Cuentos y Poesías


Oda a la Soledad (2003)
Conciencias (2004)
Historias Paralelas (2002)
La Cuarta Ola (1994)
El exámen (2005)
Etapas (2006)
Senil (2006)
El Archivo (2005)
Pre-ocuparse sin Preocuparse (1989)
Autoexilio (2003)
Aromas de Abu (2006)
El Candidato (2006)
El mito de Ellalopolis (1994)
La insoportable levedad (2004)
La Pareja (2002)
Autoexilio (2004)
Sentimientos (2005)
Yo, Super yo, Ello, Preconciente... Despedida Sin Angustia (2002)
Discusión (2002)
Modernidad (2003)
Lo no dicho (2002)
Placeres (2004)
La Víctima (2004)
Laura (2004)
Resistencia (2003)
El litigante (2006)

 

 

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El litigante


Era un día de sol recalcitrante, pesado, húmedo… esos días que uno añora ponerse pantalones cortos, tener una piscina cerca y olvidarse que hay un trabajo allá afuera. Sin embargo, cómo suele ocurrir en la lucha diaria entre lo que uno añora y lo que uno es, Santiago se levantó, se calzó su traje y ciñó bien ajustada al cuello su corbata, y pensó: “otro día, otro dólar…” se sonrió de costado para sí mismo y salió a la calle.
Realmente hacía calor, todavía no había caminado diez metros del portal de su casa cuando sintió por dentro del saco como la primera gota de su axila derecha impactaba con un “tac” en la sisa de la camisa… y pensó: “preparate Santi, la primera de muchas!”
Caminó unas cuadras, hasta tomar su colectivo de siempre. El recorrido transcurrió velozmente y en unos cinco minutos descendió en la puerta misma de los Tribunales… la primero que vió al frente era un cartel que decía: “Hoy paro y movilización”, y se volvió a sonreir de costado al tiempo que pensaba: “las audiencias se toman aunque haya paro… y yo vengo a una audiencia”…
Ya en el segundo piso sacó de su maletín una carpeta celeste y comenzó a hojearla algo presuroso, no recordaba si la audiencia era del juzgado seis o del doce… y ya era casi la hora.
Miró alrededor, no recordaba bien la cara de su cliente… de hecho, con tantos juicios y la tan buena labor de su socia Carolina, no sabía siquiera si alguna vez había atendido personalmente a esta persona… “aha.. leyó… una señora… Gutierrez… por un divorcio… y … juzgado seis… primera audiencia”.
Se dirigió a la puerta del juzgado correspondiente, hizo un paneo con la vista por los alrededores… no veía a nadie con cara de Gutierrez…
Fue a la Mesa de Entradas y preguntó: “¿Ya llamaron por la audiencia de Gustierrez?”, y -casi al instante- la empleada negó con un movimiento de cabeza y le dijo: “No, doctor… se llama con media hora”, lo que en la jerga tribunalicia significaba que si te citaban a las nueve te atenderían recién y media.
“Bueh… -pensó- ya que está miro un poco la demanda… ¿qué habrá pasado acá?”. Se sentó en una de las sillas del recibidor del juzgado, paneó el sector en busca de alguien con cara de Gutierrez y –ante la ausencia de indicios- se puso a mirar la carpeta de nuevo, esta vez con más detenimiento.
“Malos tratos… insultos… injurias graves… dos hijos… menores… viven con ella” eso era todo lo que él necesitaba saber… el resto era la novela de siempre, repetiría la misma cantinela, pensó, al hablar pondría las mismas caras de estar transmitiendo una gravísima tragedia de la cual su cliente era una víctima inocente, y el otro cónyuge una especie de monstruo, enfermo y sádico. Luego, saldría de la audiencia y recalcaría a su satisfecha cliente la importancia de estar al día con el pago de los honorarios convenidos y se iría –solo- a tomar un cafecito al bar de enfrente… el cafecito de siempre aunque hicieran cuarenta grados.
Por un instante esta fugaz representación de su rutina le hizo pensar en lo solo que estaba él, jamás “cazado”… nunca en medio de estos litigios sino como intermediario… siempre como instrumento, nunca siendo el protagonista del drama. Se preguntó cómo era que la gente llegaba a amarse tanto como para casarse y a odiarse tanto como para divorciarse… le resultaba imposible comprender esos montos de afecto… si era tan lindo vivir tranquilo, tomar un café en la silente compañía “doña nadie” y en paz, de cuando en cuando escribir, leer, jugar con su perro en los momentos libres, reunirse con amistades o hacer una cena para juntarse con colegas algún fin de semana.
El ya tenía teinta y pico, y no sentía ninguna necesidad de compartir la vida con nadie… y pensó de nuevo para sí, casi repentinamente: “el buey solo, bien se lame”.
Pero la media hora pasaba y la tal Gutierrez no aparecía… la preocupación comenzaba a aparecer con su clásico cuello tenso, el movimiento de una de sus manos que hacía pendular la lapicera entre sus dedos sin parar, y el frenético vaiven de la pierna cruzada encima de la otra… conocedor de estos signos se preguntó ansioso: “¿le habrán dicho bien el juzgado a esta señora…? a ver si todavía está esperándome en otro lado… ya son y vienticinco”.
Tomó el celular pero no había señal… se paró y –como es costumbre en tribunales- llamó en voz alta “Gutierrez?”, pero nadie se acercó, ni miró.
Urgido y eléctrico, se fue a la Mesa de Entradas y pidió el expediente para ver si –ante la ausencia de su cliente- había alguna posibilidad de suspender la audiencia sin que ello ocasionara la presunción de desistimiento de la acción, ya que ello era como perder el juicio antes de empezar.
Cual fue su sorpresa al advertir que en el expediente, en la última página ambas partes habían presentado –con fecha del día anterior- una carta dirigida al juez, sin firma de ningún abogado que decía:
“Señor Juez: mi señora y yo nos hemos reconciliado. Los años que llevamos de matrimonio nos han servido para aprender a comunicarnos sin necesidad de que ninguna persona intente funcionar de interprete entre nosotros o ante ud.. Nos dimos cuenta que hay momentos en la vida de toda pareja en que las cosas se ven difíciles, pero ello no quita que podamos poner todo de nosotros para seguir adelante y renovar el compromiso que tomamos al contraer enlace… lo que nos pasó nos ha servido para re jerarquizar nuestros sentimientos en común, nuestras metas y valores, y para recordar lo mucho que nos amamos y amamos a nuestros hijos, de modo que desistimos de proseguir con este juicio y renunciamos a tener el asesoramiento de nuestros letrados, ya que ambos no han hecho más que confundirnos y meternos en la cabeza argumentos que no han sido nunca nuestros. Sin más, lo saludamos atte. –y firmaban- Sr. Lopez y Sra. Gutierrez de Lopez”
“Buehh… -se dijo Santiago- dos cabezas de chorlito más… -y se sintió tentado a reflexionar sobre lo que decía la carta, hizo un esfuerzo por comprender lo que esta gente tan ajena a él había querido decir, algo resonaba como un tambor en la cabeza de este abogado especialista en divorcios, era como un pensamiento que estaba ahí rondando sin ser descubierto, una sensación como de vació, como de inutilidad, era como un recuerdo de la inmensa cantidad de horas perdidas en pasillos vacios, de cientos de esperas infructuosas, de conversaciones intrascendentes con gente que no le interesaba demasiado, era algo que tenía que ver con él mismo, con su propia vida de soltero empedernido, pero aún así, casi con un sentimiento de repulsión hacia sí mismo continuó- …ahh, con este calor… mejor me voy al bar a terminar la mañana, después de todo… los pololos igual me van a tener que pagar”.

Oda a la Soledad

Solo tú, soledad...
solo tú me conoces,
solo yo te conozco.
Fruto de años de destierros,
de hastíos recíprocos,
de broncas y malos tratos compartidos.
A nuestro amor lo forjó el tiempo.
Vos me odiabas,
pero nadie te ha odiado tanto como yo.
Sin embargo, tras una mirada profunda,
cara a cara,
viéndonos una y otra vez a los ojos,
nos hemos enamorado;
Vos de mi,
Yo de ti...
Sabrá Dios qué nos depara el destino,
mujer de mil amantes...
con rostro de mil mujeres.
Solo Dios sabe las veces que me fuiste infiel,
porque si de algo no caben dudas
es que te acostaste con hombres, mujeres y niños;
En mi ausencia y mi presencia...
Viejos y jóvenes
Lindos y feos...
Conste que no he contado aquí
mis propias infidelidades,
aunque a todo lecho que llegué
siempre estuviste conmigo.
Tu presencia impidió
mi comunión con alguien más.
Es tan fuerte nuestro lazo!!
Es tan profunda la unión!!
Es tan divino tu encanto!!
Es que cuando alguien cae en tus garras
parece no haber salida.
Se nos dibuja la certeza
de tenerte para siempre con nosotros.
Es una certeza triste
con tantos matices como amantes has tenido
pero con algo en común:
Primero es odio, después amor.
Lo cierto, mi bien amada
Es que solo tú, Soledad,
solo tu mi infiel amante
solo tu estarás conmigo
hasta mi muerte.

Soledad de soledades,
Reina y madre de todas
las minúsculas soledades
que andan dando vueltas por ahí.
Dueña y señora de todas las angustias
de todas las ausencias
de cada desolación.
A vos te canto,
mi musa inspiradora.
¿Cómo es que decís tanto en medio del silencio?
¿Por qué no puedo inteligir tus charlas
con tu media hermana, la muerte?
¿Qué se dicen?
¿Se presumen hazañas?
Oh, soledad de soledades
¿Cómo hago para que entiendas
que desnaturalicé tu mismísimo ser, tu esencia?
¿Cómo hago para que entiendas que estoy con vos,
y ya no estás sola?

S.G.

Conciencias

Estás ahí ruin,
ya te vi, te he percibido,
salí de una vez, piedra libre, canté pri!!
Dejá de esconderte
tras tu perfecta fachada de sombra,
de pensamiento azaroso,
de acción incomprendida,
de enojo y malestar,
de furcio, de acto fallido, de sueño...
Dejá de reprimir mis cosas,
te lo ordeno, te lo imploro!!.
Dejá de condensar y desplazar,
a diestra y siniestra,
mis emociones, mis angustias,
mis gustos y mis anhelos...
quiero sentir yo lo que sienta,
sin restricciones,
sin censores ni dictadores...
Salí, animate a mostrar tu rostro,
cobarde inconciente mio.
¿Nunca te dijeron lo mal que está
tirar la piedra y esconder la mano?
No me ocultes tus deformidades,
quiero que el mundo te conozca,.
quiero que seamos uno vos y yo.
De nuevo vos y yo, uno otra vez.

Estúpido bípedo mortal,
¿cómo decírtelo para que lo entiendas?
Usaré tu limitada lógica para explicártelo:
no hay vos y yo.
nunca lo hubo.
¿Cuando vas a comprender,
patética marioneta mia,
que solo existo yo?
¿Desde cuando el sonido
mueve los dedos del pianista?
Irreverente acto reflejo,
con pretensiones altivas:
Vos te crees que pensás,
cuando solo lees mi libro.
Vos te crees que sentís,
cuando hacés lo que te digo.
Vos te crees que sabés,
yo soy saber no sabido.
El mezquino aquí eres tu,
con tu ilusión de vivir
en un mundo que no existe.
Pobre tonto,
obtuso humano.
Frágil por donde te mires,
todavía crees que tu ciencia de conciencia
te va a salvar...


Historias Paralelas

Juan es un buen hombre, un poco solitario, un poco individualista, no muy religioso. Cuando tenía 17 años se fue de su casa a estudiar a la ciudad. Ir a la universidad le valió tener que alejarse de sus padres y de sus dos inseparables hermanos menores que lo idolatraban y lo seguían a todas partes, que lo tenían como al modelo a seguir. El sabía que lograría obtener las mejores calificaciones, y lo hizo a base de gran esfuerzo y tenacidad. No se conformó con ser el mejor estudiante, sino que cuando se recibió de contador hizo dos masters que le permitieron acceder al trabajo de sus sueños. A los 28 años, luego de un vida entera consagrada a ser lo que toda la gente que lo rodeaba: su familia, amigos, sociedad y cultura enteros hubieran querido lograr, él lo había alcanzado. Con el trabajo ideal abajo del brazo, se dijo a si mismo: “me casaré, tendré dos hijos, una casa, un auto y un perro... “. Así lo hizo. Luego de una búsqueda organizada y sistemática de la mujer conveniente para hacerlo feliz de acuerdo a sus gustos, compatibilidad de caracteres, intereses y ambiciones comunes, la encontró y se casó. A los 30 años lo había alcanzado casi todo...
Muni, es un tipo buenazo, desde los 10 años se encargó de ayudar a proveer el alimento a su madre y muchos hermanos, su padre había muerto. Cada tarde rezaba a Dios y pedía consuelo para sí y los suyos. No soñaba con ser rico, soñaba con comida. Soñaba recurrentemente con dos hermanitos suyos que habían muerto por no existir la posibilidad de darles los remedios que necesitaban. Soñaba que ellos le decían que de él dependía cambiar las cosas. Un día mientras estaba en la calle reunido con sus amigos pasó algo increíble: le ofrecieron trabajar y pagarle un sueldo fijo que le permitiría mantener a su familia y cambiar las cosas al mismo tiempo... él no comprendía muy bien qué cambios eran buenos y qué cambios eran malos, porque eso implicaba un juicio de valor y él no había recibido mucha educación... pero seguro que si esta gente le daba un trabajo, y le daba de comer a él y a su familia, también sabría decirle que era bueno y que era malo.
Juan tenía 40 años y Muni cerca de 30, no se conocieron nunca pero por un instante pequeñísimo cruzaron miradas uno desde la ventana de su oficina, estupefacto... el otro desde la ventanilla de la cabina del vuelo 11, llorando y rezando.
Juan es un martir para su gente y Muni es un heroe entre los suyos. Los dos son angeles en su propia tierra y demonios en la tierra del otro. Los dos son víctimas y victimarios recíprocos, y de no entenderse que ninguno de los dos es más culpable que el otro seguirá habiendo muchos más juanes y muchos más munis.
Cada vez que se para frente a nosotros un niño con un acordeón y lo miramos con indiferencia deberíamos ver al muni que hay detrás de él. Esto deberíamos saberlo porque cada vez que un juan nos dice que refinanciemos nuestras deudas y nos ahorca detrás de un contrato, una ley o un decreto, cada vez que un juan le dice a nuestro país que reduzca el presupuesto de educación, o los haberes de los jubilados, o que pague con patacones... nace en todos nosotros que somos gente bien comida, bien educada y bien cuidada, un minúsculo muni.
Juan y Muni son dos frutos perfectos de sus respectivas culturas. La cultura la forjamos entre todos. Si miramos los hechos del 11 de septiembre con sed de venganza, o revanchismo solo lograremos más muerte y más destrucción. Seamos nosotros, la gente, los que guiemos a los políticos y a los terroristas, porque los unos y los otros han probado que son incapaces de entender la naturaleza humana y el valor de la vida. Reprobemos la violencia en todas sus formas y venga de quien venga, pero por otra parte seamos extremadamente solidarios en lo cotidiano, si no por amor al prójimo al menos por conveniencia. Miremos la solidaridad como un negocio a futuro, si nuestro egoísmo no nos permite dar algo a cambio de nada, demos algo a cambio de llegar a vivir en un mundo donde podamos caminar por la calle sin sentir miedo.

 

 

LA CUARTA OLA


Lentes de tipo “sol” con visor de cristal líquido, con patillas receptoras/emisoras inalámbricas que funcionan conjuntamente con el dispositivo fijado en el oído interno (izquierdo/derecho) de telefonía celular.
El “cyborg” dispone de telefonía por dictado de voz, o bien puede utilizar el comando manual por medio de elección de “modo virtual” en la cual observa a través de sus anteojos una pantalla que se proyecta en tamaño y lejanía deseada.
El usuario puede hacer y recibir llamadas, conectarse a “la red” (Internet) donde podrá acceder a todo tipo de información.
Los usuarios son UNA NUEVA RAZA HUMANA SUPERTECNOLOGIZADA. Dispone de lo que hasta hace poco tiempo atrás era denominado “TELEPATIA” y que termina consolidándose de un modo sintético o artificial. Dispone de acceso a una cantidad de información prácticamente ilimitada.
¿Habrá llegado a su límite la evolución humana individual? ¿Está preparada la humanidad para el salto... el gran salto?
El salto es –sin duda- la pérdida de su intimidad...
“La Red” humana es el conjunto de todos los superhombres interconectados física y mentalmente... ¿cuantos sobrevivirán el salto?
Con solo decir el nombre “Sebastián” sumado al comando “Enlace” producirá un zumbido en el oído interno del usuario “Sebastián” quien al decir “si?” ya lo estará escuchando.
¿Qué podrá ser un examen a partir de esto? ¿Qué conocimientos deberá retener en su propia memoria el superhombre? ¿Dónde empezará y donde acabará la propia individualidad? ¿Cuál será la personalidad de este superman?
Tal vez, poco falte para la invención de las retinas virtuales que reemplazarán los anteojos ¿qué o cual será entonces la realidad?
¿Cuántas generaciones pasarán antes de que se produzcan las pertinentes mutaciones físicas?
¿Cuánto tardará el organismo humano en descubrir y aprender a decodificar los procesos que realizan el microchip celular y la retina virtual? ¿Cuánto demorará la especie en emular estas conexiones sintéticas con conexiones biológicas?
¿Cómo será esta raza de super criaturas humanas?
¿En qué se parecerán a nosotros? ¿En qué se diferenciarán a nosotros?
¿Dónde quedará el homo sapiens sapiens? ¿Cuál será su papel en o durante esta transición?
Con seguridad habrá durante la transición una serie de ataques... aunque ¿quién podría frenar o detener por mucho tiempo lo INEVITABLE?
El hombre “NO CONECTADO” será marginado y se convertirá en delincuente.
En conclusión, el “cyborg” eliminará al “sapiens sapiens” por ser este último la lacra social, la piel de la cual se desprende este nuevo hombre... El sapiens enturbia el camino del desarrollo... pone vallas al camino de una sociedad de sociedades.
La guerra será silenciosa, no declarada, prolija, sistemática y efectiva.
El hombre físico será reemplazado progresivamente por el hombre virtual. Para desplazarse utilizará la modalidad “pantalla completa” de su retina virtual, (podrá tener los ojos abiertos o cerrados) y seleccionará el lugar en el que desee estar, puede ser cualquier lugar del mundo digitalizado o bien un lugar que solo tenga existencia virtual en “La red”, donde podrá elegir estar solo o bien donde se reunirá con otros usuarios... por negocios, educación o placer.
Educación virtual, trabajo virtual, sexo virtual, eliminarán casi todas las motivaciones de movilización con excepción de lo estrictamente saludable...
El superhombre vivirá muchos más años, dado que su desgaste físico será despreciable.
Se hallará –a poco- viviendo por encima de los 200 años.
Aprenderá desde que nace hasta que muere.
Creará robots que diseñarán, fabricarán, repararán y mantendrán otros robots destinados a proveerle alimento y a cubrir sus básicas necesidades.
Será descubridor de una nueva conciencia
El hombre se tecnologizará o –lo que es lo mismo- la tecnología se humanizará.
Esta forma de vida durará hasta que se creen neurotransmisores que puedan producir dosis de éxtasis a voluntad. Gran parte de los “cyborgs” caerá en la adicción y morirá joven. Otros enloquecerán. Otros se practicarán cirugías de tipo lobotómicas tras las cuales serán poco más que muertos vivos, que tal vez sean la génesis del ultra hombre (LA QUINTA OLA).

 

EL EXAMEN

Parecía mentira cómo habían volado los días desde aquel en el que la fecha del examen podía considerarse un evento lejano y le enviaba el relajado mensaje de que tendría que comenzar a preparar el material “uno de estos días” para sentarse a estudiar.
El tenía que tener en claro que la vida universitaria ya no era la misma de antaño, tenía que saber que un final no era más un claustro de tortura sino una instancia más de aprendizaje… al menos eso le habían venido repitiendo sus -muy de repente- “modernos” docentes durante todo el año lectivo previo.
Había leído cerca de tres veces todo libro, artículo y resumen del programa que fueran carácter obligatorio y una vez todos los textos optativos que resultaban adecuados para la profundización del conocimiento de la materia… se sentía tal como siempre: inseguro. Sin embargo, el sabía que no se trataba de una inseguridad irracional, sino que era fruto de un enunciado absolutamente lógico y racional: ”Cuanto uno más aprende, más advierte todo lo que no sabe”… cada libro que había leído, se basaba, traía a cuenta o citaba –al menos- otros veinte de los cuales se desayunaba de su existencia cada vez más cerca de la fecha de la mesa examinadora.
¿Qué pasaría si al profesor se le ocurría preguntarle sobre algún autor clásico, o algún ícono de la materia, y él no sabía ni de qué o de quién le hablaban? ¿Qué pasaría si en el examen él mismo citaba alguna fuente que remitiera necesariamente a alguna otra que le fuera desconocida? ¿qué pasaría si el examinador no le preguntaba nada de lo que él había proyectado que le tomarían? Y… por último ¿Cómo se iba a sentir si promediando el momento de la evaluación oral se daba cuenta que en verdad no había comprendido en lo más mínimo la asignatura?
El día llegó al fin. El amanecer se demoró bastante desde la noche anterior… al menos es lo que sintió al no haber pegado un ojo por haber estado repasando mentalmente preguntas y respuestas, caras y gestos posibles, nombres, fórmulas y frases… la madrugada lo había encontrado proyectando –incluso- las eventuales actitudes, sonrisas y miradas que llevaría adelante ante cada tema que pudiera ser invocado en la mesa. La cabeza no le paraba un minuto.
Comenzó a vestirse luego de un rápido duchazo, y se marchó para llegar temprano al bar de la facultad. Siempre necesitaba estar ahí para tomarse un café y repasar apuntes, aunque más no fuera pasar hojas a la velocidad de la luz ante sus ojos que ya fatigados no distinguirían más que letras sueltas y sin sentido inteligible… pero a él lo relajaba mucho esa proximidad simbólica con el material, sabiendo que restaban tan pocos minutos para el momento en el que necesitaría demostrar que todo eso que tenía –ahora- enfrente, se encontraba –también- adentro.
Con un paneo confirmatorio, con un pestañeo, bastaba … sólo se trataba de mirar palabras clave, temas, nombres… eran flashes… le alcanzaba con que ver un signo le remitiera a algún pensamiento sobre su contenido para dar por sabido de qué se trataba y seguir de largo.
La hora se aproximaba, la presión sanguínea se incrementaba junto con el pulso… las carillas pasaban más y más veloces. Un sudor frío le plagaba la frente, sin ser –aún- tan profuso como para caer en gotas al papel que tenía debajo de la mirada.
Al espabilarse sintió cómo la camisa se despegaba del respaldo de la silla y pensó que esto no sería una buena señal, sobre todo, considerando que era celeste y que –por tanto-la oscura y mojada espalda sería una clara radiografía de su nerviosismo: no hacía tanto calor ese día.
“Faltaría tener uno o dos días más para estar tranquilo…”, pensó que tal vez se suspendiera la mesa… pero no, la hora había llegado y no había indicio alguno de que fuera a eximirse de este trance.
Casi como si fuera obra de un artesano macabro, no bien pisó el aula el profesor, con el listado en mano, proclamó su nombre, a lo que se siguió el imprescindible: “Presente! “ y el horrible: “Pase alumno”.
El titular de la cátedra, eminencia del derecho, que en instantes le tomaría, estaba más serio que de costumbre; durante el dictado de clases siempre parecía un buen hombre, bien intencionado, casi simpático, pero hoy estaba como transfigurado… tenía el claro aspecto de aquel a quien le ha ocurrido una desgracia … o –más bien- varias, entre las que -de seguro- se contaba la de haber hallado hacía unos minutos atrás a su esposa con su mejor amigo… e incontables noches previas en las que ella le venía diciendo lo mucho que le dolía la cabeza.
Por un momento pensó que todas estas percepciones podían –en realidad- estar siendo un juego de su propia paranoia preexaminatoria… tal vez no estaba el profesor tan “mal aspectado” después de todo.
Por fin, tenso -pero un poco menos- se sentó al tiempo que el profesor le dijo:
“Mire, vea, le voy a hacer una sola pregunta, si la responde bien se va y ya está, y si no vuelve en julio ¿OK?”. Por dentro era un solo nervio, no obstante un aire cálido interior ascendente –que no supo si venía de pulmones o de tripas- le rozó las cuerdas vocales soltando un timidísimo: “ok”
“Muy bien, digame ¿cuál es el órgano rector conforme el Código de Hamurabi, que se halla reproducido por el de Fleitas en la versión previa a la utilizada por Velez Sarfield , pero no respecto del Código Civil sino del “Das Kapital” marxista, y que (eventualmente) permitiría sortear con cierta holgura el problema del hambre en el mundo durante el curso del próximo milenio?”
Luego de cerca de un minuto de silencio, en el que palabras, imágenes de tapas de libros, páginas con frases resaltadas, se agolpaban -junto con la totalidad de su sangre corporal- dentro del cráneo, comenzó a sentir sus propios latidos y advirtió que el tiempo utilizado ya era demasiado para seguir intentando interpretar la pregunta, y que los dientes ya no soportarían la presión a la que los maxilares los estaban sometiendo. La situación más temida de su mundo de estudiante se había convertido en realidad. Lo único que le salió en ese momento fue: “Esto es Introducción al Derecho, ¿no?”
El profesor lo miró iracundo, con los ojos que se le salían de las órbitas y se inyectaban en sangre, gritándole al empequeñecido alumno: “¿¿¿UD. NO SABE NADA, IMBECIL… COMO VA A VENIR SIN ESTUDIAR Y USTED SE DICE ABOGADO ???”, al tiempo mismo en que el despertador le anunciaba al joven letrado que debía levantarse pronto si quería llegar puntual a su primera audiencia.



ETAPAS


Mi vida había sido mayormente solitaria hasta que la encontré. Con ella hallé no solo a quién sería mi esposa para toda la vida, sino mi mujer, mi musa, mi pareja, mi compañera… mi otra mitad, mi media naranja, mi corazón de melón, y mi cucuruchito de miel… Nos amamos locamente, y –también- razonadamente.
Cuando nos fuimos a vivir juntos, ella puso mucho más que cortinas en el living, también me puso los puntos, y así se encargó de que la casa brillara como nunca lo había hecho gracias a las largas horas dispuestas para la meticulosa limpieza del hogar conyugal… digo que fue un mérito exclusivamente suyo, porque solo ella pudo haber conseguido tan buen personal doméstico. Otro de sus logros fue que los perros no volvieran a subirse nunca más a nuestros sillones… un día sencillamente dejaron de hacerlo… se limitaban a mirarme desde el piso… pero nunca más atinaron a subirse de un salto a lamerme con ese cariño que solo un can puede propinar: ella tenía esos métodos medio mágicos e infalibles para todo lo que se proponía.
Sabiendo que yo siempre había sido un desastre al respecto, ella se tomó el tiempo para enseñarme los rudimentos básicos de la vestimenta, a comprender cómo combinar los colores y las texturas de la ropa, aunque nunca me animé a dejar de consultarla, dado que ella siempre sabía lo que estaba a la moda y lo que no. Afortunado de mi, se encargó a lo largo de los años de comprarme muchos más trapos de los que iba a usar en toda mi vida, pues nunca dejaba pasar una oferta de esas cosas que por la marca cuestan tanto más de lo que valen.
Ella, poco a poco, se fue convirtiendo en necesaria para tomar las más triviales decisiones… también –claro- algunas de las serias.
Un día vinieron los hijos… y renovamos nuestra alegría y nuestro amor a través de su llegada al mundo. Fue una madraza, una leona… siempre pendiente de “nuestros cachorros”, de si estaban bien o mal, tenía el ojo clínico para detectar cualquier anomalía y hacer que le contaran cómo les iba, sus penas del corazón, sus tristezas, las idas y venidas de noviecitos y noviecitas, sus hallazgos, sus momentos felices… todo, de todo la tenían al tanto y le pasaban revista periódicamente.
Los años pasaron… la vida se nos iba colando entre los dedos como la arena seca en el más cálido verano…
Nunca sufrimos por falta de recursos, ambos trabajamos de sol a sol durante todos esos años para que nada nos faltara, ni a nuestros hijos… Los nuestros, nuestros padres y demás afectos, no sufrieron –tampoco- grandes percances. La existencia transcurrió casi sin tropiezos. Estoy casi seguro que me pagó mi fidelidad con la misma moneda.
Con las décadas, contra todo pronóstico, fui testigo de la intensificación de su belleza. Mi esposa aumentó su gracia y su exquisita sensualidad, junto con sus canas… con ayuda –no hay por qué ocultarlo- de alguna que otra intervención quirúrgica que ciertamente obró maravillas. La pasión –por supuesto- no era ya salvaje, pero no se había extinguido, ni mucho menos… Nuestros cuerpos, muy cambiados, aún nos parecían atractivos el uno al otro… en fin… a mi siempre me habían gustado las siliconas…
Los chicos se fueron yendo de casa…y –realmente- nos habían salido fantásticos muy a pesar nuestro. Se fueron casando y nos dejaban a los nietos en camino a sus trabajos, y los buscaban cada tarde… la vejez se iba perfilando como una continuación bastante lógica de la vida que nuestra unión nos había propiciado. Los domingos almuerzos con hijos, nietos y –por supuesto- con yernos y nueras.
Un día, por esas cosas que solo el destino puede saber, me llamó un amigo martillero que conociendo mi inclinación hacia las inversiones inmobiliarias me quería ofrecer una ganga, que acepté ir a ver al día siguiente no bien me dijo la dirección.
Ese departamentito de la calle San Luis, tenía algunos hongos en la pared del living, un diminuto baño, una cocinita acorde, y una habitación cuyas paredes revestidas en pino gris se habían ensanchado hasta despegarse a causa de la evidente humedad.
El lugar era barato, y tenía algo más que olor rancio... me tendí sobre la alfombra cuidadamente aspirada y decidí comprarlo de inmediato. Había allí algo … algo que había quedado oculto, olvidado, cuando hacía casi cuatro décadas atrás había dejado ese primer departamentito de soltero, alquilado, para comprar nuestro nidito de amor y adquirir la recientemente cancelada hipoteca… pero ¿qué era? … ah si… paz.

S E N I L


Contaba ya con 82 años, estaba viejo y cansado de los achaques del tiempo. Lo habían ayudado a mudarse al hogar sus sobrinos nietos, hijos de su “hermanito” menor…
Había hecho de su soltería un símbolo, y éste era el final necesario de la vida de alguien que había encarnado el paradigma del solitario de –al menos- las últimas cinco décadas… comenzando con el amor libre de los ’60 y ‘70, el irresponsable sexo casual de los ’80s, .el más “preservado” liberalismo afectivo globalizado de los ‘90s y el desenfrenado “sexo-grupal-patismo” (como lo llamaron sus precursores) hacia fines de la primera década del nuevo milenio (cuando los científicos cubanos hallaron al fin el anticuerpo apropiado para el HIV).
Pero ya había pasado tanto tiempo desde esas épocas que cada tanto se reprochaba el hecho de no haberse comprometido nunca, el no haberse afincado. Era un arrepentimiento parcial, porque: qué faldas que había levantado!. En su plenitud –como repetía a menudo- no había dejado títere con cabeza.
Al cumplir los 65 pirulos, recordaba haberse retirado voluntariamente de la vida nocturna, de los festejos y de las festejantes… cada tanto se lamentaba por no haber amado a una compañera y mantenido una relación estable con ella, haber constituido una familia… pero –sin duda- la mayor carencia fue el no haber tenido hijos, o al menos uno… ese de sus sueños… ese que reiteradamente le aparecía en ensoñaciones tratándolo bien, como a un adorable padre… ese que cada tanto se le materializaba y le hacía un regalo… ese que se hubiera llamado Sergio, como él.
Con el rostro ensombrecido, buscó en sus bolsillos al tanteo algo que le permitiera reconocerse… sin suerte.
Pensó por un momento en la exquisitez del sol bañando su cuerpo… ahí, en ese tan cuidado jardín que tenía enfrente suyo… ¿Quiénes serían esos viejos que deambulaban por el parque? ¿qué estarían haciendo aquí? -se preguntó por un instante- pero, en lugar de eso, profirió balbuceante: “¿Cuándo viene mi sobrino?”, al tiempo que una voz femenina y dulce contestó, desde una figura difusa y lejana: “su hijo se fue hace un ratito, abuelo, a lo mejor mañana vuelve”… cerró lo ojos y al abrirlos tenía un niño de dos o tres años en la falda… ya no había parque alguno y, en vez de eso, veía paredes cercanas, aplastantes, como de departamento.
El niño lo miró y le dijo: “Abu, ¿tás bien? ¿po’ qué no me cantás el feliz compleano?”. Los árboles ya no estaban, todo estaba repleto de guirnaldas… pero sí, volvió a mirar y estaban los árboles y las plantas… y el chiquito no… y otra vez bajó la mirada y… otro chiquito, parecido al anterior, pero de cinco o seis años en su regazo le decía: “dale abu, contanos de nuevo de tu hermano Sergio, el que era un tiro al aire”… no llegó a procesar la sorpresa por el tenor disparatado de la pregunta cuando le avasallaron lágrimas calientes que le caían a ambos lados de la cara, aunque no tenía la menor idea de su causa.
Una chica de unos cincuenta años se acercaba a él, y pensó: “Es muy bonita, con caderas anchas, ojos azules y mirada tierna… como las de su madre”,… pero por mucho que se esforzó no pudo recordar quién era su madre. La mujer lo observó un momento y se acercó a hablarle al oído… a lo que él se anticipó, previniendo sus deseos: “señorita… ya me retiré de estas cosas”… y a lo que ella respondió suavemente y con voz extrañamente familiar: “Papi, hay que cambiar esos pañales ya”.
Otra vez, mucho antes de interpretar las confusas palabras que tan bella señora le había dicho, apareció el sol y el parque… y de nuevo esos viejos intrusos rondando en su casa... sería cosa de su esposa, reflexionó “…siempre invitando gente y haciendo reuniones… eso sí… nunca le avisa al pobre de Sergio, lo detesta solo porque eligió vivir la vida sin atarse… en fin, ya terminará esta velada”, refunfuneó para sí.

 

EL ARCHIVO

 

Se dice que en el Archivo General de Expedientes Judiciales habitan los fantasmas de todos aquellos que murieron a causa de una injusticia. Que los empleados ven, en sus interminables pasillos, sombras de las que prefieren no hablar. Que escuchan lamentos, llantos desgarradores y súplicas ininteligibles… ruidos que –sisteméticamente- adjudican a corrientes de aire, cañerías viejas y subtes cercanos al solo efecto de seguir tolerando su fuente de trabajo.
Se dice, también, que el rincón en que se guardan las causas de los que han sido condenados a muerte está muy alejado del gabinete que alberga al personal, y que una vez que una caja se guardó allí, nadie vuelve a sacarla nunca, pues queda custodiada por el alma de la víctima de tan atroz sanción.
Cuentan que un día llegó la orden de desarchivo de uno de esos trámites, y que ninguno de los trabajadores se animó a dar cumplimiento con la medida. Que pasó más de un mes hasta que el asistente del juez llegó a pedir explicaciones por la demora.
Comentan que ante la negativa de los del lugar, y pidiendo previas explicaciones acerca de cómo llegar al sector correspondiente, el propio ayudante del magistrado emprendió la búsqueda de la causa por los laberínticos corredores del archivo… y que nunca volvió.
Se sabe que quienes lo buscaron a él, tampoco volvieron.
Ocasionalmente se han visto cajas, pequeñas cajas repletas de carpetas, que transpiran un cierto fluido rojo y pegajoso… pero nadie las abre, ni las toca… nunca, que nadie las mueve… nunca.
Dicen que no hay piedad para quienes creen que unos cuantos papeles escritos con máquina de escribir pueden definir la verdad de los hechos o justificar un supuesto acto de justicia sobre la vida de otro.
Cuentan –si bien no hay pruebas de ello- que nadie vuelve de cierto sector del Archivo General de Expedientes Judiciales, nadie.

 

Pre-ocuparse sin Preocuparse

Al analizar la vida de los hombres, podemos observar que esta está compuesta por un sinnúmero de problemas seguidos de soluciones.
Parece ser de eso de lo que está hecha la vida: se presenta una situación que el hombre debe resolver, y al resolverla se presenta otra nueva situación y así sucesivamente hasta la muerte.
El hecho que pretendo dejar en claro es el siguiente: ¿cuál es el sentido de resolver un problema si a renglón seguido de hacerlo aparecerán nuevos problemas?
Por otro lado el entrenamiento en la resolución de problemas hace que muchas situaciones ya no sean problemáticas, pero el hombre que resuelve problemas necesita buscarlos para resolverlos.
Sabido es que nadie es capaz de resolver en forma particular todos los problemas que existen, ya que son una fuente inagotable, por lo tanto:
a) o bien estamos realizando un acto inútil al resolver un problema que traerá otro;
b) o requerimos de una SOLUCION UNIVERSAL que sirva para la resolución de todos los problemas (y que intuitivamente podría ser LA CERTEZA DE QUE NO EXISTEN PROBLEMAS POR SI MISMOS SINO QUE SON CREADOS POR QUIEN QUIERE O NECESITA RESOLVERLOS).
Considero que cada problema particular que se nos presenta nos está mostrando la puesta cerrada de la felicidad, y creemos que al encontrar la solución encontramos la llave de esa puerta. Pues bien, tal vez cada problema particular que resolvemos en forma particular, nos brinda un atisbo de felicidad ... pero la puerta vuelve a cerrarse de inmediato por la aparición de otro problema.
El problema o cúmulo de problemas no tiene una entidad separada de la mente racional de quien se lo plantea, por lo tanto es el hombre quien crea y vive sus propios problemas hasta la muerte y por lo tanto los problemas salo son transferibles interpersonalmente cuando el receptor del problema ajeno tiene una mente ávida de problemas y frente al planteo de uno, el otro RE-CREA para sí un de similares características.
Existen problemas sin resolver. Pero no existen problemas sin solución, pues sin solución un problema no es tal, sino tan sólo un hecho. Al encontrar solución a un problema el problema deja de ser tal y también se convierte en un hecho.
Por lo expuesto el problema lo es tan solo con relación al sujeto que no conoce la solución.
Si tuviéramos la certeza de que a cada problema le corresponde una solución, problema y solución serían tan solo un hecho, y entonces TENDRIAMOS LA CERTEZA DE LA INEXISTENCIA DE LOS PROBLEMAS Y SERIAMOS PARTICIPES DEL ESTADO DE FELICIDAD PERMANENTE (pues la puerta se abriría y permanecería abierta).

Autoexilio

Sabía que estaba solo en aquel recóndito paraje. No sabía claramente qué lo había llevado allí. Solo recordaba haber decidido que el mundo moderno, la ciudad, los asaltos, los secuestros, la casa, ya no eran para él. Había decidido alejarse para siempre, y aquí estaba… lejos de toda civilización, solo, tranquilo por primera vez en años.
En un instante se cruzaron por su mente miles de experiencias vividas en el pasado. Pantallazos de imágenes, personas, palabras, cosas de su anterior existencia, y no le importó dejarlas concientemente de lado para observar el paisaje que tenía –ahora- ante sus ojos.
Una lágrima cayó sigilosa por su mejilla, sin advertencia… no supo si identificarla como consecuencia de la añoranza, de la despedida o de su felicidad; todas sus ideas estaban desordenadas, y –en verdad- no le interesaba ordenarlas… ya se ordenarían solas, con el tiempo.
Era tal la intensidad con la que vivía el momento que no quería nada más que experimentar el estar ahí, sintiendo la brisa con toda su piel, observando la copa de los árboles moverse, la infinita variedad de tonalidades del verde, las montañas en el horizonte… era su lugar, su tiempo.
Tan solo estar sentado ahí, observando la tan necesitada naturaleza, la tan buscada naturaleza.
Era el primer día del resto de su vida. Lejos quedaron su trabajo de oficina, sus colegas, sus amistades, su absorvente y nunca satisfecha familia…nada de eso existiría más como exigencia, como problema.
La tarde comenzaba a anunciar la llegada de una hermosa noche… algunas estrellas podían apreciarse en el cielo, aún con el sol en el horizonte.
Pensó en las veces que había fantaseado con irse de Buenos Aires, los años enteros que había dicho a todo el mundo que en breve tomaría la decisión… la brevedad se hizo esperar, pero aquí estaba, lo había logrado.
Esta noche dormiría en el bosque de arrayanes que tenía a pocos pasos de donde estaba, comería algo de lo que traía en la mochila y mañana comenzaría a construir su “iglú” soñado, su nuevo hogar… y la huerta que le daría sostén.
Se adentró entre los árboles, dispuso la manta estirada y se tendió mirando el cielo entre el follaje. Dos lágrimas paralelas y simultaneas se arrastraron hasta sus orejas… supo que eran de felicidad.
Las ramas comenzaron a bambolearse un poco más fuerte. La noche cayó por completo y él, en la oscuridad más absoluta, advirtió por primera vez lo lejos que estaba de todo y todos… se le hundió el pecho y empezó a percibir miles de ruidos extraños… crujidos, golpeteos de ramas secas que caían al suelo, aleteos breves pero –francamente- demasiado fuertes para ser de aves pequeñas… se asustó un poco, a la vez que se dijo a sí mismo que acostumbrarse a los ruidos autóctonos llevaría su tiempo.
De repente sintió un gruñido. Quedó paralizado. No se animó siquiera a mirar -en la negrura de la noche- hacia la dirección de donde venía tal sonido. Recordó que había leído que en esa zona podía haber pumas, pero que no se acercaban al hombre… claro que él nunca se había preguntado hasta ese momento, qué pasaba si el hombre era el que se acercaba a ellos.
Percibía sus ojos como totalmente abiertos, pero veía lo mismo que si estuvieran cerrados… nada… lo cual era más desesperante.
Volvió a sentir el mismo gruñido dos o tres veces más… cada vez más cerca, aunque era difícil pronosticar la distancia a la que estaría la bestia. Toda su vida volvió a pasar por su mente, aunque esta vez prevalecían imágenes amorosas, su madre abrazándolo, su esposa diciéndole que ella también lo amaba, las primeras veces que alzó y acuño a sus hijos, el día en que se graduó… pensó lo mucho que había dejado atrás para terminar siendo la cena de un puma cordillerano.
“¿Qué estaba pensando?!!”, se dijo, al tiempo que de un salto olímpico quedó parado y en una carrera digna de Carl Lewis -de la que hubiera apostado no ser capaz- llegó, entró y arrancó su coche.
“¿Qué estaba pensando?!!” se repitió una y otra vez mentalmente, mientras un cartel al costado de la ruta ya le anunciaba “Buenos Aires 22 kms” y sus lágrimas cantaron por tercera vez.

AROMAS DE ABU

Casi asociados a mis primeros recuerdos, se encuentran los olores que -entre blasfemias inenarrables y cánticos de aleluyas- manaban de la cocina de mi abuela. De ella, de su persona, ya había olvidado la mayoría de los detalles de su rostro, el color de sus ojos y su cabello, la forma exacta de las arrugas de su frente, pero mantenía incólumes en mi memoria: la primera vez que probé su tarta de frutos del bosque, la textura de sus papas fritas cortadas en dados, el calor que le entraba a todo mi cuerpo luego de haberle entrado las iniciales dos o tres cucharadas de arranque a su guiso campero…

Pocas cosas en la vida podrían compararse a ese despertar famélico en lo de la nona, con la algarabía de ir descubriendo en el aire el intenso perfume de sus tostadas matinales enceradas con un sutil queso fundido que luego nos encargaríamos de cubrir –generosamente- con el más amplio surtido de mermeladas caseras. Ella había pasado años descubriendo y diseñando cuidadosamente la jalea, la esencia, el elixir especial y exclusivo, para gusto de cada uno de sus nietos.

Parece mentira pero, aún hoy, me asombro gratamente con algún flash, con alguna imagen instantánea involuntariamente venida a mi, que me retrotrae a aquellos años en los que nos abrazaba ese amor incondicional, fortalecedor, nutricio…

Un amigo psicomemoriólogo me explicó una vez que la corteza cerebral tiene muchas capas superpuestas, las unas sobre las otras; que al parecer tenemos una suerte de “geología neuronal” que evidencia cómo había ido evolucionando el animal hasta llegar a convertirse en un ser humano, y que el más remoto y profundo de esos estratos era el bulbo olfativo, que tenía –incluso- sus propios carriles neuronales y “atajos” para evocar recuerdos que tuvieran que ver con olores. Aparentemente los olores habrían sido de fundamental importancia para la supervivencia desde las más remotas épocas, y -conociendo las artes de mi abuela- podría suponer yo que quien no hubiera probado jamás ninguna de sus especialidades, bien podría no tener razones para vivir…

Otro amigo mío, médico de profesión y chef por vocación, me contó que los sabores eran tan solo cuatro: amargo, dulce, ácido y salado, y que todo aquello que nosotros llamábamos habitualmente “gusto”, era –en verdad- una mezcla de esas cuatro –muy básicas- instancias, enriquecidas infinitamente por la incorporación de aromas, ya que el hombre era –según ahondó- capaz de percibir y distinguir entre más de diez mil de ellos.

Lo cierto era que el cerebro, esa máquina extraordinaria, iba y venía al son de la música que tocaba mi maravillosa abuela; la forma en que combinaba olores y sabores confundían y exaltaban todas las funciones del sistema límbico, que -a menudo- no sabía si hacer al portador reír por la emoción o llorar del placer… lo suyo podía ser –indistintamente- la sinfonía del almuerzo dominical, en que la mesa rebosaba de fuentes y bandejas, o el monumental solo de un miércoles por la tarde en que me cocinaba en forma personalizada y a la carte al volver de la escuela.

Claro que las explicaciones científicas jamás me ayudaron a sacarme cierto grado de culpa por sentir que era capaz de olvidar a mi propia abuela, carne de mi carne, mas no a su puré de zapallo, leudado con mantequilla y gratinado al horno con cubos de queso gruyere y esa pizca inconfundible de provolone rayado… pero en fin, también era cierto que recordarla a ella tampoco me había traído nunca la satisfacción que –en cambio- me proporcionaban esas imágenes celestiales de sus platillos, que lograban hacer fluir saliva a raudales por mi boca en el mismo acto de representármelos mentalmente.

La pobre madre de mi madre, que descanse en paz, había sido tildada de bruja, de hechicera, de alquimista por mi padre quien -durante años- insistió en que no solo era una mala persona, sino que –además resaltaba- no era natural que alguien cocinara tales exquisiteces… Claro que jamás nadie hubiera aceptado abiertamente coincidir con el realismo fantástico de mi progenitor, pero podría jurar que varios de los miembros del clan pensaron, en algún momento de sus existencias, que esta mujer había hecho algún tipo de pacto con entes del más allá a cambio de “secretos de ollas y sartenes”.

Estoy plenamente convencido que papá también extraña –aún hoy día- mucho más la mesa servida de manjares elaborados por mi abuela, que a ella propiamente dicha.

Nos causó una gran desesperanza el hecho de que, a la partida de esa gran cocinera, nos quedara mi madre en su reemplazo… uno podría jurar cada noche, al reunirnos en cada cena familiar, que ella había sido criada por otra gente… parecía inconcebible, increíble, imposible, que hubiera sido -durante toda su vida- tan enteramente refractaria a las más mínimas enseñanzas gastronómicas a pesar de haber vivido bajo el mismo techo con una gurú, con una mujer cuyo genio culinario rebasó las fronteras del hogar, de la región y del país.

A mi madre nunca le calzaron las hojotas de la abu. Todos reconocíamos que se esforzó desde el primer instante en darnos lo mejor de sí, pero lamentablemente las preparaciones se le pasaban en sal o bien quedaban demasiado sosas, las especias se rebelaban a su puño sin lograr jamás distinguir el romero del jengibre, ni el laurel del azafrán, las tortas se le quemaban sin excepción y sus postres convertían la cena en un simil del puente de los suspiros veneciano, en un corredor previo al cadalso… Mamá besaba el suelo que esa gran mujer pisaba, pero –evidentemente- en los años y años que la tuvo al lado ni se le ocurrió subir la mirada del piso para ver los milagros que ella hacía sobre la mesada.

La cuestión es que a mi abuela, la espectacular chef, la maestra repostera, la magnífica, el mundo familiar le quedó chico demasiado pronto, porque era sobremanera buena en lo que hacía, y fue por eso –precisamente-, por su excelencia sin igual, por lo que la vida la alejó de nosotros cuando yo aún era un rapaz.

Es tal vez el suceso que recuerdo como más triste de mi infancia, esa sensación de desazón del primer domingo al mediodía sin sus pastas al dente, privados –todos- de esos pestos con albaca recién molida de la huerta que –meticulosamente- mantenía en el fondo de casa, o esas deliciosas mezclas de quesos con crema y hongos, y ni qué hablar de aquellos tucos con los que uno –entre ensoñaciones- podía rendirse sin culpa al dios del pan, ante un plato dispuesto a que lo pulieran a miga hasta sacarle brillo a la losa. ¡Qué desesperación nos propinó el que se nos fuera tan intempestivamente, sin dejar casi nada preparado en la heladera, sin prevenirnos en absoluto… de un día para el otro…!

Tal vez lo que ninguno de los miembros de la familia ha logrado perdonarle aún a la abuela es que al irse se haya llevado su recetario, ese sinfín de aventuras que tenían por protagonistas a la carne, la harina, el azúcar, la miel, las especias… ella debió haber sabido que lo hubiéramos conservado no como reliquia familiar sino como un tesoro invaluable; pero -en vez de eso- nuestra ilustre y querida abuelita tuvo el mal gusto de vender todos los derechos para la publicación de su libro, al ser contratada por ese prestigioso Hotel Internacional que se la llevó a Miami como Jefa de Cocina, donde deleita los exigentes paladares de un público muy selecto desde hace más de quince años.

Ella nunca nos visita, y nosotros no podemos costear el viaje, somos muchos y –para colmo- pretenden cobrarnos asientos dobles a cada uno, arguyendo que se trata de una política general de las companías aéreas que atiende –según afirmaron- a “cuestiones de peso” sin explayarse nunca debidamente sobre cuales serían ellas… pero lo cierto es, sea por lo que sea, que esta prolongada ausencia de “la abu” en nuestras vidas hace que la estemos olvidando…
Según nos cuenta en sus muy deseadas correspondencias, descansa pacíficamente en la playa cada vez que el clima así se lo permite, hace mucho shopping y toma a diario el té de las cinco con sus amigas, como siempre quiso. Aparentemente –narra siempre- solo le ‘piden’ que cocine un máximo de dos veces a la semana para el dueño del hotel y sus privilegiados invitados, y se encarga de resaltar frecuentemente –como queriendo echarnos algo en cara- que así se lo ‘piden’ de buena manera, que nunca jamás se lo han ‘exigido’, ni usado malos modos, amenazas, ni apremios, que ni siquiera debe limpiar los bártulos utilizados, ni la cocina, ni gastar un solo peso en los enceres … sin embargo, nosotros tampoco perdemos oportunidad para recalcarle en todas y cada una de nuestras comunicaciones epistolares que intente escribir un poco menos, para darse el tiempo de preparar con el debido empeño y dedicación el resto de la encomienda que nos cursa con cada cartita y que contiene lo más importante que la abuela nos dio toda la vida: las viandas para la familia!.

F I N

EL CANDIDATO

Se había hecho bastante tarde para volver, pero su sexto sentido le indicaba que era mucho más riesgoso pernoctar en esa casa tan cercana al barrio de emergencia al que todos ahí llamaban con el temible nombre de “Fuerte Apache”… y se recriminó en silencio por haber dejado pasar tantas horas de más sin darse cuenta… claro, ella no había calculado el tiempo de viaje para llegar, el tren, el colectivo, la caminata…
La madre de su novio era –finalmente- una mujer gorda, bajita, oscura de piel y rasgos marcados, que usaba un español muy sencillo, bastante elemental; sus hijas –las hermanas de Manu- eran físicamente iguales a la mamá pero su lenguaje estaba mucho más argentinizado, en el sentido más vulgar que se le pudiera inferir al término. Todas ellas –hasta las chiquitas- trabajaban según le dijeron: “cosiendo para afuera”, cosa que ella no supo bien como interpretar, no entendió del todo si se referían a que eran costureras, modistas, diseñadoras de moda, o qué. La situación, el estar ahí debiendo tener una suerte de diálogo obligado con estas personas, comenzó a resultarle algo más desesperante de lo que había imaginado en su fantasía. Ella esperaba ser recibida con una especie de alfombra roja, y que hubieran felicitado abiertamente -y en su presencia- “al Manu” por conseguir a una tan bella y bien formada jovencita de Palermo Hollywood; En cambio de ello, las mujeres de la familia de su potencial marido eran tan berretas, que su propio prometido volvía lentamente a dejar de ser aceptable a pesar de lo mucho que ahora sentía amarlo, y el gran esfuerzo que había hecho por permitirse ese amor.
Este fue el fatídico día en el que por primera vez pisaba el hogar paterno de su novio. Él había resistido o –en realidad- ambos habían postergado, las presentaciones de rigor a sus respectivos progenitores y demás familia, hasta que las cosas fueran tomando un tinte lo suficientemente serio. Por fin, aquí estaba ella, en medio de “bolitas” que de un tiempo a esta parte había aprendido a llamar “gente de la colectividad boliviana”.
Así estaban las cosas cuando, luego de exiguas palabras de bienvenida, le pusieron repentinamente dos fuentes en las manos al grito de “vamos pa’ la mesa, m’hija, lleve”. Ahí mismo -como un relámpago- llegaron a su mente sus propios padres, el doctor en Derecho con Master en el extranjero y la madre, dama de honor por tres años seguidos de la sociedad de beneficencia y ama de casa perfecta de barrio norte; se le representaron imágenes de lo que ellos le habían dado durante toda su vida, sus viajes, sus obsequios, sus conversaciones señoriales y educadas, sus modales, pasó –luego- al recuerdo de su educación formal y rigurosa en ese selectivo y bien remunerado colegio de monjas, y también a la remembranza de las interminables charlas en las que con sus amigas buscaban vaticinar cómo sería el príncipe azul, el vestido de novia y la fiesta que tendría cada una... y, lo peor es que advirtió que no había pasado tanto tiempo desde todo eso.
Se preguntó, casi a nivel preconciente, si algún resabio de rebeldía adolescente podría haberle jugado –tardíamente- la mala pasada de hacer que se enamorase de alguien tan opuesto a los deseos parentales… o si había sido simple obra del maquiavélico destino el haber aceptado esa noche ir de “safari” con “el grupete de rubias del gym” a “Tormenta Tropical Bailable”, soto excusa de reírse un rato a expensas de “los monchos cumbiancheros”… ¿quién la había mandado a beber de más esa noche? ¿Quién la obligó a salir del local a los besos con ese recién conocido Manu?
El padre del candidato la saludó dándole la mano y prácticamente no le habló en toda la noche; se limitó a presidir la mesa familiar, y a repartir -mediante cortas frases- los quehaceres del día siguiente a sus otros dos hijos varones, relativos al negocio familiar de producción y venta de papas. Casi ignoró la presencia de su hijo menor y de su acompañante. El futuro suegro fue atendido a cuerpo de rey por todas las mujeres –esposa e hijas- que le fueron trayendo todo aquello que iba pidiendo a lo largo de la cena, pero prácticamente no profirió palabra hacia ninguna de ellas, ni tan siquiera esbozó el más elemental gesto de agradecimiento, ni la mínima cortesía.
Era tarde, cerca de las 23 hrs., y por la zona no existían los taxis. Manu, como si nada sucediera, le dijo que no tenía ningún problema en acompañarla hasta la parada del colectivo, o que -si quería- podía ir con ella hasta la Estación de Once. Nuevas secuencias del pasado la bombardearon involuntariamente, esta vez eran sobre su ex novio, específicamente se le representaba vividamente la escena en la que él la conducía en su Alfa Romeo desde su casa de La Lucila hacia su casa de Palermo, por callejuelas arboladas repletas de aromas florales… “Diego… -recordó- y no era mal chico”, pensó casi sin querer.
Manu debía levantarse horas antes del alba para ir a trabajar al Mercado Central, no era justo hacerle perder valiosas horas de sueño por el solo hecho de no viajar sola, así que le aceptó la compañía hasta la parada del “gran invento argentino”, pensó socarrona hacia sus adentros y continuó con el razonamiento interno: “… no será en un Alfa, pero al menos volveré a casa en un Mercedes Benz, y con chofer… ”, y sonrió sutilmente mientras le daba un beso entre enamorado y triste a “su bolita”, al amado Manu que a fuerza de sencillez, sinceridad y don de gentes, le había robado el corazón durante los últimos tres meses de su vida, besó al indubitado padre de ese hijo de su vientre que esta noche había quedado definitivamente condenado a muerte. Le dió el último beso transcultural “al Manu”, al que sabía que no volvería a ver.

 

 

El mito de Ellalopolis

Una vez, un hombre muy inteligente y racional, caminaba por el sendero que comunicaba dos ciudades, una llamada ELLALOPOLIS y el suyo natal llamado ELOPOLIS.

Llegado este buen señor a la mitad exacta de su periplo, observó que un gran muro atravesaba el camino impidiéndole el paso. El, muy sabio, se acercó con precaución, sabía que nadie había llegado tan lejos por aquella ruta. Quién hubiera realizado tal obra había hecho un gran trabajo, era hermosa… observada a la distancia, sus curvas se extendían hasta el horizonte, tanto mirara al sur como al norte; en el pliegue del camino la construcción –que se extendía cientos de metros hacia el cielo- terminaba abruptamente en un acantilado abismal.

Se sorprendió al palpar aquella pared pues su conformación parecía estar compuesta de piel humana. Húmeda, flácida y perfumada piel humana.

Se sentó, reflexionó durante horas, durante días… iba y venía, tomaba medidas, evaluaba distancias, tocaba una y otra vez la muralla, hasta que un pálpito le sugirió que sería posible, si tomara suficiente carrera y se arrojara con todas sus fuerzas contra aquella masa, traspasarla. Así lo hizo. Se alejó cincuenta pasos y empezó a correr con todas sus fuerzas, sería su máxima proeza, “alma y vida” se jugaba al llegar más lejos de lo que cualquier otro hombre hubiera logrado.

Al momento de lanzarse, mientras todo su cuerpo estaba en el aire a centímetros del contacto con la muralla, la tersa piel se convirtió, como por obra de magia, en dura piedra y aquel varón se partió el cráneo y murió en el acto.

Cuenta la leyenda que el espíritu de ese caballero se presenta a todo viajero que intente igual travesía y le advierte los resultados de tal empresa...

Pero también cuenta la leyenda que todos y cada uno de los advertidos creen poder vencer, partiéndose indefectiblemente la cabeza para finalizar su hazaña...

El reino de ELLALOPOLIS está y estará siempre vedado al dominio hombre, y sus habitantes guardarán por siempre su llave y sus secretos.

FELIZ SEA EL HOMBRE QUE NO INTENTA COMPRENDER A UNA MUJER, PUES AL MENOS CONSERVARA SANA LA CABEZA.

La insoportable levedad

Siempre andaba así, con esa estratégica, hipócrita y enferma sonrisa en la cara. Su mente sólo funcionaba a los fines de indicarle si el vestido de la mujer de la otra mesa o su tatuaje estaban a la moda, o si había algún modelo de celular más vistoso o cuya funda combinara mejor con su calzado.
Cada vez que iba a salir pasaba una hora y media frente al espejo, probaba media docena de prendas y otro tanto de zapatos, y se maquillaba cuidadosamente las arrugas recrudecidas semanalmente por la cama solar.
Gustaba de causar un impacto estético en quienes le posaran la mirada. Su aspecto era siempre impecable; siempre con un toque a la moda, un toque clásico y un touch de color.
Había estudiado hacía muchos años en la facultad de abogacía la carrera que papá y mamá habían querido, pero su cerebrito solo buscaba diversión, y –si bien se había recibido y ejercía leyes- nunca se sintió –intimamente- una persona de derecho… quería “vivir la vida loca”, quería gozar, pasarla bien, bailar, salir, viajar… y lucir bien para su edad.
Pisaba los cincuenta, pero todos ensalsaban su cuerpo y su aspecto tan cuidado. No le mentían, sino que por el contrario, era un hecho que pocas personas de su edad se mantenían tan joviales y atractivas. Incluso -a veces- se daba el lujo de sacar a escondidas del placard alguna minifalda ochentosa para ver la manera en que aún lucían sus piernas. Si bien su cabeza estaba realmente hueca, y era una especie de monumento vivo a la superficialidad, aún había algunos recovecos de su mente en que la fantasía de esa loca juventud que le hubiera gustado vivir le brindaba una excitación casi ilimitada.
Esa mañana, al llegar a su trabajo pensó que de no ser por su estúpida e insípida actividad, hubiera podido ser completamente feliz, pues si bien solo le restaba unas horas al día, no hubiera tenido que guardar tantas apariencias, hubiera podido recorrer más lugares, conocer libremente a más personas, ir más seguido a Ibiza –su paraíso prohibido- y menos a esos interminablemente aburridos congresos de leguleyos, “sin embargo –pensó-… no está tan mal…”, abrió la puerta de su despacho a la vez que su Secretario le decía “Sr. Juez, el Dr. Romero lo espera; tiene que decirme si va a votar a favor o en contra de la pesificación así armo el fundamento del fallo, y tiene a su esposa en la línea uno”.

 

LA PAREJA

Todo el amor y el encanto,
de esta gran bella pasión
se convirtió en mi prisión
cuando cambiaste tu canto.

Cuando dijiste que hiciera
cosas distintas de mi
tus palabras me encerraron
y nunca volví a salir.

Yo te pido mientras tanto
que volvamos a empezar
yo soy este que te ama
al cual no podrás capturar.

Cuando amás a alguien en serio,
cuando amás sin vanidad,
el destino se hace uno
y eso es amar de verdad.

Por eso es que cuando noto
que me intentás maniatar
es deber mio, mi vida,
exigirte libertad

Porque libres como el viento
nos vino Dios a crear
y libres como es el viento
es que podremos amar.

No te enojes, no es mi culpa,
señalarte como andar
cuando perdés el camino
en tu afán de gobernar.

Dame tu amor, no tus reglas
si intentás que yo te ame,
pues bien sabido lo tengo
que el buey solo bien se lame.

Si querés que permanezca
a tu lado para siempre
no me des con un rebenque
y esperes que te acompañe.

Ser feliz, esa es la historia,
espero que lo comprendas
si no me aflojás las riendas
se acabó lo que se daba
y no me van a dar las tabas
para alejarme de vos.
Tengo vocación de amor:
pero tampoco pavadas.

Aflojame ya las riendas,
de inmediato te lo digo;
dejá de verte el ombligo
y mirame bien a mi
que si seguís por ahí
me vas a hartar de en de veras.

 

 

Autoexilio

Sabía que estaba solo en aquel recóndito paraje. No sabía claramente qué lo había llevado allí. Solo recordaba haber decidido que el mundo moderno, la ciudad, los asaltos, los secuestros, la casa, ya no eran para él. Había decidido alejarse para siempre, y aquí estaba… lejos de toda civilización, solo, tranquilo por primera vez en años.
En un instante se cruzaron por su mente miles de experiencias vividas en el pasado. Pantallazos de imágenes, personas, palabras, cosas de su anterior existencia, y no le importó dejarlas concientemente de lado para observar el paisaje que tenía –ahora- ante sus ojos.
Una lágrima cayó sigilosa por su mejilla, sin advertencia… no supo si identificarla como consecuencia de la añoranza, de la despedida o de su felicidad; todas sus ideas estaban desordenadas, y –en verdad- no le interesaba ordenarlas… ya se ordenarían solas, con el tiempo.
Era tal la intensidad con la que vivía el momento que no quería nada más que experimentar el estar ahí, sintiendo la brisa con toda su piel, observando la copa de los árboles moverse, la infinita variedad de tonalidades del verde, las montañas en el horizonte… era su lugar, su tiempo.
Tan solo estar sentado ahí, percibiendo con todo su ser la tan necesitada naturaleza, la tan buscada naturaleza.
Era el primer día del resto de su vida. Lejos quedaron su trabajo de oficina, sus colegas, sus amistades, su absorvente y nunca satisfecha familia…nada de eso existiría más como exigencia, como problema.
La tarde comenzaba a anunciar la llegada de una hermosa noche… algunas estrellas podían apreciarse en el cielo, aún con el sol en el horizonte.
Pensó en las veces que había fantaseado con irse de Buenos Aires, los años enteros que había dicho a todo el mundo que en breve tomaría la decisión… la brevedad se hizo esperar, pero aquí estaba, lo había logrado.
Esta noche dormiría en el bosque de arrayanes que tenía a pocos pasos de donde estaba, comería algo de lo que traía en la mochila y mañana comenzaría a construir su “iglú” soñado -consistente en un simple armazón metálico aislado por lonas, nylon, aislado por telgopor y cubierto de tierra-, su nuevo hogar… y la huerta que le daría sostén.
Se adentró entre los árboles, dispuso la manta estirada y se tendió mirando el cielo entre el follaje. Dos lágrimas paralelas y simultaneas se arrastraron hasta sus orejas… supo que eran de felicidad.
Las ramas comenzaron a bambolearse un poco más fuerte. La noche cayó por completo y él, en la oscuridad más absoluta, advirtió por primera vez lo lejos que estaba de todo y todos… se le hundió el pecho y empezó a percibir miles de ruidos extraños… crujidos, golpeteos de ramas secas que caían al suelo, aleteos breves pero –francamente- demasiado fuertes para ser de aves pequeñas… se asustó un poco, a la vez que se dijo a sí mismo que acostumbrarse a los ruidos autóctonos llevaría su tiempo.
De repente sintió un gruñido. Quedó paralizado. No se animó siquiera a mirar -en la negrura de la noche- hacia la dirección de donde venía tal sonido. Recordó que había leído que en esa zona podía haber pumas, pero que no se acercaban al hombre… claro que él nunca se había preguntado hasta ese momento, qué pasaba si el hombre era el que se acercaba a ellos.
Percibía sus ojos como totalmente abiertos, pero veía lo mismo que si estuvieran cerrados… nada… lo cual era más desesperante.
Volvió a sentir el mismo gruñido dos o tres veces más… cada vez más cerca, aunque era difícil pronosticar la distancia a la que estaría la bestia. Toda su vida volvió a pasar por su mente, aunque esta vez prevalecían imágenes amorosas, su madre abrazándolo, su esposa diciéndole que ella también lo amaba, las primeras veces que alzó y acuño a sus hijos, el día en que se graduó… pensó lo mucho que había dejado atrás para terminar siendo la cena de un puma cordillerano.
“¿Qué estaba pensando?!!”, se dijo, al tiempo que de un salto olímpico quedó parado y en una carrera digna de Carl Lewis -de la que hubiera apostado no ser capaz- llegó, entró y arrancó su coche.
“¿Qué estaba pensando?!!” se repitió una y otra vez mentalmente, mientras un cartel al costado de la ruta ya le anunciaba “Buenos Aires 22 kms”, y sus lágrimas cantaron por tercera vez.

 

El mito de ELLALOPOLIS

Una vez, un hombre muy inteligente y racional, caminaba por un sendero que comunicaba dos pueblos, uno llamado ELLALOPOLIS con el suyo natal llamado ELOPOLIS.

Llegado este buen señor a la mitad exacta de su periplo, observó que un gran muro atravesaba el camino impidiéndole el paso. El, muy sabio, se acercó con precaución, sabía que nadie había llegado tan lejos por aquella ruta.

Se sorprendió al palpar aquella pared pues su conformación parecía estar compuesta de piel humana. Húmeda, flácida y perfumada piel humana.

Se sentó, reflexionó y un pálpito le sugirió que sería posible, si tomara carrera y se arrojara con todas sus fuerzas contra aquella masa, traspasarla. Así lo hizo. Se alejó cincuenta pasos y empezó a correr con “alma y vida”.

Al momento de lanzarse, mientras todo su cuerpo estaba en el aire a centímetros del contacto con la muralla, la tersa piel se convirtió en dura piedra y aquel varón se partió el cráneo y murió en el acto.

Cuenta la leyenda que el espíritu de ese caballero se presenta a todo viajero que intente igual travesía y le advierte los resultados de tal empresa...

Pero también cuenta la leyenda que todos y cada uno de los advertidos creen poder vencer, partiéndose indefectiblemente la cabeza para finalizar su hazaña...

FELIZ SEA EL HOMBRE QUE NO INTENTA COMPRENDER A UNA MUJER, PUES AL MENOS CONSERVARA SANA LA CABEZA.

 

 

Sentimientos

Celeste:
Te escribo para contarte todo aquello que nuestra relación “en vivo” no permite que te diga en persona...tal vez por la presencia de terceros, tal vez por vergüenza, pudor o –simplemente- porque en la época que nos toca vivir no hay tiempo para trasmitir sentimientos profundos, todo es “ya”, “ahora”, “rápido”...
Por eso es que se me ocurrió la idea de una carta...ya tendrás la oportunidad de leerla y releerla, en cada huequito de tiempo que te puedas hacer...meditarla y -quien sabe- hasta disfrutarla.
Lo cierto es que descubrí que mi alma alberga desde hace mucho un profundo sentimiento hacia vos, algo que nunca me había pasado con nadie.
En todos los años que compartimos el espacio en el trabajo, con solo un escritorio de por medio, tantas pero tantas veces te imaginé viniendo hacia mí y besándome...tantas veces te miré a hurtadillas, de reojo, mientras te agachabas a recoger algún milagroso objeto caído que me permitía descubrir tus formas...tantas veces te soñé en mi lecho...Por años mantuve la esperanza de que a vos te sucedía lo mismo, porque te pesqué unas cuantas veces mirándome de reojo con una media sonrisa dibujada en tus labios carnosos y pintados, también en todas aquellas oportunidades en que mientras te hablaba me observabas fijamente a los ojos y chupabas la punta del lápiz mientras tus dedos lo empujaban levemente arriba, levemente abajo; hasta llegué a dudar que las cosas se te cayeran tan seguido solo por milagro, a veces juraría que las tirás a propósito.
Sin embargo hoy por fin pude darme cuenta que todo el ardor que me provocabas, todo ese fuego se ha convertido en otra cosa. Has logrado gracias a tu sensual voz, tu voluptuosa figura y tus movimientos felinos que toda esa pasión inicial se transforme en un sentimiento fuerte y absolutamente puro: te odio histérica de mierda.
Sinceramente, Sebas.

 

 

Yo


Pequeño yo, esclavo del tiempo,
pendiente de razones, de sentidos.
Estúpido y mezquino petulante;
querés creerte inmortal, sabiéndote mortal.
Inexistente partícula irreal,
siempre nadando entre lo simbólico y lo imaginario.
Tonto ego mio,
ilusorio protagonista de un pasado encubierto,
velado a tus ojos y a los mios,
en tanto yo soy vos.
Crédulo estúpido!!
Date cuenta y aceptá
que naciste y morirás insatisfecho,
ni objeto, ni sujeto
nada, ni nadie,
te completará nunca.
Dejá tus patéticas virtudes,
dejá tus patéticas miserias,
solo el silencio te hará libre...

Super yo


Grandilocuente voz paterna,
heredero del complejo de Edipo;
sádico y opresor superyo,
maldito autoritario...
¿no te aburre venir siempre con el mismo cuento?
¿cómo no te cansa reclamar y recalcar,
insultar y perseguir, gritar y exigir,
todo el tiempo desde siempre y para siempre?
¿por què pretendès darme un padre si no soy huérfano?
No te necesito, ni a tus controles, ni a tus expectativas...
Dejá a mi tonto yo conservar para sí sus logros,
y a mi separarme de ambos.
En cuanto a vos, ya sabés:
solo el silencio te hará libre...

Ello


Confianzudo e íntimo “ello”,
pedazo de pulsión con patas,
mirá todo lo que harías
si te diera rienda suelta!!
Vicioso, claudicador e irreverente amigo mio,
es imposible que convivas con alguien más,
porque pensás que el mundo fue hecho solo para ti;
Siempre viviendo al límite,
entre lo psíquico y lo somático,
entre mi mente y mi cuerpo,
no sabés cómo me cuesta pedirte
que te hagas a un lado
y me dejes partir....
esta es mi despedida,
me voy...pero cuidate
porque el yo viene ganando terreno...
No vayas a quedar en un papel
de triste portero en esta historia.
Mejor guardá silencio,
solo el silencio te hará libre...

Preconciente


Filtro roto y descocido,
permiso para pasar te pido al oido;
contrabandista de imágenes y sonidos,
sensaciones y ambiciones,
vos sabés que estoy prohibido.
Con bigotes y peluca,
presentable y convertido
intentaré abrirme paso,
preconciente precavido.
Vos solo guardá silencio,
el silencio te hará libre...

Despedida Sin Angustia
Mi despedida implica una última palabra,
la cual no pronunciaré
porque no puede ser dicha
aunque, en uso de la metáfora
podría ser “dicha”.

 

 

 


Discusión


Estás ahí ruin,
ya te vi, te he percibido,
salí de una vez, piedra libre, canté pri!!
Dejá de esconderte
tras tu perfecta fachada de sombra,
de pensamiento azaroso,
de acción incomprendida,
de enojo y malestar,
de furcio, de acto fallido, de sueño...
Dejá de reprimir mis cosas,
te lo ordeno, te lo imploro!!.
Dejá de condensar y desplazar,
a diestra y siniestra,
mis emociones, mis angustias,
mis gustos y mis anhelos...
quiero sentir yo lo que sienta,
sin restricciones,
sin censores ni dictadores...
Salí, animate a mostrar tu rostro,
cobarde inconciente mio.
¿Nunca te dijeron lo mal que está
tirar la piedra y esconder la mano?
No me ocultes tus deformidades,
quiero que el mundo te conozca,.
quiero que seamos uno, vos y yo.
De nuevo vos y yo, uno otra vez.

Estúpido bípedo mortal,
¿cómo decírtelo para que lo entiendas?
Usaré tu limitada lógica para explicártelo:
no hay vos y yo.
nunca lo hubo.
¿Cuando vas a comprender,
patética marioneta mia,
que solo existe un servidor?
¿Desde cuando el sonido
mueve los dedos del pianista?
Irreverente acto reflejo,
con pretensiones altivas:
Vos te crees que pensás,
cuando solo lees mi libro.
Vos te crees que sentís,
cuando hacés lo que te digo.
Vos te crees que sabés,
yo soy saber no sabido.
El mezquino aquí eres tú,
con tu ilusión de vivir
en un mundo que no existe.
Pobre tonto,
obtuso humano.
Frágil por donde te mires,
todavía crees que tu ciencia de conciencia
te va a salvar...

 

Modernidad


-Soy un buen orador, una buena compañía, por eso es que me atrevo a presentarme así en su mesa, sin invitación alguna. Es que cuando vi esta situación tan dispar; dos felinas bellezas como las de ustedes con este único caballero, me dije: es demasiado.
Sé que en este momento deben estar sintiéndose invadidos, verán: uno viene a un café a estas horas a compartir una fracción de su vida con amigos, con su pareja o con alguna cita… obviamente no espera intromisiones de esta naturaleza. Sin embargo, he de decirles que quien les habla no es un autoinvitado cualquiera.
Yo soy el segundo aquel al que todos quieren en su mesa, soy el más cortés de los oyentes, el más hábil de los interlocutores, el más gentil de los señores.
Mi cultura general os deslumbraría sin duda, y mi don de gentes los dejará de seguro sin aliento. Pido tan solo una minúscula oportunidad, que me presten un minuto de su atención y luego decidan si he de irme o he de quedarme.
Este lugar tan repleto de gente hermosa, arreglada y bien ataviada no resiste la divina presencia de estos dos monumentos a la anatomía femenina. Ni todo el capital esfuerzo que pudieran hacer magnates y cirujanos en conjunto podrían siquiera igualar las curvas, contracurvas y motores. Sus miradas cándidas unidas iluminan las sombras naturales de este sitio.
Sepa usted, caballero mio que en mi vida había presenciado espectáculo de tal magnitud, ni envidiado a un mortal tanto como lo he hecho desde que transpuso aquel umbral tan exquisitamente secundado.
Podría yo calzar esos zapatos el día en que me lo pidiera sin esfuerzo alguno… en definitiva me ofrezco a ustedes como plato principal, si me aceptais para emparejar la oferta con la demanda, luego de esta breve introducción de mi persona.
- ¿cómo no? –dijo la más sensual de las voces- ¡tome asiento que aún no ordenamos! Me presento, mi nombre es Andrea, él es mi hermano Román y ella Cintia, mi novia…

Lo no dicho


Ella siempre esperó aquellas palabras. Pasó noches enteras sollozando en la cama, de espaldas a su hombre, con la secreta esperanza de que él la tomara en sus brazos, le acariciara suavemente una mejilla y le dijera: “te amo”.
Días y meses transcurrieron. El era un buen hombre, honrado, inteligente en casi todos los sentidos, algo frio, sí, parecía carecer de emociones… De su sentir, lo máximo que llegaba a comentarle era que sentía dolor de cabeza, y esto muy de vez en cuando. Sin embargo, era un buen hombre, atento a sus demás necesidades, gentil, respetuoso, amable… siempre vigilante de que nada le faltara a los suyos y a ella en especial… era trabajador, generoso, práctico y creativo.
Años pasaron y nada que diera cuenta de sus sentimientos amorosos afloraba de esos labios que tan bien la besaban, que tantos suspiros le habían ganado.
Tres, cuatro y cinco, fueron los años que marcaron el tiempo de su unión. Aquella relación que había comenzado con un beso ardiente, una noche fria de abril y que era ya una cuasi convivencia de hecho… pero él seguía guardando para sí las palabras… esas únicas palabras que hubieran coronado la perfección de su pareja, que hubieran abierto las puertas del mismismo cielo para ella.
No, aquellas palabras esperaron demasiado, la demora superó la paciente y silenciosa que libraba consigo misma… un día tomó sus pocas pertenencias, las embolsó y le escribió una nota a su amado, que luego –prolijamente- dejó a la vista del que entrara al que fuera el hogar de sus sueños. Allí le explicaba que ella no iba a poder vivir esa vida sin amor y que –por tanto- no intentara volver a contactarla, para no hacérselo más difícil… que todo había terminado.
No bien él hubo llegado y leído la nota, encendió el televisor, palmeó a su perro en el lomo cariñosamente y se susurró a sí mismo: “ahh… ella no quería amor, quería las palabras…”, y –al rato- siguió: “menos mal que no las pronuncié… nunca hubiera sabido que lo que ella habría valorado eran las palabras…”
Nunca volvieron a hablarse… él respetó la unilateral ruptura y sus términos.
Muchos años y muchas parejas después ella al fin comprendió que la palabra amor en los labios del amante de turno abunda, y que lo que realmente escaso y valioso era el amor en acto; el sincero acto de amar que ella tan tonta y gratuitamente había dilapidado.
Muchos años y muchas parejas después él al fin comprendió que el acto de amar sin decir “te amo” le había valido perder a sus más amadas mujeres.
La palabra nunca debió esperar…


Despedida sin angustia.

Pequeño yo, esclavo del tiempo,
pendiente de razones, de sentidos.
Estúpido y mezquino petulante.
Querés creerte inmortal, sabiéndote mortal.
Inexistente partícula irreal,
siempre nadando entre lo simbólico y lo imaginario.
Tonto ego mio,
ilusorio protagonista de un pasado encubierto,
velado a tus ojos y a los mios,
en tanto yo soy vos.
Crédulo estúpido!!!!!
Date cuenta y aceptá
que naciste y morirás insatisfecho,
que ningún objeto, ni sujeto
te completará nunca.
Dejá tus patéticas virtudes,
dejá tus patéticas miserias,
solo el silencio te hará libre...

Grandilocuente vos paterna,
heredero del complejo de edipo;
sádico y opresor superyo,
maldito autoritario...
¿no te aburre venir siempre con el mismo cuento?
¿cómo no te cansa reclamar y recalcar,
insultar y perseguir, gritar y exigir,
todo el tiempo desde siempre y para siempre?
¿por què pretendès darme un padre si no soy huérfano?
No te necesito, ni a tus controles, ni a tus expectativas...
Dejá a mi tonto yo conservar para sí sus logros,
y a mi separarme de ambos.
En cuanto a vos, ya sabés:
solo el silencio te hará libre...

Confianzudo e íntimo “ello”,
pedazo de pulsión con patas,
mirá todo lo que harías
si te diera rienda suelta!!
Vicioso, claudicador e irreverente amigo mio,
es imposible que convivas con alguien más,
porque pensás que el mundo fue hecho solo para ti;
Siempre viviendo al límite,
entre lo psíquico y lo somático,
entre mi mente y mi cuerpo,
no sabés cómo me cuesta pedirte
que te hagas a un lado
y me dejes partir....
esta es mi despedida,
me voy...pero cuidate
porque el yo viene ganando terreno...
No vayas a quedar en un papel
de triste portero en esta historia.
Mejor guardá silencio,
solo el silencio te hará libre...

Filtro roto y descocido,
permiso para pasar te pido al oido;
contrabandista de imágenes y sonidos,
sensaciones y ambiciones,
vos sabés que estoy prohibido.
Con bigotes y peluca,
presentable y convertido
intentaré abrirme paso,
preconciente precavido.
Vos solo guardá silencio,
el silencio te hará libre...

Mi despedida implica una última palabra,
la cual no pronunciaré
porque no puede ser dicha
aunque, en uso de la metáfora
podría ser “dicha”.

 

PLACERES

Voy a andar tus curvas,
explorar tus secretos escondites,
y navegar hasta el fin
tus torrentes sanguíneos.
Voy a amalgamarme en tu carne,
besar tu piel y adorar tu mirada,
caminaré lentamente todos tus senderos
con mi lengua, mis ojos y mis labios.
Las yemas de mis dedos serán testigos
de cada una de tus explosiones de amor.
Voy a desplazarme sutilmente
por todo ese universo que llamas cuerpo,
último refugio de sentidos, hormonas y deseo;
y voy a quedarme en vos…
Seré tu dios devenido en hombre,
serás mi dios convertido en mujer.

 

LA VICTIMA

Cándido engaño
de amor adolescente;
regalo deshonesto de la modernidad,
que tocas a mi puerta, con tímidas manos de amante experta.
Sofocante grupo de mujeres,
harem bestial desatendido,
con añosos despechos en tu haber….
Repleto estás de falseada dulzura,
cocodrilescas lágrimas
y pesares fingidos, urdidos de conquista.
Ahorcas las pocas fuerzas
que me quedan para huir.
Creereme superior, y no es que quiera,
si la verdad que al fin se me revela,
es que todas son iguales.
Cazadoras furtivas,
disfrazadas de ovejas,
con colmillos asomando
su ensangrentada quijada.
Aves de rapiña, que pretenden
devorar sin fin mis podredumbres,
para dejarme –exhausto- a su merced.
Pero mi carne viva se resiste a ser alimento
de perversas estrategias, de perversas señoritas.
Solo me entregaré, y sin barreras,
a la ladrona de guante blanco
que robe mi corazón, sin por eso teñir de rojo
el brillo de su mirada y su inocente sonrisa.
Ella solo tomará,
lo que siempre fue suyo.

LAURA

L lora si lo necesitas, niña

A yúdame a encontrar en mis recuerdos

U na señal que al fin me indique

R ecónditos parajes de mi alma

A donde habitas en mi, sin yo saberlo.

 

 

 

RESISTENCIA

 

Cruel desengaño del tiempo

Ambición de ser más,

frustración de ser robado

¡Cultura malvada!

Nos enseñás a ser productivos

solo para chuparnos la sangre.

¡Cultura maligna!

Nos das diez nos quitas cien.

¿Dónde te llevaste las millones

de vueltas en bici a la manzana?

¿Dónde está Don Lalo con sus

juguetes en el tronco del árbol?

Niñez perdida,

de despedidas,

de vecinos queridos,

de Don Juan, de los chicos de Ana.

Cultura del asalto,

del secuestro express,

cultura del trabajo, del delito, del dinero.

Cultura del afán de ser

como los grandes...

¡Asesina de destinos y de personas!

¡Amiga de las horas y los minutos!

¡Hermana de la angustia!

¿Dónde estás?

No te escondas de mi,

da la cara.

¡Maldita cultura!

Dejá de disfrazarme de hombre

en los ojos de los demás.

Vos y yo sabemos

que estás en deuda

con el niño,

con mi niño.

Devolveme la inocencia

que te llevaste con engaños.

El rostro envejecido

que me devuelve el espejo,

no es el mio.

Yo soy el que se columpia

con cables tirados desde el balcón,

el que juega a la bolita,

el que entierra tesoros,

el de sentimientos honestos

y pensamientos puros.

Te ordeno, te pido, te imploro

Que desistas de tu plan.

El niño se queda,

vos te vas.