dimensión de lo que esa experiencia implica para mi existencia,
ni sabrá nada de la experiencia misma por la que acabo de transitar.
No está demás reiterar que cada quien experimenta de modo único
y personalísimo, su mundo , su vida y su verdad… por esto, imagine
que si es dificilísimo dar una lejana idea del dolor de un dedo, cuando
todos tenemos dedos, y todos -en algún momento- nos lo hemos machacado;
intente vislumbrar lo que será el tratar de transmitir una verdad traída
del universo de lo suprasensible, de lo metafísico y/o de lo espiritual…
y –de hecho- es en esta inteligencia que comprenderemos por qué
maestros y gurúes genuinos suelen valerse de parábolas, metáforas,
analogías, imágenes, poesías y arte en general, o sea,
de medios que permitan establecer de entrada –hacia el observador, lector
o público- que no son sino representaciones de lo experienciado, y no
ello en sí.
Siempre debemos estar atentos al intento y a descubrir la intencionalidad, posibilidades
y carencias del autor, jamás ceñirnos a las palabras, al cuerpo
o texto del mensaje, nunca creer que La Verdad puede hallarse contenida allí,
sino en la buena intención de acercárnosla; Por sobre todo, advertir
a tiempo que no nos es dada la existencia para que nos profesemos siervos de
nadie, ni alumnos eternos, ni estudiantes sarmientinos de ningún nuevo
o viejo profeta o mesías, por eso es que puestos en la tarea de desprogramarnos,
deberemos declinar tanto la estúpida soberbia como la tonta y falsa humildad…
deberemos dejar de ser esclavos de nadie, de ningún discurso, de ninguna
doctrina, y –especialmente- de nuestros propios apegos: incluido el anhelo
de sentirnos en el camino correcto y de la mano del gurú apropiado.
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Poco
a poco, desde un estado de indivisión absoluto que llegó más
o menos hasta el nacimiento, van ganando nuestro “mundo interior”
una serie de percepciones (entre físicas y morales -o psíquicas-)
que logran finalmente que terminemos percibiéndonos -cada uno- como un
todo íntegro e individual, bien separado del resto de los congéneres
y demás materialidades extra-especie. Estas sensaciones no son sino consecuencia
del habernos ingresado nuestros progenitores -o guardadores- nada menos que
a la sociedad.
La experiencia ha demostrado que el ser humano que no se socializa –al
menos mínimamente- muere al poco tiempo de nacido, esto involucra la
necesidad de recibir palabras, cuidados y afecto a la par de la simple sustancia
alimenticia; de modo que nuestro ingreso al orden social -si bien no nos es
consultado- es de por sí primordial para la supervivencia inicial del
ente biológico.
La habitualidad y aparente “naturalidad” con la que estos mecanismos
se dan en el seno de nuestra cultura, son las que hacen que no nos resulten
visibles en toda su profundidad si no nos dedicamos a observarlos con cierto
detenimiento. Es más, somos parte necesaria, y funcionamos a diario como
engranajes -más o menos importantes- de la perpetuación, perfeccionamiento
y sostén de este sistema.
Desde la forma en la que hablamos y educamos a un niño, hasta la manera
en la que comemos o conducimos, pasando por la casi totalidad de las conductas
que desarrollamos desde el día en que llegamos al mundo hasta el día
que partimos de él, son consecuencia o causa (o: causa y consecuencia
simultáneas, para ser más exactos), de todo un conglomerado adoctrinador
cultural en mucho más complejo y amplio de lo que podemos imaginar primariamente.
Cuando nos queremos representar “la cultura”, en general nos vienen
a la mente cuadros, esculturas, museos y literatura, sin embargo esto es solamente
el granito de arena más insignificante del “Sahara Cultural”.
La cultura es el marco dentro del cual vivimos, pensamos, hablamos, creamos
y respiramos, todo cuanto nos ocurre nos ocurre dentro de nuestro introyectado
universo, y él no es sino cultural.
Cuando buscamos explicaciones, cuando buscamos sentido a las cosas, incluso
cuando perseguimos un encuentro con la deidad, lo hacemos con las ”anteojeras
y cristales” que nos proporciona nuestra matriz de pensamiento-lenguaje,
y que deviene única y exclusivamente del acervo cultural.
Cada palabra que utilizamos, la interpretación que de ella hacemos, la
forma en la que la procesamos, aquello que nos permitimos y lo que no nos permitimos
asumir del contenido recibido de los otros, no tienen que ver con otra cosa
que con un aprendizaje previo.
Por otro lado, con el auge de la sociología del siglo XIX y –luego-
con la “Era de las Comunicaciones” del siglo XX, la cultura se ha
extendido y entremezclado a nivel mundial, de modo tal que si bien siguen coexistiendo
millones de diferencias y diversidades, existen ya matrices culturales globales
o planetarias comunes.
En otras palabras es la cultura –y no la naturaleza- la que gradualmente
nos toma, nos indica que somos un individuo separado del resto, y nos indica
en qué, cómo y cuando creer, hacer, sentir, etc..
Todo lo que pasa dentro del marco del pensamiento, está mediado por el
lenguaje. No hay posibilidad de generar abstracción, concepto o idea
de algo, si no hay designación o representación de ese algo, y
esto lo logra el lenguaje. Y, si hay lenguaje, hay una cultura que lo proporciona
(y/o viceversa).
Vale decir, no podemos salirnos de la cultura por acceder a otra, si llegáramos
realmente a imbuirnos de otro esquema cultural (cosa casi imposible) solo estaríamos
ampliando el campo, no reemplazando uno por otro. No podemos evadirnos conscientemente
de nuestra matriz de pensamiento, pues esa voluntad consciente estaría
atravesada necesariamente por nuestra cultura.
Tal vez la única puerta que el hombre puede abrir (aunque no en sentido
activo) para “ver del otro lado de la cultura”, es la meditación.
Recalcando en este sentido que en modo alguno entrarían aquí los
pensamientos dirigidos, los rezos que conlleven finalidades, pedidos o imploraciones
específicas o genéricas, ni las prácticas del estilo del
control mental, sino más bien, en todo caso aquellas del tipo: sentarse-no-pensar.
Si al meditar, lo que hacemos es dirigir una acción (cultura), para lograr
un resultado (cultura), y en el curso de hacerlo –además- pensamos
(cultura): NO ESTAMOS MEDITANDO , sino dando satisfacción –en el
mejor de los supuestos- a algún tipo de requerimiento cultural interiorizado
(por ejemplo: sentir que somos espirituales o que hacemos algo espiritual para
sentirnos mejor con nosotros mismos, o en nuestro medio, o para cubrir expectativas
sentidas como propias o ajenas).
No puede haber un “nosotros mismos” en el ámbito de la meditación
genuina, no puede haber un “yo” separado de un “otro”,
porque ese “nosotros mismos” o ese “yo-no yo” es un
mero recorte cultural, impropio, falso, enmascarado, de la realidad espiritual
y trascendente de unicidad. Por eso quienes se iluminan hablan de una experiencia
de muerte, porque el “yo”, todo cuanto sabemos y conocemos, todo
cuanto se creyó ser, todo cuanto se pensó importaba; TODO MUERE
CUANDO MUERE EL YO, y todo se evidencia como la ilusión que siempre fue;
el iluminado vive en acto lo que siempre supo: QUE NUNCA HUBO DOS.
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Hay
un viejo relato indio acerca de un hombre que en un camino se encuentra con
otro viajero, y lo increpa acerca de si llevaba con él una piedra y que
se la diera, pues en un sueño una diosa le había hecho saber que
se produciría ese encuentro, y le había anticipado que aquel hombre
llevaría consigo un enorme diamante que él podría conseguir.
Este segundo transeúnte, que vestía una manta simple y sandalias,
sacó de su bolsita un hermoso diamante, y con una mirada entre curiosa
y tierna, se lo dio de buena gana, diciéndole –sereno- que había
encontrado esa piedra por la mañana a la vera del camino, y que le había
parecido muy hermosa, pero que no la necesitaba, ni precisaba llevar más
peso del que cargaba en su bolsa. Sin salir de su asombro ante la imponente
y valiosísima pieza, el requirente la tomó y salió corriendo
sin más por donde –antes- viniera, mientras su mente, embriagada
de poder y riqueza, giraba en torno a todo aquello que podría comprar
y poseer de ahora en adelante… todo lo que siempre había añorado
lo tenía al fin en la palma de su mano… Horas más tarde
volvió extenuado entre corridas, temores y cavilaciones, al mismo cruce
de caminos, vio plácidamente sentado y meditando al segundo hombre, le
puso la piedra en la palma de la mano y le imploró: “te pagaré
este precio, y con mi vida si fuere necesario, para que me enseñes cómo
es que has logrado desprenderte tan fácilmente de este magnifico objeto”.
Otro relato coloca también, en el centro de la escena, a dos viajeros
(un rey que viajaba de incognito, ataviado con harapos, sin pompa alguna y un
mendigo), junto –otra vez- a un diamante. Esta vez cuentan que al encontrarse
estos dos personajes, y enterarse mutuamente de sus destinos, toman la decisión
de caminar juntos por un buen trecho que les resultaba común. Hacia el
atardecer, el rey -que se había hecho pasar por un pobre hombre en desgracia
en la ilusión de agradar así más fácilmente a su
compañero- no quiso parar a pernoctar en una posada como lo había
planeado al inicio de su travesía, ni cenar allí –a pesar
de llevar muchas monedas consigo-; optó –en cambio- por no develar
su verdadera identidad, pues temió que su compañero de viaje sintiera
que lo había estado engañando, burlándose de él
o que lo había menoscabado en su buena fe, y pudiera –entonces-
ofenderse. Así pues, cuando el camino llegó a la bifurcación
en la que deberían separase, como ya era tarde, decidieron –en
vez de despedirse- armar campamento, y seguir sus respectivas sendas recién
al día siguiente. Como el rey encubierto nada pudo aportar al menú,
pues ningún alimento llevaba consigo, el mendigo de muy buena gana, y
naturalmente, consoló la vergonzosa situación de su nuevo amigo
no dándole importancia alguna y cortando su propia ración a la
mitad para convidársela. Por la mañana, el rey, antes de que el
mendigo despertara, y en forma de agradecimiento por la grata compañía
del día anterior y por la generosidad demostrada, metió un precioso
y bien valuado diamante en la mochila de aquel hombre, y partió hacia
su reino sin otra despedida. Fuera por causa del desgraciado destino o de la
estupidez humana, lo cierto es que al despertarse aquel mendigo se enojó
mucho al percatarse del inavisado abandono, y levantó bruscamente su
mochila haciendo que la piedra preciosa que le fuera obsequiada, fuera a parar
al fondo del saco, lugar donde permaneció acompañándolo
hasta muchos años después en su lecho de muerte, al que llegó
ignorante -aún- de su intrínseca fortuna.
Ambas historias, asumo, nos dejan interesantes reflexiones por delante. Podríamos
meditar sobre la programación mental del primer hombre, su identificación
de la riqueza y las posesiones con la felicidad, el apego a lo mundano y a lo
material, el descubrimiento interior de que existe algo más por lo que
dar la vuelta, el hallazgo personalísimo de un maestro o guía,
la necesidad de agradar por quien no somos, la confusión entre ser y
tener, el buen ánimo de compartir un momento de la vida con otro, el
valor de la amistad, el agradecimiento, el compartir la buena y mala fortuna,
etc..
Tal vez lo más interesante de la segunda parábola es el hecho
de poder plantearnos en qué medida podemos estar siendo nosotros mismos
los portadores de un don que no vemos, en qué medida no seremos auténticos
magnates, sin saberlo, sin advertirlo. Vivir y morir en la ignorancia de lo
que somos y tenemos.
Nos atormenta, y nos hace inmensamente infelices, la falta de algo que desconocemos
que tenemos.
Tenemos vida y somos nada menos que el Ser experimentándola y, sin embargo,
vivimos atiborrados por la rutina, infelices por lo que no tenemos, por lo que
nunca alcanzaremos, aburridos por las cosas cotidianas y esperando vacaciones,
arguyendo tramas imbéciles y estúpidas para sacudirnos un poco
la pereza de estar al divino botón haciendo nada; compadeciéndonos
de nosotros mismos, sin ser capaces de una sola comprensión sobre la
naturaleza de las cosas. Rígidos hacia todas aquellas circunstancias
–personas, situaciones, percepciones, experiencias- que nos posibiliten
un enaltecimiento de nuestra función intelectual o de nuestro entendimiento
espiritual. Inflexibles, faltos de caridad, insensibles, impíos, y frustrados
a consecuencia de no experimentar el maravilloso milagro de la existencia. La
Creación que permanece día a día olvidada, perdida o traspapelada,
solo por no dignarnos a mirar el fondo de nuestra mochilita!
Ninguna duda cabe sobre que en todos habita la posibilidad de renunciar a la
vida que proyectamos como más placentera en pos de aquella a la que nos
sentimos llamados; el problema es que -generalmente– sabiendo esto, evitamos
confrontarnos acerca de cuál es esa vocación. Tengo la seguridad
de que todos en algún momento percibimos el reflejo, el brillo, de ese
diamante que habita -y es- la esencia misma de nuestra existencia… me
resisto a suponer que a alguien alcance la muerte sin haberle dado la vida la
posibilidad de bucear un poco en las profundidades del Ser, de la experiencia
de simplemente existir (que por ser previa y extralingüística le
cabe desde al bebé en su bolsa amniótica hasta el más viejito,
senil y perdido de los ancianos).
Son dos historias diferentes, con significados -y significaciones- diferentes
para cada uno de sus elementos. No se trata del mismo diamante, ni de los mismos
sujetos, y -aun así- se me antoja que podríamos llegar a correlacionarlas
al entender que es posible experimentar profundamente la vida y sus dones…
ver y acceder a nuestro diamante en todas su dimensiones, y aun así llegar
a ser capaces de despojarnos, de desapegarnos, de sus implicancias…
-VOLVER AL LISTADO DE ARTÍCULOS-
Saber
esperar, visualizar, apreciar y aprovechar el momento oportuno para las cosas,
parece algo –casi siempre- de trascendental importancia. Desde el mundo
de los negocios y las inversiones, hasta las vacaciones y periodos de esparcimiento,
desde el brindarse solidario a otro hasta el acto mismo de pedir ayuda, se nos
demuestran como situaciones que afirman tener su tiempo, su instante preciso
para “salirnos bien”.
Al analizar el momento clave para la realización de cada actividad, proyecto
o plan, debemos –regularmente- visualizar una infinidad de variables,
muchas de ellas dependientes de la razón y de la lógica, muchas
otras de disposiciones naturales o artificiales externas favorecedoras de unas
circunstancias o contrarrestadoras de otras, y hasta del acatamiento consciente
-o inconsciente- de determinadas intuiciones absolutamente íntimas e
intransmisibles, que a menudo generan un grado de convicción asombroso
(en especial considerando que generan conductas que no parecen asentadas en
ningún elemento o fundamento tangible). No hay fórmulas que nos
señalen qué hacer o cuándo hacerlo, por más que
la experiencia pareciera evidenciarnos que siempre hay una o varias oportunidades
óptimas para llevar adelante cada tarea.
Se nos revela la sensación de que hay algunos aspectos en común
entre todos aquellos que parecen “tener la estrella” del acierto:
o saben escuchar atenta y abiertamente no solo lo explícito sino también
lo implícito del ambiente que los rodea, una especie de inteligencia
contextual; o saben escucharse a sí mismos en toda su profundidad (no
solo lo que les señala el manojo de deseos y ansiedades que los habita),
o bien -menos veces- se dan ambas características juntas (máxima
receptividad); Simultáneamente –y en todos los casos- se hallan
preparados para aprovechar ese plus de información percibida.
Mucha gente, por ejemplo, consulta conmigo –como abogado- cuando tiene
un problema que no solo ha trascendido ampliamente su posibilidad/capacidad
de resolverlo, sino que ha dado origen a todo un proceso judicial, demanda,
pruebas, etc.. Me he topado infinidad de veces con el caso de clientes que llegan
a hacer su primera consulta legal cuando el juicio ya tiene sentencia (o sea,
cuando el juez ya selló su suerte legal), cuando ya hay una condena a
desalojar, o ya está dictada la orden de remate, o la ejecución
del pago de la deuda ya trabó embargo sobre los bienes. O bien clientes
que, sabiendo que le ventilaban durante años un cobro de pesos en su
contra, por una deuda real, reconocida y legítima, recién comienzan
a pensar en juntar el dinero para afrontar su pago cuando les llega la sentencia
en su contra. Vale decir, hay una habitual resistencia a ver la realidad cuando
ella no se ajusta a nuestros anhelos, gustos o deseos, y es esa misma resistencia
la que nos impide observar el momento justo de cada cosa.
Otro tanto nos pasa en el campo de nuestra salud física. Medicamente
solemos ser esquivos a los chequeos preventivos tanto como renuentes a cuidarnos
la salud consumiendo alimentos sanos, haciendo una vida alejada de estresores,
ejercitándonos, no ingieriendo sustancias tóxicas, ni automedicándonos,
respirando aire puro y no humo y smog. Solemos escuchar a nuestro cuerpo cuando
da alaridos de dolor, pero no prestamos la más mínima atención
a las inequívocas señales de alarma que nos llevarían a
vivir una vida saludable.
En nuestras interrelaciones laborales, familiares y con amistades –elementos
insustituibles de nuestra salud social y mental-, somos -muy seguido- o tirabombas
que pinchamos al otro hasta sacarlo de quicio para luego sorprendernos ante
su reacción, o bien funcionamos como acumuladores -o bombas de tiempo-,
y reventamos cada tanto arrastrando todo a nuestro paso. Solemos sentirnos el
centro del universo, sobrevalorarnos y sobrevalorar nuestra actividad, nuestros
intereses y deseos, y menospreciar a los demás y sus respectivos quehaceres;
solemos sentirnos dolidos o resentidos hacia los otros, sin molestarnos por
apreciar el panorama completo de situación. No sabemos ubicar y detectar
el momento adecuado para frenar los ataques propios o ajenos, o para dejar de
hablar o protestar y escuchar al otro.
Somos especialmente incapaces de pedir ayuda en tiempo y forma. Sentimos que
pedirla implica rebajarnos, desvalorizarnos o molestar al otro. Esto provoca
que nos hallemos desesperados y famélicos de socorro ajeno, o que acudamos
cuando ya es demasiado tarde, cuando las situaciones son de un ahorque tal que
no tienen salida o la misma ya se ha tornado en extremo dificultosa, dolorosa
o vergonzante.
Si somos incapaces de pedir ayuda deberíamos contemplar esto como una
materia pendiente en nuestra vida. Si es que vamos por ahí sintiéndonos
autosuficientes, debemos comenzar a aprender que no existe la autosuficiencia
cuando uno vive en comunidad. El individualismo del hombre moderno occidental
y la sociedad de consumo, han traído consigo (junto con lavarropas, lavavajillas
freezer y microondas) una peligrosísima ilusión de autonomía…
“todo lo obtengo solo, al alcance de una máquina y con la única
dificultad de apretar un botón”. Sin embargo, esta ilusión
de autonomía se desvanece tan pronto como ocurre la primer debacle económica,
el primer problema de salud o trastorno de familia. Fiarnos de que no necesitamos
del otro, y vivir la vida ajustados a ese criterio es solo una fácil
forma de auto presagiarnos desde qué tan alta que será nuestra
caída, y lo mucho que nos dolerá el porrazo luego.
La oportunidad óptima, el momento justo, el instante clave para concretar
cada cosa, debe emerger con la misma gracia con la que un paso de danza se ajusta
al siguiente, no se puede forzar el reloj, por mucho que queramos lo contrario
cada segundo dura un segundo. Los sucesos siempre encontrarán su ritmo,
su armonía causal, debemos aprender a ajustar nuestro ojo a ella en lugar
de que nos nublen la vista nuestros anhelos, deseos y ambiciones. Vale decir,
vamos a ser muchísimo más permeables a la obra y a la emoción
global transmitida por el ballet, si apreciamos la música y miramos el
escenario, que si nos observamos profusamente el ombligo y nos ponemos tapones
en los oídos, aunque estemos en primera fila.
Cuando llevamos adelante las actividades, o perseguimos metas u objetivos haciéndolo
fuera de los confines de la oportunidad, no se logra aquello buscado, o bien
se alcanza deficientemente, o bien implica un atroz desgaste de energía
aquello que debiera simplemente fluir.
Las soluciones a los problemas solo lo son cuando son temporáneas, cuando
sirven para impedir o menguar las dificultades que dichos problemas ocasionan.
Si alguien acaba de morir de frio, de poco le servirá que le prendamos
al lado una hoguera y le preparemos un caldito caliente. Si vamos al médico
con un pié en el cajón, es probable que el noble galeno nos ayude
de buena gana a colocar el otro en paralelo; y si vamos al abogado con la sentencia
condenatoria y firme en la mano, solo la leerá para explicarnos lo mal
que todo acabó para nosotros.
Por otro lado, así como hay momentos oportunos, que –simplemente-
se nos presentarán, lo cierto es que no solo habrá que estar abiertos
para detectarlos sino que deberemos estar convenientemente preparados para poder
aprovecharlos. El surfista, debe estar allí cuando aparece la ola soñada,
pero siempre tiene que ajustarse al punto preciso de empuje con un par de sus
brazadas. Si quiero poder obtener un buen empleo como profesional, primero debo
estudiar lo suficiente para recibirme y ser un buen profesional, si puedo el
mejor de todos; así las oportunidades para encontrar el trabajo proyectado
se generarán primero, y se multiplicarán después.
Saber CAPTAR LO ESENCIAL en cada situación es una postura análoga
a la de quien presta atención a sus sueños y lo relaciona con
los números de la lotería. No se necesita elegir mil números,
solo saldrá uno… hay que ser receptivo a ese, al número
que saldrá ganador. Comprar todos los números garantizaría
el resultado favorable pero con un costo dinerario (energético) tal que
hace que la empresa pierda sentido. Y ESTAR PREPARADO para aprovechar la oportunidad
es análogo a –luego de haber divisado y definido al número
que confiamos ganador- ir al puesto y comprar el billete.
Luego de todo lo dicho, debemos ser claros en esto, por debajo de la vida de
superficie que nos indica siempre una carencia de opciones, una minúscula
cantidad de alternativas, y nos señala una sinonimia entre oportunidad=éxito=dinero=poder,
el mundo está repleto de gente bien dispuesta a invertir sus recursos
y energías en pos de conseguir desarrollarse, ser genuinamente felices,
crecer, ayudar y ayudarse, mejorar en todo sentido. El planeta vivo requiere
que esas energías se expandan, se contacten, nucleen y potencien…
Es imperativo que comprendamos que bajo esta alfombrita de papel de arroz desplegada
por todos los confines del globo terráqueo por el neoliberalismo y la
globalización, que nos adoctrina a diario y reza algo así como
que: “Ya todo fue inventado, su poder ya fue delegado y no va a serles
devuelto jamás, lo que le queda al común de los mortales, es producir
lo que se le diga que produzcan y consumir lo que se decida ponerles sobre este
mantelito llamado mercado… Ud. será exitoso si logra obtener algunas
migajas de esta mesa; y, cuando el mercado así lo exija: deberá
matar o enviar hijos a la guerra, o córtenle las manos a su vecino. Pero
no se preocupe, porque el mercado le lavará rápidamente el alma
afirmándole que se lucha por la libertad y por sólidas ideologías;
solo será una grata consecuencia adicional -y no buscada- el que Ud.
logre tener el tanque del auto lleno a menor costo, y que ese tanque lleno le
sirva –casualmente- para ir de shopping y seguir consumiendo”; más
allá de esta película, existen inmensas profundidades en las que
todo está aún por hacerse… para ver esto hay que liberarnos
del DESEO DE TENER impuesto por el mercado de consumo, VOLVER A SER, y ser capaces
de abrir los ojos a las demás realidades que nos circundan, nuestra creatividad
debe comenzar a aflorar nuevamente, nuestra vida debe sincronizarse con la naturaleza,
con nuestros ritmos biológicos, debemos armonizar nuestras comunicaciones
con los demás, volver a jugar con la inocencia del niño no por
el afán de ganar sino por el de gozar la diversión que nos implicaba
lo devenir de lo lúdico, debemos despejar todos los canales de nuestra
percepción, aprovechar cada momento y situación para prepararnos,
capacitarnos y aprender; ASÍ UN UNIVERSO ENTERO DE POSIBILIDADES Y OPORTUNIDADES
NOS INUNDARÁ A CADA PASO QUE DEMOS.
-VOLVER AL LISTADO DE ARTÍCULOS-
PEQUEÑAS REFLEXIONES ELECCIONARIAS
El acto de elegir debe ser resultado de una serie de reflexiones. Desde el voto
en blanco hasta el partidario, desde el ultra definido que sabe a quién
elegirá desde que comenzó la campaña hasta quien lo decide
recién en el cuarto oscuro, todos revelan algo sobre sí mismos,
sobre su madurez personal y social, sobre su compromiso político y comunitario
a la hora de insertar el sobre en la urna… y otro tanto dicen de sí
quienes aprovechan el feriado para huir o autoexiliarse del sistema yéndose
a 500 kms. de su ciudad.
¿Elijo al mejor o al menos peor? ¿Elijo a la persona del político,
al individuo, al caudillo o al partido? ¿Elijo a quién parece
traerá cambios que me favorecen a mi, a mi grupo, o que favorecen el
bien común o a la mayoría?
Quién no adhiere a ninguna idea en particular, o desconfía de
todos los candidatos, propuestas o partidos, suele sentirse constreñido
contra su voluntad, forzado a elegir entre alternativas que no quiere o no le
interesan. Puede sentir que va a ser usado para beneficiar a alguien que –en
definitiva- lo perjudicará. Es el típico caso del que –de
poder- se hará los 500 kms. o votará en blanco. Sin embargo, lo
cierto es que si han de perjudicarlo de un modo u otro, tiene más sentido
asumir algún grado de protagonismo para tratar de evitarlo (siendo esto
desde ya una maniobra claramente más saludable que la resignada y frustrante
pasividad del que se siente perdedor antes de intentar el juego). Votar al menos
peor, aunque no tenga posibilidades de ganar, implicaría un apoyo moral
hacia ese menos peor y deslegitimar un poco de su triunfo al que gane, por un
lado, y brindaría al votante una sensación -al menos- de “lo
intenté”, “hice lo mínimo que estuvo a mi alcance
por no ser fregado esta vez…”. A quién huye del acto eleccionario
(por distancia o por abstinencia o voto en blanco), entiendo que no puede abrírsele
juicio de valor, sobre todo en un país como el nuestro en el que se ha
defraudado al electorado tantas veces y tan gravemente, repito: TANTAS VECES
Y TAN, TAN, TAN GRAVEMENTE. En todo caso, para el que quedó frustrado
a tal grado en su voluntad democrática como para no poder reponerse aún,
deberá ir pensando que la vida sigue y en cada elección ha de
renovarse la esperanza de que las cosas dejen de ser más de lo mismo…
y que algún día lo serán, y –seguramente- más
rápido si vota que si no.
Elegir los miembros de un gobierno representativo como el que indica la Constitución
Nacional, implica designar apoderados, mandatarios (mientras uno, el pueblo,
sigue siendo el mandante, el poderdante). Las grandes defraudaciones habidas
por parte de los políticos y partidos han sido causadas por abstraerse
de esta circunstancia y pasar a sentirse dueños, propietarios de ese
poder que les había –simplemente- sido delegado provisoriamente;
y el problema del Poder Judicial ha sido no haber sabido cómo hacer rendir
cuentas debidamente de las gestiones, no haber tenido los elementos suficientes,
o procurarse las herramientas necesarias para poder efectuar el debido contralor
jurisdiccional de dichas estafas (que –generalmente- han coincidido con
delitos económicos flagrantes y –sin duda- con el jamás
imputado delito de traición a la patria, siendo –probablemente-
el más popular entre toda la clase dirigente corrupta).
Otro de los dilemas que planteamos más arriba estaría dado por
si utilizar la elección concreta para favorecerme yo mismo, y a partir
de mí a la mayoría que sea como yo, o tomándome como modelo
del bien común; o si tomar de base al bien común y a partir de
él favorecerme indirectamente. Es un poco más evidente este dilema
en el caso de aquel a quien un partido le ha prometido que le dará un
puesto, o un puntero que recibirá beneficios sociales adicionales si
sube tal o cual, pero no debe sorprendernos que a cada uno se le presente la
inquietud, y se pregunte –por ejemplo- si su temor es la seguridad y un
político funda su campaña en la mano dura o en la tolerancia cero,
si la decisión se basará en ese miedo personal o en el bien común
(que involucrará a quienes viven en condiciones tales de exclusión
y marginalidad que no tienen muchas veces oportunidad alguna de insertarse en
el sistema, y a veces delinquen, pero que también tienen derechos como
ciudadanos y que también votan). O si soy comerciante, sano y sin hijos
en edad escolar y un político manifiesta que bajará impuestos
a los autónomos a costa de mantener deficientes los servicios hospitalarios
o los establecimientos escolares (cosa que no aclarará, obviamente, pero
que debemos saber necesariamente pues los fondos jamás vienen del aire)
¿debo velar como ciudadano por mi interés personal o por el de
aquellos que tienen enfermedades o hijos? Podríamos decir que las mayorías
no bastan, que aunque hubiera un solo niño o un solo enfermo, este ciudadano
debería tener garantizado por el Estado un buen acceso a la educación
y a la salud (aunque todo el resto tenga obra social o colegios privados). Estimo
que uno debería optar por el derrame desde el bien común, ya que
si hay realmente un gobierno que haga cosas por el bien común, estas
llegarán a nosotros de un modo u otro, más directa o más
indirectamente… en cambio, si las medidas solo favorecen a mayorías
(típico de gobernantes demagogos), el día que pasemos a formar
parte de una minoría nos veremos en serios problemas (porque todos –al
menos en algún aspecto- somos parte de un minoría, aunque más
no sea barrial… si deciden que por su barrio pasará una autopista
que favorecerá a muchos otros barrios pero arruinará el suyo,
pertenecerá a una automática minoría le guste o no, ¿le
gustaría ser tenido en cuenta?.
El bien común, involucra, considera e incluye a las minorías.
El que persigue un genuino bien común social no se abstrae de sus responsabilidades
por el hecho de que los opositores son pocos para ejercer presión o contralor.
Da voz a quienes piensan distinto, debate, explica, acepta razones: claro ejemplo
de lo que NO OCURRE en nuestro Congreso Nacional, diversos parlamentos y consejos
deliberantes zonales, cada vez que existe mayoría suficiente de votos
de un partido.
Por último, cabría preguntarse si nos inclinamos a las ideas y
a las personas que las propugnan o si decide –de algún modo- por
nosotros el aparato partidario al cual pertenecemos. Aquí es muy difícil
hacer distingos, pues tal vez lo único reprochable desde el sentido común
es apresar el voto en un partido como si se tratara de una suerte de religión.
Los partidos están formados por hombres, miembros por los que circula
poder y que –a menudo- luchan abierta o secretamente por mantenerlo para
sí y al resguardo de intereses mezquinos y particulares. En este escenario,
existen lealtades de tipo antidemocráticas. Personas que sienten que
porque algún caudillo pasado o presente los favoreció enormemente
a través de alguna de sus decisiones, le deben algo a ese político
o partido… son personas que no comprendieron aún que los políticos
y los Estados se deben a sus ciudadanos y no al revés. Ellos –por
agradecimiento desmedido- sienten que retribuyen el favor recibido obsequiándoles,
no un voto concienzudo y confiado, sino su entera capacidad de votar, pasan
a ser “zombies” del aparato partidario o del político. Este
denominado “voto cautivo” es el que deberá ir desapareciendo
a medida que mejore la institucionalidad, la educación y –en definitiva-
la democracia.
Ahora bien, ¿qué elegir cuando se elige? Definitivamente concluiría
que:
• Si a conciencia confiamos en que alguien (persona o partido) es el mejor
para el bien común, como primera opción.
• Si consideramos que alguien (persona o partido) es mejor para la mayoría,
como segunda opción.
• Si sentimos que todos los que tienen posibilidades de ganar son lo mismo,
elegir al mejor (en base a los dos criterios anteriores) entre los que no tienen
posibilidades de ganar.
• Si no sabemos representarnos cual sería o con quién estaría
asegurado mejor el bien común, o las grandes mayorías, votar al
que en apariencia mejor represente nuestros individuales intereses y creencias.
• No guiarnos por “lealtades” o “compromisos”
pasados, ni dejarnos arrastrar a la entrega del voto a cambio de nada (ni choripanes,
ni cargos ejecutivos). Aceptar que –si fuimos favorecidos en algún
momento- no debemos agradecérselo al representante, sino al pueblo que
–en definitiva- lo permitió. Debemos votar con la clara convicción
de que elegimos libre y voluntariamente, y responsabilizarnos por el voto emitido.
• Debemos interiorizarnos -al menos- de las bases de campaña de
cada candidato electivo, de su historia previa, de su capacitación para
el cargo para el que se presenta, y –de ser posible- debemos semblantearlo,
observarlo hablar, ver si detrás del brillo envolvente de sus ojos no
divisamos una “S” con dos sospechosas barras cruzándola por
encima.
• No nos conviene huir, porque el Estado nos alcanzará de todos
modos. El que huye pierde en gran medida - sino en toda- la legitimación
moral para luego protestar. Es como el que se queja a dios por no ganar la lotería,
pero nunca es capaz de comprar un número. Hay que seguir apostando a
que las cosas cambien y votar en consecuencia.
• No elegir con miedo a perder, sino con ánimo de sumar a la democracia.
Es imperativo que algunos voten a un grupo de gente que no triunfará
sobre otros grupos, debe haber partidos minoritarios que accedan a los comicios
y tengan algún grado de captación en las urnas, debe repartirse
lo más posible el electorado si se persigue que las diferentes minorías
accedan a la palabra alguna vez, a la presentación de sus verdades, y
que las decisiones –aun las del partido ganador- deban ser consensuadas
en lugar de impuestas al resto.
Ser seres humanos viviendo en sociedad, nos obliga a ser políticos. Ser
ciudadanos, nos obliga a ser democráticos. Podemos no militar activamente,
podemos desinteresarnos de los ires y venires de la macro política nacional,
y –aún- de la micro lucha de poderes barrial o municipal, pero
el voto es casi la única herramienta eficaz, silenciosa, anónima,
multitudinaria, evidente, fácil de usar, rápida y lapidaria, que
tenemos las grandes poblaciones para mostrar nuestra voluntad: NO PERDAMOS LA
POSIBILIDAD DE UTILIZARLA INTELIGENTEMENTE!
-VOLVER AL LISTADO DE ARTÍCULOS-
MUCHOS OBJETIVOS, POCOS PROYECTOS
Tal vez uno de los signos más representativos de los nuevos tiempos sea
el percibir en el ambiente, en las personas en general -y en los jóvenes
en particular- una enorme desesperación por alcanzar objetivos, en reemplazo
de lo que implicaba, otrora, la construcción de “proyectos de vida”.
Es cada vez más notable la proliferación de un marcado desinterés
por el proceso que guía hacia la meta, por las acciones que hay que perfeccionar
y pulir, para ir aproximándose a los resultados deseados.
Antaño se discutía sobre si el fin, justificaba los medios elegidos
para llegar a él, y –de alguna manera y contra toda previsión-
parece haber triunfado –para gran parte de las nuevas generaciones- el
que sí, efectivamente, los justifica. Evidentemente no podemos responsabilizar
de todo un proceso global tan solo a la TV, porque si bien siempre se ha intentado
menospreciar el crucial impacto que este medio tiene como formador de pensamiento
–finalmente- refleja realidades, parciales, torcidas e inicialmente minoritarias,
pero –en definitiva- existentes en el cuerpo social.
Si los objetivos que evidentemente se nos muestran como deseables son el tener
poder, dinero, éxito, fama, con prescindencia de aquello qué se
tenga que hacer para lograrlo (o –peor- mostrando las barbaridades que
personas con un psiquismo muy frágil están dispuestas a hacer
para lograrlos), esa realidad que nos está reflejando el espejo televisivo,
en todo caso, deberíamos reconocerla como disvalor, como realidad deformada
y no representativa (antes de que lo sea), y discutirla en el seno familiar
y en nuestra red social más próxima, para comprender y ayudar
a comprender a nuestros jóvenes en formación, que las personas
que se pueden observar en la “caja-que-no-tiene-nada-de-boba”, no
son modelos ni de comportamiento, ni de valores, ni de conductas, y que sus
comportamientos no representan lo deseable por mucho que se esfuercen por mostrar
lo contrario.
Probablemente deberíamos hacer una profunda reflexión sobre qué
lugar se le está dando a la la persona humana en el mundo actual, cómo
consideramos al ser en nosotros mismos y en los otros, si somos capaces de ver
en él a Dios; pues si se infravalora permanentemente al ser humano respecto
de un objeto exterior –sea este material o inmaterial-, es obvio que luego
habrá consecuencias indeseables… tanto fuera que se consigan o
que no, tales objetos.
La pérdida del valor del proceso, del plan, del proyecto para llegar
a una meta vital, no es un tema menor, ya que la valoración de estos
muchas veces ha llegado a reemplazar el que se alcance o no a la meta inicialmente
programada. El cuerpo social todo ha ido olvidando que lo realmente importante
siempre fue el proceso… ya que en última instancia, además,
la meta final de la vida siempre será la muerte. Lo único existente
es el aquí y ahora y, subyacente en él, el proceso de vivir hasta
morir.
Entonces, si la vida toda es un proceso, por qué no dejar de agobiarnos
inútil y estúpidamente, por qué no sincerarnos con nosotros
mismos y reconocer que si no logramos que nos guste el trabajo o labor que desarrollamos
día con día y solo la usamos para obtener los recursos suficientes
para comer abundantemente, pagar impuestos y vacacionar todo lo que podamos,
o si solo toleramos la vida en común con alguien por alguna otra cosa
que no sea el descubrir junto a ese otro el devenir existencial, o si no logramos
que nos guste estudiar las materias de la carrera que elegimos, puede que no
estemos logrando valorar nuestra propia vida lo suficiente… pues si no
comprendemos la vida como proceso estaremos “quemando tiempo”, entregando
años a cambio de unos pocos instantes de presunto ”éxito”,
o sea… haciendo un muy mal negocio… de hecho, el peor de todos.
Al concientizarnos un poco más del proceso vital, estudiaremos para aprender
más, para poder utilizar esto para ayudar, para servir y para servirnos
de ello (más que para recibirnos), conviviremos con otro u otros para
conocernos, compartir, comunicarnos e –incluso- traer nueva vida (no para
convertirnos en una unidad de “fusiones y adquisiciones”) y trabajaremos
por la labor misma y para brindarnos a los demás –compañeros,
jefes, pacientes, clientes- a través de ello (más allá
del hecho de tener que cobrar por ello).
Tal vez, nos esté fallando el entendimiento de la importancia que cada
paso reviste para llegar a un resultado buscado, pues si así fuera, podríamos
disfrutar cada milímetro en que nuestra actividad nos acerca a él,
con la misma intensidad con la que nos alegrará luego la llegada; mientras
que –simultáneamente- podríamos utilizar cada traspié,
cada caída, cada parate, para aprender de nuestros errores y de la vida,
aprovechándolos de esta manera y consiguiendo disfrutarlos –también-
como parte de la experiencia.
Los monjes budistas tibetanos dibujan sobre el piso enormes “mandalas”,
los elaboran con minúsculos pellizcos de arena coloreada mientras meditan,
en el acto mismo de meditar; El proceso lleva a veces días y hasta semanas
y meses, y cuando al fin se coloca el último grano que completa estas
verdaderas obras de arte, se barre… el proceso, cada instante del proceso
fue la sustancia del “mandala”, no el impermanente resultado final,
y sin embargo –en paralelo a ello- entendido como acumulación de
pasos, el proceso debe necesariamente tener principio y fin.
Podríamos concluir que: si llegáramos a hacer de nuestro camino
nuestra meta, del proceso el objetivo, ¿qué mayor liberación?
Hay quien dice que el resto llegará por añadidura, creo que es
posible, y que es posible –también- que no necesitemos de ningún
“resto” cuando la satisfacción sea completa en el hacer.
Aprender a vivir, disfrutar cada instante de existencia, de ser. Que la vida
entera se convierta en nuestra máxima meta! Que lo que en el contexto
puedan verse como eventuales éxitos y fracasos no sean más que
más momentos de aprendizaje, tan buenos como cualquier otro, y así,
cuando lleguemos al cartelito que nos indique “fin”, estar plenamente
preparados, listos, para la nueva aventura, como un bellísimo mandala
tibetano.
-VOLVER AL LISTADO DE ARTÍCULOS-
Otro
fin de año, nuevos festejos y festividades, nuevos y viejos motivos para
celebrar y para acongojarse, para recordar el pasado y a los que ya no están,
para disfrutar con algún miembro recién llegado a la familia sea
a título de novio de la nena, novia del nene y sus variantes, o bien
nuevos hijos y nietos… siempre alguien se va sumando.
También se repiten -en esencia- las cuestiones, diferencias y discusiones
tradicionales… cada vez hay alguno un poco más “chocho”
al que los años le vienen pesando, alguno más sabio o que da muestras
de haber crecido y alguno que no se banca más el status quo… vuelven
año a año los entuertos de familia, las nueras disputándose
el cariño de la familia política, las mezclas de problemas económicos
y familiares, el cuñado que no devolvió el dinero prestado, el
hermano que es medio tiro al aire, el que sigue peleado con el otro por el tema
de la sucesión, o del kiosquito familiar, las chispas de la suegra con
esa bruja que le robó al nene y que lo tiene de las narices, y el triste
célebre papel del hijo que liga el reproche de la madre y –horas
más tarde- el de la esposa, el ama de casa menospreciada, el familiar
infiel que se fue a pasarla a lo de su familia política o que ni se acordó
de llamar, y –en las familias muy reducidas- siempre está aquel
que percibe que pronto se quedará completamente solo en el mundo, etc...
Todas estas, versiones –generalmente complementarias- de nuestras deficiencias
sociales más arquetípicas. Todos frutos –en definitiva-
del hecho de no saber respetar las individualidades, ni la libertad del otro,
ni tener una clara inteligencia acerca de los límites de la propia autonomía
e independencia personal.
Hace demasiados años, muchas veces toda una vida, que ni siquiera nos
preguntamos para qué vivimos, qué sentido tiene esto a lo que
llamamos existir. Años y vidas completas basadas en obtener placeres
banales y posiciones económicas robustas, incluso hasta la obsenidad.
Hemos visto morir seres queridos sin haber dispuesto de un tiempo vital mínimo
para pasarlo con ellos, o sin poder despedirnos de seres significativos por
no poder acabar con discusiones estúpidas e insignificantes como las
descriptas más arriba. Nos hemos abstraído de ver el crecimiento
de nuestros hijos sin prestar la debida atención a cada uno de los minúsculos
y hermosos detalles de su desarrollo.
El humano es un ser asombroso por su belleza, por su inteligencia y, también,
por su brutalidad e idiotez sin igual. Aún se llama “deficiente
mental” a un chico con síndrome de down, y “presidente”
a quien –aún dominando políticamente el mundo- declara la
guerra contra un país, y ordena matanzas y todo tipo de vejaciones contra
la humanidad; y denominamos “pueblo soberano” -en lugar de “pueblo
estúpido”, “pueblo ignorante” o “pueblo ególatra”-
a quienes deciden reelegir a ese “presidente” y afianzar sus decisiones.
Siendo 2007, aún llamamos soberana Sociedad de Naciones a quienes tan
solo son agentes con la misión de subyugar a sus respectivos conciudadanos,
mantenerlos empobrecidos en una masa que no llegue a ser crítica, idiotizarlos
permanentemente para poder manipularlos con mayor facilidad, y explotarlos productiva
y viviencialmente, en nombre propio pero en representación de cinco o
seis familias poderosas del mundo… a las cuales el adjetivo de “poderosas”
les queda chico, ya que sería más apropiado el de “propietarias
del mundo”.
Mientras el resto de los animales mueren en la más absoluta ignorancia,
tenemos como seres humanos el extraño designio de persistir en nuestra
imbecilidad hasta que es demasiado tarde, con el agravante de que, finalmente,
en esa instancia solemos ser capaces de darnos cuenta de los gravísimos
errores cometidos.
Seguimos contaminando el planeta y sus alrededores. Cada político en
campaña nos dice que será posible resolver los conflictos, mientras
que cada gobernante electo nos dice que se hace lo que se puede para evitarlo
pero que no se puede más… y entre tanto duran las discusiones bizantinas,
entre candidatos actuales y futuros, la legalidad persistirá prolijamente
por detrás de cada industria contaminante del globo terráqueo
sin poder alcanzarlas jamás, y se seguirá enviando chatarra al
espacio a dar vueltas a la tierra hasta que caiga sobre nuestras cabezas, y
continuará cambiando el clima, derritiéndose los polos, escaseando
el agua potable y muriendo niños y adultos de canceres de misteriosa
etiología… y nosotros seguiremos consumiendo todo lo que se pueda,
generando toneladas de basura por cabeza, echando culpas para los lados, para
el frente y detrás, sin que se nos cruce por la cabeza el más
mínimo planteo sobre en qué podemos influir cada uno de nosotros
para que esta realidad alienante, alienada y iatrogénica emprenda al
fin un camino regrediente.
Somos seres gregarios, nos resulta necesaria la vida social para la supervivencia,
pero paradójicamente no podemos convivir con nadie, nos peleamos con
todos los que nos rodean, los envidiamos, les propinamos afrentas, los vilipendiamos
, los maltratamos, los explotamos, nos aprovechamos de los inocentes, nos vengamos
violentamente de los violentos, quebrantamos las leyes que no nos gustan, exigimos
inflexibilidad con los que hayan quebrado aquellas normas que si decidimos respetar,
los jueces sólo son justos si sus sentencias adhieren a nuestras posturas
y opiniones e injustos si benefician a la otra parte (a la que nosotros ya hemos
declarado -a priori y sin derecho a defensa o apelación alguna- culpable),
miramos con fascinación –y hasta admiración- a un pobre
tipo que resulta emblema mediático o showman, y desconocemos absolutamente
y negamos todo reconocimiento y prestigio social a miles de científicos,
biólogos, médicos y técnicos –entre tantos otros-
que se levantan día a día con la meta de salvar nuestras vidas,
curar nuestras enfermedades, y colaborar –en fin- en brindarnos un mejor
y más firme acceso a la salud en todas sus formas y en una mejor calidad
de vida.
Vivimos pendientes del último modelo de celular, computadora o electrodoméstico,
o de la última fragancia de marca, o de la colección de ropa de
la temporada que se viene, pero somos incapaces de advertir si el cartonero
que pasó hoy por la puerta de casa es el mismo de ayer y de antes de
ayer, porque ni lo miramos, ni lo saludamos, ni lo consideramos un ser humano
lo suficientemente digno de nuestro más respetuoso y cordial saludo…
pero –eso si- nos quejamos de la violencia o el destrato cuando ella viene
de los sectores más humildes hacia nosotros.
Como dije al principio, este fin de año es uno más de tantos,
pero también puede ser otra cosa. De quién sino de nosotros puede
depender que lo importante, en lo que se ponga la lupa a fin de año,
no sea si el pollo está rico o no, si la sidra o la champaña es
mejor de una u otra marca….
Aun manteniendo mis mejores deseos para el lector y los suyos, en estas próximas
fiestas, espero que las mismas puedan ser aprovechadas como un espacio simbólico
de reflexión y encuentro, no tanto para balances sobre ambiciones, metas
y deseos, cumplidos e incumplidos, sino para el comienzo de una nueva búsqueda
: ¡ la búsqueda del hombre nuevo !
-VOLVER AL LISTADO DE ARTÍCULOS-