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LA NAVIDAD, EL FIN DE AÑO Y EL GATOPARDISMO (Enero 2004)
TRASCENDER, NO SOBREVIVIR (Febrero 2004)
HONRAR LOS COMPROMISOS (Marzo 2004)
¿ SOMOS DUEÑOS O ESCLAVOS DEL LENGUAJE ? (Abril 2004)
LA TELEVISION Y OTRAS REALIDADES DEFORMADAS (Mayo 2004)
¿ TENER UN BUEN PASAR O VIVIR BIEN ? (Junio 2004)
LA MEDIACION, REMEDIO PARA ADULTOS (Julio 2004)
DE HORDAS, ÑOQUIS Y OTROS HERMANOS NUESTROS (Agosto 2004)
¿ ALLÁ AFUERA, O ACÁ ADENTRO ? (Septiembre 2004)
SOLO… INCREIBLEMENTE SOLO (Octubre 2004)
LA ESTABILIDAD ESTÁ EN EL CAMBIO (Noviembre 2004)
ONLY EN ARGENTINA (Diciembre 2004)
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LA NAVIDAD, EL FIN DE AÑO Y EL GATOPARDISMO
El año nuevo nos invita –en nuestra cultura- a comenzar de nuevo, otro ciclo, otra oportunidad para renovar “lo bueno” y cambiar aquellos aspectos de nuestra vida que nos parecen no tan buenos o malos. En el mundo occidental el fin de un año se considera un período propicio para el análisis, para efectuar el balance de lo que pasó y nos pasó y proyectar el siguiente.
Somos una cultura muy peculiar. Vivimos una vida bastante vacía, bastante mediocre, bastante aislada a pesar de estar rodeados de todo tipo de información y personas… nos cortamos solos, somos camalotes boyando de aquí para allá, sin timón, ni guía, somos poco solidarios, poco comunitarios; solo nos importa el bien común cuando éste es idéntico a “nuestro bien”… pero –aún así- no toleramos, no queremos estar solos, no aceptamos el hecho de que estamos solos, no podemos soportarnos a nosotros mismos ni cinco minutos.
Así es cómo bajo el clima de las festividades se encuentra la familia extensa en reuniones en las que más o menos solapadas se tejen las mismas broncas, los mismos reproches, los mismos silencios y desplantes; año tras año, vez tras vez… todo cambia para que nada cambie.
Subyace en todos el deseo de que algo pase en año nuevo, que no sea un día más… queremos en lo profundo de nuestro corazón que lo que venga sea NUEVO… no obstante, lo que viene suelen ser borracheras, discusiones, o –simplemente- más de lo mismo… porque lo que debía cambiar: NUESTRA VIDA, es la misma al día siguiente, anunciándonos que seguirá así por lo menos hasta que dentro de 364 días renovemos la esperanza.
Quién sino nosotros podrá cambiar nuestra vida? Por qué esperamos que un hecho externo haga por nosotros lo que nosotros no nos hacemos cargo de hacer? Por ignorancia respecto de nuestras potencialidades y por miedo al cambio. Somos tan poco autoreflexivos que no sabemos ni donde estamos parados, ni qué queremos, ni qué podemos hacer; y cuando un atisbo de esto se nos presenta, no nos animamos a reconocérnoslo y a llevarlo a cabo por el temor que nos genera lo desconocido, las consecuencias…
Somos miles de millones de personas inmersas a tal punto en el juego de sobrevivir que nos olvidamos de vivir… nos restamos permanentemente salud, calidad y años de vida, en pos de no cambiar lo que quisiéramos cambiar, y nos esperanzamos –así- en que cambie solo porque cambiamos un calendario por otro.
Nosotros somos los que le damos sentido al calendario, nosotros somos los que somos capaces de mejorar nuestra vida y la de los demás. El silencio forzado es tan negativo como el alcohol, las broncas guardadas tan malas como el insulto hiriente, ninguna de estas cosas es necesaria… Ud. es mucho más que un hijo, un padre, una abuela, es mucho más que un profesional, un empleado o un desocupado: Tiene el privilegio de estar vivo y tiene una historia, sí, pero tiene algo mucho más valioso: un presente.
Si no reconoce tener estas cualidades extraordinarias que le habitan (estar vivo aquí y ahora), el primer cambio que debe hacer está en Ud. intente concienciar lo que ya sabe. Sus potencialidades están intactas porque son infinitas desde siempre. Los límites de su geografía de vida los permite o elige cada uno; si no advierte esto: analícelo y verá.
El cosmos es tan perfecto que nos proporcionó una vida que dura el tiempo exacto que lleva el aprender a vivirla… siempre que uno aprende las respuestas, la vida –como dice el dicho- nos cambia todas las preguntas.
No podemos dejar de aprender, por eso es importante ser concientes desde nosotros y hacia los otros. Disfrutar lo que la vida nos regaló y compartirlo con los demás. Amarnos los unos a los otros, no es más que la mejor manera de amarnos a nosotros mismos.
Lo que convenga cambiar en el afuera se puede cambiar, pero sepa que no es más que anecdótico la mayoría de las veces. El verdadero cambio está en uno, en aprender a conocerse, y así conocer más el mundo que nos rodea.
El aprender a vivir sabiéndonos desde el vamos, condenados al éxito; sabiendo que reunimos en nosotros toda la potencialidad de ser felices aquí y ahora, más allá de todas las circunstancias particulares que nos toquen.
Ahora, el año nuevo ya pasó, pretende volver a esperar trescientos sesenta y tantos días?
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Tal vez vivamos en una época en la que el egocéntrismo, la individualidad y egolatría sean tales como nunca antes las ha habido en la historia de la humanidad. En el pasado, un emperador, un tirano, un rey, podían “darse el lujo” de hacer cumplir sus todos designios sintiéndose el centro de la creación, porque habían sido criados en medio de un mundo oscurantista, que les vedaba cualquier idea en contrario. Les hacían creer y ellos -en su ignorancia- creían que eran embajadores, representantes o encarnaciones de los dioses, tenían la firme convicción de que su voluntad era divina.
Fuera de toda duda, nunca fue tan popular esta creencia de deidad, ahora todos parecemos vernos así. Nos manejamos como si fuéramos “la gran cosa”. Cómo vamos a encontrar a alguien dispuesto a dar su vida por los demás, si estamos en un medio en el cual todos nos suponemos LO MAS IMPORTANTE. Confundimos la esencia con la conciencia, la libertad con el dominio del deseo. Suponemos que lo que está bien para nuestra conciencia es el bien, y que eso nos da derecho a imponerlo. Suponemos que ser libres es hacer lo que deseamos y no lo que debemos.
Es difícil hallar personas que se vean a sí mismas en correcta relación con el cosmos. Desarrollamos una cultura que no mira lo suficiente al cielo… si observáramos cada día las estrellas y nos representáramos más seguido el increíble tamaño del universo en el que estamos inmersos, podríamos llegar a comprender lo minúsculos, lo débiles, lo insignificantemente pequeños que somos… tal vez por eso no nos hacemos costumbre de ello.
Una bacteria, un microbio, nosotros mismos, la tierra toda, no abarca en el universo siquiera el equivalente a un grano de arena en el desierto del Sahara. Sería –pienso- trascendente plantearnos de donde nos sale tanta soberbia, qué o quienes creemos ser en el curso de las cosas, porque -caso contrario- podríamos llegar a extinguirnos como especie, sin siquiera haber sabido qué objeto teníamos.
Cierto es que tenemos raciocinio, no obstante parece ser –en este marco- una cualidad bastante sobrevalorada. Razonar, poder elaborar conceptos lógico-matemáticos no nos hace tener una existencia más plena de por sí que la de un perro o una planta. Razonar nos lleva –por el contrario- a cometer varios errores invalidantes: nos creemos separados del resto de la creación, de la naturaleza; por lo cual nos consideramos con derecho a interferir con ella como conquistadores, en lugar de cómo exploradores, facilitadores y colaboradores.
Somos una especie autodestructiva como no hay otra, hemos creado misiles capaces de aniquilar varias veces a la población mundial y sacar a la tierra de su eje. Invertimos miles de millones de dólares en mandar un robot a Marte, mientras permitimos que miles de niños mueran de hambre, o por enfermedades controlables, o que la gente se mate por defender límites geográficos imaginarios, talamos miles de hectáreas de selva a diario que no son otra cosa que el pulmón con el cual respiramos todos, contaminamos permanentemente las reservas de agua potable de aquí a poco más escasas y necesarias que el petroleo, combinamos genes en busca de un superhombre eliminando toda suerte de anomalías que pudieran surgir en el proceso a las que privamos “limpiamente” de la vida, creamos virus, bacterias y todo tipo de armas químicas y biológicas que ponen en peligro la existencia de toda la vida del planeta, etc etc.
Creemos en el CONTROL, queremos controlarnos unos a otros, pero estamos completamente fuera de control como especie.
Hemos llegado a un momento en la evolución humana, en el cual poco interesa si el demonio era un ser real o mitológico, porque parece ganarnos la partida no a pesar, sino gracias a nosotros mismos.
El hombre es un animal hermoso, extraordinario en acto y en potencia-, sus posibilidades aún parecen no encontrar límites, se ha propuesto expandirse en la tierra y no ha dejado sitio inexplorado, se ha propuesto la luna y ha llegado a ella, ha superado exitoso toda suerte de amenazas a su supervivencia; solo le hace falta comenzar a experimentar la vida, volver a ser un ser vivo en medio de un cosmos tan vivo como él. Estamos rodeados de vida, hay vida por doquier, tan solo estamos desconectados de ella.
No permitamos que el raciocinio nos aisle en sus abstracciones, dejemos de competir y matarnos por dos migas de pan del piso, cuando todo un banquete nos aguarda sobre la mesa.
Solo me permito proponer al lector que se descalce, que pise tierra y vea al cielo, a poco que lo haga: su vida comenzará a cambiar, a todos nos hermana la vida.
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Muchas veces ocurre que nos hemos comprometido a hacer, no hacer, o dar cosas que la realidad posterior nos demuestra imposibles o extremadamente difíciles de cumplir.
Nuestra vida se ve permanentemente en medio de situaciones en las que de repente sabemos que nuestra palabra –aún sin quererlo- se vió borrada, trabada o interrumpida por algún suceso externo extraordinario o imprevisto.
Vivimos sometidos a los designios de aquel adagio que reza que uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, o aquel otro que dice que el pez por la boca muere, o –incluso- la máxima legal que dice que lo pactado es ley para las partes; no obstante: ¿dá igual cualquier incumplimiento? ¿es lo mismo darse por incumplido que reconocer el incumplimiento?
En la actividad profesional como abogado uno ve permanentemente este problema, y puedo decir a ciencia cierta que NUNCA DA LO MISMO la forma o el comportamiento del deudor. El deudor siempre es deudor, pero –a grandes rasgos- podríamos decir que hay quienes incumplen y se borran, quienes incumplen y reniegan argumentándose cumplidores, y –finalmente- quienes reconocen su deuda y su imposibilidad de cumplimiento.
Debe aclararse que nadie puede –nunca- asegurar sin lugar a dudas o riesgos que cumplirá con lo que se obliga. Eso es porque nadie conoce el devenir de las cosas lo suficientemente. Uno se obliga presuponiendo que advenirá una tal o cual circunstancia, mas no hay jamás certeza suficiente.
Cierto es que hay quienes han defraudado y devaluado tanto su palabra que acuerdan y hacen pactos a sabiendas de su futuro incumplimiento, pero ellos merecen capítulo aparte. De lo que aquí se trata es de aquellas personas que obran inicialmente de buena fe, y que -aún así- se ven sobrepasadas por las circunstancias.
Dejen también aclarar que no me refiero aquí exclusivamente a los incumplimientos legales, si bien los tomo como ejemplo. Estoy hablando de una forma de encarar las cosas, la vida, las relaciones, etc..
Quien ha obrado de buena fe al obligarse, se ve en una seria encrucijada al encontrarse con que no podrá respetar lo acordado, porque sabe que su comportamiento lo deshonra, y nadie quiere perder su honorabilidad, que lo ensucia –socialmente- a él y a su círculo.
Nace aquí una diferencia clave para el ser humano civilizado. Una cosa es cumplir o incumplir y otra muy distinta es honrar el compromiso.
Solo verán a un deudor honrado en medio de un juicio cuando el acreedor es deshonrado. Porque quién honra su palabra hace todo lo que está humanamente a su alcance por cumplirlo y cuando ello se torna dificilísimo o evidencia imposibilidad material, él mismo se preocupará por reconocer su obligación, su incumplimiento y por proponer o aceptar formulas alternativas de solución, paliativas de su falta.
Muy por el contrario, quien solo cumple a regañadientes o quien no cumple con lo acordado, no honran su palabra. Estos se desvalorizan a sí mismos, aún bajo apariencia de desvalorizar al acreedor, pues –en el fondo- saben que su incoherencia los afecta en lo personal, porque es la misma palabra que ellos han vilipendiado ante su acreedor la que usan para pensarse a sí mismos, la que usan para decirle de su amor a su madre, esposa o hijos. Cuando uno denigra su palabra da igual ante quién lo haga, del mismo modo que ocurre con la mentira. Uno se permite mentir o no mentir, pero si o hace ya nunca sabrá el alcance de la misma, porque así como miente a otro puede estar mintiéndose a sí mismo.
He aquí un ejemplo gráfico de lo dicho: si un deudor que debe dinero se va sin más de vacaciones con su familia, no honra su palabra, porque debe saber que el acreedor tomará esto como una señal de que no le dá ninguna importancia a sus obligaciones. Es muy distinto el caso de quien tiempo antes de tomar vacaciones, reconoce su deber y propone que le extiendan el plan de pagos, que le hagan una espera o le apliquen intereses razonables porque su familia y él necesitan tomar un descanso, y –sabiéndose previamente obligado- somete esta cuestión al acreedor con alternativas válidas, pero respetando que él –a su vez y con mejor derecho- también puede haber calculado el pago de ese dinero para tomar sus propias vacaciones, para solventar las propias deudas o para operarse.
Uno no puede respetarse a sí mismo si no respeta en lo más mínimo a su prójimo, y –aquí- no hay diferencia en que ese próximo sea un acreedor cualquiera, o su propio hijo o el banco.
Cuando no se puede cumplir, habiendo gente honrada a ambos lados del mostrador, lo adecuado es reformular, repactar, reacordar… de este modo ud. sigue honrando su palabra.
No espere a que sea demasiado tarde para intentar redimir ese valor que está en ud.., si es que alguna vez falló a su compromiso…
Siempre que esté a su alcance proponer una solución, hágalo! Siempre que le propongan una solución: escúchela!
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¿SOMOS DUEÑOS O ESCLAVOS DEL LENGUAJE?
Vivimos en la ilusión de que todo puede ser dicho, por eso nos sentimos solos... porque creemos que tenemos mucho para decir y nadie que nos escuche.
Sin embargo, es muy relativo lo que una palabra puede decir de nosotros. Decir que “nada” sería exagerado, pero “todo” sería –definitivamente– un absurdo.
El psicoanálisis nos ha enseñado durante los últimos cien años, lo mucho que uno dice cuando sus palabras dicen otra cosa, o cuando se guarda un silencio significativo. No es mi intención esta vez adentrarme en aguas de la psicología, pero le dejo la inquietud... piense la cantidad de cosas que transmite cuando calla ante una pregunta, o cómo cuando alguien niega algo constantemente más nos hace sospechar que lo que pasa es lo contrario a lo que niega, o cuando se afirma algo reiteradamente que da la sensación de estar tratando de convencerse a sí mismo lo que dice.
Así pues, estas extrañas cualidades de la lengua, no son más que el fruto de la ilusión que representa. Cuando Ud. denomina –o sea, pone un nombre– a algo, ese nombre que no es “la cosa” pasa a estar en el lugar simbólico de esa cosa.
Si sólo fuera una cuestión de disertación intelectual sobre el tema no habría mayor inconveniente, el problema es cuáles son las consecuencias de esto... y son graves.
Cada vez que Ud piensa en su hijo, no sólo relaciona la palabra “hijo” con la imagen de la persona de su hijo –que desde ya es una fantasía de lo que Ud. cree que es su hijo– sino que lo pasa por el filtro de todo cuanto su cultura, su sociedad y su familia le ha dicho que un hijo debe o no debe ser.
Nunca ve lo que su hijo es en realidad, porque está cegado/a por lo que significa la denominación “hijo”.
Muchos dirán: “No es bueno, pero lo quiero porque es mi hijo”, o “tal o cual cosa no importa porque es mi hijo”, pero lo cierto es que están afirmando precisamente esto que venimos diciendo: Ud. lo quiere porque el mandato social aprendido es que si a alguien le cabe la denominación “padre” este debe querer –salvo causas muy graves– a quien cumpla a su respecto la denominación “hijo”.
Esto es extremadamente invalidante y limitante, ya que nuestro hijo tendrá mayor o menor parecido genético, pero es tan ser humano y miembro de la especie como el niño que nos pide una moneda en la calle; sin embargo a uno lo amamos aunque sea un inadaptado, estafador o vividor y al otro lo ignoramos aunque sea la más inocente y sufrida de las almas.
La carga cultural y el lenguaje nos condicionan, nos programan y nos convierten en esclavos sin un dueño determinado... nos detentará hoy la televisión, mañana la radio y pasado el “qué dirán”? de un vecino o un conocido. Lo ideal sería poder comenzar a desprendernos de la carga que el lenguaje nos impone, poder utilizarlo a él en lugar de que él nos domine.
Tómese el trabajo de evaluar las palabras que utiliza su pensamiento, verá cómo detrás de lo que parece ser un hilo lineal de palabras ordenadas hay deseos y sentires para los que no hay palabras.
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LA TELEVISION Y OTRAS REALIDADES DEFORMADAS
Es notable
como la sociedad va perdiendo cohesión a medida que más y más
hechos delictivos o de naturaleza moral aberrante, son una y otra vez mostrados
en la televisión y demás medios de comunicación.
Últimamente -sobre todo en TV- se ha recomenzado con una especie de autocrítica
respecto de qué o hasta dónde enseñarle al público.
Ciertamente urgiría saber qué piensan o a qué apuntan estos
medios, a los que sólo les interesa mostrar lo malo, todos los desvalores
y miserias de la sociedad mundial.
Generalmente en la vida diaria pasan millones de cosas buenas. Son escasos los
sucesos negativos, y los comunicadores parecen -en ocasiones- tener que raspar
con las uñas lo positivo para -al menos- dejar la impresión de
que tras esto hay algo macabro, tenebroso o algún interés siniestro.
¿Cuál puede ser el motivo por el cual nos muestran con tanta asiduidad
una realidad tan desbalanceada?
En el pasado suponía que había cierto grado de sinceridad en la
reflexión que los medios hacían sobre sí mismos; decían
que eran morbosos porque la sociedad lo era, o porque el "consumidor"
o "público" así lo requería. Hoy creo que es
a la inversa, creo que hay la intencionalidad de pervertir los valores sociales
en pos de "foguear" al espectador, de hacerle ver aceptable -gradualmente-
lo que su cultura y naturaleza humana le gritan como inaceptable, y le instan
a repeler.
Se han visto en los últimos meses, docenas y centenas de horas de tratamiento
de temas tales como si Juan Castro se drogaba o no, si la Pradón se tiró
o la tiraron, o si la esposa de Pipo Cipolatti ejercía o no la prostitución…
¿en qué nos puede servir esto como cuerpo social?
Obviamente no estoy diciendo que no se deba informar si un personaje público
que suscita interés fallece, o si algo serio le acontece. Podrá
ser trivial, pero no tiene por qué cercenarse la información.
Sin embargo, lo que ha venido pasando es -lisa y llanamente- un festín
de noticias de muerte y de miserias, con los cuerpos aún tibios de estas
víctimas. Ha habido un regodeo en la mediocridad vomitiva de mostrar
lo más ruin, lo más bajo y lo más superficial de seres
humanos, privándonos de capitalizar lo poco o mucho de bueno que hayan
podido hacer en vida, porque -largamente- quedarán en la memoria del
cuerpo social como un drogadicto homosexual, una prostituta, etc.
Y, ni qué hablar, de los temas que podrían servir a la sociedad.
Nada que valga la pena para reforzar valores y para evitar la degradación
moral puede ser puesto al aire antes de las dos de la mañana… y
eso siempre y cuando quienes digitan estas estrategias, se aseguren que nadie
lo verá.
Todavía nadie advirtió a nivel institucional la extraordinaria
potencialidad que encierra la denominada "caja boba" y demás
medios de difusión masiva. Es tanto lo que podría hacerse si se
pensara y planificara para ayudar a mejorar a la sociedad, para unir los lazos
sociales en lugar de ser una herramienta de disgregación.
Unicamente se han hecho campañas publicitarias teóricamente preventivas
contra el sida, dengue, vialidad y algo de urbanidad, con propagandas de tan
bajo impacto que da vergüenza pensar que alguien dispuso y alguien cobró
fondos públicos por ellas.
Hemos de pensar hasta dónde se dejará llegar la situación
actual, porque corremos el riesgo de estar entrenando malhechores y despertando
bestias latentes a traves de instrumentos que bien podrían ser utilizados
para prevenir grandes males, para salvar vidas y para fomentar un clima de buena
y próspera armonía.
O nos movemos para mejorar las cosas, o las cosas nos pasarán por arriba.
La televisión -especialmente- nos desensibiliza todo el tiempo. Nuestros
jóvenes se crían viendo ocho horas diarias de masacres, bajezas
y realidades deformadas.
Mucha gente cree que es inocuo el presenciar estas ficciones (que muchas veces
se nos hace creer que son "la realidad", por ejemplo bajo el nombre
de noticiero), pero lo cierto es que nos infiltran una lenta tolerancia, de
modo similar al que vive cerca de un basural y que -al tiempo- deja de percibir
el olor hediondo que le rodea, que lo impregna todo. La TV es una ventana por
la cual observamos desde nuestro cómodo y seguro hogar lo inseguro e
incómodo que es el mundo "allá afuera"… nos dice
todo el tiempo que lo único que nos protege es seguir mirando la vida
a traves de la pantalla… es tiempo de darnos cuenta que el mundo solo
mejorará si salimos a hacerlo nosotros en lugar de que nos lo enseñen
estos mercaderes de pautas publicitarias.
Bien podríamos reflexionar en cuanto ha cambiado para mal -especialmente
en los últimos años- la realidad cotidiana debido -entre otras
cosas- a este circo que presenciamos día a día. Estoy seguro que
si lo analizáramos llegaríamos a la conclusión de que lo
que se difunde -al menos en la proporción en que se lo hace- no nos hace
más fuertes, ni nos favorece, sino que nos está debilitando, fomentando
el vivir con miedo, y proveyéndonos más razones para separarnos
de nuestros congéneres.
Resta decir que solo la sociedad puede ponerle un freno a esta situación.
Solo nosotros podemos fomentar y exigir que se nos provea calidad de vida a
través de estas herramientas, que se nos acerque la educación,
historias de vida dignas de ser emuladas, pautas para la salud psiquica y física
de la comunidad, estrategias de prevención de accidentes, enfermedades,
promover las tendencias de integración de lo diverso, también
-y no solo- divertimento y recreación, etc. etc.
Estaríamos -sin duda- mucho mejor si se justipreciara debidamente el
alcance y la influencia de los medios de comunicación masivos, y se pusieran
en manos de personas que fueran intelectual y moralmente adecuadas para hacer
una estrategia global en provecho del receptor y no -exclusivamente- del anunciante.
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¿TENER UN BUEN PASAR O VIVIR BIEN?
A veces
las personas con las que la vida me cruza me recuerdan los relatos que se contaban
en el libro de "Las mil y una noches"… en él para evitar
la condena a muerte del día siguiente se dejaba pendiente una historia
inconclusa que se continuaría recién la noche postrera. Así,
en la vida diaria, muchos argentinos parecen ir a dormir con el único
incentivo de llegar a la mañana siguiente y ver que pasó con …
Maradona, las negociaciones con el FMI, la sanción de tal o cual ley
propuesta por Bloomberg, si se hará o no el piquete anunciado, etc.
La vida nos pasa día con día en estos ridículos menesteres,
y -mientras sobrevivimos- nos perdemos la chance de ser gozosamente felices.
Es increíble la cantidad de personas que transcurren su existencia sin
siquiera nunca preguntarse el para qué o el por qué se les confirió
la gracia de la vida, que sienten que su único fin, su meta, su objetivo
es adornarse exteriormente, llenarse los bolsillos o -bajo el nombre de progreso
personal- ser autómatas consumistas y egocéntricos.
El buen pasar no tiene nada que ver con la realidad de las cosas. Uno es potencialmente
feliz siempre, en cada instante de la vida, le pase lo que le pase, y le pese
lo que le pese en su historia previa.
Cuando uno identifica el "buen pasar" con el "vivir bien"
está errándole de lado a lado el camino a seguir; Es más,
se está garantizando el no vivir bien, porque siquiera sabrá qué
es lo que esto significa en verdad.
La existencia es un enigma que no está hecho sólo para los grandes
pensadores, sino que es una pregunta que solo puede responder cada uno sobre
si mismo. Al gran pensador le valen sus conclusiones para sí tanto como
lo hacen las del vecino para él. Por eso en la búsqueda interior
es crucial no creer que porque uno haya leído un libro de autoayuda,
de filosofía o de misticismo, tiene la respuesta… esa respuesta
solo es válida para cubrir las expectativas sociales, no las interiores.
El mundo interior de cada uno es un universo que transcurre -las más
de las veces- en paralelo con el exterior. De éste último solo
tenemos indicios, nunca llegaremos a accederlo en forma completa y acabada desde
nuestro ego.
Todo lo que sentimos y creemos ser, la forma en la que suponemos que "los
otros" nos ven, nos conocen y juzgan, se juega en ese pequeño universo
nuestro. En él somos dueños y señores de percibirnos como
los reyes, como los plebeyos o como los esclavos… y -querámoslo
o no- proyectamos esto al exterior.
El hombre, el ser humano, es tan a menudo presa de sus engañosas percepciones
que adquiere la errónea certeza de que las cosas son del modo que él
las ve. Basa su existencia en estas premisas y llega al momento de su propia
muerte sin haberse enterado -siquiera- que estuvo vivo, a pesar de que tuvo
toda una vida para descubrir-se y disfrutar-se, y la dilapidó -en cambio-
en adormecer-se y estupidizar-se.
La filosofía que involucra el principio de diversidad, nos conmina a
reconocernos todos distintos, a enriquecernos y complementarnos los unos a los
otros, a vivir "con los otros" y no "entre los otros", a
reconocernos unidos en lo esencial, que es igual y diferente a la vez.
El cuerpo social que logre reconocer, convivir y aceptar la diversidad de sus
miembros podrá integrarse sin tener necesidad de amalgamarse, podrá
gozar y valorar las distintas características, cualidades, capacidades
y virtudes de todos y cada uno de sus componentes, sin experimentar el temor
que habitualmente nos lleva a excluir, discriminar, segregar, y tener la ilusión
de que hay una o varias mayorías en contra de una o varias minorías
(sea de género mujer-hombre, de práctica sexual hetero-bi-homosexuales,
de capacidades nomales-discapacitados, de labor empleados-desempleadas, de costumbres
morales-amorales-inmorales, de fortuna ricos-pobres, etc etc etc).
No existe aquí más regla que aquella que nos evidencia que todos
somos diferentes, que cada uno se recorta de la generalidad para conformar un
ser único e irrepetible perteneciente, a veces, a una mayoría
y otras a una minoría conceptuales; que todos tenemos el derecho de vivir
bien y la obligación de ayudar y propiciar que los otros vivan bien;
y -por último- que todos podemos enriquecernos los unos a los otros con
el fruto de nuestras vivencias compartidas.
Valernos de esta forma de percibir al mundo y a los otros, es una forma posible
de dejar de ser sobrevivientes, cautivos de "historietas" que nos
den la impresión de ser meros espectadores de la vida. Tenemos nuestro
diverso aporte que hacer al mundo!. Lo que cada uno de nosotros haga es algo
que solo cada uno puede hacer y dar a la humanidad… tan único e
irrepetible como lo es cada quien.
Cada ser que se cruza en nuestro camino es -en potencia- alguien que nos puede
enseñar a vivir y alguien a quien quizá una sonrisa nuestra le
cambie la vida, aunque podamos no enterarnos nunca … porque, tal vez,
lo más rico de la existencia es que uno nunca sabe lo mucho que todo
puede cambiar de un instante a otro, aún por las más minúsculas
razones.
Cuando -por el contrario- creemos saber lo que pasó, lo que pasa y lo
que pasará, cuando suponemos que entendimos el fenómeno de estar
vivos, cuando tenemos por certeza que nuestro universo interior es idéntico
al exterior, es muy probable que el real nos aplaste, nos pase por encima sin
piedad, y nos demuestre la rígida "cosa" en la que nos convertimos.
Podemos dejar de ser sobrevivientes, sumarnos a la vida, disfrutar la extraordinaria
capacidad de ser felices aquí y ahora! Asumamos el reto de ser facilitadotes
para que quienes nos rodean puedan alcanzar su propia senda vivencial! Depende
de cada uno, y depende de todos!
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LA MEDIACION, REMEDIO PARA ADULTOS
Muchas son las cuestiones legales que –francamente- no tienen solución real en los pasillos de tribunales. Dicen que la justicia lenta no es justicia, y –lamentablemente- la justicia argentina (en especial la de las grandes urbes) suele estar atiborrada de expedientes, escasa de personal y de medios, sumando a ello que, para colmo de males, nos topamos cada vez más seguido con abogados que han desarrollado una nueva rama del derecho: la de la eternización del proceso. Además hay infinidad de problemáticas que por su cuantía resulta antieconómico plantearlas dentro del sistema judicial, o bien no va a encontrarse un abogado bien dispuesto a llevar adelante su reclamo, por la baja expectativa en el resultado de sus labores.
Cuando un cliente nos plantea un caso, salvo excepciones, uno diagnostica en base a los dichos, y las pruebas de que puede valerse y con las que cuenta, cual puede ser la resolución más posible del caso… las estrategias a seguir, las recomendaciones que hará, etc… y uno ya sabe que el proceso tendrá un desarrollo así o asá con una posibilidad más o menos firme de ganarse o perderse a la hora de la decisión judicial… esto tendrá que ver con el conocimiento y experiencia del profesional, con haberle dado al caso el encuadre correcto, y con algunos cuantos otros factores y variables que irán surgiendo en el curso del juicio… que pueden ser dulces victorias o amargas sorpresas para el cliente, como cuando fallece un testigo antes de declarar o cuando un informe no resulta tan favorable como se estimaba debía ser.
Lo cierto es que si bien en los juicios existen instancias conciliadoras, el juicio es por definición un proceso destinado a que un tercero –el juez o tribunal- decida lo que las partes no pueden lograr resolver por sí mismas.
Los diferendos entre las partes podrían asemejarse fácilmente a las peleas entre hermanos que finalmente terminan siendo resueltas por uno de los padres… ¿se acuerda? ¿puede recordar lo injustas que podían ser estas decisiones? Ud. gritaba porque su hermano menor le iba a romper algún juguete, se valía de su fuerza para arrancárselo de las manos y él lloraba… acto seguido mamá decía: “dale eso, ¿no ves que es chiquito?”, y comenzábamos a entender que el derecho de propiedad podía ser vulnerado por un poder mayor… o cuando a un hermano mayor lo dejaban hacer algo y a nosotros no por el mismo motivo que antes nos habían favorecido, etc etc…
El Poder Judicial en la esfera penal es un poder que el ciudadano delega en el Estado, para que la población no se vea obligada a hacer justicia por mano propia, evitar una espiral de violencia y poder lograr una convivencia armónica que separe del cuerpo social a quienes atentan contra él, hasta lograr su reeducación (aunque todo esto suene a ciencia ficción, es así como debería ser).
Por otro lado, sin embargo, existe todo un océano de normas que están ahí para suplantar la voluntad de las partes. Vale decir, para indicar cómo deben resolverse las cuestiones cuando las partes no pueden autónomamente reglarse entre ellas. En estas áreas, depende de las partes valerse de un tercero que decida por ellas… cada litigio civil –por ejemplo- es un juicio que –salvo supuestos excepcionales- podría no existir si las partes pudieran lograr entenderse entre ellas. En ellos se engloban casi todos los temas maritales sobre bienes, temas familiares, reclamos entre vecinos, reclamos a empresas prestadoras de servicios, indemnizaciones de las más diversas índoles, etc. etc. etc..
Cuanto mejor sería que todos fuéramos lo suficientemente honestos, inteligentes y maduros como para intentar vías de solución de diferendos entre las partes involucradas, sin tener que acudir al “papá juez” una y otra vez.
El conflicto, la diferencia de criterios y de formas de ver las cosas son inherentes al ser humano, pero: ¿acaso no es el ser humano el único ser capaz de reflexionar, de matizar, de desdecirse, de reconocer errores y hacer concesiones…? Si, somos capaces! que no queramos hacerlo es harina de otro costal.
Obviamente hay mucha gente que recurre al abogado porque ha intentado este género de soluciones pero se encuentra con una contraparte refractaria a sus ofrecimientos de un espacio para dialogar, cosa que suele suceder cuando el interlocutor no es la otra parte, sino algún representante o empleado que no está muy interesado por el destino que corra el reclamo si se judicializa.
Sin embargo, también es cierto que muchas veces lo que se propone bajo el nombre de “dialogar” no son más que imposiciones que se busca que el otro acate, de lo que lógicamente se desprenderá la negativa de ese otro, que también tiene sus verdades que decir y sus motivos para la disputa (discutibles o no, más objetivos o más subjetivos).
La mediación es básicamente la apertura de un espacio para el diálogo, con un tercero –Mediador- que guía el procedimiento… no alguien que decide por las partes sino que intentará intervenir sobre aquellas cuestiones en que el diálogo de las partes se encuentra trabado. El mediador es un técnico, entrenado para que ese espacio de diálogo pueda ser aprovechado al máximo por quienes tienen un tema que tratar.
Los protagonistas, en esta forma alternativa de resolución de conflictos, son las partes (todas las partes, que no necesariamente son solo dos), pero ni los abogados, ni el mediador. Quienes deciden hasta donde están dispuestos a dar de sí para resolver una cuestión “X” y quienes serán artífices de su destino son las partes involucradas. Los abogados podrán asesorarlas legalmente, los mediadores podrán dar ciertas pautas del proceso, o hacer las intervenciones que su técnica les señale como apropiadas en algunos momentos, pero quienes deciden si llegar o no a un acuerdo y los términos del mismo serán los afectados por la crisis.
Se busca que las personas puedan vivir sus problemáticas, altercados y conflictos como oportunidades para crecer, para mejorar, acercándose –ciertamente- al concepto chino de crisis.
La búsqueda de la mediación -como sistema- no solo es que se resuelva una disputa concreta, sino que las personas aprendamos día a día a construir la paz cada uno desde su lugar; que adquiramos herramientas para saber los recursos con los que contamos y de los que podemos valernos ante otras futuras crisis o conflictos, en lugar de acercarnos “desvalidos” a que un tercero nos tenga que decir qué deberíamos hacer o –peor aún- decida nuestra vida por nosotros.
En nuestro país ha transcurrido algo más de una década desde su implementación a gran escala en el circuito legal de la ciudad de Bs.As., habiendo proliferado -casi paralelamente- en los ámbitos provinciales, si bien no como paso previo obligatorio en estas últimas. Y, debo decir en mi experiencia personal que, si logran “prender” en la gente sus principios y –especialemente- si logra superarse el obstáculo que muchas veces representan los profesionales del derecho –entrenados para litigar más que para acordar-, se convertirá en el mediano plazo en la herramienta social predilecta para poner fin a los diferendos.
Sucede,
pues, que la mediación, es un espacio tan aconsejable, tan rápido,
con tan alta posibilidad de éxito y con un índice tan alto de
cumplimiento de los acuerdos alcanzados -a diferencia del cumplimiento y acatamiento
de las sentencias judiciales- que da pena que no se la publicite, se la enseñe
y utilice tantísimo más de lo que se lo hace…
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DE HORDAS, ÑOQUIS Y OTROS HERMANOS NUESTROS
A veces
es increíble como el cinismo se apodera de nuestro discurso, haciéndonos
creer que lleva razón. En las últimas semanas, entre comisarías
tomadas, piquetes y la destrucción de la legislatura porteña,
una gran parte de la sociedad ha sentenciado que los violentos pretenden imponer
soluciones antidemocráticas por la fuerza.
Nadie puede aprobar que en democracia las decisiones políticas o legislativas
surjan como consecuencia de actos violentos. Sin embargo, la cuestión
que estamos pasando por alto -y no es un tema menor- es el hecho de que en nuestro
país la violencia está instalada de ambos lados del mostrador.
Una gran parte de la población, tal vez mayoritaria, que espera decisiones
por parte del poder político… y que ve con estupor como la legislatura,
comisarías, vehículos policiales, calles, son destruídos
impunemente por "hordas de salvajes" con capuchas y palos, frente
al mismo policía que no nos perdonaría una infracción menor,
y que allí nada hace para detenerlos.
Ahora bien: ¿Quién es el dueño de "la cosa pública"?
Los ciudadanos pagamos nuestros impuestos, y ese dinero se aplica a comprar
y mantener los bienes del Estado, brindar servicios públicos, etc.. Cada
cosa destruida es dinero de los contribuyentes perdido que deberá volver
a salir de sus bolsillos para reconstruir y/o reparar lo dañado una y
otra vez.
Quienes protestan de modo violento rompen lo que no deberían romper,
rompen lo que es tan de ellos como del resto de la ciudadanía…
actúan por evidente ignorancia… creen que esos bienes son de los
que están adentro (policía, legisladores, etc.).
Sin embargo: ¿no es tanto o más violento cuando la confusión
viene del -aparentemente- más educado? Porque si hay algo seguro es que
los de adentro también sienten que la cosa pública les pertenece
a ellos… ellos propician el error de la horda al comportarse en todo momento
como si el ciudadano fuera ajeno tanto a los bienes como a las decisiones que
ellos toman.
Los funcionarios públicos -Nacionales, Provinciales y Municipales- olvidan
PERMANENTEMENTE que SON REPRESENTANTES de los dueños, olvidan que ellos
han sido puestos para actuar a favor de la gente, y los empleados públicos
olvidan que el funcionario que ejerce como jefe, no es más que un gerenciador
del dueño, y que el dueño es precisamente ese señor que
tiene del otro lado del mostrador.
Tanto se ha desvirtuado el rol de servicio y eficiencia que debe caracterizar
la cosa pública, que para todos nosotros resulta un fastidio tener que
acudir a ella. Preferimos mil veces más ir a una empresa privada que
nos trate -al menos- como clientes, que concurrir a una oficina pública
en la que "un incompetente con chapa", noqui y/o sobrino bobo de algún
político de turno, nos grite "atraaaaaas" (al mejor estilo
Gasalla).
No somos clientes sino propietarios de la cosa pública… y los políticos
no son sino gerenciadores que deberían ponerse a nuestro servicio y procurar
que el personal empleado esté -también- a nuestro servicio.
Si los políticos son impunes, lo menos que podemos pensar es que las
brutas hordas salvajes, que estupidamente destruyen bienes de todos, también
deberían serlo. Porque si caemos en el razonamiento cínico de
creer que salvar la puerta de la legislatura justifica que le partan la cabeza
a alguien: ¿qué deberíamos hacer con quienes -muy educaditos
y con muy buenos sueldos y dietas- por una coima votaron una reforma laboral
que arruinó a todo trabajador de la República para favorecer a
las empresas A.R.T.?.
Creo que -mal que nos pese- tenemos que comprender que la violencia más
grosera no viene de los nuestros bestiales conciudadanos sino del Estado de
un país que a lo largo de años y gobiernos no ha sabido -ni querido-
brindarle a TODOS SUS CIUDADANOS educación, formación, trabajo
digno, vivienda, seguridad, asistencia en la salud, prevención y alimentación.
Un Estado que sistemáticamente excluye y margina a un segmento de su
propia gente, lo menos que puede esperar de ella son actos de esta naturaleza,
quien no fue civilizado no sabe -ni tiene por qué saber- expresarse de
una forma distinta, sobre todo si cuando intenta hablar se lo tacha de bruto,
inculto o analfabeto, o -lo que es peor- se le desestima como persona y como
ciudadano.
Una persona que tiene la suerte de saber leer de corrido este artículo
y comprenderlo, sin duda no iría encapuchado a romper nada, lo curioso
es que -tal vez- estaría de acuerdo en romper algunas cabezas para que
no rompan algunas puertas o para que no le obstaculicen el paso cuando va con
su coche por la vía pública. Si es así, piénsese
un poquito mejor… intente pensar la realidad desde otro lugar…
En un país que -cualquier día- le saca a todos los trabajadores
sus derechos merced una ley comprada -de la que nadie es responsable-; o que
le sustrae por decreto todo su dinero de los bancos y le devuelve un tercio
de lo que tenía y cuando él quiere; o que lo endeuda en el extranjero
por miles de millones de dólares; o que le cierra el negocio porque sus
inspectores quieren "el arreglo"; o que -ante un secuestro u otro
delito- le asiste con fuerzas de seguridad que no saben como proceder; o que
envía tropas a otro país mientras muchos niños no tienen
los mínimos nutrientes diarios necesarios para no ser jurídicamente
idiotas en un par de años vista; o que lo obliga a aportar toda su vida
para luego vaciar las cajas de previsión y pagarle una miseria o que
hará que descubra que lo estafó la AFJP que nadie controló
y lo deje en banda cuando sea un anciano; o que no le provee medicamentos que
necesita para no morirse porque no hay presupuesto; etc, etc… Yo, Ud.
y/o su familia o amigos podemos ser los próximos en poner unas gomas
en la calle -que es de todos- y prenderlas fuego al grito de "JUSTICIA
!!!".
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Podríamos decir que la cosmovisión es la forma particular como uno ve la realidad, la manera cómo percibimos el alrededor y a nosotros mismos inmersos en él. También coexiste en nosotros una cosmovisión social, una que es más o menos compartida.
Normalmente uno tiene la sensación de que el “escenario de la vida” que uno se representa es algo “objetivo”, algo que está ahí. Sin embargo, a poco que profundizamos en la idea, advertimos que no existe tal cosa como la objetividad, que nada hay de real en nuestro exterior o –si lo hay- no nos es accesible.
Ya me referí en otras oportunidades a la representación y simbolización de esa presunta realidad, de modo que esta vez me interesaría abordar la cuestión desde otro ángulo.
Quisiera que esta vez logremos pensar en la existencia de este mundo al que llamamos “nuestro”, desprendiéndonos de esta idea de pertenencia. Pensemos que el mundo es algo no solo dentro sino también fuera de nosotros, que nos precede y que seguirá el día que no estemos en él intentando apropiárnoslo. No obstante, no lo pensemos como algo “allá afuera” abstraídos de nuestros hermanos, sino como algo solo existente dentro de nosotros mismos y de los demás: una idea de mundo social.
El cuerpo social se ha metido poco a poco en la cabeza esta idea de que el mundo –o el universo- es algo material, y que por lo tanto es susceptible de ser apropiado y acumulado. A esta concepción ha respondido, sin duda, el hecho de que el propio ser humano llegue a verse a sí mismo y a sus congéneres como materialidades que o bien acumulan o bien son acumulados.
Sobre todo con las idiosincrasias modernas, el hombre se ha tornado un objeto tal y cual lo son sus propios derivados, productos y creaciones. La modernidad ha traído consigo muchos avances y muchos retrocesos en este sentido.
Hoy vivimos en una realidad social más o menos compartida en la cual se están ocupando muchísimas horas hombre, recursos de todo tipo y billones de dólares en investigaciones acerca del mapeo genético, los viajes espaciales y a alta tecnología, mientras millones de personas viven en la más absoluta marginalidad, carentes de medicación, alimentos y techo. Ello a pesar de que la justificación de todo arte y ciencia humanos tengan su base en el logro de una mejor y mayor calidad de vida para el hombre, que es su fin y fundamento último.
Percibimos un mundo dónde el país que ha servido de “modelo de modelos” durante los últimos dos siglos, el país que guiaba el ideal de lo que un país debería ser, el país que ha sido llamado el de las oportunidades, se debate cómo cerrar eficientemente sus fronteras a sus vecinos colindantes sureños y –a la vez- no sabe contra quien más declarar la guerra teóricamente en pos de lograr la paz mundial contra el terrorismo. América, cuna de la democracia moderna, tiene un presidente “ex” alcoholico, posiblemente llegado al poder por medios fraudulentos, que elige hacer la mayor inversión de presupuesto jamás pensada en defensa cuando su único rival oficial ha derribado su muro hace ya una década.
Ahora bien, no hay algo objetivo a lo que podamos acceder por fuera de nosotros pero ¿hay algo allá afuera? Lo cierto es que vivimos otorgando sentidos y compartiendo dichos sentidos por medio del lenguaje, con los demás. Por otro lado sabemos que el emisor de un mensaje logra que el receptor reciba un mínimo porcentaje del mensaje que le ha sido enviado, esto nos coloca en la delicada situación de tener que comprender que lo que hay fuera de nosotros no es un mundo así o asá, sino “una idea de mundo” que es socialmente compartida… así, compartimos muchos de nosotros la creencia de que vivimos en un mundo cuyo destino está dirigido por gente como Bush y Bin Laden, y atado a los indescifrables designios de los mercados.
Nadie en particular puede atribuirse la propiedad de esa cosmovisión social, ni nadie por sí puede cambiarla. Nadie es dueño de lograr esto, por mucha campaña publicitaria y de marketing que haga. Todos somos parcialmente dueños y parcialmente esclavos de lo que creemos que hay en ese “allá afuera”.
Tal vez lo único que podemos hacer para cambiar el mundo, tal vez la única clave “realista” para lograr una verdadera transformación sería seguir aquella vieja enseñanza de Confusio: barrer nuestra vereda para ver poco a poco el mundo limpio.
Ningún orden lograremos si pensamos que sabemos que es lo que habría que hacer en lo macro, pues todos los que ocupan cargos y funciones públicas desde siempre han sido guiados bajo esa creencia y: así estamos…
Barrer nuestra vereda –metafóricamente hablando- nos ayudaría al menos de tres formas bien definidas. Lo primero sería lograr conocernos mucho mejor a nosotros mismos. Lo segundo sería alcanzar un cierto grado de alentadora esperanza y fe en la humanidad y sus potencialidades, ya que si nosotros confirmamos que podemos hacer este cambio individual, podemos comprender que el cambio del mundo es posible de un modo tangible. En tercer lugar –y tal vez lo más importante- es que podríamos llegar a alterar nuestra percepción del mundo, nuestra cosmovisión… si por un instante advertimos que no es el “allá afuera” el que estará mejor o peor gracias a nosotros, sino aquel mundo que interiorizamos socialmente… aquel que sólo de nosotros -y de cada uno- depende hacer mejor.
El “allá afuera”, si existe, no necesita de nosotros. El “allá afuera” no tiene ningún sentido si no hay un cuerpo social que se lo otorgue, si no hay humanos que interioricen comunitariamente “un mundo” y lo compartan y valoren… somos los artífices de “la tierra” en que nacimos, en la que vivimos y en la que un día moriremos, así que me parece buena idea que HAGAMOS QUE VALGA LA PENA LOS UNOS PARA LOS OTROS.
Cuando termine por casa… ¿quiere que le preste mi escoba?
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A veces resulta sumamente gracioso escuchar hablar a algunas personas acerca de la vejez. En esta época en que la juventud –por no decir la adolescencia- son consideradas virtudes aristotélicas y no simples etapas de la vida; la vejez, la ancianidad y la senectud pasan a ser –como correlato- vicios o disvalores. Así, podemos ver como proliferan día a día los centros geriátricos a la par de los institutos de belleza y cirugía plástica… observamos como el adolescente que está –evolutivamente- en una edad en la que se debería buscar su identidad, es congratulado y enaltecido por sus hermanos mayores y padres precisamente por carecer de ella (por no tener valores firmes, prudencia, perseverancia, una sexualidad definida, un proyecto de vida, etc. etc.).
Anhelamos y premiamos el éxito rápido, la efímera “carne firme”, la temeridad, la audacia irreflexiva, la idiotez y la ignorancia vestidas de simpatía, los talantes soberbios siempre que sean “cancheros”, la impericia y rebeldía con título de “progre”, la flaccidez mental ensobrada en un buen “envoltorio”, etc., mientras que –paralelamente- alejamos lo más posible a “nuestros viejos” –padres y/o abuelos- de su familia, de su trabajo y de su círculo social (o bien nos apartamos nosotros de ellos).
Estamos –lenta y solapadamente- creando una nueva clase de marginación! Como si pocos excluidos hubiera, ahora ponemos a “nuestros viejos” en el limbo… y –una vez más- de nadie más que de nosotros mismos depende devolverles la jerarquía de seres humanos, so riesgo de perder nuestra propia calidad de tales, sea más temprano o más tarde... en otras palabras, y valga la chabacanería: estamos escupiendo directamente al cielo…
Comencé el artículo con la consideración de que cierto tipo de situaciones en torno a esta temática producen muchas veces gracia –dentro de lo trágico, aclaro- y esto porque muchas veces el “destrato” -la discriminación y desestimación dirigida a los viejos- procede de individuos “peligrosamente” cercanos al estado que critican.
La vejez es el momento de la experiencia vital por excelencia para reconciliar el pasado con el presente, para conectar toda la historia experiencial, disfrutar de los logros alcanzados e impartir lo que fue aprendido -a fuerza de aciertos y errores- a las generaciones más jóvenes; es el momento clave para entender la vida en su conjunto y prepararse para el paso que –necesariamente- sigue…
No hay evolución, la especie no puede avanzar, si no aprovecha y aprende de lo habido en tiempos anteriores por sus ancestros. Así como uno no tiene que perder tiempo en aprender a atarse los zapatos cada mañana, el aprender de los ancianos nos posibilita no recorrer largos caminos de la vida en pos de cosas que ellos pueden fácilmente explicarnos por qué no funcionarán… ellos son nuestra memoria ancestral cada vez más desaprovechada.
Es cierto –también- que no todo el que llega a la vejez se convierte mágicamente en un sabio, concedo que mucha gente mayor no ha transitado y resuelto de modo adecuado cada una de sus etapas vitales, y lo que no se resuelve a tiempo queda pendiente de solucionarse a destiempo con riesgo de no resolverse nunca… pero obsérvese –a su vez- que no hay sabios jóvenes... la adquisición de la sabiduría siempre requiere tiempo y decantación de experiencias.
El anciano que sigue haciendo pasar su vida por el dinero o los bienes, o empecinado en recordar remordimientos o resentimientos fruto de peleas con sus padres o hermanos (muchas veces ya ausentes), o que no ha aceptado la partida del hogar de sus hijos, o que no ha obtenido el manejo de sus estados de ánimo… no está aceptando que ya pasó el tiempo para que estos sean problemas vitales… y –lógicamente- no capitalizará este periodo existencial. Es típico en estos casos que se produzcan uno de dos fenómenos: o bien la acentuación de estas problemáticas o bien la conversión en todo lo contrario, ambas como últimos intentos de solución desesperada.
No obstante lo dicho, es innegable que la sociedad viene convirtiendo al viejo en un paria, enseñando a las generaciones más jóvenes a expulsar, desoír y recriminar a los mayores y lo que tienen para decir… el Estado los desatiende y estafa abiertamente pagándoles -luego de una vida de sacrificio y trabajo- un paupérrimo haber al que –cínicamente- sigue llamando jubilación (ya que ninguna relación tiene con el júbilo entendido como “viva alegría”)… los hijos –generalmente ciegos respecto de sus propias falencias- resienten y discuten las carencias vividas cuando eran niños o jóvenes, sin comprender que sus padres –ahora viejos- han hecho lo que han podido -o sabido hacer- con sus propias limitaciones.
Por su parte, vemos a nuestros abuelos en una posición defensiva, solos como nunca debieron prever que iban a estar, sintiéndose inútiles en una sociedad que no los aprovecha –que no tiene ni idea de lo útiles que pueden ser-, intentando subsistir sin molestar, a veces refunfuñando las ausencias y las pérdidas, intentando –en vano- tratar los temas que tratan los más jóvenes para lograr que los acepten un poco más.
Lo cierto es que es inexorable el paso del tiempo, y que estamos cavando nuestra propia fosa común al desterrar a nuestros viejos del lugar que se merecen. No suelo profetizar, ni hacer vaticinios pero permítaseme proyectar lo siguiente:
SI NO SOMOS CAPACES DE ACOGER A NUESTROS VIEJOS, SI NO APRENDEMOS A ESCUCHARLOS, ACEPTARLOS Y AMARLOS CON TODOS SUS DEFECTOS Y VIRTUDES, SI NO APROVECHAMOS SU EXPERIENCIA –sea para seguir sus pasos o para no hacerlo-, SI NO COLABORAMOS EN SU ETAPA DE CONCLUSION -de cierre- DE SU VIDA … SEREMOS –nosotros- VIEJOS QUE SE RESISTIRAN A SERLO, PADECEREMOS LA VEJEZ EN LUGAR DE DISFRUTARLA Y TRANSITARLA CON GRACIA … tan acertado como que todo lo que sube, baja… más tarde o más temprano lo que antes “enviamos” al cielo nos pegará -a último momento- en la frente.
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LA ESTABILIDAD ESTÁ EN EL CAMBIO
Uno de los grandes consensos en el área de la salud mental radica en el hecho de identificar la flexibilidad mental como un elemento o signo de buen pronóstico, salutógeno. Vale decir, la capacidad de que nuestras estructuras mentales, nuestras creencias, nuestros supuestos sean permeables a la realidad exterior y a las diversas maneras de percibirla, y -que seamos capaces de ponerlos en duda, es decir que poseamos la aptitud suficiente para relativizar nuestras certezas más íntimas –sobre todo las que perjudican nuestro disfrute de la vida- y adaptarnos a los cambios internos y externos, quitando “nuestra verdad” del lugar de “la verdad”.
Somos seres racionales –los más de nosotros- pero con los años tendemos a solidificar nuestra razón. Lo que antes parecía tener una gama de infinitas posibilidades –la experiencia vital- fue poco a poco reduciéndose a compartimentos estancos, conclusiones sobre distintos aspectos que nos colocan en un supuesto lugar de “saber de qué se trata”. Así, cuando adolescentes, buscábamos desesperadamente llegar un día a un estado de seguridad –imagen que en general nos era proyectada por los adultos- y pensábamos que un día sabríamos el por qué y para qué.
Poco a poco crecimos y fuimos alcanzando cierto grado de seguridad, sea por imitación o por ensayo y error… hasta que llegamos a tener ciertas respuestas aceptables sobre el fenómeno vital.
En general, nos hicimos la promesa tácita de nunca volver a preguntarnos sobre los fundamentos de esas creencias y supuestos ya que dudar sobre ellas nos podría derrumbar todo el edificio de naipes que en la juventud y adultez les construimos encima. Muy pocas personas se permiten no contar en su vida siquiera con los cimientos, más aún, la mayoría requiere –además- paredes y techo para esas bases.
Es este carácter de “supuestos saberes” los que hacían de Sócrates el hombre más sabio de Atenas. Sócrates era sabio por saber que no sabía, mientras que los demás creían saber. El objetivo de la mayéutica era hacer saber ese no saber, para -recién allí- poder comenzar a aspirar al verdadero conocimiento.
Lo efectivamente saludable no es el relativismo absoluto, pues nada jamás podría construirse sobre una postura que dogmatice la imposibilidad de acceder a algo cierto… a más de ser una contradicción en términos pues si todo es relativo, también es relativo que todo es relativo. Por otra parte, tampoco servirían a nuestra salud las posturas absolutistas que nos llevan a aferrarnos con uñas y dientes a una idea de la existencia que no puede tambalear sin que tambaleemos nosotros mismos como sujetos (por ser constituidos tales por ellas).
He aquí uno de los porque son tan positivas las miradas de justo medio aristotélicas y la denominada vía del medio de las filosofías de origen budista… ni el exceso, ni el defecto son saludables, ambos son vicios, ambos son extremos.
No debemos proponernos buscar el cambio permanente sino adecuarnos adaptativamente a él. La realidad es instante a instante nueva, el cambio es la norma, solo que no lo percibimos porque estamos confinados por lo que creemos ser, y lo que creemos conocer. Una mirada libre de ataduras no podría ver dos veces la misma realidad.
Aceptar que hoy no somos los de ayer, pero que tampoco mañana seremos los de hoy es una forma de comenzar a andar bien el camino de la vida. Cada adaptación que nos permitimos realizar en nosotros, cada giro que nos posibilitamos aceptar y realizar, nos hacen ganar un nuevo estado de equilibrio que subsume todo lo aprendido antes –no lo descarta-, y amplia los horizontes de nuestro psiquismo. Cambiamos una seguridad sólida y pesada que nos hunde muchas veces en el fondo del mar, por un estado móvil y ligero que nos permite mantenernos a flote, sin por ello desintegrarnos.
Casarnos con lo que creemos ser no es otra cosa que engañarnos a nosotros mismos y a los demás. Nuestro ser es inacabable e ilimitado en potencias mientras no lo encarcelemos en la máscara rígida de nuestra personalidad.
Cuando actuamos nuestra vida conforme esa máscara, cuando buscamos obrar como se espera de nosotros, cuando nuestra historia previa y no el presente nos dice qué pensar, qué decir, cómo reaccionar, qué y cómo hacer, entonces entramos en el terreno de las limitaciones del ser. Todo lo que nos permitamos dudar acerca de quienes somos y de la naturaleza y virtualidad de la realidad, nos brindará salud, nos ablandará el corazón junto con la razón, y nos estaremos otorgando –a la vez- la chance de ser protagonistas y no sujetos pasivos de la vida.
Resistir el cambio interno y externo en lugar de colaborar con él en pos de una vida individual y colectiva siempre perfectible, es como sembrar un árbol en arenas movedizas, que cuanto más crezca más se hundirá. Seamos más bien como una enredadera, expandamos nuestra conciencia, crezcamos en amplitud ajustándonos a un ambiente maleable y dinámico, desarrollémonos en red con los otros, entrelacémonos con ellos para que no se hundan, ni nos hundamos. Busquemos nuestra fuerza en la buena voluntad, en el amor de los unos por los otros, en el respeto a la dignidad humana, y, vivamos en la certeza de que nuestra verdad no es, ni tiene por qué ser, la de los otros, y -ni siquiera- tiene que ser nuestra por y para siempre.
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En los Estados Unidos, la ciudad de New York resulta la más loca y disparatada en relación a que encierra todo tipo de personas y personajes, y una variedad de subculturas, etnias y situaciones, al punto que generó un dicho emblemático que la representa en el mundo: “Only in New York city!” . Este dicho, utilizado incluso como pauta publicitaria alguna vez, transmite lo que los americanos creen es su marca registrada: TODO PUEDE PASAR EN NEW YORK!
Obviamente, los new yorkers no conocen Argentina, pues les podríamos dar una larga cátedra sobre lo que significa vivir en un lugar donde todo es realmente posible. En cada esquina nos aguarda un chico descalzo, tenemos un tren blanco para los cartoneros, city tours ofrecidos a los países de Europa con la expresa inclusión de visitas a los sitios en que se asientan los piqueteros, etc., y –entretanto- también tenemos un ex Presidente de la Nación prófugo, que no está escondido bajo tierra, sino al otro lado de los Andes, y que no solo no rehuye la prensa, sino que da notas, asiste a fiestas públicas y sale en las revistas del corazón; también la hija de este ex Presidente -que funcionó de Primera Dama en nombre y representación de los argentinos- y que hoy se encuentra encausada e imposibilitada de salir de Miami por morder a su marido; tenemos aquí un ex Presidente que terminó su mandato huyendo en helicóptero, mientras uno de sus hijos –consejero y mentor del llamado a estado de sitio, que culminó con treinta muertos- se pasea con una estrella de rock y se viste de Batman en sus videoclips, tenemos una Corte Suprema que dice que si Ud. depositó dólares deben devolverle pesos porque ud. en el fondo sabía que le iban a devolver pesos, cuando su dinero estaba al resguardo no solo de la Constitución Nacional, sino de una ley nacional que expresamente declaraba la intangibilidad de los depósitos y que fue dictada escasos meses antes de la aparición del mágico corralito, y todo esto mientras que nuestro actual lider depositó u$s 400.000.000 en el extranjero y aún no se sabe dónde está el dinero, ni cuando lo traerán. Tenemos un Presidente en ejercicio que “parece” querer cambiar las cosas, pero que pone de Secretario de Cultura a alguien que profiere insultos y barbaridades en cámara, que no pueden sino resultar indignantes para cualquiera que en algo pueda estimar al quehacer cultural y su gente, y que utiliza una metáfora tal como que la Argentina es un circo y que el Presidente es el dueño… olvidando toda referencia a lo que la representatividad significa y dejándonos en el triste papel de los animales domados.
Todas estas cosas, que no son sino un botón de muestra de lo que nos pasa a diario, no hacen sino confirmarnos el hecho de que -en Argentina- estamos muy por encima de New York… la “Gran Manzana” es un ínfimo poroto comparado con nosotros; de modo que me parece incomprensible que –encima- nos quejemos… vivimos en un país donde nunca sabemos qué nos vamos a encontrar al salir a la calle… mientras en Estados Unidos uno de cada mil cumplen el denominado “sueño americano”, aquí millones de personas logran cumplir su sueño diario de volver sanos y salvos a su casa… no son sino una minúscula minoría estadística aquellos a los que los asaltan, los matan, los violan o los secuestran…
Mientras en América del Norte hay una industria del juicio en la que una persona se tropieza en la calle y hace un juicio por un millón de dólares, aquí dejamos que la justicia trabaje 6 horas diarias, tenga un mes y medio de feria al año y esté de paro la mitad del tiempo hábil… desalentando el inútil deseo de las personas de iniciar ridículos reclamos por sus derechos.
Vivimos en un país cuyo parlamento, senadores y diputados -que cuesta una fortuna mantener-, debaten meses la Ley de Presupuesto –ley de leyes- pero le confieren facultades extraordinarias e inconstitucionales a un simple Ministro del ejecutivo para hacer los cambios que quiera sobre el destino final de los fondos, o que disponen siempre de tiempo para debatir si aumentar o no sus dietas pero cajonean los proyectos de ley pensados para reactivar la economía, dar trabajo y disminuir el delito.
Tenemos jefes de agencia de AFIP que arreglan las deudas de los grandes contribuyentes no para el fisco sino para su propio bolsillo. Tenemos leyes laborales anuladas por coimas, con medio país trabajando en negro.
Hemos gestado o permitimos funcionar instituciones bancarias, financieras y compañías de seguro que en lugar de querer generar y conservar clientes, han hecho lobby para defraudarlos vez tras vez, en todo lo que han podido.
Somos el gran pueblo argentino salud! Corto de memoria, de frágil conciencia moral, exitista, que todavía sigue pensando en el “algo habrá hecho” y en el “no te metás”… somos un pueblo muy noble en la miseria y muy ruin en la riqueza, somos de izquierda si nos va económicamente mal, de centro si somos clase media y de derecha cuando estamos en condiciones de concretar negocios con el Estado. El “sálvese quién pueda” sigue siendo el slogan subyacente en el discurso cotidiano de café… el “qué bien la hizo”, se le escapa a más de uno, cuando se habla de un ladrón y corrupto que logró robarnos a todos y cruzar la frontera para darse “la gran vida”.
No comprendimos aún la fuerza de la democracia. La democracia que se alimenta de democracia, aún pretendemos alimentarla de autoritarismo… Creemos que un policía que no es de gatillo fácil es inservible para combatir el delito, o que lo que hace falta es mano dura, cuando cualquier persona seria en el tema seguridad sabe que el delito se combate mediante prevención, y que para eso hace falta tener capacitación, infraestructura y recursos técnicos, personal bien remunerado, confiable y formado, y no malhechores con placa.
En fin, creo que no bien terminen los paros de los docentes, y nuestros niños puedan recomenzar a aprender, de aquí a unas cuantas décadas tendremos el país que muchos incrédulos todavía pensamos que es posible tener antes… aunque –mientras tanto- podemos comenzar a disfrutar nuestra semejanza con el primer mundo al grito de “Only in Argentina!!!”
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