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AL ENCUENTRO DEL SINSENTIDO (Febrero 2003)
NO HAY GUERRA SI NO HAY COMBATE EN EL CORAZON DEL HOMBRE (Marzo 2003)
LA GUERRA PREVENTIVA (Abril 2003)
SOBRE EL INSTITUTO DE LOS PUNITIVE DAMAGES Y OTRAS YERBAS (Mayo 2003)
¿ POR QUÉ DISCUTIMOS LOS ABOGADOS ? (Junio 2003)
RE-PLANTEAR EL MUNDO (Julio 2003)
¿ QUÉ HIZO MAL PAPÁ ? (Agosto 2003)
PENSARNOS SIN SENTIDO (Septiembre 2003)
¿ SERÁ NECESARIA UNA NUEVA CULTURA ? (Octubre 2003)
LA VÍA DE LO ABSURDO (Noviembre 2003)
EL CAVERNICOLA Y YO (Diciembre 2003)
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En la última reunión del año de “Derecho Viejo”, surgió como tema de gran debate la cuestión de la “programación”. Para aquellos que no estuvieron presentes, aclaro que no se refería a la programación televisiva o radial, sino a aquella programación que todos recibimos del entorno desde que nacemos. Hablamos de la programación cultural, aquella respecto de la cual somos “víctimas” y “victimarios” todos los días de nuestra vida diaria.
En la programación recibida de los padres, la familia, la escuela, la religión, o sea –en resumidas cuentas– de “los otros”.
Claro está que durante la charla surgieron distintas posiciones, la mayoría muy bien fundadas, sobre las cuales me nació la siguiente reflexión. La propuesta de la reunión era descubrir la existencia en cada uno de nosotros de estas programaciones, de estas “cosas” tan arraigadas en nosotros que a menudo confundimos con nosotros mismos. Pautas de vida, mecanismos de comportamientos, reacciones que tenemos y que no llegamos a dilucidar por qué tenemos, etc.
Sin duda alguna, una de las personalidades contemporáneas que mejor ha descrito este tema ha sido el sacerdote jesuita Anthony de Mello, quien ha sabido trasladar la sabiduría oriental al lenguaje y entendimiento de nosotros los occidentales. Sin embargo, pecaríamos de ilusos si creemos que algo que nos viene trabajando internamente desde el nacimiento lo vamos a agotar y “resolver’’ en una tarde de reunión; no, el verdadero entendimiento es fruto de la decantación de las ideas, aún mucho después de la elaboración mediante la cual creímos llegar a la verdad de las cosas. No es un procedimiento que se pueda artificializar, acelerar o producir en masa, mal que nos pese, lo humano -lo más humano- es el extracto habido luego del paso de los años y las vivencias.
Con todo, y retomando el tema que nos ocupa, alguno de los partícipes del encuentro sostuvo que ir en contra de la programación dada, era un simple cambio de una programación por otra. Esta afirmación es –efectivamente– lo primero que viene a la mente, una mente manejada por programas no puede comprender fácilmente que pueda existir una vida sin ellos.
Por otro lado, aún en caso de que se tratara del cambio de un programa por otro, de lo que se estaría hablando sería de un programa realizado por uno mismo para uno mismo, y esto supondría el no poco avance de saberse uno programado, y de poder ser uno el artífice de su programa de vida.
Vale decir, haciendo una analogía –que desconozco por qué no surgió– entre el hombre y la computadora, diría lo siguiente.
A la computadora le introducen un programa y ella, sin saber cómo ni por qué, lo ejecuta; sabe que después de A viene B, punto. Así, nosotros nos manejamos en gran parte de nuestra vida, aunque a veces con más complejidades intermedias y más justificaciones... sabemos que después de A viene B, porque así nos lo dijo C, o porque es la opinión de D y E, o porque nos lo enseñó F que sabe mucho de A y de B.
La computadora no se programa a sí misma, ni sabe que está programada, y está ahí –justamente– la gran diferencia: NOSOTROS PODEMOS LLEGAR A SABERNOS PROGRAMADOS, Y DEJAR DE SER PROGRAMADOS POR EL OTRO. Tenemos la posibilidad de ser nosotros mismos los usuarios de nuestro libre albedrío.
Prosiguiendo con la analogía, diría que una vez que comprendemos que durante años -y en nuestras más íntimas cuestiones- fuimos el fruto de infinidad de programaciones; una vez que no solo lo vemos, sino que aceptamos esa realidad sin pelearnos ni resistirnos a ella, vamos a llegar a un punto en el cual podemos concebir la idea de programarnos a nosotros mismos, pero este solo es un paso intermedio, no el final del camino.
No debemos dejarnos engañar por la creencia de que al ser nosotros nuestros propios programadores hemos alcanzado la libertad; sino que recién en ese momento vamos a estar en condiciones de preguntarnos ¿PARA QUÉ HACÍA FALTA EL PROGRAMA?, ¿PARA QUÉ PROGRAMARNOS A NOSOTROS MISMOS?
Al principio esta sencilla pregunta sólo será una cuestión dialéctica, pero la pregunta no le dirá nada (del mismo modo que un niño puede recitar algo de memoria sin ninguna comprensión del sentido de lo que dice).
Una vez que esta pregunta está madura, el siguiente paso será descubrir una vida, una existencia en la cual el que haya o no haya programas resulta indistinto. Uno puede entrar en un estado de conciencia dentro del cual tiene libre acceso a cualquier clase de programa ajeno o propio, encaja en todos los discursos a la vez que se sabe fuera de ellos. Es un estado de supra conciencia, supra moral, supra autonomía. Difiere del individualismo, difiere del egoísmo, difiere del desinterés, pero se puede asemejar a todos ellos en algo, el ser maneja en este estado de conciencia un grado de moral que trasciende los requisitos básicos de cualquier programación cultural, de modo tal que sin someterse a la norma, tampoco la ataca, sin ser esclavo del precepto no interfiere con él porque lo supera naturalmente, constituye una matriz que sobrepasa cualquier estándar social.
Por último, este ser humano comprenderá QUE NUNCA HUBO COMPUTADORA...
Uno de los aforismos que más hondo ha calado en mi vida es el que dice: “Si lo entendés, las cosas son como son. Si no lo entendés, las cosas son como son”. No es caprichoso que esta frase tenga la profunda significación que tiene para mi, ni ocioso recalcar que siempre me he sentido un ser en extremo racional. Todos quienes racionalizamos solemos pensar que todo lo entendemos, o –los más humildes- que todo es susceptible de ser entendido por la razón.
Pues bien, este sencillo juego de palabras me reveló la existencia de algo que si bien nunca hubiera rechazado desde la lógica de los enunciados, íntimamente me resultaba inadmisible: las cosas serían -a partir de leer esto- sin pedir permiso a mi razón, para ser. Son lo que son aunque no tengan explicación, son lo que son sin obedecer a ningún orden conocido o desconocido, tengan o no relación con la lógica, o respeto o no por ley, norma o regla alguna.
Simplemente parece ser que las cosas suelen ser lo que son a pesar de nosotros, y de todo esfuerzo inútil por encausarlas o determinarlas.
Lo bueno es que esta verdad tan simple y reveladora nos confiere –solapadamente- el derecho de ser lo que somos, sin tener el deber de justificarnos. Tal vez nos lleve una o varias vidas el saber por qué y para qué, pero esta verdad nos libera de la obligación de entendernos como requisito de existencia. Nos permite aceptar la incertidumbre en la que vive el ser humano, tantas veces vergonzante, frustrante y acarreadora de mentiras y sufrimientos superfluos. Lo entendamos o no, somos aquí y ahora lo que somos, a pesar de los otros y de nosotros mismos.
Todo esto no quiere decir que no podamos mejorar como seres humanos, esforzarnos, tener metas y planes en el plano cotidiano de la vida. Así tampoco, negar que uno puede tener rasgos de carácter, temperamento, motivaciones más o menos tangibles, características físicas y psicológicas heredadas por sangre o entorno. Pero ontológica y naturalmente nuestro ser íntimo es lo que es; inexplicable e inaprensible, entre la causa y el efecto, entre el estímulo y la respuesta: inasible para el intelecto, y no por ello menos –sino más- verdadero.
La búsqueda del sentido, la creencia en la existencia de la ley de la causa y el efecto, la fe puesta al servicio de un presunto orden, la adecuación de las cosas a una o varias hipótesis vienen a resultarnos profundísimas limitaciones a la hora de encaminarnos hacia la verdad última del ser y del ser de las cosas.
Aceptar que las cosas son como son no es excusa, ni pretexto. Quien así lo entienda no hace más que tergiversar lo dicho hasta aquí, pues tergiversar es una forma de dar a algo un sentido distinto de su sentido primigenio... mientras que de lo que hablamos es precisamente de la existencia del sinsentido.
Cabe aclarar que aceptar el sinsentido no necesariamente nos obliga a afirmar un “caos cósmico”, en todo caso sí hace tambalear el mundo que vivimos como real... vale decir a aceptar la imposibilidad de acceder a la Verdad a través de la razón.
Si hay un orden está más allá de toda posibilidad de entendimiento, trasciende toda lógica. Siempre hay un más allá incognoscible en las cosas.
Ahora bien, como siempre podemos optar por vivir una existencia al servicio de la búsqueda del sentido de las cosas o –por la inversa- podemos experimentar la vida dejando que se nos revele tal como es, sin pretender encasillar o dirigir cada circunstancia, cada evento, cada persona y cada ser (incluso el nuestro).
Cuando optemos por lo primero tardaremos poco en ver las cosas como buenas y malas, con propósitos y fines, como gracias y desgracias. Cuando optemos por el segundo camino comenzaremos poco a poco a percibir y luego experimentar con todo vértigo el fluir del ser en libertad.
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NO HAY GUERRA SI NO HAY COMBATE EN EL CORAZON
DEL HOMBRE
Durante los últimos meses se han movilizado enormes cantidades de soldados y armamentos a las inmediaciones de Irak, y –concomitantemente- han comenzado a salir a la calle miles de organizaciones en todo el mundo haciendo marchas y actos por la paz.
Si hubiera paz en el corazón del ser humano, no habría guerras. Las marchas y contramarchas, las negociaciones y negociados podrán evitar una guerra puntual, pero lejos están de llevar a la humanidad a un estado de paz duradera.
No puedo concebir cómo alguien puede justificar el horror del crimen, el asesinato o la violencia física contra otro congénere. ¿qué calamidad le hace falta vivir al hombre para comprender lo enfermo de sus acciones (u omisiones)?
Ningún homicidio intencional puede ser legitimado por una persona sana. Solo en el corazón en el que reina el odio, la desesperación o el miedo puede ser esta una opción.
La violencia crece en espiral porque nunca es una lucha del bien contra el mal, sino de hombres contra hombres. Ninguna persona, ni ningún país, ostentan el bien o el mal, de modo que no hay posibilidad de triunfar. En la guerra no hay dos opuestos en el que existe la posibilidad que uno triunfe sobre el otro, un país acciona, el otro reacciona y esta reacción funciona como acción de otra reacción... y en medio, muriendo y sufriendo, solo hay hombres. El fin de la guerra por esta vía solo puede ser logrado por el exterminio del hombre de la faz de la tierra.
El que quiere frenar esta mecánica de otro modo no debe hacer marchas de protesta, por que la protesta es reaccionaria, es violencia ( o contra-violencia que es igual).
Cuando el humano habla ofende, cuando entra en el discurso, miente; cuando profiere palabras deja de decir las cosas como son.
Ni hablar de quien lleva adelante un movimiento de personas. Su voz es – represente a quien represente- un símbolo de la corrupción humana, por que solo prostituyendo la verdad puede un solo discurso representar a miles de pensamientos.
Contra el discurso, gana el silencio; y, contra la guerra, solo gana la inacción, que no tiene mejor metáfora que la de poner la otra mejilla. No hablo de quedarnos en nuestras casas cómodamente diciendo “ ojalá que no haya guerra!”, digo que la inacción es no tener reacción frente a la hostilidad, por que ella solo genera reacciones hostiles.
Un ejercicio de la no violencia puede ser realizado fácilmente, y demostrará al lector acerca de lo que hablamos.
Tome un pensamiento violento, reflexione profundamente sobre él. Sienta la desdicha que le causa y los cientos de pensamientos violentos que se anexan a él, que vienen a su mente con solo traer el primero a su mente.
El pensamiento negativo solo se asocia a otros pensamientos negativos. El odio genera odio. La bronca, bronca; la frustración, frustración, etc, etc...
Ahora bien, si uno se aferra a estos pensamientos y pretende combatirlos solo se le aparecerán alternativas o “armas” que esos pensamientos conllevan. Por eso quienes protestan contra por la muerte de un familiar en un asalto piensan que la solución es matar al malhechor, están atados a la espiral hostil.
El odio no se combate con su igual. La única forma de salir del odio es el NO-ODIO. No aferrarse al pensamiento negativo, dejarlo pasar, dejar el pensamiento inactivo frente a él.
Si alguien le dice “tonto” y uno le responde “pavote!”, es muy posible que la cosa termine a las trompadas, porque uno entro en la espiral, y el que inicio este dialogo no considera cumplido su objetivo hostil, porque obtuvo respuesta, y eso indica que hay un contrario del otro lado.
Si a un país le matan 8000 ciudadanos y responde matando 50.000 personas o 1.000.000, ha entrado en la espiral que el otro le propuso.
Debemos enfrentar tanto la espiral interna como la externa si queremos la paz. Si no van juntas no servirán de nada las marchas, manifiestos y contramarchas, porque solo serán re-acciones.
Cuando insulto o amenazo a mi vecino porque su perro utiliza mi vereda para hacer sus necesidades, o cuando enseño a mi hijo a odiar, temer o repeler a alguien por sus características sociales o raciales, cuando no acepto la diferencia física, intelectual o ideológica del otro, o cuando me aprovecho de su ignorancia, su inocencia, su miseria, su pobreza o su debilidad para alcanzar mis propios fines egoístas, no hago más que estar a favor de la guerra, porque la guerra solo es eso llevado al nivel de los Estados.
Cuando pienso mal del otro me expongo mucho más a recibir de él sus malas acciones, y me permito levantar muchas restricciones propias a la hora de obrar mal para con él.
Seamos mejores personas con el vecino, con el desconocido, con el extraño; alberguemos confianza en la raza humana y en la bondad del corazón del hombre; intentemos cada día amar más a nuestro prójimo con sus semejanzas y diferencias, y tendremos una verdadera chance de evitar todas las guerras.
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En el discurso de Bus del 17/03/2003 –denominado “ultimátum“- el Presidente de los EEUU argumentó sobre las causas que iban a justificar del ataque a Irak. Estas “razones” no fueron más que excusas para “tirar la primera piedra” ante los ojos de un mundo que rehusa la violencia.
Las palabras de Mr. Bush fueron analizadas por especialistas de todo el planeta, y no tardaron en interpretar las causas como preventivas, es decir: es una guerra que tiende a eliminar el riesgo.
Mr. Bush decide –a pesar de lo resuelto en contrario por las Naciones Unidas- iniciar una matanza HOY, para evitar una matanza MAÑANA. Claro está que la previsión de ese mañana estaba siendo bastante pesimista, porque el futuro es siempre eventual e incierto.
Cabe recordar –además- que la ONU fue creada para equilibrar las relaciones de poder planetarias, no para gobernar el mundo por encima de las soberanías nacionales. En ese orden de ideas –hoy por hoy- es militar y políticamente más peligroso para las naciones libres del mundo el Sr. Bus, que los propios Bin Laden y Hussein juntos.
Uno de los aspectos más impactantes de la lógica del discurso de este nuevo “Capitán América”, es que cada una de las características que -según él afirmaba- se darían como consecuencia del gobierno tiránico de Hussein, se daban YA MISMO en su propio país y gobierno, al confirmar el ataque.
El fundamentalismo americano, sus oídos sordos a la crítica internacional, su liviano autoreproche por los “daños colaterales” ocasionados, su afán desmesurado de ganancia y explotación económica, su carrera armamentista –mantenida a pesar de que la corre solo desde la caída del muro de Berlín-, su ferrea voluntad de imponer sus propios “valores” al resto de los pueblos de la tierra y la convicción de representar “el bien”, en la mítica lucha del bien contra el mal, me llevan a afirmar que más nos vale prepararnos para un nuevo mundo que rinda sus armas, posesiones, gente y soberanía al “gran país del norte”, o se resigne a ser eliminado del mapa “preventivamente”.
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SOBRE EL INSTITUTO DE LOS "PUNITIVE DAMAGES" Y OTRAS YERBAS
Los argentinos nos encontramos muchas veces envueltos en trabas burocráticas, papelería sobreabun-dante para solucionar cuestiones sencillas y, aún cuando nos sometemos a este sistema y formulamos legítimas peticiones muchas veces nuestras denuncias y reclamos van a parar a la basura por aplicación del antirreglamentario artículo “cesto” (bien conocido del otro lado del mostrador por los empleados de la administración pública).
Miles y millones de nosotros no somos más que diminutas hormigas frente a los “monstruos” capitalistas representados fundamentalmente por empresas de servicios públicos privatizadas, que nos pisotean todos y cada uno de nuestros derechos cómo y cuantas veces se les da la gana, ya sea amparadas en cláusulas contenidas en los generosos contratos de “corrupción” (léase “concesión”) o sea por la ineficacia absoluta de los entes de contralor del cumplimiento .de dichos contratos.
Incluida -cómo siempre- en esta ecuación, hallamos una justicia semi atada de pies y manos a la legislación cómplice de este sistema (elaborada por “los que no se fueron todos”). Claro que podemos acudir al órgano judicial, pero nuestros jueces no pueden más que circunscribirse a nuestro caso, y solo evalúan si nuestro reclamo contradice o no el orden social, pero no si la conducta del demandado -que origina el reclamo- merece una sanción adicional por afectar al orden social, más allá de nuestro reclamo.
Esto, explicado en criollo, podría ejemplificarse así: supongamos que un día una empresa de teléfonos decidiera imponer a todos sus usuarios un costo de un peso adicional a su facturación inventando el motivo de dicho aumento. El usuario tendría que hacer un juicio reclamando su peso –si consigue abogado que lo represente-, y el juez condenar a la empresa a la devolución del peso, más costos, costas y accesorios legales proporcionales a ese peso. Ahora bien, la empresa sabe que nadie o muy poca gente reclamará su peso (y -en la suma- ella recauda varios millones).
En algunas jurisdicciones la representación de este tipo de intereses lo ejerce el defensor del pueblo, o ligas de defensa del consumidor, pero los reclamos siguen -aún así- intentando refrenar el abuso, no ejemplificando para prevenirlo, ni sentando precedentes que hagan que sea un mal negocio perjudicar al usuario, al cliente o al beneficiario.
En nuestro sistema legal (y práctica judicial), sigue siendo el mejor de los negocios NO CUMPLIR. Entonces, la justicia –que debería estar ahí para resolver cuestiones dudosas o litigiosas- se halla atiborrada de expedientes de obvia resolución, pero de largo y trabajoso trámite.
Otro ejemplo de este comportamiento lo da el propio Estado, enviando a miles de ahorristas a hacer juicios de amparo, o a centenas de miles de jubilados –en muchos casos personas de más de 80 años- a hacer juicios de reajuste de haberes por años, especulando financieramente con que la expectativa del anciano cese, o cese su vida en el interín del proceso.
Es así que, en las cuestiones en que hay malicia o comportamiento abusivo, otras legislaciones han previsto expresamente el instituto de los “punitive damages” (daños punitivos), en virtud del cual con independencia del reclamo efectuado, el juez puede –al tomar conocimiento de los hechos y su implicancia social- fijar una sanción resarcitoria adicional, que es –a la vez- reparadora y ejemplificante. En EE.UU., se ha dado el caso de juicios en los cuales estos daños establecidos por el juez, han sido equivalentes a miles de veces el reclamo que los originara. El juez, en estos casos decide –además- el destino de dicha suma (por ejemplo, si se le entregará al reclamante, o a una fundación que tenga que ver con el perjuicio causado por la empresa, o para la investigación de tal o cual afección relacionada, etc.). Lo cierto es que el juez defiende a la sociedad toda en cada uno de sus fallos.
Claro que los argentinos no poseemos esta herramienta legal, y que tal vez sería un exceso en manos de jueces muchas veces cuestionados. No obstante, cabe aclarar que nuestros jueces cuentan con la posibilidad de hacer algo similar: evaluar el impacto social de las conductas perniciosas de los demandados, imponerle severas costas dentro de las escalas legales, y decidir las tasas de interés a su criterio. Sin embargo, -las más de las veces- no usan estas atribuciones adecuadamente.
Resulta desconcertante que siendo a todas luces inconstitucional la retención y pesificación de los depósitos bancarios en moneda extrajera, casi ningún juez ha impuesto al Estado Nacional las costas del proceso de amparo. Idéntica reacción tienen los jueces que entienden en las causas de reajuste de haberes previsionales ¿Por qué?. Desde este punto de vista, resulta extraño que no se contemple agravar la sanción de quien obró malograda y especulativamente en perjuicio de otro más débil. Si le dan al ahorrista lo que siempre le correspondió, sin intereses y debiendo hacerse cargo de los honorarios de su/s abogado/s: NO LE ESTAN PROPORCIONANDO UN ACTO DE JUSTICIA, NI SON EQUITATIVOS CON EL, lo siguen castigando, y no al Estado que le ocasionó el perjuicio. No educan a quien agrede al cuerpo social, sino que lo incentivan para que siga así.
Tema aparte lo constituye el comportamiento de los abogados, ya que en el ejercicio profesional deberíamos ser auxiliares de la justicia; y esto significa que si bien debemos defender a nuestros clientes, debemos –siempre- circunscribir nuestro accionar a la ley, al derecho y a las normas, de modo claro y cristalino. Una cosa es –entonces- que el cliente quiera obrar mal, y otra es que su letrado lo apañe, convirtiendo la práctica de la defensa en una complicidad profesional.
Muchos colegas han perdido de vista aquellos ideales que los llevaron a estudiar derecho, o no se han percatado del rol social que están llamados a representar.
Todo cliente debe conseguir la mejor defensa posible de sus derechos e intereses, pero esto no implica hacer que el deudor no pague, o que el criminal no reciba condena, sino que significa que el deudor pague lo que le corresponda, con las mejores condiciones de pago, lo más adecuadas a sus posibilidades y por el precio justo. En esto, la labor profesional excede el marco de la relación cliente-abogado. Es una labor social, y -muchas veces- educativa. El abogado –a menudo- presume que su cliente lo busca para no cumplir, y, por no perder el cliente lo incita a ello. En mi experiencia, sin embargo, puedo afirmar que la mayoría de las personas son intelectualmente honestas y no quieren una ventaja perniciosa, sino lograr una adecuación de sus obligaciones y derechos a su situación concreta; y que muchas veces son los letrados los que alimentan comportamientos ilegítimos o abusivos en sus clientes.
Los abogados estamos entrenados para defender lo que al resto le parece indefendible. Pero no es necesariamente bueno hacerlo; ni para la profesión, ni para la justicia, ni –en definitiva- para el propio cliente como parte del cuerpo social.
Si defendemos al deudor para que no pague, al usurero para que cobre, al criminal para que pueda seguir delinquiendo, y llamamos a eso “éxito”: nos equivocamos. El artilugio y la chicana pueden ganar juicios, pero más tarde o más temprano nos perjudica a todos. En lo profesional porque desacredita la profesión y la fe de las personas en la justicia, y en lo personal, porque seremos nosotros o nuestras familias o amistades víctimas de los “monstruos” que ayudamos a crear (no nos pagarán nuestras deudas, nos cobrarán con usura, nos asaltarán, etc.).
No habrá un país o un mundo de gente honesta, si nosotros no lo somos. Debemos ser honestos, no parecerlo. Los profesionales somos el ejemplo a seguir, y nuestros clientes sabrán de nuestra honestidad intelectual y humana –más que por lo que le digamos- por como elijamos defenderlo.
Abogados, médicos, contadores, ingenieros, arquitectos, educadores, psicólogos... hemos alcanzado el status académico más alto que la sociedad proporciona, debemos aprovecharlo en beneficio de esa sociedad, no contra ella.
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¿POR QUÉ DISCUTIMOS LOS ABOGADOS?
Muchas veces la gente tilda a los abogados de discutidores. En especial los allegados, la gente cercana a los letrados, tiene la idea de que quienes han estudiado leyes, lo han hecho porque "siempre" hicieron de la discusión su modo de comunicación.
Todo lo expuesto, puede tener cierto asidero, pero en realidad es solamente el principio de la cuestión.
Entiendo que la formación que recibimos los abogados es la que crea este síntoma. En algún momento de nuestra carrera universitaria, absorbemos de tal modo la rigidez de las reglas, que comenzamos a pensar que lo "real" son las leyes, decretos y reglamentos...
Comenzamos a percibir el mundo como un conjunto de entes - personas físicas, personas de existencia ideal y asociaciones lícitas e ilícitas, que se ajustan o no al deber ser del que tanto nos hablaron en la universidad.
Y, de tanto "deber ser", nos creímos en cuerpo y alma que: "debíamos ser algo" y que los demás: todo y todos los demás debían ser algo también, o estarían llamados a serlo.
De repente en un momento dado, entre el "nene", ya "casi abogado" y el "buenas tardes, doctor" decidimos (sin comprender la criminalidad del acto ni dirigir nuestra acción), que éramos portadores de la verdad... que sabíamos cómo debían ser las cosas y que éramos "los elegidos" para eliminar o cambiar de la realidad lo que no se ajustaba al "deber ser" que nos enseñaron.
A partir de allí nos convertimos en ordenadores del mundo, con el agravante de que, cuando la gente hace lo que le decimos que haga, sus problemas tienden a desaparecer o disminuir, lo cual viene a reforzar esta percepción de ser detentadores del saber.
No obstante se escapa de nuestro pequeño universo todo problema que no sea jurídico, es más, llegamos a pensar que si no es jurídico, no es problema; y viceversa, si alguien está muy complicado en lo jurídico, no podemos entender su tranquilidad, serenidad o (ni qué hablar) su felicidad, y atribuiremos esto a su inconsciencia o ignorancia.
A veces es penoso advertir que los inconscientes e ignorantes somos nosotros, perdiéndonos la vida en pos de un "deber ser", de cartón pintado, eso sí, con tapa dura. Convirtiéndonos poco a poco en rígidas momias envueltas en kilómetros de leyes. Al advertir un atisbo de esto, o bien lo negamos, o nos dan ganas de gritar: "LA VIDA ES LO OTRO, LO DE AFUERA", pero gritar es contrario a la moral y a las buenas costumbres, por lo menos, la mayoría de las veces.
El gran problema, la gran dificultad, es, a pesar de todo, salir de este circuito; no es que no querramos salir, sino que no nos animamos a ir en contra de los argumentos.
Si nuestro argumento es mejor que el del otro ¿por qué no contrastarlo? No nos entra en la cabeza que pueden co-existir en un discurso dos argumentos contrarios, simplemente porque la lógica no lo permite, y la verdad que detentamos, sólo es verdad, por y desde esa lógica.
Lamentablemente, para nosotros, la vida, el universo y la realidad, no se ajustan a Aristóteles, ni el curso natural de las cosas se ajustan a las leyes de los hombres.
El contrato social, el monopolio de las fuerzas en poder del Estado, y los impuestos no vienen dados, fueron creación del hombre y pueden ser revocados, revisados y renunciados, mal que nos pese.
La naturaleza no se rige por leyes humanas, los hombres creamos las leyes a partir de lo que vemos, que es muy distinto.
Mantenemos la suposición de que nuestra coherencia en la forma de pensar, hablar y actuar cohesiona nuestra persona, y que sin ella nuestro ser se desmoronaría... que nos convertiríamos en una suerte de "masa amorfa", y nos aterra la idea.
Sin embargo sabemos en lo profundo, que tenemos muchas incoherencias, y que (aún así) aquí estamos, lo que nos lleva a suponer que tapando, negando u ocultándolas nuestra persona se salva del exterminio que implicaría aceptar que no sabemos hacia dónde vamos, ni qué queremos, ni qué sabemos realmente de la vida.
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Habitualmente comienzo mi columna con un interrogante, esta vez me inclino a iniciarlo a través de una revolucionaria afirmación: “el mundo, la vida en la tierra necesita ser replanteada, repensada, reexperimentada”.
Lo cierto es que si no hubiera estado tan inculcada en mi la idea de realidad, como algo dado, hubiera demorado mucho menos en advertir que no resulta tan descabellada la posibilidad de cambiarlo todo.
A mérito de la brevedad me centraré en proporcionar al lector los elementos de juicio en virtud de los cuales –si quiere- puede llegar a elaborar una conclusión de este calibre, mas no me aproximaré –esta vez- a la dirección que habría de tomar el cambio propuesto.
Debemos partir de la base de un hecho cierto pero conmovedor: lo que llamamos realidad bien puede no serlo per se. ¿quién percibe y crea la realidad sino cada uno de nosotros?¿quién decide lo que es y no es real sino el consenso?
Cuando Colón descubrió América, el consenso generalizado era que EN LA REALIDAD el mundo era plano y estaba sostenido por dos tortugas gigantes. Esto que hoy nos parece gracioso y hasta tonto, nos lo parece así porque creemos que el hombre del siglo XV pensaba al mundo como nosotros pero tenía menos dominio de la tecnología y las ciencias, sin embargo, nosotros nos regimos por el pensamiento científico en tanto ese hombre se guiaba por su religión, su idea acerca de sí mismo –si la tenía- y del mundo se hallaba a millones de años luz del egocentrismo del hombre moderno; él percibía otra realidad.
De modo que cuando juzgamos de tonta la cosmovisión de otra cultura –presente o pasada- lo hacemos desde un lugar de ignorancia extrema.
Nuestro consenso acerca de la realidad deja –ciertamente- mucho más que desear. Consensuados que nuestra realidad sea que miles de niños mueran de hambre a diario, mientras –sin culpa alguna- todos miramos en la “caja boba” un talk show, una novela o –incluso- un noticiero en que nos muestran a esos mismos niños.
Consensuados que la realidad que nos taca vivir es responsabilidad de los gobernantes de turno, que el que no tiene dinero es inferior al que lo tiene, que el que estuvo preso es y será siempre un delincuente, que es progreso que una máquina reemplace a un hombre y que el hombre quede a su suerte, que es un avance que las mujeres trabajen a la par de los hombres y luego –al volver a su casa- deban cumplir con el rol de amas de casa que tenían en la década del cincuenta, consensuamos que es real que si una potencia mundial se arma, las demás deban hacer lo mismo, consensuados una realidad en la cual los que dirigen y deciden lo que es posible e imposible y quién vive y cómo y quién muere y cómo, son unos trocitos de papel pintado de verde con dibujitos y numeritos. Consensuados un mundo en el que un aparatito enano unido a la muñeca nos dice donde debemos estar en cada momento, un mundo donde la fe es para una hora de los domingos y el resto de los días de la semana nos dedicamos a jorobar al prójimo intentando no ser jorobados.
Consensuamos que la unión matrimonial sea reemplazada por un certificado, que el mundo sea propiedad de algunos de los hombres que nacen en él, que la ley nos diga lo que es correcto en lugar de nuestra conciencia, que la salud sea un derecho de quien puede pagarla, y que uno tiene derecho a vivir siempre y cuando al gobernante de su país no se le ocurra oponerse en algo a los deseos de un Bush.
En resumen, consensuamos que el mundo no es el centro del universo, ni está sostenido por dos tortugas gigantes, y si Colón llegara ahora a América lo encarcelarían por no llevar pasaporte, visa, autorización de carga, contrabando, y por portación de ideas revolucionarias y espíritu de aventura.
Entonces ¿por qué no proponernos nuevas fórmulas de consenso?
Si aun la más objetiva de las afirmaciones científicas que nos rigen a diario se basan en una serie de convenciones, cómo desconocer que vemos la realidad recortada por todos aquellos convencionalismos y condicionamientos que nos inculcaron desde el nacimiento. La realidad NO ES POR SI MISMA, LA HACEMOS ENTRE TODOS.
Obvio es que nadie cambia la cultura por propia voluntad, ni un modo de pensar o ver las cosas. Lo que propongo es un replanteo, porque solo de él podrá surgir lo nuevo. Solo de una profunda reflexión individual y social podremos extraer las bases para un nuevo sistema de valores. Que nos permita consensuar otra realidad donde hoy tenemos solo esta desde donde me dirijo.
Las posibilidades humanas no tienen más límite que la imaginación, por mucho que nos quieran hacer creer lo contrario. Estoy seguro que podemos imaginar algo mejor y llevarlo adelante. Hagamos del amor nuestra realidad vital individual y –poco a poco- lo veremos transformarse en la realidad de todos.
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Es notable
como todo lo humano se desplaza sobre una cuerda de potencialidades que de menor
a mayor escala y viceversa. Es increíble como estamos tan atados a manejarnos
dentro de ciertos andariveles. Tan acostumbrados estamos que nos pasa la vida
por allì una y otra vez y ni siquiera nos damos cuenta.
Vamos de un extremo al otro, repetimos en el camino siempre los mismos errores,
llevamos a cabo las mismas hazañas, pero nos basta con calificar nuestras
acciones y los hechos de la tierra toda en términos de proezas y bajezas
sin advertir nunca este encierro.
Hay quien dice que la historia de la humanidad es cíclica, pues bien,
este andarivel puede ser circular, si.
Pero a lo que me refiero es a que lo que hace el ser humano en pequeño,
en sì mismo, lo traslada a lo que hace en su familia y lo que hace en
el mundo. Normalmente vemos esto de un nivel de mayor a menor, por ejemplo:
la crisis económica afecta nuestras relaciones familiares o de pareja.
Pocas personas en la historia nos han hecho hacer el esfuerzo de ver el recorrido
contrario, por ejemplo Confucio que dentro de sus máximas propuso: "si
quieres ver el mundo limpio, limpia tu hacienda".
A lo que intento llegar es que TODO se repite, no solo a lo largo del tiempo,
sino de modo actual: trasladamos nuestro mundo chico al mundo grande, y viceversa.
Quién puede dudar que a nivel planetario existe una identificación
primaria de todos los paises del mundo con los Estados Unidos?
Digamos que a nivel psicológico, la función o rol que un objeto
cumple -y no lo que es en realidad- es lo que lo define para el sujeto.
Por un minuto propongo que traslademos esto ùltimo al mundo:
" EEUU ha sido el ejemplo y modelo a seguir para los Estados Nacionales
democráticos, tal cual lo es el padre en la vida familiar.
" Nuestro Estado Nacional es paternalista, vale decir asemeja la función
paterna para sus ciudadanos.
" Ergo, somos nietos de EEUU.
El hombre tiende a desplazar lo conocido hacia lo desconocido, para conocerlo.
Constituimos nuestro saber, no desde la filosofìa sino desde nuestro
saber corriente. La familia primaria se forma por consanguineidad, luego se
unen los afines, se forman clanes, los clanes se unen y forjan pueblos, los
pueblos se unen y forman ciudades, las ciudades se consolidan y forman provincias,
las provincias se conglomeran en Estados Nacinales. No hay creación de
nuevas relaciones, los rasgos son los mismos de los de la familia primaria pero
cuantitativamente más desarrollados.
El ciudadano se queja y patalea contra su Presidente porque él es su
padre... el que le tiene que resolver sus problemas... somos sus hijos menores.
Y, el Estado hace lo mismo con los EEUU... papá, prestame plata que no
llego a fin de mes! No tengo plata para darle de comer a tus nietos!
Ojo, no voy a decir todo esto, solo porque me parece graciosa la analogía.
Digo que esto es así a nivel inconciente... identificamos a quien nos
gobierna con el rol de quien nos gobernó en nuestra infancia: nuestro
padre... y a quien gobierna a nuestro padre lo ponemos en el lugar de nuestro
abuelo... aquel que tiene poder sobre nuestro padre.
En este orden de cosas, podemos entender el por qué de nuestras rabietas,
broncas y odios contra nuestros progenitores estatales... no vemos un igual
en ellos: los ponemos en un lugar de la familia... son parte de nuestra familia
y son injustos y egoístas.
Ahora bien, la identificación hace que querramos imitar a nuestro padre,
queremos ocupar su lugar... pero, qué hace el hombre maduro que descubre
en su padre a una mala persona?
Lo ama, pero sabe que está equivocado: INTENTA CAMBIARLO... y si no cambia:
LO IGNORA Y HACE SU VIDA SIN DEJARSE REGIR POR SUS INDICACIONES.
No digo aquí que el ciudadano deba dejar de cumplir las leyes, sino que
la imposición pasa a ser solo eso... No dejarmos de utilizar el dinero,
pero nos daremos cuenta que el mismo no puede dirigir nuestras vidas, ni nuestra
felicidad, ni el resto de nuestras relaciones familiares.
Dirán, claro! pero cómo voy al cine?, o como me compro ropa?,
o comida...?
Lo cierto es que EL SENTIR QUE DEBEMOS TENER COSAS es parte de la identificación
con ESE PADRE. Señores: NO NECESITAMOS TENER, en cuanto no entendamos
esto NO NOS VAMOS A LIBERAR DEL PADRE... porque esa es su herramienta de control.
Cuando nos dijeron: bajo este techo tenés que cumplir con mis normas...
llegó un momento en el que tomamos la decisión madura de no vivir
bajo ese techo.
Es hora de que el hombre madure y decida ya no vivir bajo el techo dinerario
del padre. Si no hacemos esto, papá nunca entenderá que CRECIMOS
y que ASUMIMOS EL CONTROL DE NUESTRA VIDA, porque no lo habremos hecho.
Superemos la traba, tomemos conciencia que copiamos los valores paternos equivocados,
y que estamos a tiempo de cambiar esto.
Coexistamos con nuestro padre, no pretendamos que cambie porque la única
manera de lograr que cambie será cuando se de cuenta que nos fuimos de
casa porque somos más maduros que él... no estemos enojados con
papá, dejemos la puerta abierta para que él venga a nosotros cuando
comprenda sus errores...y, si no lo hace: QUE MAS DA YA NO DEPENDEMOS DE EL!
Parte de la madurez consiste en ENTENDER que no podemos seguir toda la vida
echándole la culpa a los demás de lo que nos pasa. Barramos nuestra
vereda y poquito a poco veremos un mundo más limpio... llevemos los zapatos
puestos, no pretendamos un mundo alfombrado.
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Es dificilísimo pensarnos a nosotros mismos sin una razón de ser. A poco que lo intentamos brotan torrentes enteros de motivos, causas y objetivos. No podemos –ni queremos- enfrentar la posibilidad de estar aquí, vivos, en un mundo, en un universo sin un por qué y un para qué… nos resistimos desde nuestras máximas profundidades a la idea de simplemente ser.
Nuestra sociedad –tanto la humana en general, como las subculturas a las que pertenencemos- nos han adoctrinado para dar por sentado que hemos venido al mundo por algo y para algo, hemos sido programados para defender nuestra singularidad a capa y espada, y a identificar a nuestro ser con lo que de él se pretende socialmente.
Los humanos somos la única especie –conocida- capaz de generar cultura; tanto así que se ha definido al hombre como animal social, animal político, etc, vale decir utilizando atributos o características derivados de esta capacidad exclusiva.
Ahora bien, el hombre moderno se considera a sí mismo como único e individual, y se permite inteligirse recortado del medio en el que desarrolla su vida… se autodenomina como los demás lo llamaron: por un nombre “propio”, un apellido, un D.N.I. y –más recientemente- un C.U.I.T./L. creyéndose así un ser separado o separable del resto de sus congéneres, con intenciones, beneficios, intereses y agenda propios.
El hombre actual dá por sentada ”la experiencia personal”, como inherente a la humanidad. Sin embargo esta es harto relativa a la cultura y al tiempo. En otras culturas y en otros esquemas de creencias, a lo largo de la historia han habido innumerables diferencias con esta forma de ver y verse.
Por otra parte, nada nos indica que el actual sea el más evolucionado estadio del ser humano, ni el definitivo. Hemos destrozado la atmosfera, creado armas biológicas, químicas y nucleares, puesto en peligro el planeta, matado niños y adultos, extinguido especies, etc etc. en nombre de los derechos individuales de un comerciante, de un país, de la ciencia, etc. . No obstante las creencias van cambiando con la cultura, sin ir necesariamente de peor a mejor, ni de mejor a peor, solo cambiando sin prisa pero sin pausa, por lo que así como otrora era lícita la esclavitud, y hoy lo es la explotación, mañana habrá que ver…
Tenemos cantidad de esquemas mentales que nos obstaculizan pensarnos como partes de un todo universal renunciando a nuestra singularidad… nos obstinamos en ser lo que denominamos “nosotros mismos”, aunque ello signifique vivir permanentemente insatisfechos, egoístas, deseosos de cosas que son absolutamente inalcanzables o inútiles, e infelices. Ahora bien, no persigo aquí poner fin al “uno mismo”, sino el ir obteniendo la posibilidad de relativizarlo, y con ello disminuir la tragedia diaria del “lo quiero… no lo tuve, no lo tengo, no lo tendré…” (con todas sus variantes).
El autodescubrimiento que pareciera ser contrario a este género de búsqueda –ya que implica una introspección, un profundizar en este “uno mismo”- no lo es, porque culminará en el entendimiento de que somos un ser humano “hacia fuera”… no es casual que los sabios y los místicos de todos los tiempos hayan terminado sus vidas al servicio de los demás (sea escribiendo, sea ayudando espiritual o corporalmente, etc).
No hay nada en el “uno mismo” que sea ajeno a los demás. El “uno mismo” es un dispositivo creado por la cultura y que sirve a sus fines positivos, tanto como negativos. Entre las lecturas que se pueden hacer cuando Cristo dice que “lo que has hecho por el más pequeño de mis hermanos me lo has hecho a mí” se puede leer que todo lo que uno hace por su hermano –que no es sino “otro uno mismo”- está dentro del mandato divino –o social-, del mismo modo que todo lo que uno hace en contra de su hermano está fuera del mandato divino –o social- (cuando digo “social” me refiero a lo que la cultura espera de ese “uno” al construirlo, y lo que quiere evitar de él).
No hay ser humano fuera de lo social, por mucho que se intente. Aún en los casos de “homo ferus” (hombre salvaje o silvestre), lo que permitió sobrevivir a estos sujetos fue el hecho de haber sido criados –al menos inicialmente- en un marco cultural. El ser humano no puede sobrevivir su nacimiento sin otro. Y una vez que hay otro, no puede sobrellevar la existencia sin él (aunque la existencia de este otro sea tan solo simbólica y no física).
Sí podemos entender que lo que esperamos de nosotros mismos nos ha sido inculcado meticulosamente –con muchos “por qué” y muchos ”para qué” absolutamente artificiales-, y tenemos la fuerza suficiente para relativizarlo nos estaremos salvando de más de un calvario innecesario.
Sí logramos separar la experiencia de la vida –el ser aquí y ahora- de lo que creemos y suponemos que somos –nuestra “historia personal”-, podremos alcanzar otro estado de conciencia. Aquí hay que tener una precaución adicional: nuestra historia personal se resignifica y escenifica a cada instante: los recuerdos que tenemos solo son tales al evocarlos en y desde el presente, por eso vivimos re-ajustando nuestra historia a los sucesos presentes. Cuando hablo de separar me refiero a que su ser logre desprenderse de todo lo que de “ud. mismo” hay en quien observa el aquí y ahora.
Sí llegaramos a vivenciarnos como partes no removibles de un todo seremos mejores humanos, mejores miembros de la sociedad, mejores componentes de una cultura universal y podremos brindarnos a los demás sin esfuerzo alguno.
Y sí un día de estos captamos -y tenemos la valentía de aceptar- que nuestra identidad personal, nuestros logros y nuestras virtudes no son más que una serie de copias fragmentadas de las identidades que nos fueron rodeando a lo largo de nuestra vida, podremos afrontar de mejor forma nuestras falencias y debilidades, y comprender mucho mejor –en lugar de depender de- nuestros deseos y nuestros anhelos.
SU OJO PERCIBE ALGO, SU CEREBRO RECIBE LA IMAGEN Y TRADUCE QUE LO PERCIBIDO ES PAPEL Y SIGNOS CONOCIDOS, LEE SIGNOS Y ARMA PALABRAS, JUNTA PALABRAS Y OTORGA UN SENTIDO BASADO EN SU EXPERIENCIA PREVIA… A ESE QUE ESTA DETRÁS DEL QUE DA EL SENTIDO LE DIRIJO ESTE TEXTO…
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¿SERÁ NECESARIA UNA NUEVA CULTURA?
Normalmente nos vemos definiendo la cultura como una serie de razonamientos o actitudes sociales más o menos triviales. En muchos casos identificamos el vocablo "culto" con "cultura", y –de inmediato– nos refiere la imagen mental de un museo, obras de arte y bibliotecas. Sin embargo no hay más cultura allí que en un puesto de comida rápida, un salón de billar o una cárcel... todo es parte inescindible de una única cultura.
Ya tendríamos ahora una visión diferente de la cultura, pero esto no se acaba con la simple integración analítica de extremos externos vividos por una sociedad dada en un tiempo dado.
Obviamente la cultura va mucho más allá...
Tenemos que entender que somos los únicos animales terrestres capaces de generar cultura, de producir este medio indirecto de satisfacer nuestras necesidades, y de inventar necesidades nuevas que no están ya en nuestra naturaleza biológica, sino que son una creación artificial del hombre.
¿Entiende esto señor lector? Ud. y yo sabemos que NO NECESITAMOS para vivir –y me refiero a vivir bien– más que un par de cosas entre las que podríamos resumir: ALIMENTARNOS y ABRIGARNOS; agreguemos que –como especie– habría una cierta inclinación a REPRODUCIRNOS.
Ahora bien, todo el resto reviste la propiedad de ser NECESIDADES CULTURALES, desde que no nos son imprescindibles, en tanto y cuanto no sociabilicemos. Esto es, el hombre como SER SOCIAL tiene una cantidad de nuevas necesidades que le generan todo tipo de inquietudes, inseguridades, sufrimientos, desganos, ambiciones, frustraciones, muy superiores a la satisfacción que le va a brindar el ver cumplido alguno de sus anhelos.
Mientras más inmersos estamos en la cultura de nuestra época, más fácil nos va a resultar entender que esto que decimos es así y mucho más dificultosa u oculta nos va a aparecer la salida o escapatoria de este círculo vicioso, pues por cada necesidad artificial o derivada que satisfacemos se nos crean mil nuevas.
Otrora nos movíamos en un estado de libertad muy superior al actual, a pesar de que pueda parecernos lo contrario, el conocimiento que tenía el hombre de sí mismo (o la posibilidad real y fáctica de acceder a ese conocimiento introspectivo) era propiciado por su acceso casi directo a la naturaleza de las cosas.
Cuanto más rudimentaria era la comunicación, más directa la experiencia del mundo que rodeaba al individuo.
Floridos ejemplos se podrían dar al respecto de esto último. La gran cantidad de conceptualizaciones, abstracciones y burocracias que debemos intelectualizar e internalizar para movernos en la sociedad actual nos hace mucho más esclavos de los que nos proponía la vida como plebeyos en la edad media. Vivimos en una sociedad gris, con ciudades grises, con ideas grises y el futuro, lo vemos bastante negro; la pasión por vivir quedó en el olvido tapada por millones de kilos de telgopor, cartón pintado y electrodomésticos.
El hombre antiguo, el cavernícola, vivía sobre una base distinta...
Blanco y puro era para el prehistórico hombre el contacto con la naturaleza. Cuando veía un árbol estaba muy lejos de cruzarse por su cabeza el concepto de árbol, la palabra árbol o el universal árbol, el veía ESE ARBOL que estaba frente a él. Para este hombre no había más necesidad que conseguir comida y proveerse de un lugar que le diera cobijo del frío y seguridad de las fieras. ¿Por qué si obtuvimos tantísimo más aún, no podemos ser felices? ¿Por qué si hemos dominado la naturaleza podemos comprenderla cada día menos?
Kuhn, era un historiador de la ciencia que sostenía que la ciencia no avanzaba de un modo progresivo-acumulativo, sino que su desarrollo se producía por saltos de un paradigma a otro. No ocurrirá lo mismo con la sociedad y la cultura? ¿No será necesario cambiar radicalmente nuestra visión de la vida y de las cosas, si queremos tener la chance de ser felices algún día?
Contaminación, drogadicción, engaños, delitos, corrupción, hambrunas, guerras, traición, infidelidad, odio, éxito, fracaso, enamoramiento, desilusión amorosa,, todo esto y mucho más no son otra cosa si no una serie de formas culturales de ver la vida. LA REALIDAD está lejos de ser contenida por estas visiones.
Toda sociedad se complejiza en forma permanente y con ella lo hacemos nosotros. Si no comprendemos esto rápidamente y nos salimos de esta maquinaria malvada, vamos a terminar como autómatas, como infelices e híbridas piezas de un engranaje perteneciente a un mecanismo inútil.
El objeto de vivir en sociedad debe ser el que la misma nos brinde mejores condiciones de vida. Un sistema social manejado por y para la economía está bien alejado de su objetivo; por lo cual se torna insostenible y sin justificación de ser.
Alma y cuerpo es el ser humano, tal vez debamos crear un nuevo paradigma social (cosmovisión) abocado a integrar estos dos elementos ya que cuando se apuntó solo al primero (en especial en la Edad Media) fue tan insoportable e inservible como ahora que se tiene por meta en la vida al hedonista placer del segundo.
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Los argentinos nos encontramos en un momento histórico de suma fragilidad en lo que hace al sentido de la seguridad jurídica. Hemos nacido en un país que ha copiado los mejores ejemplos de su época en cuanto a normas constitucionales al fundarse como República y –luego- ha tomado ejemplo de las mejores legislaciones del mundo, en cada etapa de su desarrollo inicial, los más modernos elementos que le permitieran crecer como país sujetando a su pueblo al principio de la seguridad jurídica.
La seguridad jurídica implica una serie de postulados que –precisamente- tienden a fortalecer el ejercicio de los derechos acordados a los habitantes de la Nación y el desarrollo pacífico y armonioso del comercio, de las relaciones civiles, laborales, etc.
Sin embargo, los gobiernos del último siglo, y –especialmente- los de la última treintena de años, se han empeñado en destrozar cualquier atisbo de seguridad en torno a los derechos individuales y sociales. El Mercado –lobbies, grupos representantes de poderes foráneos públicos y privados, multinacionales de hidrocarburos, laboratorios, etc.- ha logrado terminar de desvirtuar la verdadera significación de lo que debe entenderse por seguridad jurídica.
Vemos como en la última década se remataron –regalaron- los servicios públicos a empresas que luego han succionado gota a gota la economía Nacional logrando por un lado el reconocimiento de derechos ejecutorios abusivos sobre sus clientes (el pueblo) y por el otro lado un sin fin de deducciones y privilegios impositi-vos y fiscales, a lo que se suma ban –graciosamente- prestaciones tales como subsidios, reintegros y bonificaciones del estado. Todo ello en un marco de absoluto des-control no solo por no establecer se métodos eficientes sino porque los organismos oficiales encargados de efectuarlo también eran ineficientes (a veces por imposibilidad fáctica, otras por corrupción y otras por simple ineptitud).
Hoy nos encontramos ante nuevos dilemas. Muchas de estas empresas –entre las que se cuentan bancos “perjudicados” por la “pesificación”, empresas de servicios, concesionarias, militares y montoneros, jueces de la Corte Suprema, etc- reclaman hoy por SEGURIDAD JURIDICA. Se ha invertido la procedencia del reclamo: hoy hay una aparente “tendencia” a reconocer ciertos derechos del pueblo de la Nación, en perjuicio de otros derechos reconocidos, acordados y otorgados a los sectores beneficiados durante la década pasada. Y el dilema comienza así: NO HAY SEGURIDAD JURIDICA SI NO ES PARA TODOS.
Si optamos por comenzar un nuevo camino donde se valore la seguridad jurídica no podemos iniciarlo –de base- pervirtiendo la seguridad jurídica. Esto que parece presentársenos como una serie de actos de justicia encubren veladamente una serie de deseos sociales de revancha.
Estos deseos de revancha son humanos y comprensibles; pero la venganza no es constitucionalmente señalada como justificación de la justicia (al menos no en Argentina).
Así como no podríamos decir que vamos a comenzar un sistema de derecho penal justo que sirva para re-educación y no para castigo de los reos, pero que primero vamos a matar a toda la población carcelaria para empezar de cero; porque hacerlo implicaría una falta de respeto por la vida de los detenidos que evidenciaría la mentira en la cual se basa el comportamiento. Tampoco podemos creer que hoy se vulneren derechos adquiridos, para mañana proteger otros. Seria “lindo” creerlo pero muy ingenuo e inmaduro.
Somos un pueblo que ha sido llevado de las narices demasiado tiempo. Merecemos ponernos algún día a la altura de las circunstancias que nos tocan vivir. Tal vez primero dejemos –felices- que nos hagan estos regalos desde el gobierno, que los “grandes” pierdan una vez y “el pueblo” gane… pero debemos concientizarnos de que el precio que paguemos por esto puede ser seguir viviendo fuera del égido del estado de derecho.
Mientras tanto, nuestro poder judicial debe decidir asuntos que se le plantean sujeto a las leyes y normas de fondo y forma, que dictan la Nación, las provincias y los estados municipales. El ideal en un estado de derecho -en el que se privilegia la seguridad jurídica- seria que las decisiones de los jueces fueran coherentes, esto es: que sometida una misma cuestión fáctico-jurídica a distintos magistrados los fallos fueran de similares resultados. Sin embargo, en medio de un océano de legislación inconstitucional, inconsistente y contradictoria, excesos de poderes públicos y privados, exceso de leyes, decretos y reglamentos destinados a normar lo mismo pero con diversas consecuencias, la carencia de recursos, de infraestructura, de personal especializado y apto en el poder judicial, etc., la práctica nos ha llevado a seguir llamando “ordenamiento legal” a algo sumamente desordenado. Tal es –a veces- el desconcierto en el que está inmerso el Sistema de Justicia que –en determinadas ocasiones- emite fallos en que se termina por vía del absurdo protegiendo la seguridad jurídica… y haciendo justicia.
Lejos de conformarnos con esto, entiendo que debemos tender a conformar finalmente una democracia creativa y participativa, con un poder ejecutivo ajustado a su rol, sin suprapoderes, guía y cristalino, un legislativo que lejos de parecer el patio de recreos de un penitenciario o una reunión de alcohólicos anónimos, se responsa-bilice de la suprema función que le toca ejercer, que sea capaz y preparado para ordenar lo legal, y un poder judicial que pueda hacer cumplir lo que se debe cumplir sin que exista este gravísimo dis tanciamiento entre lo legal y lo legítimo, entre lo formal y lo material, entre lo que es real y lo que simplemente es ficción jurídica.
TODOS SEREMOS LOS BENEFICIARIOS DE VIVIR BAJO UN ESTADO DE DERECHO EN EL QUE SE RESPETE LA SEGURIDAD JURIDICA.
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