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YO NO SOY MIS EMOCIONES (Enero 2005)
VIVIR LA VIDA DEL PRINCIPIO AL FIN (Febrero 2005)
LAS CAPAS DE LA CEBOLLA (Marzo 2005)
¿ QUIEN ESTÁ AQUÍ ADENTRO ? (Abril 2005)
ELEMENTAL, WATSON, ELEMENTAL… (Mayo 2005)
MÁS DE LO MISMO... O DESCUBRIRNOS (Junio 2005)
NO SE SI UD. ME ENTIENDE (Julio 2005)
SALIENDO DE LA PIRAMIDE (Agosto 2005)
¿ Y SI TODO FUERA AL REVÉS ? (Septiembre 2005)
RITUAL DEL HOMBRE ADOLESCENTE AL HOMBRE JOVEN (Octubre 2005)
SER MEJOR, ESTAR MEJOR Y VIVIR MAS CONSCIENTES (Noviembre 2005)
LAS CUMBRES, LOS ABISMOS Y LA GESTACION DE LO NUEVO (Diciembre 2005)
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El manejo que se tenga o no de los estados de ánimo, es uno de los aspectos del comportamiento humano más expuestos a los ojos del tercero observador, y –aún así- más difícil de notar y alterar por el portador. Los estados de ánimo, junto con el carácter y el temperamento, son muchas veces un obstáculo de hierro a la hora de profundizar la búsqueda interior.
No hace falta enumerar cuantas personas en el mundo han muerto de un infarto mirando cómo ganaba o perdía un partido su equipo de fútbol favorito, o cuanta se ha lesionado seriamente a fuerza de golpes de puño, por haber causado una abolladura al vehículo que frenó intempestivamente, etc..
Las personas viven muchas veces vidas que parecen “poseídas” por sus pasiones, y -por muy concientes que pudieran parecer de los trastornos que le ocasionan- parecen estar exentas de toda influencia de la voluntad sobre ellas. No obstante, este tipo de actitudes nunca llegan de la nada, sino que son respuestas aprendidas a lo largo de toda la vida, claro que con una sutil dosis del elemento constitucional innato.
Nadie mata a su mujer por encontrarla con otro, si no tiene una historia previa de agresividad –al menos reprimida-, baja tolerancia a la frustración, cierta celotipia, etc.. Nadie se baja del automóvil con un garrote para golpear al conductor que lo chocó accidentalmente si no viene ya con una carga emocional pre-dispuesta a ello.
El problema de los estados de ánimo es que –usualmente- se los confunde con formas de ser, se los permite y se los defiende cual si fuera necesario no cambiarlos para no cambiar la personalidad. En el seno de las familias se suele hacer una validación casi apologística de cierto tipo de reacciones de alguno de sus miembros (el típico: “dejalo, ya sabés que él ES así”), hasta que ocurre alguna desgracia socialmente reprochable… ahí aparecen recién los que dicen: “esto era cuestión de tiempo”, “ya se sabía que esto iba a pasar”, etc..
Lo cierto es que más allá de las tendencias innatas y de las patologías psiquiátricas, hay una cantidad de personas que sin llegar a ocasionar daños a terceros, realmente la pasan mal… padecen y sufren intensamente esta imposibilidad de manejar sus estados de ánimo, de refrenar sus impulsos y alterar sus tendencias.
No debemos –sin embargo- vernos TODOS muy alejados de este tema. Partimos, pues, de la base de que todos tenemos estrategias defensivas -unos más básicas, otros más complejas- con las cuales construimos los muros o barreras que nos separan de un entorno percibido como permanente o eventualmente hostil. Quien se sitúa en la vida de esta manera sólo puede ver las cosas en términos de que lleguen o no a causar dolor o angustia, así que lo que hace es separarse, apartarse, mediante acciones u omisiones comportamentales (o bien se aleja, o bien hace que los demás se alejen).
La persona irritable se está defendiendo, el problema es que se defiende mal, porque no hay lugar en su mundo para la templanza, ni la prudencia. Puede herir verbal, psíquica o físicamente, pero el que siempre –sin excepción- saldrá lastimado es él, porque no hace más que confirmar lo deficiente de su estrategia defensiva… solo la sigue utilizando porque no tiene otra a la mano.
Los prácticos conductistas americanos han creado –entre otras metodologías- técnicas como la de “exposición en vivo”, en las que someten a las personas a situaciones similares –pero controladas- a aquellas que determinan reacciones indeseables, y así lograr que el sujeto pueda ir desarrollando gradualmente nuevas habilidades de confrontación, e incorporarlas a sus esquemas de comportamiento.
Estoy cierto en que similares resultados se pueden obtener por medio de la reflexión guiada, en los más de los casos.
Cabe poner de resalto que, no obstante ser generalmente egodistónicas las consecuencias intra e interpersonales de las reacciones desmesuradas, uno de los supuestos más dañinos para estas personas es el hecho de sentir que dominan la situación, en lugar percibir que están siendo dominados por ella.
Es muy común que los llamados “temperamentales” o “personas de carácter fuerte”, lleven ese mote por actuar de modo contrario a cómo se les pide que lo hagan. El caso es que si se juntan con un manipulador, éste solo tiene que pedir lo contrario a lo que quiere para lograr su objetivo… no hay dominio de nada cuando no es la voluntad -guiada por la razón- la que ordena los actos.
Creo que en términos ideales uno debe intentar conocerse cada vez mejor. Muchas veces hablamos de cuestiones de índole espiritual o metapsicológicas en esta columna, no obstante, resulta imprescindible comprender que la autoobservación incluye la psique y su funcionamiento.
Si nuestra búsqueda es espiritual, no podemos pasar por alto el impacto que tiene sobre nuestros pensamientos, nuestras tendencias, y sobre nuestros comportamientos nuestros pensamientos. Una maravilla nos espera siempre al final del recorrido, pero el camino hay que transitarlo sin saltarse ninguna parte.
El que vive aparentemente inmerso en cuestiones espirituales, pero no puede tolerar que alguien no piense como él, o que las cosas no salgan como quiere que salgan, no tardará mucho en ofuscarse también con Dios.
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VIVIR LA VIDA DEL PRINCIPIO AL FIN
Visto desde la óptica corriente, muchas veces las vacaciones no son un período de descanso, una etapa de reflexión sobre el lapso de labor previo o de planificación para el siguiente, sino -lisa y llanamente- un momento en el cual las personas sienten que hacen lo que quieren hacer, viven donde quieren vivir, y son quienes realmente quieren ser… su correlato está representado por aquellos que se están por jubilar y que piensan -o sienten- que les está por llegar una suerte de liberación.
Lo extraño de todo esto es que en esa semana, quincena o veintena, una gran cantidad de gente se comporta de modo diferente a como lo hace el resto del tiempo, exteriorizando conductas que dan la sensación de que –finalmente- les llegó el “micro-instante del año” en el cual les está permitido ser ellos mismos.
Es a menudo patético el percibir como -en el fondo- estas personas sienten que el trabajo es una venta de su tiempo anual, cuyo única contraprestación u objetivo es permitirles comer y pagar las cuentas -vale decir: subsistir- y llegar victoriosos año tras año a su período vacacional para ir a un lugar que de alguna forma sea más confortable que su propia casa, a rodearse de gente más afin que su propia familia o amistades, y a alejarse un rato de los relojes y los celulares. Y, es patético porque el único capital que poseemos los entes vivos es el tiempo… y es un pésimo trueque el del dinero a cambio del tiempo de uno.
El ser humano solo tiene tiempo, y –contrario a lo que se piensa- éste no es abundante. Todos nacemos y en unos años morimos indefectiblemente… ¿Cuál sería el negocio de trocar nuestro único haber por un trocito de papel pintado con tinta, con signos, símbolos, y la cara de algún procer del que con suerte sabemos su nombre?
La mayoría de la gente no advierte que el trabajo es el lugar físico y/o simbólico donde desarrollamos la mayor parte de nuestra experiencia vivencial, y que el dinero es solo uno de los medios posibles para perpetuarlo y no la finalidad del mismo. El descanso, el alejamiento, las vacaciones, son necesarias y positivas en este contexto porque nos permiten sumar ópticas renovadas, nos dan nuevas perspectivas que nos ayudan a mejorar, a no encapsularnos o cristalizarnos en el mecanicismo que encierra toda forma de labor o función.
¡Cuanto mejor viviríamos si alcanzáramos a vislumbrar cómo se juega mucho más el “quienes somos” en el trabajo que en las vacaciones! ¡Con cuanto más ahínco laboraríamos si tuviéramos la certeza de estar administrando nosotros nuestro tiempo en pos de desarrollarnos, y de crecer intelectual, moral y espiritualmente a través de nuestro trabajo en lugar de sentir que lo disponemos a cambio de papel moneda! ¡Cuanto menos estrés y necesidad de vacaciones, tendríamos si los empleadores también comprendieran que ellos no son dueños del tiempo de nadie, sino simples factores en la experiencia vital de sus colaboradores y empleados, tal y como ellos mismos lo son a su respecto!
Después de todo, se trata de vivir la vida de principio a fin, instante a instante… todo el año, todos los años que tengamos la buena fortuna de poder experimentarla, y no solo durante las vacaciones. Si su trabajo no le gusta cámbielo por otro que pueda aprovechar o –más positivo aún- cámbielo trabajando más y mejor; Siempre intente comprender de qué se trata su trabajo, intente amar lo que hace, trate de conocer más profundamente a las personas con las que se relaciona a través de él y conociéndose más a Ud. mismo en función, disfrute la vida a través de su rol laboral, crezca como ser humano mediante su trabajo, aproveche las experiencias que la vida le obsequia cuando hace su labor, porque la vida es eso que está ahí con Ud. cada mañana, cada tarde y cada noche… al ladito suyo, dentro suyo!
Disfrute sus vacaciones, pero no actúe como una persona diferente en ellas… Ud. es el mismo de siempre pero bajo otras circunstancias temporo-espaciales… intente no cometer nunca el error de pensar que el dinero compra tiempo suyo o de los otros, porque –si lo hace- será un mal empleado o un mal empleador… y -cuando esté en su lecho de muerte- al fin advertirá que por mucho dinero que tenga no hay tiempo extra a la venta y se preguntará si su vida fue solo la suma de sus días de descanso: una pequeña y pobre vida.
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A mayor tiempo que empleemos en conocernos a nosotros mismos, más podremos asombrarnos de lo que en verdad somos. Y, no me refiero a las cosas de las que somos capaces, solamente. Somos mucho más en todo sentido, nuestro ser se comporta tal y como ha sido enunciado en el inicio de este libro... nuestro ser tiende –en condiciones naturales- a advertir que es El. Nos lo va a decir de todas las maneras posibles hasta que lo entendamos. Aunque también podemos terminar nuestro ciclo vital sin advertirlo... o sin comprender sus mensajes.
Es relativamente trascendente este SABER LEER los mensajes que nos da nuestro propio ser. Para ello solo hace falta comenzar a escucharlo. Así como físicamente uno no debe “tapar” una fiebre con una aspirina hasta no saber qué causa la fiebre. Los mensajes no deben ser dejados de lado porque uno no les vea prima facie un por qué, sino que por el contrario se debe analizar íntimamente qué significados tiene para uno lo que determinados pensamientos o intuiciones –por descabellados que parezcan- nos traen a la mente.
Y, atento, NO SE QUEDE CON LA PRIMERA EXPLICACIÓN QUE SE LE PRESENTE, porque la habilidad humana para auto engañarse llega a extremos que solo averiguará con mucho tiempo de análisis.
Si ud. realmente quiere saber quién es, indague todo lo que llegue a sus manos. No deje de observar y de observarse. No se juzgue... véase sin abrir juicios ni llegar a conclusiones.
La observación “quieta” es la mejor manera de aprender quién es uno. Cuando el católico se confiesa, o cuando en otras religiones se ponen frente a un dios externo y mudo arrepintiéndose de pecados o “malas acciones”, o cuando el ateo examina su conciencia, buscan culpas y por tanto: CULPABLES. Esto, mental y psicológicamente funciona como una barrera para ver las cosas como en realidad son.
Las personas –en general- no quieren encontrarse culpables, por lo que buscan la culpa de un tercero, o el atenuar sus propias sensaciones indelegables de culpa en las circunstancias de momento o de vida. Tales cosas no son sino autoengaños. Uno no quiere ver lo que está viendo. Pero uno sabe –claramente- que está ahí...
Aún en los casos de aquellas personas que asumen todo el tiempo la culpa, sin excusas aparentes, funciona de la misma manera. Ello puede resultar difícil de entender en un principio, pero la mente trabaja de maneras diversas: quien hace eso solo está atenuando sus culpas al asumir –con conocimiento- culpas que supone que no le corresponden... por lo que en definitiva hace internamente un “pobre de mí” (cómo ya lo acuñó Paulo Coelho) … buscando la exculpación por medio de los demás, que le digan: “pobrecito/a no es tu culpa…”.
En ningún caso vamos a poder avanzar sobre quienes somos si buscamos culpables allá afuera o acá adentro... por eso es que juzgarse duramente no nos hace mejores personas...ni nos hace conocernos mejor.
Solamente debemos observarnos sin juicio valorativo, solo ver qué hacemos y analizar de donde viene ese comportamiento. Es una gran gimnasia. Es grato a medida que nos miramos en un espejo, ir viendo y descubriendo quién está ahí.
Uno va a resistirse a ver ciertas cosas al principio. Uno no va a poder evitar arrepentirse de otras... pero lo importante es ser conciente que uno NO TIENE POR QUE ENGAÑARSE... y lo que es más: NO TIENE POR QUE ENGAÑAR A LOS OTROS. Remitámonos a nuestro testigo, no a nuestra personalidad.
En un mundo que –como lo conocemos- está próximo a su fin; en el que todo parece girar en torno a la imagen falsa de uno mismo y –por tanto- de los demás, cuántas veces al día nos planteamos cómo huir de las situaciones que vivimos... cuántas veces al día quisiéramos remontar vuelo e irnos a un lugar donde nadie nos conozca y empezar de nuevo, siendo quienes queremos o sentimos que queremos ser.
Y, lamentablemente, aunque lo hiciéramos no podríamos evitar volver a caer en lo mismo. Porque la sensación es la correcta mas no la solución. La solución no es huir sino enfrentar... no de un modo confrontativo, crítico o destructivo, sino preguntarse: ¿QUE SENTIDO TIENE VIVIR UNA EXISTENCIA VACIA? ¿QUE SENTIDO TIENE VIVIR UNA VIDA QUE NO ES LA VIDA QUE QUIERO?
Infinidad de mujeres sienten que viven al lado de un marido al que ya no quieren tener al lado, y que solo tienen porque de no estar él no tendrían medio de subsistencia. Miles de hombres piensan cómo dejar a su mujer, y no se animan a plantearlo por temor a que su patrimonio se vea expuesto o disminuido. Miles de parejas no se separan por tener hijos menores de edad, o por qué dirá el resto de la familia, el grupo social o simplemente por costumbre. Cientos de miles de personas viven en un yugo familiar permanente... CULPÁNDOSE LOS UNOS A LOS OTROS, si no en la cara, al menos íntimamente. Sin embargo, NO HABLAN, son poco menos que tumbas los unos con los otros... y –cuando hablan- lo hacen de modo agresivo, no para buscar solución sino para desquitarse unos con otros tantas “sensaciones negativas” tragadas en su momento.
¿Por qué vivir esa vida? ¿Por qué atormentarse permanentemente?
La respuesta es LA CULPA. La vanidad hace que uno considere que el otro no puede ser feliz sin uno, y le da culpa dejarlo. O, se siente culpable de no sentir lo mismo que el otro exterioriza. O, siente que el otro es culpable de todos sus males, y puede que quiera que sufra esa circunstancia en carne propia, etc.
Todos estos ejemplos, no excluyentes de otros, no son sino INFIERNOS o CARCELES que uno creó o ayudó a crear alrededor de uno mismo.
Lo mismo sucede en el trabajo, en el grupo de amigos, vecinos, colegas, con los hijos, con los hermanos, los padres, etc.. Uno dejó de poder ser uno mismo, y pasó a ser un esclavo de su propia imagen. Con el tiempo uno advierte que esa imagen de sí mismo, debe ser alimentada... y tanto se dedica a alimentarla que termina perdiendo de vista QUIEN ES uno y QUIEN ES LA IMAGEN.
Imagine que está encerrado en un cuarto rodeado de espejos... con el pasar de los días empezaría a ver que su imagen se proyecta al infinito... semanas o meses más tarde uno se pierde en ese infinito... ya no sabe dónde está.
¿Cómo volver a encontrarse? Observándose, analizando el por qué y para qué de sus conductas, de sus pensamientos, de sus razonamientos, de sus inclinaciones, de sus pareceres... SIN JUZGARSE CULPABLE, NI INOCENTE, ni responsabilizar a otro... solo ver.
¿Qué se necesita para ser feliz? Nada.
Si cree que huyendo de su imagen actual, va a ser feliz... se equivoca: LA IMAGEN VA CON UD. HASTA QUE DECIDA ACEPTAR QUE UD. NO ES SU IMAGEN. Y, si advierte esto, NO LE HACE FALTA IR A NINGUN LUGAR.
No reemplace una imagen por otra, porque estará solamente empezando de nuevo el ciclo. Véase, revísese, no cambie nada de su sitio... solo dificultará las cosas. Los cambios vendrán solos a medida que se mire con atención.
Interiorice su soledad. Sepa que Ud. está solo... que por mucha gente que tenga alrededor... solo Ud. experimenta su ser. Y su ser puja por salir a la luz...
La verdad es cual cebolla, tiene muchísimas capas. En las relaciones humanas rara vez, y solo circunstancialmente dos personas coinciden en su visión de la realidad... y muchísimo menos seguido experimentan la misma faceta de la realidad de igual forma.
Pelar esta cebolla –mediante una visión analítica no valorativa- hace que a uno le vaya resultando cada vez más fácil NO JUZGAR ni juzgarse. Porque se va adquiriendo el habito de ver desde distintos puntos de vista, y uno comprende que así como algo es de una manera para mí, puede ser de otra para el otro... sin roces ni confrontaciones. En todo caso, la forma diversa en que el otro ve la realidad me enriquece, ya que amplia mi propia percepción.
Esto no significa que uno va a drogarse porque para el otro esta sea su realidad, solo significa reconocer que el punto de vista del otro es tan válido –ni más ni menos- que el de uno.
El otro experimentará su existencia y yo experimentaré la mía. Independientemente de que yo no entienda el porque de sus opciones, y aunque me parezcan destructivas, insatisfactorias o equivocadas... la cebolla tiene muchas capas.
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Muchas cosas ocurren alrededor nuestro todo el tiempo.
Nosotros advertimos concientemente una micro-disección de la realidad, que corresponde a aquella parte que recortamos a través de nuestros esquemas mentales. Es decir, sólo vemos –en sentido perceptual amplio– aquello susceptible de ser tramitado –enmarcado– en nuestra matriz de pensamiento. El resto, el macrocosmos de sucesos, situaciones, objetos y personas, queda por fuera de nuestros canales de percepción: NI SIQUIERA ADVERTIMOS que están ahí... o –caso contrario– los deformamos alucinatoriamente para que encajen en “el molde” con el que accedemos al conocimiento conciente.
Muchas personas, tildan de “mágico” o ”animista” al ser humano que desarrolla la intuición por fuera de la norma, o que llega a conclusiones de apariencia no racional sin basamentos empíricos o comprobables; sin embargo puede ser que nada haya de extrasensorial en ella, sino que en verdad se trate de alguien que procesa inconcientemente señales de ese macrocosmos que no accede a la conciencia, llegando a ella solo una suerte de revelación o certeza íntima.
El común de la gente, en cambio, ve un árbol, un hombre en bicicleta, una casa, y todo lo que está haciendo es tomar una percepción exterior –y por tal inexacta y deformada por los propios sentidos– y soldarla a una representación interior... tiene hojas, tronco, ramas: es un árbol! Alejándose de esta manera –y en forma inmediata– del individuo único y vibrante que acaba de percibir. A partir de ese momento, ese individuo desapareció de la realidad exterior para convertirse en un objeto interior que se proyecta en un presunto afuera.
El mecanismo que acabamos de mencionar no es tan complejo como parece, y es fácilmente discernible por cualquiera que se tome un momento para observarse.... el gran problema es que a menudo NO TOMAMOS el tiempo para hacer este ejercicio y nos limitamos a creer que dominamos el conocimiento de la realidad exterior. Suponemos con demasiada seguridad que vemos lo que en verdad es, obturando aún más nuestras percepciones y enfrascando casi por completo nuestros esquemas previos.
Encarcelamos a la naturaleza, a las personas, a nosotros mismos y a la vida en general, en presuntos comportamientos, actitudes y aptitudes; ponemos encima de ello expectativas que esperamos se ajusten a alguna forma de “deber ser” conforme a nuestra representación interna de la realidad.
En esta senda nos perdemos la gran posibilidad de experimentar la vida como niños, de ver con ojos ávidos de sorpresa el devenir de las cosas, de aprender cada día a conocer y conocernos mejor; y, al paso de los años nos afincamos en una “forma de vida”, en una rutina que excluye todo lo que le sea extraño, todo lo que pueda resultar inmanejable, incierto, en fin: nos prohibimos confrontar nuestros esquemas mentales con todo aquello que pudiera ser diferente de nuestras experiencias previas... nos dedicamos a rehusar, desestimar, desmentir, reprimir, sofocar todo lo que la vida nos presenta como genuinamente nuevo.
Vivir inmersos en esta ilusión no sería tan grave si no fuera porque impide la evolución individual y social. Rigidizar nuestra mente individual y colectiva solo nos acerca a la decadencia y decrepitud como seres humanos.
Cuando la sociedad cree saberlo todo, excluye la diversidad porque hace tambalear su presunto saber. Cuando una religión cree poseer la verdad condena, sojuzga y se vale de hogueras. Cuando un Estado cree tener el dominio de la realidad, se olvida de su rol de representante y servidor de las personas que lo habitan, para ser un simple opresor o explotador dictatorial.
Somos una especie muy particular; capaces de aprender de nuestros errores, de desarrollarnos y crecer, aptos para crear e inventar, ávidos de evolución... pero utilizamos gran parte de nuestra energía para perpetuarnos unos años más en un pulmotor pegajoso y maloliente al que llamamos “estilo de vida”.
Nos miramos al espejo y vemos un ser ansioso por aventurarse, por descubrir, insatisfecho y atado por sus prejuicios pero que se sabe –a la vez– hábil para liberarse a sí mismo de la idiotez opresiva del día a día; no obstante –cobardemente– terminamos utilizando el adminículo para cepillarnos los dientes antes de volver a dormir...
Cuándo será el día que el ser humano se fijamente al espejo, y honestamente se pregunte ¿quién está ahí, quién me habita? y pueda darse cuenta que no hay límites para la respuesta.
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Por si alguien no se enteró aún, no puedo evitar transmitirle que ha fallecido el Papa Juan Pablo II. Soy conciente –no obstante- que debo estar dirigiéndome a un segmento que se reduce -tal vez- a una persona en 10 millones y que haya estado en coma durante el último mes, porque parece ser que si de algo se habló en este tiempo, fue de Juan Pablo II y de su príncipe heredero.
Lo que realmente llama la atención es que los medios mundiales se hayan enfocado casi al unísono en hablar de un nuevo Papa de “línea dura”, sin saber siquiera a que se puede referir –desde lo teológico- este calificativo.
Casi concomitantemente con la noticia del nombramiento de Benedicto XVI, la prensa mundial comenzó a hablar de las supuestas “cuestiones candentes” que debería resolver el nuevo Pontifice: la unión homosexual, el celibato de los sacerdotes, el uso de preservativos para el control de la natalidad y como cuidado preventivo del HIV, las relaciones prematrimoniales, la excomunión a los divorciados, el aborto, etc..
De repente, dió la sensación de que el mundo hubiera estado deseando el cambio (+) del lider espiritual para ver si con uno nuevo había más suerte… para ver si “el nuevo” iba a ser más demagogo… si le iba a dar más pan y circo a los fieles.
De alguna manera, creo que -dado que las elecciones papales son tan esporádicas- hay cierto olvido de que su mecanismo no goza de la intervención popular… el Papa no necesita caer bien a la gente para ser electo… ni sus decisiones como Papa le harán perder futuras reelecciones (a lo sumo –dependiendo de a quién afecten- deberá tener algún cuidado extra al tomarse el tecito de la noche).
Lo cierto es que las temáticas que –de alguna manera- se pretenden instalar como candentes son en realidad muy diversas, y no son fruto de discusiones de un día, sino que llevan centurias de debate teológico. Que alguna o algunas de ellas pudieran reformarse, no cabe duda; pero si se pretende que la Iglesia Católica Apostólica y Romana se desdiga de un día para el otro de los fundamentos que dieron origen a las decisiones tomadas sobre las más de estas cuestiones es -lisa y llanamente- ilusorio, porque tendría que cambiar su definición de hombre como ser que es tal desde la concepción misma y del plan de Dios para cada persona y para la pareja… “que el hombre no separe lo que Dios ha unido” no es una frase de Juan Pablo II, ni lo son los diez mandamientos y su interpretación ancestral.
Claro está que hay un nuevo mandamiento que no es negativo –prohibitivo- sino por el contrario del todo positivo: “que os ameis los unos a los otros como yo os he amado”… y de éste –presumo- hace falta hablar menos y hacer más.
Tal vez la línea más dura de la Iglesia no la imagino tanto en que se cambie -o no- el reglamento social para que haya -o no- más potenciales “socios en el Club”, sino el hecho de que sigan estando sentados en la primera fila de los acontecimientos por los que pasa “el pueblo de Dios”, personajes tan siniestros como un G.W. Bush (por poner solo un ejemplo). Si la Iglesia Católica sigue ignorando el poder de estas imágenes que dan vuelta el globo terraqueo, más tarde o más temprano perderá toda legitimación. Si pretende escudarse en el hecho de que atienden a un representante del pueblo de EEUU, y lo tratan en su calidad de tal, no pueden dejar pasar la oportunidad de saludar al pueblo, condenar al representante enviado (que casualmente mandó a masacrar y sigue masacrando un País entero), y hacer un llamado a la reflexión del Católico y el cristiano norteamericano respecto de a quien o qué conductas premia al reelegir a un Bush como Presidente.
Vivimos en una época muy particular… de los millones de presuntos católicos que deambulan por la tierra una gran cantidad son “de carnet”, pues se dicen católicos por haber sido bautizados o por ir de vez en cuando a misa, pero viven –en su vida cotidiana- infringiendo todos aquellos mandatos que ellos –autodesignados teólogos- consideran vetustos o equivocados; la mayoría de estas personas no conocen su propia religión, no practican ningún tipo de virtud, no se circunscriben a ningún plan superior que no esté al servicio de soportar algún mal momento, no buscan a Dios, ni salen –siquiera- a su encuentro cuando éste les golpea la puerta de su casa.
En tanto los fieles no sean verdaderos fieles y la Iglesia no apunte a formar al ser humano para que sea una persona que luego elija libremente pertenecer a su religión, seguiremos viendo política barata, prácticas demagógicas y de marketing en su cúpula.
Si en el siglo entrante la Madre Iglesia no apunta todos sus cañones –y pone en juego todas sus potencialidades e influencias- para terminar con la pobreza y las guerras, para lograr la salud y la educación de todos los desposeídos y marginados, y para formar los corazones de todos sus feligreses para el amor y la búsqueda de Dios con ausencia de fantismos-; si los sectores que guían a la Iglesia –como institución- mantienen su predilección por la cantidad y no por la calidad cristiana de sus hijos… entonces –sin duda- seguirá al camino de los tibios… será reemplazada por cuanto movimiento, secta o tribu aparezca, y –finalmente- será abandonada por sus propios sacerdotes que se cansarán de poner una y otra vez sus mejillas ante las ovejas más desgraciadas, más hambrientas y enfermas del rebaño.
Una única alternativa vivificadora tiene la Iglesia en mi humilde opinión, y con ella resolverá cuanto planteo teológico se le pueda formular: sin dejar de pregonar el supuesto amor de Dios en los sermones, debería ponerse codo a codo con el hombre a trabajar demostrando que la única fuente de energía que se necesita es el amor, que en él Dios está presente, que en él Dios es guía, que en él Dios es infalible... que si nos amamos los unos a los otros, Dios estará con nosotros y ¿quién contra nosotros si lo tenemos a El?.
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MÁS DE LO MISMO... O DESCUBRIRNOS
Tal vez el mayor obstáculo para el logro de la excelencia –tanto en lo individual como en lo colectivo- es el suponer que ella es consecuencia de un don especial, y que por tanto deviene inútil perseguir un grado de perfección en aquello que nos propongamos si carecemos de dicho regalo divino. Pero, aunque fuera así: ¿quién podría seriamente asegurar respecto de sí mismo que tiene un don o que no lo tiene? ¿quién puede negar la ingerencia que tienen la aceleración de los tiempos y la desazón generalizada en el hecho de que ya no florezcan dalíes o da vincis?
Llegar a un nivel de excelencia es posible siempre y en todos los ámbitos, pero: ¿Quiénes son los mecenas de nuestros tiempos? ¿Quiénes proveen las seguridades mínimas para que potenciales genios afloren?
Vivimos un comienzo de milenio colmado de superestrellas y carente de artistas, repleto de mercantilistas y carente de filósofos, con muchos intermediarios y pocos productores genuinos… la decadencia tiene que ver en gran medida con la afirmación de la mediocridad, con el regodearse en ella. Somos un pueblo mayoritariamente mediocre, en un país mayoritariamente mediocre, inmerso en un mundo que también lo es. Y, en este contexto, más cierto que decir que han muerto los idealismos, sería decir que la pragmática ha aplastado las ideas.
Tan basto ha sido el poder alcanzado por el pensamiento pragmático, que ha destruido –incluso- a las ideas que lo dieron por bueno. Lo paradójico es que emprender las acciones más prácticas para llegar a un resultado, no tiene -en verdad- ninguna practicidad si no subyace a ello una idea acerca de qué se quiere lograr con el resultado mismo.
Como no hay ideas, el pragmatismo es un “pragmatismo idiota” carente de sentido, burocrático y sin razón de ser… pero que –curiosamente- sigue guiando al hombre posmoderno del tercer milenio.
Desde el momento que se permite que un economista delinee qué presupuesto es viable para aplicar a la salud pública o a la educación, perdimos la batalla… porque el economista va a ver ambas erogaciones como pérdidas de dinero; pues ninguna renta provendrá de dichas “inversiones” en forma segura y garantizada, o al menos no tan afianzadas como otras propuestas que le parecerán mucho más prácticas. Un economista pragmático no comprende que el fin de la economía es el hombre, él lo piensa al revés.
Para un político vaya si es más práctico prevenir protestas sociales repartiendo cajas pan, subsidios, planes jefes y jefas de hogar, etc… pero ¿dónde queda el respeto por la persona humana, su dignidad y el entendimiento del trabajo como fuente de realización?
Claro que es más barato apilar reclusos en una cárcel que educar para la no delincuencia, o que educar para la reinserción social, pero la sociedad que padece esta practicidad queda presa de ambos lados de las rejas.
Lógicamente es más práctico cobrar un sobresueldo –en sobre cerrado y en negro- que explicarle a la sociedad por qué un Ministro no puede vivir con $3500, mientras se espera que una pareja de jubilados lo haga con diez veces menos.
Es mucho más práctico como pueblo cuidar nuestro “kioskito” y dejar que un lider carismático que nos diga qué hacer, que ponernos a pensar por nosotros mismos. Parece más atractivo seguir cada cuatro años a un flautista de Hamelin y –así dopados- dejar que, al son de su música encantada, nos tire una y otra vez al fondo del mar.
No hay nada más práctico que el amor. Pero para comprender esto acabadamente es menester que tengamos la convicción hecha carne de que no nos puede ir bien si al de al lado, a nuestro próximo, le va mal… e irle mal no solo implica que no coma o no trabaje, sino que abarca el hecho de que no se realice como ser humano.
El ideal del amor, el reino de los cielos, no pertenece a otra dimensión, ni abrirá mágicamente sus portales cuando muramos. El paraíso, la tierra prometida y el jardín del Edén, son aquí y ahora, para cada uno de nosotros… solo se necesita un acto de conciencia para verlo. Podemos ayudar a crearlo y comenzar a vivirlo ya, o podemos seguir idiotizándonos con la mezquina esperanza de que el día que el corazón nos deje de latir seremos recibidos por quién sabe quién, quién sabe dónde.
Si no somos capaces de amar aquí y ahora, de dar lo mejor de nosotros para alcanzar la excelencia, la realización personal y social, si no somos capaces de crear armonía a nuestro alrededor, si no vemos a Dios en cada hermano, si no ayudamos al que necesita de nuestra ayuda, y no somos capaces de aceptar ayuda cuando somos nosotros los que la necesitamos, si no nos sentimos bendecidos por existir este instante, si no comprendemos que debemos ser mejores cada día, y que aprender a conocernos es el deleite vital por excelencia… ¿qué nos hace creer que seremos capaces de ver el reino de dios después de muertos? O más… ¿qué nos hace creer que seríamos bienvenidos a un reino de amor y paz, si solo tenemos ojos para ver y anhelar la desarmonía?
El hombre no está dentro de un plan divino, el hombre es el plan de Dios, porque somos El tanto más que nosotros mismos, y el fin del juego es llegar algún día a advertirlo.
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La “Teoría de la comunicación humana” de Watzlawick, Beavin y Jackson (íconos de la psicología sistémica), enuncia que la comunicación es una conditio sine quanon de la vida humana y el orden social, y –casi como principio cardinal- afirma que NO ES POSIBLE NO COMUNICARSE ya que aún nuestro silencio o quietud dicen algo al otro, no obstante creo que también valdría la pena preguntarse: ¿será realmente posible comunicarse?
Es cierto que estamos llenos de lenguaje, que el lenguaje nos rodea, que las palabras abundan y hasta brotan a raudales de nuestros sesos… sin embargo, a poco que profundizamos advertimos que los mensajes –por mucho ahinco que pongamos- nunca llegan al receptor tal y cual nosotros los emitimos.
Quien reciba nuestros mensajes siempre lo hará desde él mismo. Vale decir: emitimos un mensaje desde nosotros, desde nuestro saber, consideramos –además- lo que sabemos y lo que no sabemos del que lo va a recibir, pero –finalmente- no tenemos la menor idea de cómo el receptor va a decodificar lo que le transmitimos.
La cultura nos enseña desde el nacimiento infinidad de convencionalismos, desde palabras y sus significados hasta patrones de conducta y comportamiento, en base a los cuales intentamos día con día, minuto tras minuto llegar al otro. Vivimos -en general- en la ilusión cotidiana de que “eso” que dijimos fue comprendido. De hecho, en esta ilusión se basan la existencia de la sociedad, de la familia, de la amistad, tanto como sus correlatos opuestos: las broncas, los discusiones, los malos entendidos, las disconformidades, las revoluciones… El denominador común, lo que trasciende todo esquema cultural, es el hecho de que el ser humano está intrínsecamente solo y privado de compartir su experiencia vital con sus demás congéneres, a nivel del lenguaje.
La soledad –casi insoportable- del ser es lo que justifica el esfuerzo humano en pos de la comunicación, el que se crea fervientemente en que ella es posible a pesar de saber -en lo profundo- que no es sino un fantástico autoengaño.
No queremos enterarnos de esta imposibilidad de dar a conocer nuestro ser esencial. El lenguaje tiene una imposibilidad intrinseca: no puede comunicar lo que se halla fuera de él mismo. Entonces… nos resistimos a través de la infructuosa lucha diaria por expresarnos y darnos a conocer, apostando muchas veces todas nuestras fichas, todo nuestro tiempo, en pos de la esperanza de ser algún día entendidos, captados, comprendidos, asimilados, por alguien… quien sea!
Ahora bien, si lo que estoy diciendo resonará en cada lector de un modo diverso a la forma como yo lo vivo a la hora de escribirlo, y cada lector tomará unas partes de este totum y las interpretará conforme sus propias experiencias previas, su personalidad, sus conceptos, su propia definición y entendimiento de las cosas, y -en definitiva- desde su “yo” ... ¿podemos decir que logré comunicarme a través de este artículo?
¿Qué habrá de mi y qué de ud. mismo en lo que leyó? Podrá haber palabras de uso convencional –nuestras-, y habrá una forma determinada de darles orden –mio-, pero suyo será lo más importante: Ud. les otorgará un sentido, una direccionalidad y una interpretación para ud. mismo.
De alguna manera Ud. se estará leyendo a ud. mismo a través de todo cuanto lea, como se estará sintiendo, escuchando y viendo a sí mismo a través de todo lo que percibe a su alrededor… siempre que hay otro, lo que ud. recibirá de él no será sino su propia versión, nunca al otro real.
Lo que en Ud. resuena cuando percibe el exterior, no es otra cosa que su cúmulo de experiencia vital convertida al lenguaje. El emisor solo tiene esa función… jamás llegará a Ud. y Ud. jamás llegará a él… el mensaje no es sino un resorte que viene operando desde el inicio de los tiempos humanos y que se detendrá cuando muera el último hombre.
El lenguaje -y el sujeto yoico en tanto está constituído por él- no es sino un movimiento ilusorio que opera como distractor de la final realidad inexpresable de la existencia. Somos existencias veladas por un lenguaje impeditivo y obstaculizante, que prefieren –a veces de por vida- NO SER en compañía, en cambio de SER sabiéndose condenados a la soledad.
La buena noticia para quienes se lancen a vivenciar las profundidades del ser, aún sabiendo de la imposibilidad de compartir desde el lenguaje lo que en ellas descubran, es que -en esa búsqueda- advertirán que “la insoportable soledad”, “el otro” y “yo”… eran tan solo palabras, y -como tales- solo tenían valor significante en la vida de superficie.
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Un error bastante frecuente en el mundo de las actividades o del trabajo remunerado consiste en suponer que existe una relación limpia y clara entre lo que se cobra y lo que se hace, o entre lo que se paga y lo que se espera que el otro haga. Las personas le atribuyen mucha lógica a comentarios como: “con lo que me costó tiene que quedar bien”, “me arrancó la cabeza, pero es el mejor” o “me pagan o no me pagan lo que valgo”.
Y, si… es cierto que vivimos inmersos en una economía de mercado, donde la oferta y la demanda determinan muchas veces el hecho de que si alguien es extremadamente eficaz en sus tareas –sean cuales fueran- será muy requerido y por lo tanto elegirá entre dos o más propuestas de labor similares, aquella en la que la retribución sea mejor.
Sin embargo, a poco que observemos advertiremos que el ser humano es tantísimo más complejo que una simple ecuación entre la oferta y la demanda (por mucho que los Ministros de Economía insistan en lo contrario). El hombre –es cierto- requiere cubrir sus necesidades básicas pero, logrado esto, no se satisface tan solo con ganar más dinero… de hecho ganar más –en una sociedad de consumo- implica elevar la cantidad y/o calidad de sus necesidades, y por tanto incrementar sus gastos (cuando encaramos el tema desde el dinero, este nunca es suficiente por mucho que se tenga… baste recordar como -en la década del treinta- los multimillonarios que habían perdido casi todo su patrimonio quedándose solo con unos cuantos millones de dólares, se suicidaban como moscas).
Ya Maslow estudió e hipotetizó –a mediados del siglo pasado- acerca del fenómeno de la jerarquía de las necesidades del trabajador presentando su famosa pirámide de las necesidades 1) fisiológicas, seguidas de las de 2) seguridad, 3) amor-afecto, 4) estima y –por último- las de 4) autorrealización.
No existe un ser humano que no tienda naturalmente a ascender cada uno de estos escalones. Lo que ocurre –tal vez en el mundo entero- es que gran parte de la población se encuentra estancada entre el escalón 0 y 1 (sin trabajo o conservando a toda costa el que se tiene al solo fin de asegurar sus necesidades fisiológicas), y esto no es casual, sino que obedece –precisamente- al hecho de la explotación del hombre por el hombre. El explotador –u opresor- pretende mantener su lugar de poder perpetuando indefinidamente la falta de trabajo… mientras exista desempleo los que están en 0 serán oferta disponible, disputándose los puestos de trabajo con los que están en 1 , y los que están en 1 solo tendrán ojos para ver la amenaza que les representan los que están en 0. Así, el opresor reza cada noche pidiéndole a su dios que nadie se pregunte seriamente ¿Cómo es posible que en un mundo en el cual todo está por hacerse, no haya fuentes de trabajo por doquier?.
A estas estrategias de “los poderosos del mundo” debe sumarse –obviamente- la “pata” de la educación. La escuela tiene que ser un lugar destinado a deformar, anular y/o extirpar cualquier indicio de creatividad e iniciativa, debe uniformar hombres y mujeres, y hacerles creer que conseguir un buen puesto de trabajo que les permita adquirir bienes y servicios es el fin de sus existencias. La escuela debe impedir que las personas que la transitan comprendan que el “sistema imperante” es solo uno de los “sistemas” posibles, como tantos otros que pudieren existir; debe lograr que los individuos compitan por calificaciones impuestas por superior jerárquico –el docente, antecesor necesario del jefe-, debe hacer que unos se queden en el camino y que otros “triunfen” –egresen-, para que se vayan acostumbrando a que su frustración y su éxito, les vienen otorgados o no y reconocidos o no desde arriba, como lo será en su futuro laboral.
Obviamente hay –en menor medida- docentes que enseñan a pensar a sus alumnos, que les enseñan a evaluar por sí mismos sus conocimientos, sus proyectos y su creatividad. Sin embargo son pocos los que predican con el ejemplo, pues siguen reconociéndose dentro de un sistema jerárquico obsoleto, ciñéndose a planes de estudio inviables o maliciosos, modos de corrección discriminatorios y abusivos, privilegiando descaradamente la memoria a la intuición, etc etc.
Por último, cabe decir que lo único que tendría que quedarnos claro es que es nuestra responsabilidad el formarnos permanentemente y de por vida. Superar la programación escolar, familiar y del medio. Estudiar, leer, aprender y capacitarnos por y para un mundo que necesitará salir de las penumbras de la explotación, la marginalidad, la pobreza material, intelectual y moral… ese será un mundo que permita la autorrealización.
Necesitamos no depender del dinero para trabajar por este mundo, porque el dinero es parte del problema y no de la solución. Requeriremos trabajar para ayudar a formar -desde donde estemos- a la gente que no tenga el recurso elemental de saber pensar, y no solo me refiero a quienes pisan los escalones 0 o 1 de la pirámide de Maslow, ya que hay que tener muy en cuenta que ningún opresor pasa del segundo escalón (aunque suponga que es estimado por algún miembro del gobierno o que está autorrealizado por asistir regularmente a algún club de golf), porque no existe autorrealización posible a costa de privar a otro de lograr la propia.
La vida es un precioso y único obsequio, lo único absolutamente real que nos atraviesa a todos y cada uno; y la vida corporea se mide en tiempo. El trabajo no debe ser concebido como tiempo restado a la vida en pos de perpetuarla, sino que debe ser el espacio temporal de nuestra existencia invertido en pos de desarrollarla y mejorarla para nosotros y para el resto de la humanidad. Antes de aceptar un trabajo debemos preguntarnos si es lo que queremos, si nos va a permitir expresar nuestra esencia vital, analizar sus pros y sus contras, y entender que –en cualquier caso- nada es para siempre… pero, cuando trabajamos –sea cual fuere la labor-, no importa la paga que obtengamos, debemos hacerlo bien porque nos está yendo la vida en ello…
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Habitualmente presumimos que nuestros héroes, nuestros próceres, los grandes filósofos y maestros de la humanidad, fueron adelantados a sus épocas… punteros, visionarios de lo que iba a venir; ahora bien, en este marco… ¿qué pasaría si advirtiéramos que -en realidad- lo que lograron fue torcer el curso de la historia y moldear –cada vez- a un nuevo hombre?
Hay muchos casos en los que -sin duda- los hallazgos, descubrimientos y postulados se hubieran producido de un modo u otro… es indudable que el hombre aprende, de forma tal que la permanente absorción de conocimiento torna casi imperativo que busque explicaciones a la realidad que lo circunda… no obstante: las tentativas de explicación son –contrario a lo que tendemos a creer- infinitas.
No es cierto que la naturaleza responda a una lógica determinada… sino que el hombre está moldeado dentro de una matriz de pensamiento que le impide llevar a su mente las cosas sin una lógica de por medio. Vale decir, la lógica –de Aristóteles a Descartes- ha convertido la ilimitada y mágica mente humana en una mente racional absolutamente clasificadora, discriminadora, dual y encasillada.
No es cierto que existan países, ni fronteras, ni soberanías, ni aún límites naturales más allá del pretexto en virtud del cual unos les cobran impuestos a otros, o los envían a la guerra. Existe un pacto, una convención inicial tácita que responde a la necesidad innata de vivir en sociedad, y que se justifica –luego- bajo el imperio de leyes y de contrato social rousseauniano, cuando solo responde a la imposibilidad evolutiva del hombre de subsistir por sus propios medios en los primeros años de vida. Por ello no existe tampoco “la familia”, más que como un concepto, un recorte ambiguo y caprichoso de vaga pertenencia… ya que la humanidad entera es una sola familia extensa.
No existe un motivo para la vida, por mucho que se busque la razón o el sentido de la existencia, sino que la vida misma es el motivo.
Los científicos actuales acuerdan en que los sentimientos se producen en virtud del procesamiento de estímulos externos e internos efectuados por el sistema límbico (un conjunto específico de células neuronales que incluye amigdala, hipotálamo y otros núcleos)… es más, para ellos el ser humano es la neurofisiología de su cerebro… lo que equivale –traducido en términos sencillos- a que un plomero nos explique que como si no hay canilla, caños y tanque, no hay agua, por lo tanto EL AGUA ES la canilla, el tanque y los caños cuando se unen y se abre el grifo.
Los seres humanos somos una especie bastante adaptativa, y el órgano que –por excelencia- nos facilita esta adaptación, es el cerebro… somos capaces de recorrer un camino individualmente o de valernos del liderazgo de algún otro que nos lo indique, pero también somos –siempre- aptos para advertir las equivocaciones, los cambios de época y de circunstancias, volver sobre nuestros pasos y abrir otra u otras vías hacia nuevos horizontes… somos buscadores de sendas… exploradores dando nuestros primeros pasos. Resulta imperativo para nuestra supervivencia y evolución que comprendamos que ninguna calle es la definitiva, que ningún conocimiento racional es último, sino solo aproximaciones hechas por ensayo y error; que nuestro cerebro nos guiará eficientemente durante un buen trecho de nuestra existencia corpórea, pero no en todos los casos y no para siempre… y que nuestra esencia no necesita adaptarse sino que tomemos contacto con ella.
Solo cuando al fin sepamos que somos agua viva y no un complejo conjunto de tuberías, habremos de ver la realidad sin necesidad de abrir los ojos.
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RITUAL DEL HOMBRE ADOLESCENTE AL HOMBRE JOVEN
Hubo una vez un país en el que altos mandos de las fuerzas armadas y politicos de turno pusieron todo su empeño y dedicación para lograr que el servicio a la patria fuera visto como una imposición opresiva y antidemocrática, una pérdida de tiempo, un esfuerzo y un inútil y costoso riesgo de vida…
Es increíble que haya pasado una quincena de años desde que se derogó el Servicio Militar Obligatorio (S.M.O.), y que nadie en todo este tiempo haya planteado seriamente algún tipo de actividad supletoria del mismo.
El caso Carrasco, fue –sin duda- la gota que derramó el vaso de una serie de abusos injustificados e injustificables, llevados a cabo por quienes ejercían el manejo de los conscriptos. La repudiable y vergonzosa conducta histórica de los militares que ejercieron cargos ejecutivos en virtud de un golpe de estado, su participación en las desapariciones de personas, el sometimiento de congéneres a vejaciones y torturas, y –en definitiva- la creación y mantenimiento del denominado terrorismo de estado, la llevada al matadero de jóvenes inexpertos a la Guerra de Malvinas, mientras muchos de los miembros profesionalizados y entrenados quedaban en el continente; los famosos “bailes” durante la instrucción, las lavadas de coches de las esposas de los coroneles, los cortes de pasto en los domicilios particulares de los jerarcas, los malos tratos y las humillaciones llevadas a cabo por aquellos que tenían alguna formación militar superior a los reclutas, llevaron a que la gente, el pueblo, aplaudiera la demagógica medida de extinguir el S. M. O..
Obviamente no pretendo que exista en ningún político una vocación tal que proponga la reinstauración de un régimen de similares características, ya que ello implicaría prenderse fuego como un bonzo… es más, creo que no tendría asidero plantear hoy en día la necesidad de militarizar a la sociedad, pero –francamente- creo que la derogación del S.M.O. fue una desgracia, ya que se imprimieron en el imaginario popular por lo menos dos premisas falsas: 1) Que prestar servicios a la comunidad o a la patria solo es exigible si en consecuencia de la comisión de un delito sujeto a “probation”, y 2) Que el país no debe exigir y obligar a sus miembros a desarrollar actividades que excedan las del propio beneficio individual, y que lo contrario es contrario al orden democrático.
Ambas asociaciones son falsas, de toda falsedad y perniciosas para la Nación. El servicio militar con todas sus contras, debió haber sido mejorado o reemplazado por alguna prestación más altruista y acorde a los tiempos, pero no anulado. Debió haberse preparado a quienes iban a utilizar y formar personas, debió impedirse el abuso de poder, debió controlarse mejor su función en pos de unos objetivos bien definidos: ayudar a concienciar a los adolescentes respecto de su pertenencia a un proyecto de país, colaborar en la última pincelada del paso ritual del hombre adolescente al hombre joven, integrar a aquel de pobre procedencia con el de clases medias y acomodadas, y al del interior con el de las grandes urbes, cambiar el ambiente social familiar por el ambiente social extenso.
Mi abuelo atesoró anécdotas de su servicio militar, como tantas otras personas que conozco, durante toda su vida. Un chico de campo, que solo había conocido su pueblo natal, de repente se encontraba –sin saber nadar- en un buque en alta mar, conviviendo con muchachos que le darían mil vueltas en experiencia de vida, con algún exponente clásico de la viveza criolla, con algún manilarga que robaba el colchón del vecino, con alguno que se burlaría del “paisanito”, y –también- con algún nuevo amigo del cual conocería la solidaridad hacia un desconocido cuando nos sentimos por igual en la misma mala racha, aprendiendo como funciona la imposición de un orden determinado, junto con la obediencia a la autoridad, y –seguramente- luego de presenciar la suficiente cantidad de injusticias y abusos de los superiores le llegó la honrosa baja. Tal vez, aunque no de la mejor manera, el servicio militar enseñó mucho a muchos…
Correr a la persona de su familia de origen y enfrentarla en un ambiente suficientemente controlado al “sí mismo” que fue construyendo en las primeras etapas de su corta vida, prestando en ese ínterin algún tipo de servicio en beneficio de la comunidad a la cual pertenece –y va a seguir perteneciendo-, no debería ser visto como un sacrificio o un conflicto para la sociedad, sino como un deber del Estado tal y como lo es el hecho de obligar a asistir a la escuela.
Nada hay más republicano que hacer participar a la juventud en la cosa pública, pero no se puede pretender que el adolescente elija, porque como todos sabemos NADA HAY MAS COMODO QUE EL NIDO, tampoco se puede instar a los padres a que desalojen a sus hijos al llegar a los 18 o 20 años, o que los obliguen a inscribirse en un servicio a la comunidad. Debe ser una decisión estatal, y debe responder a un proyecto de Nación en el que todos nos sintamos del mismo lado.
Son casi infinitas las posibilidades y las formas de nuclear la enorme energía juvenil y ponerla al servicio del bien común. Hospitales, escuelas, espacios verdes, seguridad, partidos políticos, administración pública, instituciones, fundaciones, en todo y por todo el país… todos campos propicios para hacer desembarcar a grupos heterogéneos –en cuanto a su clase social y procedencia- que sin duda se enriquecerían unos a otros, que podrían abordar actividades u oficios que tal vez les señalaran o apuntalaran su futura vocación profesional, como también que incentivaran el servicio por y para los demás, la participación ciudadana, el respeto por la cosa pública y la posibilidad de ingerir en ella.
Muchos de nuestros adolescentes no tienen más guía, ni modelo -al concluir su educación obligatoria- que la del sálvese quien pueda, o que la fama o el dinero señalan el éxito; infinidad de nuestros chicos consideran que el país se acaba en su barrio y que su comunidad son sólo sus amigos, su tribu urbana; un número creciente de muchachos ni siquiera ha tenido una familia que velara por ellos, y muchos –sobre todo en la próxima década- van a llegar a los 18 años habiendo vivido toda su vida en la calle, excluidos de la sociedad, marginados. No se ha colaborado en lo más mínimo ni desde el Estado, ni desde la comunidad, ni desde la familia, en formar en ellos ningún grado de pertenencia, ni obligación alguna hacia su patria, ni sus congéneres, ni –tampoco- ningún grado de convicción acerca de sus derechos. Gran parte de los jóvenes del mañana ignoran que ellos pueden participar activamente en un país que está destinado a ser -paradójicamente- de ellos y de nadie más…
Cierto es que estamos muy lejos de la época en que podía resultarle útil a la sociedad que todos sus hombres supieran manejar un fusil, pero -de seguro- no llegamos aún al grado en el cual la participación de nuestros “cachorros de ciudadano” en las cosas que hacen al interés común sea espontánea… espero que los dirigentes actuales dejen de ver el futuro del país como aquello que va a ocurrir en los próximos cinco minutos, y sean capaces de desarrollar e implementar proyectos creativos en el sentido expuesto, y desearía –también- que -llegado el caso- tengamos una sociedad dispuesta a reconocer y aceptar que su existencia misma reposa en los principios de autoridad, orden y respeto a la ley, y que imponer una conducta a una persona en formación no es más antidemocrático que el hecho de obligarla a la escolarización, a votar, a respetar un semáforo o a no arrojar basura en la vía pública.
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SER MEJOR, ESTAR MEJOR Y VIVIR MAS CONSCIENTES
Médicos, psicólogos, abogados, economistas, arquitectos, etc, todos desde su lugar apuntan idealmente a brindar calidad de vida a sus clientes o pacientes. Tal vez es precisamente lo que diferencia la ética de una profesión al simple objetivo desarrollado por alguien que es comerciante, operario o que desarrolla un oficio. El profesional universitario –aunque muchos miren para el costado- ha sido formado integralmente para servir al otro, y es por eso que además de exigírsele un saber técnico, se le han adicionado durante la carrera asignaturas de filosofía, ética y/o pensamiento social.
Claro está que todos -incluidos los artesanos, los comerciantes y las amas de casa-, nos regimos por ciertas normas morales, a veces significativamente más concienzudas que las observadas en muchos profesionales, no obstante debiera ser mucho más exigible un comportamiento ético y servicial a quien tuvo el privilegio de ser mejor preparado.
Sin embargo, más allá de todo entuerto acerca del deber ser de las cosas, y dejando de lado a quienes –malformados- podrían haber llegado a suponer que ser profesional es sólo una herramienta para enriquecerse, podríamos abocarnos a reflexionar acerca de qué es lo que significa tener “calidad de vida”, para embarcarnos luego en evaluar si es posible brindarla a los demás desde el propio quehacer.
Lo primero será pues despejar el “malentendido original”: tener calidad de vida no es tener dinero, ni tener bienes, y -aunque tampoco excluye dicha posibilidad- no se halla -sino tangencialmente- relacionada una cosa con la otra. En éste malentendido radica el hecho de que mucha gente postergue el ser feliz hoy y ahora en pos de obtener lo que cree que garantizará una mejor calidad a su existencia. Calidad de vida no es –y dista mucho de ser- equivalente a nivel económico. Obviamente el dinero puede ayudar a mantener la vida, pero solo a nivel de sustento, no de calidad (pero a esta aclaración habría que agregarle el hecho de que ni siquiera es el único medio posible de sostén, ni el más idóneo, siendo el dinero -por definición- un intermediario entre una necesidad y el verdadero medio para cubrirla).
¿De qué le puede servir a alguien tener mucho dinero si lo aplicará a encerrarse todos los días en un shopping viendo qué puede comprar que aún no posea? ¿de qué le servirá a un enfermo terminal de cancer una maleta repleta de dinero?
Lo dicho debería dejar en claro que la calidad de vida no es un estándar objetivo, no hay nada en el exterior de uno mismo, nada que uno pueda adquirir o poseer que signifique o revista “per se” dicha cualidad.
La calidad de vida, por el contrario, radica en el hecho de despejar nuestras limitaciones, nuestras programaciones y poder desarrollar al máximo nuestras potencialidades… esto es: acercarnos lo más posible a todo aquello que podemos ser, en tanto exteriorización existencial y conocimiento de nosotros mismos.
Entonces: ¿es posible brindar calidad de vida a los otros? Muchos profesionales creen -de buena fe- que lo que sería mejor para sí mismos sería lo mejor para sus clientes/pacientes e intentan por ello con su labor ponerlos en esa posición. Otros propugnan que la actividad debe basarse en lo que el paciente/cliente pide explícita o implícitamente, tendiendo a acercarlos hacia ese objetivo. Por último, hay quienes basan su labor en asistir para el no sufrimiento (sea psíquico, intelectual, físico o espiritual).
Si –como abogado- supongo que el padre o madre que perdieron un hijo en un accidente de tránsito tendrán mejor calidad de vida cuando la compañía aseguradora les haga un pago en concepto de reparación del daño, vuelvo a confundir calidad de vida con dinero, muchos padres persiguen justicia penal para el autor del hecho, y muchos –simplemente- están tan conmocionados por el hecho de la muerte inesperada que no saben ni lo que quieren, ni dónde están parados, etc.. Mi deber profesional mínimo para con ellos será decirles en lo que yo –desde mi especialidad- los puedo ayudar y en lo que no, y ello no será sino brindarles un servicio técnico para la obtención de recursos dinerarios (que llevará el triste nombre legal de “reparación pecuniaria”, como si se pudiera reparar la muerte de alguien). Si la intervención de un psiquiatra consiste en eliminar un delirio mediante una droga dopativa que planche al paciente y le impida pensar, también brinda un servicio técnico pero no brinda una mejor calidad de vida. De igual forma si la tarea del médico fuera mantener con vida a toda costa a quien ya no tiene medios propios para subsitir,
En verdad no es lícito presuponer que lo que es bueno para mi –o aún para unos cuantos- es necesaria y universalmente bueno, porque todos tenemos una historia individual. Tampoco es aceptable que dentro de una disciplina respecto de la cual el paciente/cliente resulta lego, sea éste quien defina los cursos de acción a seguir. Por fin, ninguna actividad que realice un tercero puede garantizar el no sufrimiento humano con todas sus variantes, pues sus fuentes son sencillamente inagotables.
Si la solución fuera dopar a los loquitos, divorciar a las mujeres golpeadas o a los esposos víctimas de una infidelidad, o que todas las calles tengan boulevard, o que todos nos hagamos de frondozas sumas de dinero trabajemos o no, las necesitemos o no, o hacer pagar a las aseguradoras cada vez que algo se rompe o daña, o enchufar a los muertos en máquinas que los hagan seguir respirando, no habría ética profesional sino respuestas hechas a los conflictos humanos.
El verdadero sentido de la formación universitaria debería pasar por un permanente replanteo vital por parte del profesional, por lograr de éste una escucha atenta de la demanda de su consultante, de lo que piensa que necesita, de lo que dice que necesita, y de lo que puede necesitar y no sabe que necesita. Debe lograr -el profesional- discriminar cuanto hay de su consultante y cuanto de sí mismo en lo que le escucha decir.
No hay posibilidad de brindar nada si no nos brindamos por entero a ese otro que tenemos enfrente. Si nos presentamos como portadores de una verdad salvadora, podremos hacer lindos juicios o eliminar los síntomas evidentes de alguna patología, pero realmente no estaríamos brindando una mejor calidad de vida, sino –en el mejor de los casos- de carambola.
El profesional debe respetar la humanidad del otro, para no ser un sano frente a un enfermo, o un instruido frente a un ignorante, o un inteligente frente a un tonto, sino un ser humano frente a otro; el verdadero desafío radica en reconocer la situación de consulta como la de dos personas que -unidas por el fluir de la existencia- buscan ayudarse mutuamente para luego seguir sus respectivos caminos enriquecidas ambas por la experiencia común.
Conocemos un mundo que no es sino nuestra individual visión del mundo, no más real –por consensuada que sea- que la de aquel que ve enanitos verdes en los rincones. Si queremos brindarnos en pos del otro deberemos lograr yuxtaponer la propia realidad con la del consultante tanto como sea posible, obtener un lenguaje y una visión común con él, sin que ello conlleve necesariamente la propia alteración perceptual, ni el cambio radical de nuestros esquemas previos, y –así- articulando nuestras respectivas realidades, con cuidado y respeto mutuo, evaluar cómo podemos ayudarnos levantar barreras, a deshacer ataduras, a SER mejores, a ESTAR mejor, a VIVIR mejor y más CONCIENTES de nuestras inmensas potencialidades..
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LAS CUMBRES, LOS ABISMOS Y LA GESTACION DE LO NUEVO
Este mes pasado hemos asistido –la mayoría de nosotros como cautivos espectadores- a “Las Cumbres” marplatenses. Creo que luego de ver tan lamentables espectáculos solo nos resta decir: si estas son las cumbres ¡cómo serán los llanos? Lo que por definición debiera tener altura, no demostró ser sino una nueva bajeza.
Presidentes rodeados de un operativo de seguridad antiturba y antiterrorismo, digno de una cárcel de máxima seguridad, miles de agentes del orden restados de sus lugares de trabajo habitual, desplazados cientos o miles de kilómetros y alojados en otra ciudad, al solo efecto de proveerles a los “invitados especiales” la ilusión de estar en un sitio amigable.
Por otro lado, hordas de salvajes rompiendo vidrieras, quemando locales con bombas molotov, o apedreando a las vapuleadas fuerzas de la ley.
En el medio de ambas realidades, la gente del pueblo de Mar del Plata hacinada en sus casas, e informándose por TV si iba a caerles un misil, un avión, una bomba atómica o un piedrazo por la ventana, y sin saber –aún si nada de ello ocurría- qué encontrarían de su ciudad al terminar estos eventos.
Pongamos algo en claro: Bush es un representante del pueblo soberano de Norteamérica, Kirchner es un representante del pueblo soberano de la Argentina, y Chavez del soberano pueblo de Venezuela… y así sucesivamente. Dentro de la democracia en la que vivimos debemos reconocerle tal carácter a cada uno de los concurrentes, ya que el soberano, el pueblo, “no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes”, según dice nuestra Carta Magna.
Claro que uno debiera poder suponer que en una cumbre que reúne a los representantes de los pueblos, los que hablan a través de ellos son los pueblos; lo que hace que –de suyo- sea un disparate innecesario el hacer paralelamente otra cumbre y darle precisamente el nombre de “cumbre de los pueblos”.
Ahora bien, pongamos algo en claro: Bush es un asesino confeso, megalómano, alcohólico, y posible fraude electoral; Kirchner es un Presidente electo con el voto del 22% de la población (gracias al aparato político de quien según sus propios dichos es un mafioso), mantuvo representación en ambas cumbres, y le pide apoyo a Bush para negociar con el FMI ; y Chavez no solo participó de ambas instancias, sino que acusa permanentemente a Bush -y a sus secuaces- de propiciar su magnicidio desde Washington, mientras que –por otro lado- su país le vende petroleo a EEUU.
En la cumbre paralela –por su parte- se unieron personalidades no electivas del mundo entero –fundamentalmente latinoamericanos- nucleando ONGs, agrupaciones civiles, partidos políticos minoritarios, activistas, fanáticos antiimperialistas, personajes públicos no políticos, artistas y futbolistas famosos.
Y, mientras unos discutían cómo evitar el imperialismo yanqui, los otros discurrían como evitar… el imperialismo yanqui. Unos repudiaban al “Bush-persona-indeseable”, otros repudiaban al “Bush-representante-indeseable” de un ALCA pensado por y para mantener la hegemonía económica norteamericana. Porque lo miremos por donde lo miremos Bush revela en ambas caras una sola cosa: la opresión del debil por el fuerte, la opresión del pobre por el rico . Por eso en ambas cumbres se pudo observar la misma violencia… por eso ambas cumbres fracasaron. Porque no se puede matar al diablo con armas del diablo, ni se puede pactar con él e intentar ganarle luego.
Por supuesto, Bush no es el diablo; pero es –tal vez- lo más representativo del mal del hombre. Es solo un ícono que nos recuerda lo degenerado, lo corrupto y lo criminal que uno puede llegar a ser. Y no solo lo invitamos, sino que -en un país donde aún mueren niños por desnutrición y por falta de medicamentos-, le proveímos de un operativo de seguridad en el que se gastaron decenas de millones de dólares para salvaguardarlo únicamente a fin de que intente imponernos su agenda propia en el marco de la reunión de naciones , esto es: un acuerdo de libre comercio en forma de contrato de adhesión.
Y, en medio, una vez más: los pueblos reales del mundo -no las entelequias-, como jamón del sándwich de presuntos representantes electos y presuntos representantes no electos. Esperando quién nos morderá primero, y cómo nos van a fregar ahora.
No hay ni pies ni cabeza en todo el asunto de las cumbres, no porque las circunstancias particulares lo indiquen, sino porque ambas están compuestas por miembros de una sociedad desunida que no se siente representada por nadie, porque ya no responde a un pacto social. No hay contrato social vigente, y –por ello- no hay verdadera democrácia, sino solo una cáscara, un formato democrático rodeando corporaciones y grupos de poder opresor y dominante.
La legalidad y la legitimidad están escindidas. No hay genuina y real participación ciudadana, y, cuando la hay -espontaneamente- es enseguida tomada y guiada por personajes que van de la gama de idiotas (en el sentido legal del término) a siniestros psicópatas.
Todo ello mientras, entre la gente común, no falta el iluso que cree que la solución sigue siendo la gastada fórmula de los mil ladrillos y las mil balas. Aún hay personas, seres humanos, que consideran viable o posible ajusticiar a los “malhechores” o a los “políticos”, o a ambos y todos sus personajes intermedios, pensando que eso nos colocaría en una mejor situación… que creen razonable eliminar al enemigo convirtiéndose en algo peor que el enemigo. Suelen ser los mismos ocurrentes que cuando se les pregunta qué harían si fueran presidentes dicen que exigirían la suma del poder público… si, seguimos teniendo al enano fascista dentro nuestro, por suerte sin tanto poder exterior.
Es innegable que hay –también- multitudes de desinteresados. Personas que aún advirtiendo que la sociedad –mundial- se va por los caños, siguen inalterados, cuidando su status o su puestito o su cargo, aprovechando cada oportunidad para quejarse sin hacer nada que propicie un cambio en las cosas… y –el resto del tiempo- juntando y haciendo juntar bronca y violencia para descargar en el próximo cacerolazo o para el grito “que se vayan todos” si les tocan a ellos el bolsillo.
Otra de las lamentables consecuencias de la ruptura del acuerdo constitutivo de la sociedad, es el dejarnos una bajísima tolerancia a la frustración; por lo cual solo aceptamos el fracaso ajeno ante las instituciones, pero no el propio. Así, acudimos a la justicia en tanto esta nos de la razón, vamos a la legislatura para que dicten las leyes que queremos o envíen a juicio político a un juez o un Jefe de Gobierno, o nos presentamos ante el Poder Ejecutivo y solicitamos audiencia con el Presidente, siempre que nos reciba cuando lo queramos exigiendo no solo que nos preste oídos sino que legitime nuestras posturas… si algo de esto no ocurre: quemamos todo, arde Buenos Aires, arde Mar del Plata ! Cortamos todas las rutas y rompemos todas las vidrieras de bancos, Mac Donalds y rotiserías, golpeamos al que se cruce, sea un camarógrafo, un policía o un transeúnte… y … si no hay razón política, vamos a una cancha de fútbol pues allí siempre encontraremos un lado que pierde al que aferrarnos para justificar nuestros desmanes.
No hay verdadero sometimiento a un ESTADO DE DERECHO, no hay reconocimiento de ninguna superioridad institucional, sino un pretendido uso de la mismo. Si las instituciones nos confirman, si nos dan la razón, bien… si no, no existen para nosotros, y todos sabemos que no hay deber de respetar aquello que no existe.
Del otro lado, quienes asumen un rol institucional, viven la delirante creencia de que por obra y gracia de Dios, son dueños de la verdad, y que -por lo tanto- no tienen el deber de deliberar –íntima y públicamente- para acercarse a ella, ni rendir cuenta por sus actos y los resultados de sus actos. Entonces salen sentencias incomprensibles, infundadas e injustificables, leyes contrarias a la realidad e –incluso- flagrantemente inconstitucionales, se incendian personas en lugares que deberían haber sido controlados, se gobierna por decreto de necesidad y urgencia, se permite el acceso a marines norteamericanos otorgándoseles inmunidad diplomática, y cuando algo se hace bien es al solo efecto de evitar ser linchados.
No hay posibilidad de progreso, no habrá paz si no se reestablece un pacto social, y eso es un incuestionable análisis certero del ARI de Carrió. Sin embargo, este pacto no puede ser obra de un partido político –el que sea-, sino a instancias de un cambio profundo de conciencia del cuerpo social íntegro.
Si no somos honestos en nuestra labor y en nuestra vida diaria, si no ayudamos a construir la paz alrededor nuestro, tampoco lo harán los otros… porque nosotros -cada uno de nosotros- somos “los otros” de mucha gente.
Que las cosas cambien para mejor implica un esfuerzo constante, activo. La democracia no se trata de votar cada dos años, se trata de un hacer y un creer constantes, no sujetos a resultados inmediatos. La democracia, es un proceso lento y trabajoso en el que debemos aprender a co-construir una realidad digna de ser vivida por todos y para todos; en el que lo diferente y lo minoritario no sean equivalentes a “lo malo”, y en el que “lo malo” sea eficientemente detectado y depurado sobre la base del diálogo y el entendimiento reciproco; con un único fin en la mira: el bien común.
Un cuerpo social digno de una democrácia humanista y humanizada deberá acatar la ley al mismo tiempo –ni antes, ni después- que la cuestiona para mejorarla.
Dudo que lleguemos a ver el cambio, porque estamos inmersos en el proceso, pero no tengo dudas de que a la distancia se verá esta época como la de la gestación de una nueva humanidad.
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